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Antoni Aguiló

Tejer 15M en Europa

Con ocasión del quinto aniversario del 15M, en Contrapoder dedicaremos una semana de reflexiones y propuestas al acontecimiento político más decisivo que ha vivido España en el último ciclo histórico.

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En Los hijos de los días (2011), Eduardo Galeano apunta la importancia de globalizar la indignación y de crear redes internacionales de acción en esta línea: “En el año 2011, miles de jóvenes, despojados de sus casas y sus empleos, ocuparon las plazas y las calles de varias ciudades de España. Y la indignación se difundió. La buena salud resultó más contagiosa que las pestes, y las voces de los indignados atravesaron las fronteras dibujadas en los mapas”.

Precisamente, uno de los desafíos no resueltos de la ola global de indignación señalada por Galeano fue la dificultad para lograr una articulación eficaz de resistencias, luchas y aprendizajes colectivos en diferentes escalas de acción. A diferencia de experiencias de lucha como el zapatismo, los movimientos alterglobalización de los 90 o el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, que produjeron prácticas de resistencia ancladas localmente conectadas con los procesos de la globalización neoliberal a escala mundial, los indignados tomaron como principal referente de sus acciones el campo de acción local y estatal. Nos encontramos, pues, ante el problema de poner en práctica lo que Boaventura de Sousa llama una “ecología de escalas” capaz de conectar lo local con lo global y viceversa, más allá de acciones puntuales como la movilización mundial del 15 de octubre de 2011.

La dinámica escalar del 15M sirve de muestra. En Madrid, por ejemplo, la Asamblea Popular de Madrid (APM) ejerce de coordinadora regional entre las distintas asambleas locales, pero a escala estatal apenas hay articulaciones estratégicas entre grupos locales y regionales, y menos aún articulaciones internacionales más allá de manifestaciones ocasionales de apoyo y solidaridad a otras luchas.

Ahora, la confluencia entre el 15M y la Nuit Debout francesa brinda una valiosa oportunidad para, por un lado, repensar el potencial de contestación de los movimientos europeos y, por otro, internacionalizar la protesta en el continente, donde ciudades como Bruselas, Ámsterdam, Berlín o Barcelona ya han celebrado sus Noches en pie. Lo que está en juego es la posibilidad de generar una política de alianzas y aprendizajes recíprocos entre los movimientos que han ido surgiendo en los últimos años en Europa para enfrentar las estructuras de poder del sistema desde mayores niveles de acción. Un guante que ha recogido Yanis Varoufakis con su propuesta de lanzar el Movimiento por la Democracia en Europa 2025 (DiEM25).

Más allá de las diferencias y especificidades entre estos movimientos, hay un factor desencadenante de la acción colectiva que vincula lo local y lo global: el colapso del neoliberalismo y la adopción de estrategias de empobrecimiento y sometimiento de la población, basadas en el despojo de derechos a las clases trabajadoras y populares en nombre de la austeridad, la dictadura bancaria, la criminalización de la protesta, la industria de la guerra, el auge de populismos fascistoides y el cierre democrático de Europa.

La vía de escape es estrecha y cada vez menor. Estamos entrando en un momento de peligro en el que Europa corre el riesgo de convertirse en un espacio de libre fascismo. La victoria del FPÖ en la primera vuelta de las elecciones presidenciales austríacas no es un fenómeno aislado. La extrema derecha toma impulso en Europa: en Francia, con el pujante Frente Nacional de Marine Le Pen; en Alemania, donde la Afd está presente en las cámaras territoriales de seis Länder; en Reino Unido y Holanda, donde el UKIP y el PPV, respectivamente, propagan discursos racistas, por no hablar de Grecia, Polonia, Dinamarca, Suecia, Hungría, Finlandia o Eslovaquia.

La lucha contra la amenaza que se cierne sobre Europa exige dinámicas de acción supranacional. Será difícil si estas no van acompañadas de una revolución del sentido común europeo que rompa con los parámetros financieros, racistas y autoritarios por los que se rige la actual Unión Europea. Es lo que a escala estatal hizo el 15M al crear un sentido común que desenmascaraba la apropiación de las instituciones representativas por parte de las élites de la economía y la política al tiempo que lanzaba un mensaje esperanzador: podemos llevar la democracia a las calles. Más que en el Parlamento, símbolo de la ficción democrática capitalista, las fuerzas del cambio vibraban en las calles y plazas de la indignación.

La batalla por el sentido común debe librarse también e inevitablemente en la escena europea, donde la transformación social, política e institucional será efectiva si se apoya en un sorpasso mental, ideológico y afectivo convencido de la necesidad de desarrollar formas de relación social en contra y más allá del capitalismo. En varios aspectos no existe aún un sentido común europeo de lucha lo suficientemente global y persuasivo. Lo evidencian problemas como la deuda ilegítima (a menudo enfocada desde una perspectiva estatal y no europea) o la pasividad ante la crisis de los refugiados, reflejo de un poso colonial que no se puede ignorar. La promoción del internacionalismo indignado dentro y fuera de Europa pasa por construir narrativas comunes frente a la brutalidad que el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado imprimen cotidianamente en nuestras mentes y cuerpos. El 15M es, en este sentido, una narrativa inacabada. Representa aquí una metáfora del buen sentido común emergente que puede alimentar el inconformismo y la insurgencia.

Casi al tiempo en que estallaban las revueltas populares de 2011, echaba a andar en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra el proyecto de investigación “ALICE – Espejos extraños, lecciones imprevistas: definiendo para Europa un nuevo modo de compartir las experiencias del mundo”. El proyecto toma como fuente de inspiración el personaje de Lewis Carroll, que en sus obras introduce la posibilidad de combinar lógicas paradójicas que desafían el sentido común dominante. Cuando Alicia se adentra en el País de las Maravillas, adquiere la cualidad de hacerse inmensamente grande o pequeña. Cuando cruza al otro lado del espejo, la lógica espacial convencional se retuerce y tiene la capacidad de acercarse y alejarse a la vez. Carroll problematizaba así el mencionado reto de las escalas. En realidad, los cambios de tamaño que experimenta Alicia no son muy distintos de los del 15M, a veces simultáneamente más grande y a veces más pequeño. De lo que se trata es de poner en común el juego de escalas y darle consistencia, de aprender a tejer en red sentidos comunes todavía dispersos para que los cambios de tamaño redunden a favor de la confluencia y la acción transformadora eficaz.

 

[Fuente: Eldiario.es]

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2016

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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