La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Salvador López Arnal
Entrevista a Giaime Pala sobre “Cultura clandestina. Los intelectuales del PSUC bajo el franquismo"
Giaime Pala es doctor en Historia por la Universidad Pompeu Fabra y profesor asociado en la Universidad Autónoma de Barcelona y en la Universidad de Girona. Forma parte del consejo de redacción de la revista Mientras tanto.
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Tu último libro ha sido publicado por Comares, Granada, 2016. Mi más sincera felicitación. Me centro en él si te parece, admitiendo de entrada que son centenares las preguntas que suscita tu excelente ensayo (¡no podré formularlas todas por supuesto!). Empiezo por el título ¿Por qué “cultura clandestina”?
Escogí el título Cultura clandestina porque, a través del libro, quería averiguar qué significaba hacer cultura militante en un partido ilegal. Es decir, producir cultura en el marco, y en función, de un proyecto político destinado a modificar el statu quo, y por eso mismo perseguido por los aparatos de seguridad del franquismo. Hacer cultura en un contexto democrático tiene poco que ver con hacerlo bajo una dictadura. Y más si quien la hace pertenece a un partido revolucionario como el PSUC. La clandestinidad pesó enormemente en la vida de los intelectuales comunistas: les impidió mantener una relación fluida y sosegada con el resto de compañeros y la dirección en el exilio, endureció la vida interna de la organización e influyó en sus decisiones políticas, dificultó el desarrollo de carreras académicas y costó años de cárcel a algunos de ellos, orientó los intereses de los intelectuales hacia algunos temas más que otros, etc. En definitiva, la clandestinidad, consecuencia de la adhesión a la lucha antifranquista, fue un elemento de peso en la labor cultural-política de aquellas personas y es el hilo rojo que recorre todas las páginas del libro. De modo que el libro trata tanto de la producción cultural como de las características de la militancia de aquellos intelectuales. Vamos, de su teoría y de su práctica militante. No se entiende la una sin la otra.
El término “intelectuales” que usas en el subtítulo, ¿a qué grupos sociales se refiere? ¿Qué tipo de intelectuales eran los intelectuales militantes de aquellos años?
Los intelectuales del PSUC eran —y se veían ellos mismos como— intelectuales de tipo gramsciano, es decir “orgánicos”. En efecto, para Gramsci los intelectuales no son un grupo social independiente, sino que cada clase social (a través de sus organizaciones políticas y sindicales/patronales), para asentar una propia función en la producción económica forma a sus intelectuales, quienes, además de su tarea profesional, proporcionan a su clase homogeneidad política y conciencia de sí en la escena social. Con lo cual, el intelectual orgánico no es, como piensan muchos, sólo un intelectual “politizado” ni necesariamente tiene que proceder de las capas sociales al que se dirige políticamente su partido. Es una persona que apuntala, con sus capacidades y conocimientos, un proyecto de clase determinado al cual se adhiere libremente. En el caso de los intelectuales del PSUC, un proyecto político pensado por y para las clases populares.
¿Por qué te has interesado específicamente por los intelectuales del PSUC? ¿Alguna característica especial y destacada? ¿No hubo intelectuales importantes en otras fuerzas de la oposición antifranquista de orientación socialista y comunista?
Desde luego que los hubo. Pero a mí me interesaban los intelectuales del PSUC porque, como te he dicho, además de averiguar qué significaba hacer cultura en la clandestinidad partiendo de su caso concreto, quise investigar, para mi tesis doctoral, al PSUC durante el franquismo. Y consideraba que no era posible trazar un retrato convincente de este partido sin conocer también a sus intelectuales, que fueron muchos y de talento. El libro, pues, tiene su origen en una parte de mi tesis.
¿Fue tan importante el PSUC durante el franquismo? ¿No exageramos en ocasiones?
Digamos que fue importante en la medida en que adquirió consistencia cuantitativa y cualitativa, es decir, a partir de mediados de los años cincuenta. Antes fue una organización pequeña, permanentemente golpeada por la policía y con una limitada capacidad de acción. Para decirlo gráficamente, el PSUC fue: 1) marginal en los años cuarenta; 2) incisivo en los cincuenta, cuando supo crear nuevas y activas células de obreros, estudiantes e intelectuales; 3) importante en los sesenta, ya que contribuyó decisivamente a la creación de movimientos como Comisiones Obreras, el Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona y la Comisión Coordinadora de Fuerzas Políticas (que dio vida a la política unitaria en Cataluña); y 4) fundamental para crear una dinámica de fuerte oposición política en los últimos años del franquismo.
Por lo demás, ¿los intelectuales del PSUC tuvieron vinculaciones con los intelectuales del partido hermano, PCE? ¿Cabe separarlos o trazamos una ficticia línea de demarcación para estudiarlos mejor? Si quieres, más en general, ¿el PSUC fue durante el franquismo un partido autónomo del PCE?
Los intelectuales del PSUC fueron mucho más autónomos de los intelectuales del PCE que la dirección del PSUC respecto de Santiago Carrillo. Me explico. Los intelectuales de Barcelona desarrollaron su labor en completa autonomía, aunque, como no podía ser de otro modo, establecieron contactos y formas de colaboración con los intelectuales del PCE de Madrid. El mismo Jorge Semprún, organizador de los intelectuales comunistas madrileños, apenas intervino en la vida interna del Comité de Intelectuales de Barcelona y en la línea editorial de sus publicaciones. De manera que fueron mucho más autónomos del PCE que la dirección del PSUC, la cual nunca tomaba decisiones de envergadura sin consultar a Carrillo. Es más, como expliqué en otro libro dedicado a la política unitaria de los comunistas, los dirigentes del PSUC insistieron durante años en integrar formalmente al PSUC en el PCE por aquello de “Un Estado, un partido”. Si no llegó a realizarse tal operación fue por Carrillo, quien, inteligentemente, siempre tuvo claro el potencial de la marca “PSUC” en Cataluña.
Dos preguntas por capítulo (aunque me queden muchas cosas en el tintero como te decía antes). En el primer capítulo hablas de una publicación de la que apenas se ha hablado hasta ahora, Cultura Nacional. ¿Cuándo se publicó, quiénes la publicaban y escribían en ella? ¿Se leía en el “interior”? ¿Sólo en catalán como en el caso de Nous Horitzons?
Cultura Nacional se publicó entre 1954 y 1955, es decir, antes de que entraran en el PSUC los primeros intelectuales de Barcelona. Escribieron en ella sobre todo los cuadros del partido residentes en Francia o en los países del socialismo real. Y no creo que tuviera una buena circulación en Cataluña, más allá de las copias que debieron de recibir los militantes. Estaba escrita en catalán, como también lo serían todas las demás publicaciones culturales del PSUC.
Te cito: “El interés que pueda tener el análisis de los contenidos de Cultura Nacional reside en la lectura historiográfica de las señas de identidad de una concepción de la cultura con arraigo en el humus ideológico estaliniano”. ¿Cuáles eran esas señas de identidad en el caso concreto de CN?
Pienso en el elogio desmedido de sus dirigentes (versión pálida del culto a la personalidad que entonces aún se practicaba en muchos partidos comunistas), en la violencia verbal de sus críticas y juicios, en el apego a un realismo literario y a un figurativismo artístico demasiados esquemáticos, y en unas loas al sistema soviético que hoy parecen exageradas incluso teniendo en cuenta los parámetros políticos de los comunistas de la época. Cultura Nacional fue el fruto más evidente de la cultura del PSUC antes de que Jruschov criticara, en el XX Congreso del PCUS de 1956, algunas de las categorías estalinianas que habían caracterizado la vida del movimiento comunista internacional.
Un paso de la presentación —que tú mismo citas— del número 1: “Fortaleceremos y desarrollaremos la personalidad de la cultura nacional catalana y los vínculos indisolubles con los que el proceso histórico nos ha unido al tesoro inconmensurable de la cultura de los otros pueblos de España, que al mismo tiempo también es patrimonio nuestro”. Igual leo muy mal, pero interpretado desde la situación actual —o incluso desde cualquier otra situación— no está nada mal en mi opinión. La izquierda ha solido decir cosas parecidas a lo largo de estos años.
Sí. Históricamente el PSUC fue el partido catalán que mejor supo ligar el desarrollo de la personalidad nacional de Cataluña con una visión republicana, federal y culturalmente enriquecedora de España. El mismo derecho a la autodeterminación de Cataluña era visto por los militantes del PSUC como la mejor vía para reforzar la fraternidad y unión de los pueblos de España sobre la base de la libre y voluntaria asociación política.
En la página 16 haces un pequeño homenaje: “Los Armando López Salinas, Antonio Ferres, Jesús López Pacheco, Alfonso Grosso o el primer Luis Goytisolo, protagonizarían un tipo de escritura hoy injustificadamente menospreciada pero cuya estética se nutría del periodismo de investigación, de la fotografía de denuncia y del cine comprometido de la primera mitad de los cincuenta”. ¿Qué papel jugó esa literatura asociada al realismo social? ¿Por qué crees que —salvo excepciones: Belén Gopegui, David Becerra, Constantino Bértolo por ejemplo— es, sigue siendo tan menospreciada actualmente?
Aquella literatura tuvo un impacto extraordinario en la generación de jóvenes que se iban haciendo antifranquistas los años cincuenta y sesenta. Éstos encontraban en aquella una literatura adherente a sus necesidades y su deseo de descubrir realidades sociales ocultadas o deformadas por la propaganda franquista; una literatura fresca y al mismo tiempo rabiosa y deseosa de intervenir en la escena pública. Cierto: aquellos autores no tenían el talento narrativo y lingüístico de un Juan Benet, un Sánchez Ferlosio o un Luis Martín Santos. De ahí los juicios tan negativos de una parte de la crítica literaria. Pero eran buenos narradores y excelentes despertadores de conciencias.
El capítulo 2 lleva por título “Creación y despliegue de intelectuales del PSUC”. ¿Por qué tantos jóvenes intelectuales se aproximaron en aquellos años cincuenta a un partido tan duramente perseguido y castigado, y con tan escasa militancia? ¿Cuáles eran sus orígenes sociales? ¿Se la estaban jugando y querían militar en un partido que no les podía garantizar nada? ¿Por qué?
A mí me interesaba sobre todo comprender los motivos que llevaron a la militancia activa a esos primeros intelectuales que entraron en el PSUC en 1956-1957. Porque, a diferencia de los que vendrían después, no tenían referentes políticos ni ayudas para conectar con el partido. Se trataba, sin duda, de jóvenes inteligentes que ejercerían un papel notable en la vida cultural catalana de las décadas siguientes: Manuel Sacristán, Jordi Solé Tura, Josep Fontana, Joaquín Jordá, Luis Goytisolo, Arnau Puig, Octavi Pellissa, Salvador Giner, Víctor Mora, Francesc Vicens, entre otros. Pues bien, éstos se hicieron comunistas por motivos culturales y no de clase. En efecto, la gran mayoría de ellos procedía de familias de la pequeña y mediana burguesía catalana. Y algunos, hasta de la alta burguesía perteneciente al bando de los vencedores de la guerra civil. Pero, como te decía, se politizaron sobre todo por inquietudes de tipo cultural que no podían verse satisfechas en el clima mezquino y estepario de la época. Unos chicos tan inquietos, brillantes, deseosos de hacer y de aprender cosas nuevas no podían esquivar el conflicto con las estructuras y el ambiente mefítico que imponía el régimen. Y de la cultura pasaron al activismo clandestino, sin solución de continuidad. Lo hicieron en el PSUC, que en 1956, cuando todavía no se había formado ni el Front Obrer Català, era el único partido de izquierdas real y que “hacía algo”. Soy de la opinión de que, en un contexto democrático, alguno de ellos habría escogido organizaciones diferentes. Pero entonces no había mucha elección. Y, en todo caso, sabían que iban a encontrar en el PSUC un instrumento para incidir en la vida real. Lo interesante es que ingresaron en él siendo conscientes del precio que podían pagar por ello. No eran unos aventureros. Sabían que se la jugaban. En los años cincuenta, los militantes arrestados pasaban por la justicia militar y podían recibir penas más duras que las que dictó el Tribunal de Orden Público, que era civil, a partir de 1963. Aún así, se metieron de lleno en la lucha. Probablemente el mejor documento para entender las sensaciones y el clima que vivieron aquellos jóvenes son los recuerdos y notas personales que, muchos años después, redactó silenciosamente Octavi Pellissa y que publicó hace años El Viejo Topo. Un testimonio interesantísimo que, no sé por qué, no despertó el interés que se merecía.
Hablamos de mediados de los años cincuenta. ¿Fueron críticos sobre lo sucedido en Hungría en octubre-noviembre de 1956? ¿Podían serlo?
No lo fueron ni podían serlo. Cuando se produjo la invasión soviética de Hungría aquellos intelectuales llevaban tan sólo unos meses de militancia y tenían un entusiasmo a prueba de bomba. Aceptaron la explicación que dio el partido de aquel hecho, es decir, un movimiento contrarrevolucionario que quería desestabilizar el régimen socialista húngaro, y no se formularon preguntas incómodas. Doce años después, y siendo ya más maduros y formados, su juicio sobre la invasión de Praga por parte de las tropas del Pacto de Varsovia sería mucho más duro y razonado.
Haces referencia a la tendencia obrerista de los intelectuales en uno de los apartados de este capítulo. ¿Cómo hay que entender esa tendencia?
Era la tendencia del neófito marxista que tiene una visión mítica del obrero como sujeto protagonista del cambio social. Durante unos cuantos años, los intelectuales del PSUC se avergonzaron de ser intelectuales y de no militar codo con codo con sus camaradas obreros. Creían que la única militancia digna de valor fuera la que se realizaba en las fábricas. Y estaban tan convencidos de la pugnacidad de la clase obrera del área metropolitana de Barcelona, que hasta llegaron a proponer a sus dirigentes una suerte de “propaganda por el hecho”, es decir, acciones armadas o cuando menos violentas. Fue el Comité Ejecutivo del partido, que tenía una visión mucho más realista del clima que se respiraba en las fábricas por los informes que recibía de sus células obreras, el que tuvo que empujarles a hacer un trabajo de tipo cultural.
Hablas en el capítulo 3 de la apuesta por una cultura nacional-popular. ¿No era un poco quimérico teniendo en cuenta la fuerza real de la intelectualidad próxima al Partido?
Visto el asunto con conocimiento de causa, lo era. Pero ellos estaban seriamente convencidos de que el partido iba a saber construir un bloque social capaz de acabar con la dictadura en un plazo relativamente breve. Liso y llano: pensaban que la ruptura política sería cuestión de años y no de lustros. Y que, en el marco de un proceso de revolución democrática, iba a ser posible no sólo normalizar la lengua y la cultura catalanas, sino también transformar su carácter y ampliar su base social.
Si tuvieras que elegir una sola aportación, ¿qué destacarías del papel jugado por Nous Horitzons? Añado: ¿se conoce el alcance de la publicación? ¿Quiénes leían la revista?
De entrada, hay que decir que, en los años sesenta, Nous Horitzons llegaba a toda la intelectualidad antifranquista catalana, que en la primera mitad de los sesenta reunía a unas quinientas personas. Para entendernos, la recibían incluso los monárquicos conservadores pero demócratas como Antonio de Senillosa. Esto lo sabemos por el elenco de suscriptores que se conserva en los archivos. El problema es que, al ser una revista publicada legalmente en México pero de facto prohibida en España, los intelectuales catalanes no comentaban públicamente sus artículos ni podían polemizar con ellos desde otras publicaciones. Aun así, el partido recibía noticias de que sus textos eran leídos y discutidos en Cataluña. Por otra parte, de esta revista yo destacaría sobre todo un punto: fue un ágora en que muchos activistas del PSUC se formaron como intelectuales y donde se curtieron en un trabajo editorial que tuvo continuidad en otros núcleos de agitación cultural durante el tardofranquismo y la Transición. No creo que se pueda entender sin ella a otras publicaciones culturales y políticas como, por ejemplo, Construcción, Arquitectura, Urbanismo, Taula de canvi, Recerques, Materiales o Mientras tanto.
Del cuarto: mirado con perspectiva histórica, ¿fue realmente un fracaso la convocatoria de manifestación en Canaletas tras el asesinato de Grimau?
Sí, para mí fue un fracaso. Y también un error. La idea de organizar una manifestación en la Rambla de Canaletas de Barcelona vino del Comité de Intelectuales y fue aprobada por la dirección de París. Se consideraba que era un deber moral “hacer algo” para protestar por el asesinato de Grimau. Pero desde el principio los intelectuales constataron que ni los obreros del partido querían saber nada de esa manifestación, al considerarla un acto aventurista que sólo podía provocar detenciones policiales inútiles y peligrosas. Recordemos que el partido venía de años muy duros, en los que fue repetidamente golpeado por la policía a través de la detención de numerosos cuadros importantes. A mayor abundamiento, los núcleos políticos socialistas y nacionalistas que prometieron al PSUC personarse en Canaletas, no lo hicieron. Es por esto por lo que al final se congregaron en la Rambla tan sólo unas pocas decenas de intelectuales y estudiantes del PSUC, una buena parte de los cuales fue detenida (y fichada) por la Brigada Político-Social. Este fracaso desmoralizó a los intelectuales comunistas. Y, puesto que los medios de comunicación no dieron noticia del acto, casi nadie supo de él en la ciudad.
¿Se puede hablar de caza de brujas en el PSUC tras la expulsión de Claudín-Semprún? ¿Se comportó la dirección del PSUC según métodos y procedimientos estalinistas?
Se puede hablar de caza de brujas en relación con lo que sucedió en París, donde la dirección del PSUC no dudó en investigar a las células de la ciudad para averiguar el número de simpatizantes de las posiciones de Claudín y Semprún. Y donde se produjeron no pocas expulsiones. Pero el caso de los intelectuales de Barcelona es algo diferente: puesto que éstos no aceptaron las motivos oficiales para justificar las expulsiones de los dos dirigentes del PCE y pidieron insistentemente sus tesis para discutirlas a fondo, el Comité Ejecutivo del PSUC pensó —equivocadamente— que estaban protagonizado una especie de amotinamiento político para hacerse con las riendas de la organización. Lo cual activó una reacción antiintelectual muy fuerte en los dirigentes y la ruptura de todo tipo de contacto con el Comité de Intelectuales. Fue un pulso largo y que habría acabado con un buen número de expulsiones si los intelectuales no hubiesen acatado la versión oficial según la cual las tesis de Claudín y Semprún eran “revisionistas” y atentaban a la unidad del partido. Los métodos y procedimientos de la dirección del PSUC no fueron “estalinistas” —yo reservaría este adjetivo para calificar determinadas conductas y decisiones del PCE/PSUC en los duros años cuarenta—, pero sí autoritarios.
A pesar de que podían ir más lejos, ¿no fue valiente la dirección del PSUC —y del PCE— tras la invasión de Praga por las tropas del Pacto de Varsovia? ¿No fue demasiado exigente la intelectualidad del Partido, parte de ella cuanto menos, teniendo en cuenta las circunstancias y la situación del Partido?
Más que valientes, las direcciones del PSUC y el PCE fueron inteligentes al “no aprobar” la invasión de Praga. No la condenaron, como querían los intelectuales del PSUC, sino que se limitaron a no aprobarla. Esta fórmula terminológica más edulcorada les permitió no perder el control de la gran mayoría de los militantes de los dos partidos, que estaba totalmente acuerdo con la intervención militar de Moscú. Y si lo estaba es porque el PCE y el PSUC habían sido hasta entonces dos partidos prosoviéticos; es decir, dos partidos cuyas direcciones habían aleccionados a sus bases en una especie de “mito soviético” por el cual la URSS no podía equivocarse en sus decisiones. En cambio, los intelectuales del PSUC hacía tiempo que habían dejado de ver a la URSS como un modelo socialista convincente para una realidad como la española, hasta el punto de que no fueron pocas sus protestas a la dirección por permitir la publicación en Nous Horitzons de artículos simplones e inútilmente enfáticos sobre la URSS. De ahí su divergencia sobre cómo valorar la invasión. Con lo cual, repito, las direcciones del PCE y del PSUC fueron más inteligentes que valientes. Lo valiente hubiera sido empezar a dar antes de 1968 una visión más madura y realista del mundo soviético, tal y como supo hacer el Partido Comunista Italiano (el cual, no por casualidad, controló más fácilmente a su militancia pese a formular un juicio más duro acerca de la invasión).
Hay un militante-filósofo que aparece numerosas veces en tu libro, Manuel Sacristán. ¿Fue tan importante Sacristán en el Partido como a veces algunos solemos creer durante estos años sesenta?
Fue muy importante en el partido y fuera de él. Sacristán fue el intelectual más sólido que tuvo el PSUC a lo largo de su historia. Y el intelectual de izquierdas con más proyección social en Cataluña en los años del franquismo. Tenía una vasta formación cultural y estaba al tanto de los debates culturales europeos gracias a su conocimiento del inglés, francés, alemán e italiano. A causa de su militancia clandestina no llegó a escribir con una cierta continuidad, pero su importancia se debió también a su magisterio universitario y a su labor editorial en Ariel y Grijalbo, mediante la cual pudo oxigenar la vida cultural de la época. Los estudiantes universitarios politizados de los sesenta, no sólo los del PSUC, llegaron a profesarle una auténtica devoción; admiraban su limpieza conceptual y su precisión lingüística, y veían en él al tipo ideal de intelectual comprometido que sabía conjugar la teoría y la práctica militante con seriedad y rigor. Yo diría que hasta finales de los sesenta fue el único “maître à penser” de izquierdas operante en Cataluña.
Un asunto que explicas que es poco conocido (yo lo desconocía por ejemplo): expulsado de la Universidad por motivos políticos, recibe una oferta —tal vez de Sánchez-Mazas— para ir a dar clases de Ginebra. No acepta, decide seguir militando, como en 1956, tras su vuelta de Münster. ¿No hay demasiado espíritu de sacrificio en su forma de enfocar las cosas? Tú mismo dices que estaba exhausto, que no podía más, que su actividad era febril.
Ya sus camaradas de la época notaron en Sacristán una tendencia a concebir la militancia clandestina como sacrificio personal. Hace años, Francesc Vicens me comentó que algunos intelectuales del PSUC hasta hablaron en su caso de tendencia al martirio. Entendámonos: la militancia clandestina implicaba un riesgo personal evidente y del que todos los militantes eran conscientes. Pero es indudable que, mientras duró su fe en la dirección del partido, Sacristán llevó su compromiso político hasta el límite del agotamiento físico y siempre consciente del alto precio que tenía que pagar por ello. No creo que le importase demasiado escribir poco a causa de su militancia absorbente, ni renunciar a la vida académica cuando fue expulsado de la Universidad por participar en la Capuchinada o a trabajar en centros universitarios europeos por quedarse a luchar en España. Es algo que asumió con entereza, en tanto que formaba parte de una elección de vida que hizo en 1956, cuando decidió entrar en el PSUC. El problema, o, mejor dicho, el drama —porque como tal lo vivió él— fue cuando, a finales de los sesenta, se dio cuenta de que, además de la imposibilidad de desarrollarse como docente universitario (profesión por la que tenía vocación), tampoco pudo desarrollarse como intelectual comunista dentro del PSUC. Es decir, como intelectual volcado en la elaboración de pensamiento crítico y en la articulación de un potente frente intelectual del partido capaz de conquistar la hegemonía cultural en Cataluña. En este sentido, Sacristán no obtuvo de sus compañeros del Comité Ejecutivo del PSUC las respuestas que andaba buscando. Él los admiraba como luchadores íntegros, pero constató su incapacidad para pensar —entre otras cosas— la cultura como un ámbito de lucha con notables potencialidades políticas. E interpretó todo esto como un fracaso personal, que además le hundió sicológica y anímicamente. Soy de la opinión de que si Sacristán hubiese vivido desde joven en un contexto de normalidad democrática, y si hubiese militado en un partido comunista como el italiano, que sabía potenciar el talento de sus intelectuales, se habría realizado plenamente tanto como intelectual que como militante.
¿Qué pretendía la propuesta de la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura? Si no ando errado, estuvo vigente, cuanto menos en papeles y propaganda, hasta bien entrados los años sesenta.
En teoría, pretendía ser una propuesta a través de la cual el PCE/PSUC, o en todo caso el movimiento antifranquista en general, conectarían a los intelectuales y profesionales liberales con los trabajadores manuales con vistas a realizar la revolución democrática y antimonopolista. Porque, según el partido, la importancia de la revolución científico-técnica y la creciente proletarización de los trabajadores de la cultura eran factores nuevos que politizaban a los intelectuales. En realidad se trataba de un eslogan atractivo pero políticamente insustancial. Por de pronto porque, como han demostrado los historiadores, la tradición socialcomunista siempre contó en sus filas con intelectuales y trabajadores de la cultura. Vamos, que la politización del intelectual no era ese hecho que veía Carrillo en los años sesenta. Pero sobre todo porque, si se leen los documentos comunistas, esta alianza no ofrecía directrices para desarrollar un programa cultural consistente o una acción real en los ámbitos de la Sanidad, la Educación y el mundo de las profesiones liberales. En la práctica, cuando hablaba de esta “alianza” el partido se limitaba a analizar los sueldos, las condiciones laborales de los trabajadores de la cultura y la manera de insertarlos en los conflictos sociales de la época. Es decir, se limitaba a hacer política sindical.
Hablas en el capítulo VII del enfrentamiento entre el comité de intelectuales y Gutiérrez Díaz, el que sería posteriormente secretario general del PSUC. ¿No es en cierto modo paradójico? ¿No era el Guti también un intelectual?
Antes de su detención en 1962, Antoni Gutiérrez Díaz militó en la célula de médicos del Comité de Intelectuales por ser pediatra. Pero él no se veía como un intelectual ni sentía, a diferencia de sus compañeros, interés por los debates culturales de la época. Él era un hombre de acción y un militante que daba lo mejor de sí en ámbitos como el de la política unitaria, donde realizó un magnífico trabajo. Quien sugirió a la dirección su nombre como nuevo responsable del Comité de Intelectuales fue Manuel Sacristán en 1966. Pero fue una decisión equivocada, de la que el mismo Sacristán no tardó en arrepentirse: el Guti nunca entendió los problemas y las exigencias de los intelectuales, porque no era el hombre idóneo para ocuparse de ellos ni llegó a gustarle ese cargo. De ahí los violentos conflictos que protagonizó con los miembros del Comité de Intelectuales hasta que la dirección le relevó a principios de 1971. Fue una decisión tomada a destiempo, desde luego. Y que deterioró notablemente la militancia de los intelectuales.
En el epílogo hablas muy elogiosamente de Nous Horitzons. Escribes por ejemplo: “Y el nivel de calidad alcanzado por NH en los años 1960-1963 y, más todavía, en 1967-1971, no tiene comparación con ninguna otra revista cultural del PCE. Ni siquiera con la interesantísima, aunque demasiado escorada hacia la cultura humanista, Nuestras Ideas (1957-1962) de Fernando Claudín y Manuel Azcárate”. ¿No se escoró NH también hacia el mismo ámbito? ¿No fueron predominantemente los artículos políticos, históricos, filosóficos y literarios los muy predominantes en la publicación?
No siempre. Sobre todo en la etapa en que Nous Horitzons pudo contar con una redacción en Barcelona (formada por Sacristán, Josep Fontana, Francesc Vallverdú, Josep Termes, Xavier Folch, Giulia Adinolfi y otros) Nous Horitzons también se ocupó mucho de sociología del trabajo, economía, derecho, agricultura, etc. Lo curioso es que son artículos que los historiadores de hoy no usan para sus investigaciones, pero que son muy interesantes y a veces eran el fruto del trabajo de militantes que acopiaban, con mucho esfuerzo, información precisa acerca de esos temas. En suma, Nous Horitzons fue una revista cultural más completa y madura que las que editó el PCE.
Finalizas con el asunto del V Congreso. ¿Fue tan determinante ese congreso para la evolución, para la ruptura y casi desaparición del PSUC? Tampoco la situación del PCE fue boyante y no tuvo un congreso de estas características.
Aquel congreso, y más en general la implosión del PSUC a principios de los ochenta, representó un hecho traumático para toda una generación de activistas comunistas. Sobre todo porque fue un proceso violento, caracterizado por peleas y discusiones que rompieron amistades y afinidades políticas que se creían consolidadas. ¿Se podía haber evitado? Probablemente no, porque ese congreso fue la cristalización de problemas que venían de lejos y de divergencias internas sobre la política que siguió el PCE/PSUC en los años de la Transición. Con todo, yo creo que el PSUC, aun de haberse mantenido unido y cohesionado, no podía evitar ser redimensionado políticamente a partir de los ochenta. Es decir, no veo cómo podía esquivar la crisis que experimentaron todas las organizaciones comunistas europeas en los años ochenta y noventa debido a la crisis de sus bases obreras, duramente atacadas por las reconversiones industriales acaecidas en todo el continente (y sobre todo en el sur) y por la solidez de la hegemonía cultural y política que supieron construir las derechas neoliberales del mundo occidental. Lo digo porque en la memoria de muchos antiguos militantes es fuerte la sensación de que la historia de la izquierda catalana podría haber sido diferente si aquel PSUC no hubiese entrado en un espiral de lucha fratricida. Yo, en cambio, creo que, además de la dinámica interna española, no hay que olvidar el contexto internacional para explicar la parábola del PSUC.
Unas preguntas finales, sin pedirte largos desarrollos. No citas a Francisco Fernández Buey en el libro si no ando errado. ¿Por qué? ¿No fue un intelectual destacado y muy militante del PSUC?
Porque Paco (le llamo Paco, así, a secas, porque fue mi director de tesis y un amigo) fue hasta 1972 un militante del sector estudiantil, que yo no he analizado en mi libro porque los estudiantes comunistas no eran propiamente intelectuales, sino “intelectuales en formación” que apenas hacían trabajo cultural y que se volcaban más bien en tareas de agit-prop y de organización en las facultades. Hasta que se licenció en 1972, este fue el trabajo que Paco hizo en el PSUC. Después, su militancia fue algo más dispersa en un momento en que el Comité de Intelectuales del Partido fue disuelto. Y, en todo caso, se centró sobre todo en organizar el movimiento, políticamente plural, de los Profesores No Numerarios. Si bien fue un militante estudiantil carismático y escribió algunos textos de interés antes de 1973-1974, Paco emergió realmente como intelectual sólo a partir del inicio de la Transición.
¿La intelectualidad del PSUC tuvo al PCI como modelo? ¿Siempre a partir de los años cincuenta? ¿Sin apenas observaciones críticas?
El mundo al que miraban los intelectuales del PSUC fue, desde 1956, el del PCI. Un mundo más abierto, creativo y culturalmente productivo que el del PCF (que era el referente de los dirigentes del partido). Ello se debió a la influencia de Manuel Sacristán y de su mujer, la hispanista italiana Giulia Adinolfi, que había sido militante del PCI antes de trasladarse a Barcelona para vivir con su marido. Era una mujer culta, respetada y que contribuyó a dar a conocer el comunismo italiano.
¿Qué intelectuales europeos, americanos o de otros lugares del mundo influyeron en los intelectuales catalanes de aquellos años? Te cito tres, por ejemplo: Althusser, Lukács y Geymonat.
Yo mencionaría sobre todo a Gramsci y a Lukács, dos intelectuales leídos y ampliamente discutidos por los intelectuales de izquierdas. Y de quienes tomaron categorías analíticas para desarrollar sus trabajos sobre filosofía, literatura, historia y otros ámbitos. En la segunda mitad de los cincuenta fue fuerte también la influencia de Sartre y, aunque no fuera un autor marxista, de Jaume Vicens Vives, con el que trabajaron militantes del PSUC como Josep Fontana, Jordi Solé Tura o Francesc Vallverdú. A finales de los sesenta, tuvo un cierto impacto el libro del checo Radovan Richta La civilización en la encrucijada. Y a partir de los setenta fue fuerte también la influencia de Althusser y, sobre todo en el grupo de Bandera Roja, Nicos Poulantzas.
Muchos de los intelectuales del PSUC, ¿no se alejaron de la organización cuando vieron que la fuerza institucional más importante se ubicaba en otras siglas y en otras coordenadas político-ideológicas?
Sí. Pero insisto en que no podemos analizar el caso de los intelectuales del PSUC como aislado de las dinámicas políticas europeas. A partir de principios de los años ochenta, y paralelamente a la ya mencionada crisis que experimentaron muchos partidos comunistas, se asistió en toda Europa al tránsito de numerosos intelectuales comunistas hacia los partidos socialdemócratas. Un fenómeno que se aceleró con la caída del muro de Berlín. El único partido comunista que consiguió mantener hasta 1989 un notable poder de atracción hacia los intelectuales, esto es, el Partido Comunista Italiano, optó por disolverse y transformarse en una organización ligada a la Internacional Socialista. Y a inicios de los noventa, el Partido Comunista Francés ya no seducía a la intelectualidad francesa. Demasiado a menudo, el mundo comunista interpretó este fenómeno en términos de “oportunismo” político. Pero sería reductivo limitarnos a esta explicación. También deberíamos considerar otros factores: la idea que un cambio social radical se había vuelto inviable (o sea, el llamado “desencanto”) y que era mejor actuar en partidos más moderados, un clima de restauración ideológica neoliberal al que no fue fácil oponerse, la oferta de trabajo público cualificado y de plazas académicas que mantuvieron los partidos socialdemócratas hasta prácticamente el inicio de la presente crisis (y que creó consenso en la intelectualidad europea), etc. Todos estos son temas que deberían ser estudiados en una óptica comparada y que nos dirían mucho acerca del presente. Porque, con su aceptación da la política austeritaria de la Unión Europea —que ha comportado el empobrecimiento de la clase media intelectual y la dificultad para hacer carrera académica— los partidos socialistas tienen ahora enormes dificultades para conectar con la joven intelectualidad progresista.
¿Quieres añadir algo más?
Darte las gracias por invitarme a hablar del libro y, así, recordar a intelectuales que contribuyeron a crear, con mucho esfuerzo y riesgo personal, una cultura democrática en este país.
[Entrevista publicada en tres partes en mayo de 2016 en Rebelión]
28 /
5 /
2016