¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Una muerte feliz
Trotta,
Madrid,
108 págs.
Ascensión Cambrón
Una muerte feliz recoge los planteamientos y propuestas del destacado teólogo acerca del final de la vida humana. Dicho con sus propias palabras, “mi libro no aspira a aclarar definitivamente la compleja cuestión de la eutanasia, sino que más bien pretende contribuir a un proceso de debate continuo y a aportar la voz de un teólogo cristiano afectado él mismo de una manera existencial por esta problemática” (p. 14).
Hans Küng es un teólogo católico de reconocido prestigio. Nacido en Sursee (Suiza) en 1928, estudió filosofía y teología en Roma y París. A partir de 1960 fue catedrático de Teología Ecuménica en Tubinga (Alemania). Participó activamente en el Concilio Vaticano II y en 1979 el papa Juan Pablo II le retiró la licencia eclesiástica para seguir impartiendo la docencia. Pasó entonces a ser catedrático emérito, dedicando las últimas décadas a la investigación y reflexión sobre las religiones, la teología y, de manera muy intensa, a la búsqueda de la fundamentación de una ética global, capaz de unificar y aglutinar a todas las religiones. En esta línea se inscriben sus múltiples libros —en su mayoría publicados en castellano por la editorial Trotta—, eruditos y críticos con las actitudes dogmáticas de los representantes de la Iglesia. A su vez, ha recibido duras descalificaciones de las jerarquías católicas, a pesar de las cuales Hans Küng ha permanecido fiel a sus creencias hasta el presente.
Su trayectoria existencial se vio profundamente afectada por la enfermedad de su hermano Georg, de 22 años, a quien en la década de los cincuenta le fue detectado un tumor cerebral inoperable que derivó en tratamientos terapéuticos agresivos y prolongados, estancias hospitalarias y quimioterapia. Los médicos le dieron finalmente por desahuciado. Según palabras de Küng, “su estado va empeorando cada vez más. Un proceso de muerte terriblemente lento, con plena conciencia de la situación. Tras un largo año de sufrimiento, se asfixió por acumulación de agua en los pulmones” (p. 43).
Este hecho desgraciado le hizo reflexionar y preguntarse a sí mismo: ¿es esta la muerte querida por Dios, “dispuesta por Dios”? Y Hans Küng se respondió a sí mismo: “Ninguna persona debe tolerar todo eso necesariamente hasta el final, como si fuera querido por Dios”. Se trataría de algo que no resulta “agradable a Dios” ni “enviado por Dios”. “Esta convicción se ha consolidado en mí con el paso de las décadas. Y con ella, también esta otra convicción: no quiero morir como mi hermano […], ni tampoco quiero que otras personas tengan que morir así” (p. 42). El teólogo añadía: “Nadie va a hacerme creer que por la voluntad de Dios tendría yo que aceptar finalmente una vida en un nivel vegetativo y, precisamente, como cristiano que soy, tampoco quiero que se les haga creer eso a otras personas afectadas”.
La exposición de esta experiencia que el teólogo relata en el libro que comentamos resulta significativa para situar su preocupación por las condiciones del morir en la sociedades actuales. Sin embargo de la lectura del libro no se concluye que el objeto del mismo esté justificado sólo por el sentimiento generado con la muerte de su hermano. La reivindicación y justificación de la eutanasia y del suicidio asistido que hace su autor en este y en otros escritos anteriormente está fundada en principios filosóficos, morales y teológicos propios de la religión católica.
Es precisamente en nombre de su fe por lo que reclama el derecho al suicidio asistido y a la eutanasia (“Justamente porque creo en la vida eterna tengo el derecho, si llega el caso, de decidir cuando morir”); y, en tanto que creyente, justifica y defiende un final de la vida digna del ser humano, porque “un Dios que impidiera al hombre poner fin a su vida cuando su vida sólo le ofrece cargar el tiempo que le queda con cargas insoportables, no sería un Dios amigo del hombre”. El teólogo habla en nombre propio y no quiere imponer nada a nadie. Sin embargo reivindica con delicadeza y matices el derecho a partir para quienes no pueden vivir más y desean morir con lucidez y determinación.
El libro contiene, a su vez, una descripción amena y clarificadora de las modificaciones que ha experimentado el paradigma político, jurídico y ético al que estamos vinculados, por los efectos de las biociencias en general y de la medicina en particular. Esas modificaciones son visibles en las prácticas y en los discursos biopolíticos que apuestan por vindicar un nuevo derecho individual a la eutanasia y al suicidio asistido. No obstante, Hans Küng considera que el discurso de la jerarquía católica, de los “funcionarios de la Iglesia”, ignora estas modificaciones trascendentes. Y puede ser esta la razón por la que aquéllos persisten obstinadamente en ignorar la justicia del nuevo derecho individual a la eutanasia. El teólogo católico se esfuerza así en comunicar al pueblo cristiano que es posible otra versión más humana respecto al nacer y al morir. Insiste, sin embargo, en la necesidad de que las jerarquías de la Iglesia y los católicos han de modificar “a tiempo” sus concepciones sobre el nacer y el morir a fin de no incurrir en errores, como ha ocurrido en otras ocasiones respecto a la vida, la anticoncepción, o al suicidio [1].
El objeto de Una muerte feliz se asienta en dos principios de profundo significado. El primero queda enunciado del modo siguiente: “Si todos tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida, ¿por qué habría de cesar esa responsabilidad en la última fase de la misma?”. Y el segundo: “En tanto que cristiano, creyente en la vida eterna, hago un llamamiento en favor de cada cual para decidir responsablemente el momento y la forma de su muerte”. El teólogo asienta ambos principios sobre los presupuestos de todas las religiones y tradiciones éticas: el respeto profundo a la vida que nos ha sido transmitido en el mandamiento de “no matarás” y de cuyas consecuencias derivan los siguientes predicados éticos. Por un lado, el de que toda persona tiene derecho a la vida, a la integridad física y al libre desarrollo de su personalidad, siempre que no vulnere los derechos de los demás. Y, por otro, el de que ningún ser humano puede torturar a otros —ni psíquica ni físicamente—, herirlos y, mucho menos, quitarles la vida.
No obstante, el autor añade una circunstancia significativa al considerar que “precisamente porque la persona humana es infinitamente valiosa y hay que protegerla, hasta el final de sus días, debemos reflexionar detenidamente acerca de lo que esto significa en la era de la medicina de alta tecnología que es capaz de provocar la muerte de manera indolora la mayoría de las veces, pero que en muchos casos también puede aplazarla considerablemente”.
Este es el programa que el teólogo, como “cristiano y católico”, se propone desarrollar en el libro. Se trata de una tarea de gran complejidad, que implica justificar la eutanasia y el suicidio asistido en un contexto en el que no existe consenso en relación a sus modos y maneras y a la carga emocional y política que acompaña el asunto. Precisa además el autor que ha reflexionado sobre estas cuestiones en escritos anteriores, tanto en su Proyecto de Ética Mundial (2013), como en el publicado en colaboración con Walter Jens, Morir con dignidad (2004, 2ª ed.). No obstante, aunque en un escrito anterior se ha ocupado de la defensa expresa del respeto a la vida, en ellos no se produce un posicionamiento expreso a favor de la eutanasia; porque “respecto a este tema no hay consenso alguno entre las diferentes religiones, ni en cada una por separado”. En Una muerte feliz, sin embargo, confiesa que su posicionamiento sobre la eutanasia está motivado, además de por razones teológicas, por un asunto sumamente personal: él mismo está afectado por el enfermedad de Parkinson. Consciente de las dificultades que puede ocasionarle esa enfermedad al final de sus días, solicita el “apoyo” a sus seguidores y un “esfuerzo para comprenderlo” a los que disienten. Reitera que con esta publicación no pretende esclarecer de manera definitiva la compleja cuestión de la eutanasia, sino contribuir a un proceso de debate continuo, aportando la voz de un teólogo cristiano, afectado de una manera existencial por esta problemática (p. 14).
El libro es considerado por el autor como un post-scriptum respecto a sus obras anteriores por dos razones: porque se trata del «cierre» de ellas y, además, por la especial circunstancia en que se ha desarrollado su redacción, internado en un hospital y con graves dolencias que lo mantuvieron al borde de la muerte. Es decir, el autor cierra con este texto el tema de la muerte feliz, justificando el derecho —también de los católicos— a decidir con responsabilidad cuándo y cómo hacerlo [2]. Finaliza este libro en un momento clave de su vida, en agosto de 2014, cuando creyó que había llegado su momento final ante la grave progresión de la enfermedad de Parkinson que le destruía. En esa crucial circunstancia, Hans Küng aceptó un tratamiento terapéutico intensivo que le permitió recuperar el control de su vida. Una decisión que le manifestó a posteriori la paradoja en la que quizá había incurrido, “dejando pasar su momento”. Esta circunstancia personal le empujó de este modo a plantearse, en conversaciones con su editor Piper Verlag, la pertinencia de la publicación del libro, consciente de que como autor “había fallado dejando pasar el momento”. El editor le respondió que el texto de Una muerte feliz había que publicarlo porque en él se expresaba un ideal y, como se sabe, “el ideal no es de este mundo”.
En la estructura del libro se pueden distinguir las siguientes partes. En primer lugar, el autor inicia su discurso con un prólogo personal a modo de introducción en el que, además de justificar el objeto de su reflexión, trata de responder a esta interrogación fundamental: ¿Puede ser una felicidad o una suerte morir? Para responder, el teólogo realiza algunas precisiones que justifican la complejidad e interés del hecho de morir. En particular, describe las muertes de su hermano Georg y de su amigo Walter Jens. Fueron agonías terribles, como las que les acontecen a los miles de ciudadanos ingresados en hospitales, que se ven obligados a suicidarse “brutalmente” por no disponer de un médico que les ayude a acabar con sus sufrimientos físicos y psíquicos. Considera, además, que una muerte feliz es la que sobreviene de manera consciente y con capacidad para despedirse digna y humanamente de los seres queridos. “Morir feliz no significa para mí una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una completa conformidad, una profundísima satisfacción y una paz interior”. Añade, asimismo, que el significado de eu-thanasia, es el de muerte “buena”, “correcta”, “bella”, “feliz”, y no el de esa expresión de la que abusaron de manera infame los nacionalsocialistas (p. 14). Se trata de un requiescat in pace, de una situación real en la que mueren muchas personas, que está fundamentada “en la esperanza de una vida eterna finalmente lograda en otra dimensión de la paz y la armonía, del amor verdadero y de la felicidad permanente. Esta es mi idea de un tránsito feliz hacia la muerte, de la cual me he nutrido en la Biblia” (p. 17). Con esta idea pretende dejar claro que su “tránsito feliz” nada tiene que ver, como han pretendido sus difamadores, con el suicidio arbitrario.
Considera también el autor estar muy distante de los representantes del “dogma eclesiástico”, de quienes discrepa porque “no han entendido que nuestra comprensión tanto del comienzo como del final de la vida se halla en medio de un extraordinario cambio de paradigma” y, por la tanto, no se puede evaluar “con el aparato conceptual e imaginativo de la Edad Media, ni con la ideología teleológica ortodoxo-protestante”. Propone por ello que para enjuiciar el tema de la muerte es necesario tener en cuenta la prolongación de la esperanza de vida a causa de la progresión y generalización de la medicina y la higiene modernas. Mas también debido a las correctoras visiones premodernas de los límites de una medicina que actúa y argumenta de una manera puramente técnico-científica. Ambas cuestiones han aumentado la necesidad de cimentar una ética humanitaria de una medicina global, a lo cual puede contribuir “la Iglesia del papa Francisco que apuesta por un apoyo compasivo” a los enfermos terminales.
El libro reproduce en una segunda parte la conversación con la periodista Anne Will, emitida el 20 de noviembre de 2013 por la ARD, el primer canal de la televisión pública alemana (y repetida por el canal Phoenix, el 2 de diciembre de 2014). En ella se recogen las preguntas de Anne Will y las respuestas de Hans Küng, de las que entresaco algunas por su interés intrínseco en relación al tema de la eutanasia y el suicidio asistido.
Si la enfermedad lo transforma ¿recurriría a la eutanasia?
Sólo entonces sabré que mi vida se ha completado, que no tengo ya ninguna misión que cumplir, que ha llegado mi hora. Tal como dice Qohelet en el Antiguo Testamento: hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir [3].
¿Por qué la existencia terrenal no sería lo que usted desea en el estado de una demencia incipiente?
Si uno ve lo frecuente que es eso […], yo quiero morir siendo plenamente un ser humano y sin estar reducido a una existencia vegetativa, o de vuelta a la infancia como mi amigo Walter Jens […]. Todo eso es bonito y estuvo bien atendido […]. No quiero prescribir nada a nadie, en absoluto. Sólo hablo por mí, pero sé, como es natural, que muchas personas tienen problemas similares (p. 23).
Todo el mundo sabe que es usted un crítico de la Iglesia y ésta mantiene la prohibición de que una persona pueda determinar por sí misma el momento de su muerte. Eso es lo que figura en el catecismo. Al comportarse en este asunto de forma opuesta ¿está realizando una última protesta contra la Iglesia oficial?
Creo que la dirección de la Iglesia debería esforzarse por una actitud diferente respecto a la eutanasia, pues en las encuestas recientes realizadas en Alemania el 77% se manifiesta a favor de que en la última fase de la vida las personas se sirvan del suicidio asistido […]. Como persona creyente que soy, creo que la vida me la ha regalado Dios a través de mis padres; pero, esto quiere decir que, ese regalo de la gracia de Dios significa para mí responsabilidad. Por cierto, esto también lo dice el catecismo. Si todos tenemos responsabilidad sobre nuestras vidas ¿por qué habría de cesar esa responsabilidad en su última fase? (p. 24).
¿Quiere usted con sus demandas crear un precedente?
Sí, y naturalmente espero que se entienda que quiero sentar un precedente. También tengo claro que cuando soy yo quien dice esto, todo adquiere otro peso que cuando lo dice cualquier laico, un seglar o quien sea. Eso es un precedente que ayudará a muchos a reflexionar. Ya he oído a muchos que me dicen por primera vez: “¿sabe usted?, también yo me he registrado en Exit”. Ya he logrado que Exit, la organización de asistencia al suicidio en Suiza, pero también la Sociedad Alemana por una Muerte Humana (Dghs) hayan descubierto algo nuevo a lo que apunto: la dimensión religiosa de la muerte, el hecho de que uno pueda morir voluntariamente, y no porque uno lo crea, se va para la nada. En otro tiempo se suponía que alguien que ingresaba en una organización de ese tipo era una persona materialista y atea. Eso no es así, al contrario, se puede morir voluntariamente a partir de la confianza en Dios, una confianza para nada racionalista, sino racional y lógica. Defendiendo esta idea he obtenido la aprobación de esas organizaciones y espero que la dirección de la Iglesia no cometa el mismo error como en el asunto de la píldora anticonceptiva. Un error catastrófico. Esa encíclica Humanae vitae no ha llegado a los fieles. Las cosas no son fáciles con la doctrina de la Iglesia cuando no llega a los fieles, y ya se ha dicho de los antiguos concilios que cuando no llegan a los fieles, entonces tampoco son válidos.
Muchas de las personas que lo están oyendo se congratulan por el hecho de que haya un católico que trata a la Iglesia de manera crítica. Si están escuchando que la única respuesta digna a la enfermedad de Parkinson es el suicidio ¿se hace justicia a su responsabilidad, incluso como padre espiritual?
Ahí usted me ha malinterpretado. Yo no digo que eso tenga que ser necesariamente así. Yo sólo pretendo defender a las personas que hagan eso. En la República Federal de Alemania tenemos diez mil suicidios al año. Y pienso que se ha repetido durante bastante tiempo que el suicidio asistido no puede ser [legal]. No pretendo dar un patrón para todos, pero debe quedar claro que uno no tiene por qué andar buscando no se sabe qué tipo de muerte, como las personas que saltan por una ventana de la clínica porque no hay quien las ayude a morir ¿Qué hacer si recibo una carta con el ruego “ayúdeme a morir”?. Me veo en dificultades cuando recibo esas cartas y no puedo contestar diciendo: “Oiga, vaya usted a Suiza”. En el libro ya citado Morir con dignidad protesté también de que se les reproche a los suizos ese turismo del morir que hemos causado nosotros mismos en Alemania. No, depende de los alemanes que no son capaces de hacer leyes para que no sea necesario ese turismo de muerte” (págs. 26, 30, 31).
Esta segunda parte se cierra con dos breves reflexiones. Una contiene un balance de las primeras reacciones tras la visualización de la entrevista en la televisión alemana, centradas fundamentalmente en la aceptación de sus propuestas o en la descalificación de las mismas. Hans Küng informa que el conjunto de respuestas recibidas están publicadas en Exit: Info, 4/2013. La otra está dedicada a describir el Premio Especial Arthur Koestler 2013 a la Sociedad Alemana por una Muerte Humana, que contiene la laudatio del profesor Dieter Birnbacher y, además, la intervención de Hans Küng para agradecer el premio. El discurso finaliza señalando que “en la Biblia no se prohíbe expresamente el suicidio en ningún pasaje; en cambio se informa en parte con aprobación sobre los de Abimelec, Sansón y el rey Saúl”.
La tercera parte del libro, “Aclaración y profundización”, constituye sin duda el corpus teórico de la obra, formado por los siguientes capítulos: I. Experiencias cruciales, II. Normas de ética médica, III. El esfuerzo por un tránsito a la muerte digno del ser humano, IV. ¿Qué eutanasia?, V. Responsabilidad también en el tránsito hacia la muerte, VI. Un cambio de paradigma en la contemplación de la vida humana, VII. La dimensión religiosa del tránsito hacia la muerte, VIII. ¿Es poco cristiano un tránsito autodeterminado hacia la muerte? El autor finaliza su libro con un breve Epílogo.
No puedo dejar de ponderar el interés general que contienen estos capítulos, considerados uno a uno y en su conjunto, indistintamente se atienda a las dimensiones normativas, profesionales, bioéticas, teológicas y religiosas afectadas por el tratamiento de la eutanasia y del suicidio asistido. El lenguaje empleado es claro y preciso, e incluso me atrevo a afirmar que se descubre en él la profundidad de la sinceridad con la que están escritos. El interés que suscita su lectura resulta decisivo para las personas interesadas e instruidas en los caminos abiertos en la búsqueda de una buena muerte. Asunto que pasa obviamente por exigir la despenalización del suicidio asistido y por la legalización del derecho individual a la eutanasia. También constituye una lectura sugerente para los y las profesionales sanitarios que en el día a día contribuyen a paliar el dolor de los enfermos (según el aforismo latino de salus aegroti suprema lex, la salud del enfermo es la norma suprema), que saben además respetar su autonomía para que aquéllos tengan una buena muerte. Asimismo, su lectura resulta recomendable para los legisladores y magistrados de cualquier ideología, con la prevención que el propio Hans Küng recomienda: “los políticos no deberían convertir en vara de medir las convicciones privadas para adoptar decisiones públicas”.
Para finalizar esta referencia al libro de Una muerte feliz deseo expresar dos de las aportaciones que considero más importantes de este texto; por un lado destacaría la importancia de su alcance sociológico. Es significativo, para quienes defendemos la derogación del artículo 143 del Código penal y la legalización de la eutanasia, que un teólogo católico del prestigio de Hans Küng defienda y justifique este derecho a la eutanasia y al suicidio asistido. Esa significación se asienta en el hecho que él lo justifica extensible y necesario también para los cristianos y católicos. Sin embargo, no le caben dudas de que los que él llama «funcionarios de la Iglesia» seguirán negando ese nuevo derecho en nombre de Dios. La segunda aportación que quiero destacar es que, leyendo con detenimiento la parte dedicada a aspecto de ¿qué forma de eutanasia es justificable? se tiene la impresión de las profundas coincidencias entre la fundamentación ontológica de este teólogo y las que se hacen desde posiciones laicas e incluso agnósticas. Aspectos ambos que precisan de una lectura reflexiva del texto, como de cualquier otro que se ocupe de problemas tan importantes como la muerte.
Reitero que el libro resulta un instrumento idóneo para todas las personas que deseen consolidar sus argumentos ante el complejo problema del final de la vida, incluso en el supuesto de carecer de interés para sus principios religiosos. Su contenido aporta tanta información cualificada y desdramatizada que resulta gratificante en todos sus extremos. Optamos por concluir con esta frase clarificadora de las intenciones del autor: “Una confirmación satisfactoria de mi posicionamiento fue la concesión del Premio Especial Arthur Koestler en el año 2013 […]. Con él me sentí justificado en mi esfuerzo por hacer entender con claridad que uno puede comprometerse por una muerte autodeterminada, no sólo como defensa de la autonomía humana, sino también como confianza profunda en la realidad de Dios”.
Notas
[1] El teólogo cita como ejemplo el error cometido por la encíclica Humanae vitae (1968) en relación a los métodos anticonceptivos y, más recientemente, otras manifestaciones de la jerarquía eclesiástica condenando el acceso de los divorciados a los sacramentos.
[2] Abordado por Hans Küng en obras anteriores, especialmente en Proyecto de una Ética Mundial (2006) y Morir con dignidad. Un alegato a favor de la responsabilidad (2010), escrito este último en colaboración con W. Jens y publicados ambos en Madrid por la editorial Trotta.
[3] Argumento que yo había escuchado en boca de otro jesuita, enfermo desahuciado, D. Manuel Sanz Burata ingresado en el Centro que la Compañía de Jesús tiene en Sant Cugat del Vallés (Barcelona), donde falleció en 1995.
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