¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
El Lobo Feroz
Hoy quizá no, mañana sí
El objetivo, claro es, se cifra en la unidad de la izquierda. Hay que dar pasos hacia la unidad de la izquierda, como es natural. Lo malo es que el camino hacia esa unidad la entorpecen hoy muchas cosas. Hay que hablar de esas cosas, y de lo que se puede hacer para no quedar liados en la inmovilidad. Y para no liarse a trompazos.
Lo primero que hay que saber es que los —ejem— profesionales de la política, también los nuestros, aquellos en los que más confiamos, son como son, y son incorregibles. Eso es algo que no se puede evitar. Tienen egos personales a los que sacrifican ciertos giros políticos. Suelen ser ambiciosos, y no sólo lo son para su opción política. Llevan anteojeras al tener los ojos puestos en los objetivos inmediatos. Tienen filias y fobias, pero en eso son cambiantes según conviene. Además suelen ser rencorosos, y revestir con corazas ideológicas, llamadas aquí razones, esos rencores. Para qué nos vamos a engañar. Pocos consiguen elevarse por encima de estas miserias, y los que lo consiguen no siempre consiguen volver a poner los pies en el suelo. (De todos modos, creo sinceramente que en general «los nuestros» son mejores que los otros. Eso es fácil, me diréis: entre los otros hay muchos mangantes. Pues me corrijo: los «nuestros» son mejores que el sector no choricero de los otros.)
Por tanto hay que suponer que contra la unidad de la izquierda militan muchas circunstancias: algunas, de tipo material —por ejemplo, el endeudamiento de IU: ¿quién quiere aliarse con un pobretón cargado de deudas, aunque tenga el más prestigioso pedigree?—; otras (circunstancias contrarias) de tipo ideológico-político: diferentes maneras de haber llegado a las posiciones de izquierda, diferentes culturas políticas. Rupturas en la tradición. Otras dificultades son de tipo organizativo: las pulgas políticas pretenden a veces pesar tanto como los elefantes; y están también los rencores, que de todo hay en la viña de los señoritos de la izquierda…
¿Qué principios se pueden adoptar para lidiar con todo eso? El primer deber de todo activista, de todo grupo, es no hacer de perro del hortelano, ese que ni come ni deja comer. Hay que dejar de gruñir a todas las novedades, ante cada paso táctico. Saber dejar hacer salvo que uno tenga algo mejor que hacer.
También se debe saber estar en minoría: la minoría de hoy, si tiene razón, será mayoría mañana, y si mañana deja de tener razón volverá a ser minoría. La costumbre de las minorías, en la izquierda, consiste en romper, en irse, para comprender luego que se han bajado del tren para nada y tener que buscarse otro vehículo que vaya en la misma dirección. El cajón de la historia de la izquierda está lleno de minorías en fuga.
La mejor manera de proceder a unificar es hacer política por abajo, ser condicionantes para la política por arriba, que es por donde se agudizan las divisiones. La política por abajo no consiste sólo en mareas y manifestaciones: está también lo que se puede hacer en la enseñanza, la creación de círculos de discusión (no sólo de política), la organización de fiestas y encuentros lúdico-políticos o lúdico-lúdicos, la creación de centros de anudamiento de intereses (blogs, chats y tertulias, más compensadoras subjetivamente que los chats); la ejemplificación de prácticas alternativas en el plano cívico, ecológico… Vivir de otra manera, no como la derecha, y criticar las depredadoras prácticas de vida de la derecha. Dar la tabarra a los medios de masas reaccionarios y mixtificadores (¿Habéis visto la bilis anti-Podemos y anti-IU que segrega el diario El País? Parece el diario del Banco de Santander, para qué nos vamos a engañar).
Hay que conservar la vista puesta en la unidad, en la unificación, en la coincidencia. Lo que hoy puede no ser posible hay que hacerlo posible mañana, y si hoy no es posible todo, no abandonar lo que sí lo es.
El Lobo Feroz se disculpa por ser tan superdiscreto que hasta parece un extremista conservador. Pero en realidad ¿somos progresistas? ¿Acaso no tratamos de salvar lo que la derecha pisotea? ¿De conservar el planeta? ¿Conservadores? ¿Izquierda conservadora anticapitalista? Somos la izquierda, sí, pero vale la pena aclararse acerca de qué clase de izquierda queremos ser.
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3 /
2016