La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
¡No es una estafa! Es una crisis (de civilización)
Enclave de Libros,
Madrid,
288 págs.
En efecto, es una crisis de civilización
José Luis Gordillo
Cuando los ministros de economía proclaman eufóricos que por fin ha habido crecimiento económico, lo que también están diciendo es la obviedad de que se han producido, almacenado, transportado, comercializado y consumido más bienes y servicios. Actividades todas ellas que no se pueden llevar a cabo sin consumir energía. Hasta la fecha no hemos conocido más crecimiento económico que aquel que comporta aumento del consumo de energía y de la emisión de contaminación.
Según el informe de la AIE de 2010, el mundo llegó en 2006 al cenit de la producción del llamado «petróleo fácil o convencional». Una de las características de dicho petróleo es su elevada tasa de retorno energético, esto es, que invirtiendo poca energía se obtiene a cambio mucha energía (dado que la producción de energía también consume energía). Al decir de los expertos, uno de los mejores petróleos del mundo es el que se encuentra en el subsuelo de los desiertos de Libia porque su tasa de retorno energético es de 100, es decir, que consumiendo la energía contenida en 1 barril de petróleo para perforar, construir los pozos, etc., se obtienen a cambio 100 barriles de petróleo. Por el contrario, la tasa de retorno energético del petróleo obtenido mediante el fracking es en general inferior a 10, esto es, que consumiendo 1 barril de petróleo se obtienen 4, 5, 6, 7 u 8 barriles de petróleo. Cuando la tasa es inferior a 3 ya se puede afirmar, con independencia de otros factores, que se trata de un negocio energéticamente ruinoso.
El “petróleo fácil o convencional” representa el 80% del petróleo que consume el mundo para, entre otras muchas cosas, transportar personas, fabricar la mayor parte de los plásticos y productos derivados, así como para arar los campos, abonarlos, sembrarlos, recoger las cosechas, almacenarlas, empaquetarlas, conservarlas en frigoríficos y transportarlas a los mercados, algunos de los cuales pueden estar en la otra punta del mundo gracias a la maravillosa globalización económica. Casi literalmente, comemos petróleo. Por eso, si su producción comienza a escasear y a encarecerse uno de los primeros sectores que se resiente es el de la alimentación.
En noviembre de 1998, el barril de petróleo brent costaba 9,82 dólares. Diez años después, en julio de 2008, alcanzó la asombrosa cifra de 148 dólares. En noviembre de ese año todavía costaba 144 dólares, pero un mes después, en diciembre, el precio del petróleo se había hundido hasta llegar a los 36,6 dólares el barril. En sólo un mes el precio del petróleo cayó más de 100 dólares, lo que da una idea del frenazo en seco de la actividad económica provocado por el derrumbe del sistema financiero mundial. Hacia 2011, sin embargo, el precio del petróleo remontó hasta alcanzar los 125 dólares; aunque eso no impidió que a comienzos de 2015 volviera a bajar hasta los 50 dólares. Hoy se encuentra entorno los 33,97 dólares.
Hay quien piensa que esa espectacular y nunca vista hasta ahora montaña rusa del precio del petróleo se puede explicar por la actividad oligopólica de los países de la OPEP o, incluso, como resultado de una conspiración orquestada por los dirigentes de Arabia Saudita. Otros, más sensatos y mejor informados en mi opinión, consideran que el inicio del declive de la producción del “petróleo fácil” está en el origen de una espiral que, en interacción con las distintas fases de los ciclos económicos, conducirá a una progresiva y rápida reducción de la producción del petróleo. El proceso en el que ya estamos inmersos consistiría en que la rápida subida del precio del petróleo genera recesión y por tanto destrucción de la demanda de petróleo. Por otro lado, las espectaculares bajadas que le siguen acaban destruyendo oferta de petróleo porque los precios bajos provocan la ruina de miles de empresas dedicadas a la producción del oro negro. Y todo ello genera montañas de deudas públicas y privadas que no se van a poder pagar porque las inversiones realizadas no comportan beneficios sino pérdidas (tanto en una como en la otra fase extrema de la espiral).
El libro aquí reseñado de Emilio Santiago Muiño, con prólogo de Jorge Riechamnn, explica este otro análisis y unas cuantas cosas más. Pocos libros tienen una correspondencia tan grande entre su título y su contenido. Lo último que se puede decir de él es que es “populista”. Frente al grito de los de indignados “¡No es una crisis, es una estafa”!, Muiño responde “¡No es una estafa, es una crisis de civilización!” y dedica 288 páginas a argumentarlo de forma extraordinariamente sólida y convincente. No se trata, pues, de luchar sólo contra las peores consecuencias de la desigualdad, sino de hacerlo mientras construimos otra sociedad que sea capaz de satisfacer las necesidades básicas pero con mucho menos consumo de energía.
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2 /
2016