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Pablo Massachs

Cambio climático y ciudadanía consciente

 

El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos, que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

Bertolt Brecht


La XXI Conferencia Internacional sobre Cambio Climático (COP21) se clausuró el pasado 11 de diciembre dando una imagen triunfalista poco disimulada. Atendiendo a la letra del acuerdo, me atrevería a decir que esa imagen de borrachera colectiva tenía mucho de forzada. No en vano, la resaca nos llega en forma de medidas no vinculantes, ninguna referencia a la necesidad de cambiar el modelo energético, e incluso el reconocimiento de que con las medidas propuestas por los diferentes estados no es posible alcanzar el objetivo principal de no superar los 2 °C de aumento de la temperatura media respecto a niveles preindustriales. Algunos analistas destacan como aspecto positivo que se ha llegado a un acuerdo global, y que éste incluye medidas progresivas, de forma que el compromiso de los distintos estados irá siendo cada vez más ambicioso. Otros se preguntan, con razón, para qué sirve un acuerdo global que no ataja el problema desde la base, aplaza las medidas que se deberían aplicar con urgencia y ni siquiera pone el énfasis sobre el cambio de modelo productivo y energético.

Realpolitik

“Estoy totalmente de acuerdo con las medidas que me plantea”, dijo el político al activista. “Ahora solo tiene que llenar la calle de manifestantes y obligarme a que las aplique” [1]. La realpolitik nos aleja de la justicia y del bien común. El desencanto con los representantes políticos es evidente, y no es de extrañar que las movilizaciones hayan sido destacables en los últimos años, si bien los problemas medioambientales han quedado en general fuera de las grandes manifestaciones de descontento. En los países industrializados (los mayores responsables del calentamiento global) han surgido movimientos como el 15-M [2] u Occupy Wall Street; incluso en países en vías de industrialización (donde se prevé que más se incrementen las emisiones), como Brasil, ha habido también fuertes protestas. Por no hablar de las llamadas “Primaveras Árabes” de hace pocos años. Más allá de estos hechos, resulta interesante analizar el margen de maniobra que tienen los ciudadanos ante para hacer oír su voz. ¿Cuál hubiera sido el acuerdo si la presión social por alcanzar un compromiso ambicioso y vinculante en la COP21 hubiera sido mucho mayor? Yendo un paso atrás, ¿han entendido los ciudadanos las implicaciones para las próximas generaciones del calentamiento global? Por otro lado, ¿qué pueden hacer los ciudadanos como individuos para combatir el problema?

Comprensión y consciencia del problema

Aunque los ciudadanos parecen no haber caído en las burdas trampas del negacionismo [3] del cambio climático (menos de un 5% se podrían considerar “negacionistas” en España [4]), en ocasiones puede parecer que se oyen campanas, pero sin saber muy bien de dónde proceden. En esta línea, llama la atención que una gran parte de la sociedad española siga pensando que el agujero de la capa de ozono o la lluvia ácida tienen relación con el cambio climático, cuando son problemas ecológicos que nada tienen que ver. También es curioso que los ciudadanos asocien más los coches eléctricos (93%) que el comercio de emisiones (35%) con medidas medioambientales. No es un capricho querer hilar un poco más fino en la comprensión del problema. De lo contrario, el terreno para las falsas soluciones (captura de carbono, renacimiento nuclear o incluso el gas de esquisto como fuente energética de transición) estaría perfectamente abonado. Estas falsas soluciones tienen en común que se presentan como panaceas tecnológicas que permitirían mantener el statu quo económico y un modelo energético fuertemente centralizado. Suponen un elemento de distorsión importante en el debate, pues mantienen el espejismo neoliberal de que la “tecnología nos salvará” y de que es posible un capitalismo verde.

Otro asunto con el que tienen que batallar aquellos que piden medidas urgentes y radicales para mitigar el cambio climático (activistas del ecologismo, científicos, políticos, etc.) es el cambio del marco de referencia de las medidas a adoptar. Ya que el discurso negacionista no ha calado, la estrategia de los amigos del business as usual pasa por poner el foco y los esfuerzos en la adaptación al cambio climático, más que en su mitigación. Esto supone implícitamente el reconocimiento de que la mitigación no es suficiente, y desde luego no lo es si no se toman medidas radicales en el sistema productivo, transporte, comercio internacional o política energética.

Conciencia y acción medioambiental: la brecha

En una reciente investigación [5] comprobamos que la conciencia medioambiental sobre el cambio climático es amplia: la gran mayoría de individuos entienden que el cambio climático es real y muestran al menos algún tipo de preocupación al respecto. Además, muchos individuos están dispuestos a implementar cambios en su modo de vida para contribuir a solucionar la situación. Sin embargo, también se advierte que hay una falta de coherencia entre la concienciación sobre el problema y los actos, una brecha clara entre las opiniones que los ciudadanos manifiestan y su modo de vida. El estudio ahonda en la relación que hay entre esa discrepancia entre valores y acciones y el tiempo de ocio del que disfrutan los ciudadanos. Cuanto menor es el tiempo de ocio, menos coherentes nos mostramos. Dicho de otro modo, y yendo más allá del lenguaje aséptico de los trabajos científicos: cuando el sistema económico-laboral nos tiene ahogados, sin tiempo para conciliar trabajo y ocio, no nos quedan ganas ni fuerzas para ser coherentes con nuestros valores. Y es que además dichos valores, como expresa Naomi Klein en su último ensayo [6], podrían ser la punta de lanza para cambiarlo todo, y en concreto el propio sistema económico-laboral. Un círculo vicioso que, si se invierte, tiene un efecto sinérgico en el mundo laboral y en el medio ambiente que sin duda redundaría en el bienestar de los ciudadanos y de las generaciones futuras.

¿El foco sobre el ciudadano?

Volvamos a la conversación entre el político cínico y el activista. Seguramente no es suficiente con llenar las calles de manifestantes para que los políticos lleguen a medidas más ambiciosas. No olvidemos que los acuerdos de estas cumbres se toman por consenso (aunque a veces no se tengan en cuenta las voces discrepantes de países poco relevantes [7], y que la movilización, manipulación informativa o la presión de los lobbies es tremendamente variable entre países. Lo que sí es seguro es que una ciudadanía bien informada, asociada, movilizada y dispuesta a modificar su modo de vida es una condición necesaria para conseguir acuerdos ambiciosos.

Pero ¿es justo poner el foco principal de la responsabilidad de este tema tan complejo sobre los individuos? Dada la complejidad del problema, las trampas en que a veces nos vemos encerrados y el poder hipertrófico de algunos intereses creados, la respuesta obvia es no. Sin embargo, la gravedad del problema y la urgencia de los cambios a implementar hacen necesaria a la acción de los individuos y su activismo colectivo. Necesitamos ciudadanos informados, responsables y movilizados, necesitamos cambios estructurales en el sistema económico, y también es necesario modificar nuestro modo de vida.

La elección

El libro que el biólogo Jared Diamond publicó en 2004 tiene por título Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen [8]. El título original es todavía más sugerente: Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed, es decir, “Colapso: cómo las sociedades eligen fracasar (desaparecer) o triunfar (perdurar)”. Como queda patente en el mismo, no somos la primera sociedad que se enfrenta a un problema medioambiental que compromete su supervivencia. La diferencia radica en que esta vez el reto es global. Pero las lecciones que podemos extraer de la historia son numerosas: podemos seguir con nuestro modo de vida suicida, haciendo caso omiso a las amenazas medioambientales de las que nos avisa la ciencia, y comprometiendo el bienestar de las generaciones futuras. Otras sociedades ya siguieron esos pasos en el pasado y desaparecieron. O podemos aceptar la seriedad del problema y salir adelante como sociedad global, con los cambios que sean necesarios para no comprometer (más) el futuro.

Para empezar a tomar en serio los acuerdos globales para luchar contra el cambio climático, uno esperaría que se pusieran sobre la mesa de negociaciones asuntos incómodos, como superar la dependencia de los combustibles fósiles (dejando los mismos bajo tierra), cuestionar la cantidad insostenible de desplazamientos a nivel mundial (ya sean pasajeros o mercancías), o poner patas arriba el modelo de producción de alimentos. También serían necesarios organismos internacionales con autoridad y medios para ejercer el seguimiento y control de los compromisos. Naturalmente, todo esto supondría una enmienda a la totalidad del sistema económico predominante, bien lo saben nuestros realpolitiker. Por eso es necesario redoblar la presión sobre éstos, generar nuevas alianzas de empoderamiento que nos enorgullezcan como ciudadanos conscientes de la situación. El analfabetismo medioambiental también es una forma de analfabetismo político. Consciencia, conciencia y acción. O seguir caminando hacia el precipicio. Es nuestra elección.

 

Notas

[1] La cita no es textual, y tampoco anónima, si bien a pesar de los esfuerzos he sido incapaz de recordar el autor de la misma. Pido disculpas por mi desmemoria.

[2] El movimiento 15-M no tuvo en sus inicios reivindicaciones en aspectos medioambientales, si bien es cierto que dentro de las comisiones que se fueron creando, así como las charlas y eventos que se organizaron durante el tiempo que permanecieron las acampadas en las plazas, los aspectos ecologistas sí tuvieron su espacio. También podríamos decir que en muchos de estos movimientos hay cierta sintonía con los movimientos ecologistas (aparte de activistas comunes), pero estos últimos no han conseguido que sus reivindicaciones se perciban como prioritarias.

[3] La palabra “negacionista” tiene connotaciones negativas, de ahí que los que cuestionan el cambio climático prefieran autodenominarse “escépticos”. Sin embargo, dada la apabullante cantidad de pruebas de la realidad y causas del cambio climático, en este texto se utilizará el término “negacionista”, pues la actitud de éstos poco tiene que ver con la sana actitud escéptica del mundo científico, y mucho con negar la evidencia para proteger ciertos intereses.

[4] Los datos comentados se han extraído del último informe “La respuesta de la sociedad española ante el cambio climático. 2013”, editado por la Fundación Mapfre y disponible en https://www.fundacionmapfre.org/fundacion/es_es/salud-prevencion/publicaciones-y-estudios/estudios/medio-ambiente/sociedad-espanola-cambio-climatico.jsp. En años anteriores también se realizaron informes similares, lo cual resulta interesante para ver la evolución de las respuestas a lo largo del tiempo. Sin embargo, desde 2013 no se ha vuelto a editar.

[5] Chai, A, Bradley, G., Lo, A. y Reser, J., «What time to adapt? The role of discretionary time in sustaining the climate change value-action gap», Ecological Economics, nº 116.

[6] Naomi Klein, Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima, Paidós, 2015.

[7] En el artículo de Miguel Muñiz del boletín 142 de Mientras Tanto, titulado “COP21 de París. The show must go on” (http://mientrastanto.org/boletin-142/notas/cop21-de-paris-the-show-must-go-on) se nombran dos ejemplos de cómo se fraguan estos “consensos” cuando hay voces discrepantes.

[8] Jared Diamond, Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Debate, 2005.

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2016

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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