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Miguel Muñiz

Atómicas. El 2016 comienza con un nuevo capítulo del “culebrón” Garoña

La combinación de tenacidad y secretismo es una fórmula infalible para que los intereses de los que mandan se mantengan; y tenacidad y secretismo no faltan en el caso de la industria nuclear y los abundantes palmeros que la acompañan.

Así que el 20 de enero nos enteramos de que el orden del día del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), que debía realizarse ese mismo día, incluía aprobar una serie de puntos para facilitar la reapertura de la central nuclear de Garoña, que comenzó a funcionar en 1970, y que está cerrada desde 2013 [1]. El discreto ruido mediático generado por la filtración hizo que los puntos fuesen retirados en espera de mejor ocasión, ya que no hay prisa en un tema en que la legislación ha mostrado sobradamente que sirve para refrendar las decisiones de los que mandan.
Volver a insistir en los impactos y peligros que supone reabrir el vetusto artefacto rozaría el ridículo [2], también resulta cansino explicar, una vez más, la implicaciones que tiene su puesta en marcha en la estrategia atómica de llegar a los 60 u 80 años de funcionamiento de los reactores [3]. Tampoco tiene mayor importancia insistir en el papel de un CSN que ha abandonado ya los formalismos y se muestra claramente como lo que es: un apéndice técnico de la industria nuclear.

Ante la situación destapada, la respuesta crítica ha seguido la pauta habitual: presentación de iniciativas políticas (proposición no de ley), artículos de prensa limitados a Garoña, entrega de cartas de diputados (?) al CSN, alguna manifestación ciudadana local, y las habituales notas de prensa. Ni un paso más allá, como si lo que pasa en Garoña no afectase a los 7 reactores en funcionamiento en España.

Es más importante, sobre todo teniendo en cuenta que nos jugamos 25 años más de contaminación radioactiva y riesgo de catástrofe, abordar el análisis de la lógica del juego político, la vía a la que parece limitarse hoy por hoy la respuesta crítica. Lo haremos en siete apuntes y una reflexión ya repetida en otros artículos.

Primer apunte: dentro de la discreción que impera en todo lo se relaciona con la industria atómica, existe un consenso político genérico entre la oposición (Podemos en sus diversas versiones, IU, PSOE, ERC, etc.) sobre el final de la energía atómica. Cualquier persona que haya participado en reuniones que aborden este asunto con representantes de fuerzas políticas con representación institucional, a excepción del PP y CDC en España y Cataluña, es consciente de la predisposición favorable, e incluso la complicidad manifiesta, de los interlocutores con la petición de cerrar las nucleares.

Segundo apunte: pero la predisposición favorable se diluye en cuanto se sale de los discursos genéricos y se intentan concreciones o compromisos que vayan más allá de la confortable firma en un documento amplio; si se trata de algo tan elemental como un pronunciamiento público contra una central atómica determinada, aparece el fantasma del rechazo de una parte del electorado; si se pide participación o implicación de la fuerza política en una campaña concreta, se matiza que no se pueden alterar las prioridades de la acción política de la fuerza en cuestión; y si se pide una coordinación de varios partidos que comparten el rechazo atómico la situación aún peor: la petición se pierde en un laberinto de instancias institucionales y no institucionales de coordinación, agendas de trabajo acordadas mutuamente, reuniones de grupo, o intergrupo; o trabajo de comisiones, subcomisiones, áreas, etc.

Tercer apunte: en realidad, la persona o entidad ajena a la lógica de la política profesional que osa abordar el contacto con las fuerzas políticas se encuentra con dos tipos de actitudes: una larga cadena de explicaciones para que entienda el enorme trabajo que conlleva el hecho de poner un punto en el orden del día de una reunión (seguida de una propuesta de nuevas citas para mantenerla informada del proceso); o bien la declaración directa de que no, de que la fuerza política sí se declara contraria a la energía atómica, pero que no se abordará la cuestión en este momento. Dicha declaración puede quedarse aquí (lo que es de agradecer a efectos de ahorro de tiempo) o ir acompañada de una lista de deberes que la persona o entidad, que ha cometido la ingenuidad de intentar traducir las declaraciones en acciones, debe cumplir para que los representantes institucionales den los pasos adecuados.

Cuarto apunte: es en este contexto en el que debe valorarse el titular que en plena pre-campaña electoral informaba de que PSOE, Ciudadanos y Podemos no ampliarán la vida de las nucleares [4]. La mayoría de diputados que dichos partidos ostentan después de las elecciones del 20D no significa, ni mucho menos, que la cuestión atómica se aborde. En realidad lo que se transmite es que el tema nuclear permite actividad parlamentaria, no una acción política y social firme.

Quinto apunte: desde que en 2009 el gobierno PSOE de Rodríguez Zapatero anunció, primero, el cierre de Garoña y, luego, su prórroga por 3 años más, en una de sus muchas sumisiones a la voluntad de los que mandan, se ha marcado una pauta de cómo se abordan estas cuestiones desde la política: basta recordar la inacción y la pasividad del movimiento ecologista más ligado a instituciones, dando por resuelta la cuestión de los 40 años de funcionamiento de Garoña y limitándose a pedir el cumplimiento de la promesa; la agresiva campaña de activismo social y mediático desde la industria nuclear y sus palmeros [5]; el altavoz aplicado a las voces de desacuerdo con la declaración de cargos públicos, ex-cargos públicos y otros estómagos agradecidos del PSOE, sin olvidar el papel importante de periodistas, tertulianos, y opinadores en nómina de la oposición y fieles al sistema.

Luego vendrían las felicitaciones prematuras y los descorches de botellas de cava ante el cierre patronal de Garoña, adjudicándose algo que no se había conseguido, eludiendo profundizar en su significado y contradicciones.

Sexto apunte: es importante, y más en un período de cambios políticos y sociales como el actual, reflexionar en profundidad sobre el papel que juega la tenacidad en el mantenimiento de las aberraciones que forman el desorden en el que estamos viviendo.

Porque está muy extendida la creencia naif de que basta difundir un análisis lógico y riguroso de cualquiera de las monstruosidades vigentes desde unos presupuestos solidarios y éticos, para que la aberración sea primero rechazada, luego descartada y finalmente corregida.

Y es que, séptimo apunte, la visión naif choca con una molesta realidad: las personas y colectivos cuyos intereses se benefician de injusticias, sufrimientos, peligros y catástrofes, los que no van a ceder por mucha evidencia lógica y apelación ética que se despliegue. Y si dichas injusticias, sufrimientos, peligros y catástrofes son el resultado de algo que no se puede percibir directamente, como la radiactividad y sus impactos, la citada creencia naif se convierte en mera ilusión.

La conclusión es conocida. La producción, distribución y consumo de energía son el resultado de un conflicto político, no un problema técnico, de información o de racionalidad económica. En pocas palabras, que sin un movimiento social que presione activamente para conseguir el cierre de Garoña y las centrales atómicas, el activismo virtual, los me gusta, y las recogidas de firmas en internet, tan solo son un consolador entretenimiento.

Y existe, además, una variable perversa: refugiarse en la política para eludir la responsabilidad social. Se trata del aprovechamiento de Garoña, o del tema atómico, para marcar perfil político propio; en lugar de actuar de manera coherente con el amplio rechazo y trabajar para crear movimientos unitarios de presión social y política. Redactar mociones, proposiciones, preguntas, etc., todos los recursos diseñados para justificar la actividad parlamentaria que no salen del estrecho marco de los profesionales de la política, pero que se pueden publicitar para demostrar que mi fuerza política sí que se preocupa por el problema nuclear.

Lo que quiere decir que, de momento, los propietarios de la central nuclear de Garoña tienen ante si un prometedor futuro, a diferencia de la mayoría de los que seguiremos conviviendo con la contaminación radioactiva y la amenaza que representa.

NOTAS

[1] Gobierno y eléctricas quieren reabrir Garoña aprovechando el ‘impasse’ político.
http://www.publico.es/politica/gobierno-y-electricas-aceleran-reapertura.html
[2] Basta poner en cualquier buscador de internet las palabras Garoña y Doel (la central belga con la misma tecnología de Garoña y que presenta graves riesgos de seguridad) para recibir abundante información sobre la irracionalidad.
[3] Si interesa ver artículo en el Boletín 135 de Mientras Tanto, de Mayo del 2015; 131, de enero de 2015 , o 125, de junio de 2014, entre otros.
[4] Titular en varios medios, un ejemplo en http://politica.elpais.com/politica/2015/11/04/actualidad/1446638208_150290.html
[5] Campaña en la que jugaron un importante papel diversos sindicatos, activamente alineados con la patronal contra el cierre, y pasivamente sumisos cuando esa misma patronal decidió unilateralmente la paralización de la central atómica apenas 4 años después.

 

Miguel Muñiz es miembro de Tanquem Les Nuclears – 100%EER, y mantiene la página de divulgación energética http://www.sirenovablesnuclearno.org/

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2016

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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