La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
El Lobo Feroz
Convecinos indepes
Convecinos independentistas: al darnos tanto la barrila os estáis pasando.
Seguiréis con vuestro procés, pero, por favor, hacedlo un poco más bajito. Sin gritar y sin ocupar tanto espacio, como si sólo se pudiera hablar del procés (y del Barça). Ya nos hemos enterado suficientemente de que la corrupción de Convergència os importa un pito, se la perdonáis, como perdonáis a Millet, y a toda la familia Pujol con la Ferrusola a la cabeza; si s’escau como habéis perdonado a grandes como Macià Alavedra y Prenafeta o a pequeños como tantos alcaldes (y puestos a decirlo todo, como perdonáis a Neymar, a Messi y a sus papás, pues no han hecho más que lo que han hecho siempre muchos papás de Convergència). ¡Luego diréis que España os roba! La paja en el ojo ajeno, ésa sí la veis.
Es una pena que no os preocupen ni los cierres de quirófanos y centros médicos de atención primaria, ni el uso privado de hospitales públicos, ni el recorte de las prestaciones por situaciones de dependencia. También sabemos que no os importa el cierre de aulas escolares o su masificación —pourvu qu’on parle catalan—, el aumento de precio de las matrículas universitarias, la no renovación del profesorado, lo flacas que están las becas y tantas cosas por el estilo. Y es una pena, porque quizá en esta zona de asuntos tal vez tal vez tal vez podríamos entendernos. Suponemos que hay al menos un indepentista —al menos uno— preocupado por lo mismo que nosotros. Y si pensamos en el paro, en la precariedad del trabajo, en su discontinuidad, en los salarios de mierda, en los parados sin subsidio o en el futuro de las pensiones, vuestra capacidad organizativa —sabéis manifestaros, y hablar alto— nos vendría muy bien para hacer piña.
Pero, claro, vosotros no estáis por la labor: estáis por el procés.
Sois bernsteinianos sin saberlo. Bernstein decía: «El objetivo no es nada; pero el movimiento lo es todo, todo, todo.» Vosotros sabéis, en vuestro fuero interno —salvo que tengáis alucinaciones, salvo si os dopáis con LSD a granel, salvo que padezcáis eso que se llama pensamiento desiderativo—, que el procés, por su naturaleza misma, no s’acaba mai. Que no va a ninguna parte, que no obtiene ni va a obtener el resultado que se ha señalado como fin. Pero precisamente por eso el procés lo es todo. Y como lo es todo no puede parar. Tampoco puede virar, porque esa conga se rompería en pedazos.
La verdad es que nos caéis en gracia. Nos ha divertido el tentetieso de Mas, que rompe todo lo que toca (ha roto a C.i.U., ha rajado a las CUP y ha dividido a su partido) pero se salva saliéndose por la tangente; o la clarividencia de los dirigentes de la CUP —que al parecer no sabían que sentarse a negociar significaba hacer concesiones— y su santa inocencia, pues no parece afectarles que en la despensa no haya nada de lo que les han prometido; o los modos y maneras de la presidenta del parlament, necesitada de un apuntador, o las llantinas de Oriol Junqueras; y todo por no hablar de las urnas sin censo y de papel, de los plebiscitos que no son plebiscitos y cosillas de ese estilo, como vuestra tele: el conjunto compone un teatrillo realmente espectacular, dado el aforo de la sala, y que os retrata bien. Hemos disfrutado del espectáculo. Pero, ¿sabéis? Empezamos a estar cansados del repetitivo ostinato de la obra, monocorde además, y lo mejor va a ser que prosigáis la música entre vosotros, pero con sordina.
No lo olvidéis ni os engañéis: nosotros somos la mayoría. Nos gusta la polifonía. Cataluña es una Babel donde todo el mundo tiene el don de lenguas; donde, todavía, a los trabajadores no les gustan los tenderos que engañan al fisco, y tampoco les gusta el capital aunque sea de color cuatribarrado.
Además sabemos la verdad: que Mas tuvo que ceder por el temor a que unas nuevas elecciones catalanas significaran el triunfo de la izquierda, la de verdad, internacionalista, la única que hay.
11 /
1 /
2016