La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan-Ramón Capella
Las guerras de nuestro tiempo
¿Qué es, en el fondo, lo que impulsa las guerras de nuestro tiempo?
De pronto hemos vivido, con las poblaciones europeas con la cabeza en otras cosas, el estallido de guerras en Iraq, Afganistán, en Libia, en Ucrania, en Siria; y también las «guerras asimétricas» de los pobres, los atentados terroristas que golpean salvajemente a civiles, que justamente no sostienen las aventuras bélicas de sus gobiernos. No hemos visto multitudes francesas, alemanas, británicas o españolas jaleando esas aventuras: más bien todo lo contrario: repudiándolas. El mundo se convierte en una locura que de paso amenaza con hacer saltar por los aires nuestros derechos y nuestras libertades. Esas guerras han suscitado un éxodo de refugiados de dimensiones superiores a los de la segunda guerra mundial. Hay países de la Unión Europea gobernados por derechistas, como Polonia y Hungría, que avergüenzan al negar a los refugiados el pan y la sal. Y en otros países la extrema derecha se dispone a asaltar a los pobres refugiados, a exigir la expulsión de los inmigrados árabes. Sufrimiento sobre sufrimiento.
Ante los atentados terroristas, salvajes, de París, poco hemos oido hablar de Turquía, de Arabia Saudí, de Qatar, los cuales sin embargo están detrás de la guerra en Siria: los dirigentes políticos saudíes son quienes han financiado la guerra contra el régimen sirio; los turcos, los que han facilitado el paso del material bélico que los opositores suníes al régimen sirio (laico) y el «estado islámico» necesitan. Si el «estado islámico» está tras los atentados de París, entonces las autoridades de los países mencionados, aliados de los países occidentales, están también, laberínticamente, detrás de ellos.
Francia tuvo siempre interés en Siria. Siria puede ser la puerta para la exportación de petróleo sin tener que rodear toda la península arábiga, aunque tenga poco petróleo ella misma. El petróleo, sin embargo, es la causa de que los países poderosos (Gran Bretaña y Francia primero, Usa después) dividieran la tierra de los árabes en numerosos países pequeños (divide y vencerás). La división entre los árabes por razones de creencias (suníes y chiitas, cristianos, laicos y hasta judíos, pues todas estas creencias profesan las personas árabes) es importante, pero no tanto como la relación con el petróleo de cada país de Oriente medio.
El petróleo, por fin. El petróleo de Iraq, de Libia, sus rutas para llevarlo a los países industrializados. ¿Quién duda que, junto con otras muchas causas que hunden sus raíces en el pasado, el petróleo es el determinante principal de estas guerras, y de las políticas que conducen a estas guerras?
Petróleo. ¿Por qué? Porque se acaba. Se acaba y es fundamental para la industria de los países adelantados. Sin petróleo el crecimiento sería y será mucho más difícil. Y ¿para qué se necesita el petróleo? Para producir por producir, para el crecimiento. El capitalismo ha estado basado hasta ahora en el crecimiento económico.
La causa última de los atentados está en la propia civilización capitalista. En la civilización que no sabe producir ganancias sin crecer. Una locura, esta civilización, queridos lectores, menos visible pero no menos cierta que la locura de los kamikazes islamistas.
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11 /
2015