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Miguel Muñiz

Siempre les va a quedar París

Hay que remitirse a los Derechos Humanos (DDHH) para encontrar un equivalente de distancia abismal entre proclamas oficiales y datos de la realidad.

Cada día millones de personas calificados como refugiados ambientales, sufren penalidades. Se producen éxodos masivos, hambrunas, pérdidas de tierras de cultivo, sequías extremas o inundaciones torrenciales, se expanden enfermedades… El cambio del clima significa también sufrimientos y muertes. Como en el caso de los DDHH, los datos muestran la cruda realidad de que la existencia de una parte de la humanidad carece de valor; no obstante, grandes compañías, grupos financieros, instituciones, y los gobiernos correspondientes, realizan grandilocuentes proclamas sobre su compromiso con el Medio Ambiente, sobre su contribución a la lucha contra, la mitigación de, o la adaptación al, cambio climático (CC) [1].

La similitud entre el conflicto de los Derechos Humanos y el del Cambio Climático acaba aquí, en el cinismo, la desinformación y la demagogia que ambos comparten. Más allá las diferencias son enormes: el CC no es algo palpable, el incremento en la concentración de gases de efecto invernadero (GEI) no se puede percibir; aunque se pueden demostrar científicamente varias consecuencias ambientales del CC, los efectos se producen de manera aleatoria, acumulativa y desigual; los cambios en la temperatura, humedad, régimen de precipitaciones, desertización, incremento del nivel del mar, cambios bioquímicos, migración de especies o pérdidas de biodiversidad, fenómenos meteorológicos extremos, etc., son difícilmente reducibles a pautas uniformes, y no se dan de igual manera en todas las regiones del planeta. Los víctimas de las violaciones de los DDHH son identificables, las del cambio climático no.

No se sabe ni cuando ni dónde se cruzará un umbral de contaminación que produzca cambios irreversibles en una región determinada, ni cómo afectaran esos cambios a los sistemas globales; no se sabe cuándo pequeños (o grandes) cambios cuantitativos estacionales darán paso a un ciclo cualitativo diferente que lo altere todo. Además, el conflicto entre científicos que trabajan para demostrar la evolución y la profundidad de los efectos del CC y el grupo de escépticos a sueldo, que cobran por poner en cuestión los avances del conocimiento que aportan los primeros, aún tiene cuerda mediática para rato [2].

El cinismo del discurso dominante desemboca en una terminología inhumana. Se constata así la existencia de beneficiarios y perjudicados por el CC (una adaptación del discurso neocon de ganadores y perdedores) y, paralelamente, se aplica un procedimiento de probada eficacia: diluir socialmente la responsabilidad del conflicto. Así, todos y todas somos responsables de lo que está pasando con el clima por nuestros hábitos de consumo y pautas de vida (una nueva adaptación del discurso neocon, del estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades); este discurso implica una triple y sutil coartada en el uso del todos; el todos supone un ámbito que hace ilusoria cualquier intervención política, el todos también es tranquilizador, ya que cualquier cosa que cualquier persona haga ayuda algo a mejorar la situación y, lo más importante, el todos evita que se busquen responsables y beneficiarios de las políticas que provocan el CC [3].

Así se consiguen dos cosas: eludir el debate sobre las medidas que serían necesarias y urgentes para disminuir el impacto del despilfarro energético en que vivimos los países enriquecidos y, de paso, hacer invisibles a los grupos empresariales y financieros, que determinan los valores y las pautas sociales de consumo y, de paso, a los políticos e instituciones a sueldo de ellos; esos que dimiten de la responsabilidad que les otorga el poder del voto y se limitan a darles cobertura legal y normativa. Desactivado el conflicto climático aparece el problema, son los individuos con sus elecciones libres los que están provocando ese problema, y todas y todos podemos hacer algo para solucionarlo.

Identificado el problema, aquellas personas conscientes del mismo, es decir, quienes poseen tiempo, recursos y conocimientos para seguir las informaciones de lo que está pasando, deben disponer de un triple consuelo; primero, que se está haciendo algo; segundo, que ese algo que se está haciendo puede influir en los acontecimientos, y tercero, que se puede colaborar en ese algo. De ahí el mantenimiento de las reuniones periódicas de la COP (Conferencias de las Partes, en inglés), y el despliegue mediático que las acompaña.

En París, entre los días 30 de noviembre y 11 de diciembre, se celebrará la sesión número 21 de la COP (COP21), que en esta ocasión coincide, además, con la 11ª sesión de las CMP (es decir, del Encuentro de las Partes de la Convención del Protocolo de Kioto), en esta cita las instituciones de las Naciones Unidas que trabajan sobre el CC, deberán redactar un nuevo acuerdo que sustituya al Protocolo de Kioto, redactado en 1997.

El proceso que va de las imponentes declaraciones de principios contenidas en la Convención Marco sobre el Cambio Climático aprobada en la Cumbre de Río de 1992 [4], a las nulas concreciones que se esperan en 2015, tiene tres puntos de inflexión: la irrelevancia de las reuniones COP para incidir sobre el problema, irrelevancia que queda patente en la COP7 celebrada en 2001 en Marrakech; el fiasco de los llamados mercados de emisiones de CO2 [5], un ejemplo de manual de la verdadera naturaleza del dogma neoliberal; y el fracaso de 2009 en la redacción de un acuerdo mundial que sustituyese al Protocolo de Kioto [6].

Sobre los llamados mercados de emisiones mejor no gastar tiempo; respecto a la COP7, donde se aceptaron todos los llamados mecanismos de flexibilidad como instrumentos válidos en la contabilidad de las emisiones de GEI (incluidos los llamados sumideros de CO2), apuntar que dicha aceptación permitía tantas trampas en el cálculo de emisiones que anulaba la más mínima posibilidad de cambio en el sistema energético. Y queda la nula voluntad de los que mandan para llegar a un acuerdo que renueve incluso el inútil Protocolo de Kioto, voluntad demostrada desde 2009.

La consecuencia de todo ha llevado a una maniobra para sustituir los etéreos objetivos de reducción de emisiones de CO2 en tantos por ciento que contenía el Protocolo por una formulación aún más ambigua: limitar el incremento de la temperatura global del planeta a 2 grados centígrados. Si verificar los porcentajes de reducción de emisiones del Protocolo ya era casi imposible, dilucidar si se ha conseguido una limitación del incremento medio global de la temperatura del planeta puede llevar a especulaciones casi metafísicas, lo cual, valga la ironía, enlaza perfectamente con la reciente implicación de la Iglesia católica en el problema a través de la encíclica Laudato sii.

Basta leer el texto de presentación de la reunión de París para constatar la naturaleza de la reunión. Tras casi 35 años de investigación científica, con miles de documentos que estudian el CC, la COP21 se desarrolla bajo el lema por un acuerdo universal sobre el clima, y la definición que figura en su página web, manifiesta que

“debe desembocar en un nuevo acuerdo internacional sobre el clima aplicable a todos los países, con el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de los 2 ºC. Francia desempeñará por lo tanto un papel de primer orden en el plano internacional, para acercar las posiciones y facilitar la búsqueda de un consenso en Naciones Unidas y también en la Unión europea, la cual ocupa un lugar importante en las negociaciones sobre el clima.

A lo largo de las 20 reuniones anteriores, las COP han seguido un guión tan repetido que produciría sonrojo a cualquier periodista que informase con un mínimo de ética. Dicho guión comienza en los días previos a la reunión con una apelación a la importancia de la cumbre, y finaliza, a su cierre, con un breve resumen de los compromisos de mínimos y de la ausencia (si no se da) o repercusión (si se da) del claro mensaje sobre el problema. Durante las reuniones de la COP aparecen diversas informaciones bajo el signo común de la dificultad, la decepción, los desafíos, los llamamientos de la sociedad civil, algunos fragmentos de discursos grandilocuentes, la referencia a la cuenta atrás para cerrar un acuerdo, la prolongación de las sesiones fuera del calendario para salvar la cumbre y, como colofón, las expectativas que se depositan en la siguiente cumbre, donde se repetirá el proceso [7].

Como todas las anteriores, la COP21 también dispondrá del correspondiente espectáculo externo. Hay previstas manifestaciones, acciones virtuales, y las ya habituales acciones espectaculares, con las que los diferentes actores (palabra de uso habitual en los medios que resulta de lo más adecuada al caso) llamarán la atención de los líderes. Desde hace casi dos años circula una petición en internet para que el Ártico sea declarado zona protegida, han firmado más de 7 millones de personas (incluido el autor de este texto), si consideramos la población mundial adulta, faltan aún unos 2.500 millones de firmantes potenciales, es decir, las personas ya conectadas a internet; aparte existen más de 4.000 millones de personas que no podrán firmar nunca, no tienen conexión, energía eléctrica, y si me apuran, ni agua. Pero bastará con esos 7 millones para que el tema pueda llegar a las Naciones Unidas y dé para un rato de charla.

El lenguaje es un mecanismo dúctil y el papel lo resiste todo. Puestos a no hacer nada, por lo menos que se oiga algún ruido, el show debe continuar y, para los próximos años, siempre les va a quedar París.

 

Notas

[1] CC. Denominación simplificada de la denominación completa de Cambio Climático de origen antropogénico, para diferenciarlo del fenómeno natural del cambio climático formulado en la teoría de ciclos de Milutin Milankovitch.

[2] Una aproximación en Varsovia noviembre 2013. El colapso definitivo de un modelo, boletín mientras tanto n.º 119, diciembre de 2013.

[3] En el último libro de Naomí Klein Esto lo cambia todo se plantea crudamente un hecho que lleva sobrevolando el debate sobre las consecuencias del cambio climático desde hace décadas; que las regiones del planeta situadas en las latitudes medias y altas puedan resultar beneficiadas con cambios de temperatura y humedad que permitan nuevos cultivos, mejores rendimientos agrícolas, aprovechamientos energéticos, e incluso cambios culturales positivos. Al margen del cinismo y la insolidaridad implícitos, la realidad es que no existen modelos suficientemente elaborados para predecir la magnitud de los cambios que implica la ruptura de los equilibrios climáticos actuales, por lo que los tales beneficios pueden ser tan solo una muestra más de la consagrada miopía científica que supone aplicar evidencias parciales a realidades globales complejas, el camino seguro hacia un desastre resultante. Ver pp. 68 a 77 de la obra citada.

[4] Sobre la Cumbre de Río y las dos convenciones marco aprobadas: biodiversidad y cambio climático existe abundante información en internet.

[5] El dióxido de carbono CO2, por su abundancia, es la unidad de referencia en la contabilidad de emisiones de los llamados gases de efecto invernadero, es decir, de los 10 principales gases que refuerzan el proceso del cambio climático al retener el calor reflejado desde la superficie terrestre (vapor de agua, dióxido de carbono, metano, óxidos de nitrógeno (3 tipos), clorofluorocarbonos (3 tipos) y ozono). Aunque el CO2 no sea el que más calor acumula por unidad de emisión.

Sobre el fracaso de los mercados de emisiones y sus múltiples trampas existe un lúcido análisis en el último libro de Hermann Scheer El imperativo energÉtico, pp. 75 a 90. La raíz de la falacia, y de su inoperancia, se esboza en el citado libro de Naomí Klein, pp. 103 a 116.

[6] El Protocolo de Kioto, que debía aplicarse entre 2008 y 2012, contemplaba unos objetivos de reducción de emisiones mínimos, absurdos e imposibles de verificar, por lo que era poca cosa más que una excusa retórica. La falta de interés en afrontar el conflicto climático llevó al sonoro fracaso de la COP15, realizada en diciembre de 2009 en Copenhague, dónde se debían sentar las bases un nuevo acuerdo posterior a 2012. Ese fracaso se disimuló ante los medios con la chapuza de establecer una prórroga formal del Protocolo de Kioto (tan vacía de contenido como su vigencia) desde 2013 a 2020, la prórroga fue aprobada en la COP18, realizada en Doha en diciembre de 2012. Fue en Doha donde se decidió la redacción de un nuevo acuerdo en 2015, en la COP21 de París.

[7] Se pueden obtener ejemplos de este ciclo de retórica vacía de contenido revisando los titulares de las ediciones electrónicas de los diarios más conocidos a medida que se van sucediendo las diferentes reuniones COP. Una muestra (entre muchas) en las 21 páginas de titulares de http://elpais.com/tag/cumbre_del_clima/

[8] Sobre las personas conectadas a internet mundialmente: http://www.radionoticias.com/noticias-2015/solo-el-43-por-ciento-de-la-poblacion-mundial-tiene-acceso-permanente-a-internet-05102015.html.

 

[Miguel Muñiz es miembro de Tanquem les Nuclears–100% Renovables y mantiene la web www.sirenovablesnuclearno.org]

25 /

10 /

2015

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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