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Armando Fernández Steinko

El Tercer Memorandum: ¿traición de Tsipras o guerra de posiciones?

Introducción

La situación creada en Grecia tras la aceptación, por parte del gobierno de Syriza, del Tercer Memorandum (3M) ha generado una gran inseguridad, incluso decepción entre amplios sectores de la izquierda. Las expectativas de ruptura con las políticas neoliberales era muy altas en julio de 2015 tras el triunfo del «no» al referéndum, espectativas que se desinflaron cuando el presidente de Syriza se vio obligado a firmarlo a pesar de que incluía cruzar algunas de las líneas rojas trazadas en enero por el propio Tsipras. La decepción es comprensible: las fuerzas antineoliberales han tenido que dar un paso atrás tanto en Grecia como en el resto de los países de Europa aún cuando esto no tenga que significar una derrota definitiva como plantean algunos ¿Qué ha pasado, cómo orientarse en la situación creada desde julio, cómo seguir a partir de ahora?

¿Asalto electoral del palacio de invierno o guerra de posiciones?

Hay dos cuestiones de fondo que hay que aclarar. La primera tiene que ver con la forma de concebir la transformación política y la segunda, íntimamente unida a la primera, tiene que ver con el inventario de los recursos disponibles para hacerlo. Hablar de política no es hablar sólo de proyectos, ideas, esquemas y voluntades, sino también explorar los recursos disponibles para poder llevarlos a cabo frente a los que se oponen Explorarlos con realismo es la única forma de conocer las fuerzas con las que se cuenta para hacerlo pues la política es, en última instancia, una derivación del infinitivo de poder, tener capacidad de llevar algo adelante, capacidad que se deriva de los recursos de los que se dispone. Hay que darle al concepto de “recursos” un significado amplio, como la suma de recursos económicos, tecnológicos, militares, demográficos pero también todos aquellos que genera la implantación institucional —por ejemplo a raíz de un triunfo electoral— o también la movilización ciudadana en la calle (Fernández Steinko 2015). La segunda cuestión tiene que ver con la forma de aplicar estos recursos, de hacer política. Este “hacer política” sólo puede basarse en los recursos disponibles pues se puede jugar al poker un tiempo, pero no indefinidamente. Pensar que un país como Grecia puede modificar él sólo las políticas neoliberales en la Europa de principios del siglo XXI con tan sólo ganar las elecciones con un 35% de los votos en una especie de asalto electoral del Palacio de Invierno es más que ingenuo por poco que se haga un análisis frío de la realidad. La única forma de avanzar en estos contextos es por medio de una larga “guerra de posiciones” (Antonio Gramsci) en la que los avances y los retrocesos se combinan entre sí: no hay un todo o nada definitivo. Aquí los pequeños cambios ganan una gran relevancia, también porque pueden generar contradicciones dentro del bloque contrincante que, así, se ha debilitado. Tsipras ha criticado en varias ocasiones una concepción de política que hace abstracción de los recursos disponibles, en este caso para imponer un acuerdo más favorable frente al Goliath de los acreedores. “Cuando algunas personas piensan que la lucha de clase tiene una trayectoria lineal, que se puede ganar con una simple victoria electoral y no con una lucha continuada tanto en el gobierno como en la oposición, les pedimos que por favor nos expliquen y nos den ejemplos de cómo funcionaría su propuesta. Nos encontramos en una situación completamente novedosa: la de un gobierno de la izquierda radical en una Europa neoliberal. Pero sabemos de otras experiencias en el pasado que ganar unas elecciones no significa acceder de la noche a la mañana a todos las palancas del poder. No es suficiente luchar a nivel gubernamental, también hay que hacerlo en la calle” (Tsipras 2015a).

El desconcierto provocado por la firma del 3M es comprensible pero se deriva en gran medida de una visión poco realista de lo que estamos comentando: un inventario de recursos hecho sin el rigor suficiente, una idea de cambio político basado en el esquema del asalto del palacio del invierto nacido de las urnas, asalto que permite acumular en horas todos los recursos de poder necesarios para dar un vuelvo a la realidad de la noche a la mañana es, como mínimo, ingenuo. Sobre todo si se tiene en cuenta que las negociaciones entre las autoridades comunitarias y Grecia no han sido como las que se dan entre los socios de un proyecto común con desacuerdos temporales. Y esto a pesar de los intentos de Varufakis de subrayar la naturaleza del proyecto común europeo, las ideas de la democracia, de justicia y solidaridad y que, al menos formalmente, le son propias a dicho proyecto, con el fin de exigir la negociación normal que caracteriza a dos partes asociadas. Por el contrario, como tarde a partir de febrero de 2015 esta se ha planteado como una guerra contra el gobierno griego, una actitud que ha sorprendido a sus negociadores que esperaban un trato más acorde con los principios que el proyecto europeo reclama para sí. También ha sorprendido y escandalizado con razón, a una buena parte de la opinión pública de Europa y del resto del mundo.

Periferia y efecto dominó

¿Por qué esta actitud tan beligerante, esa inflexibilidad extrema por parte de Dijsselbloem y Schäuble teniendo en cuenta de que se trataba de cantidades económicas no tan relevantes para la gigantesca economía de la Unión Europea? Economistas con poca sensibilidad para las dinámicas del poder como Rogoff no encuentran respuestas convincentes. Pero explorado el problema en su vertiente global o simplemente leyendo los periódicos un poco entre líneas, es posible darse cuenta de que, en realidad, no se estaban negociando con Grecia, un país pequeño y arruinado de la Unión. Se estaba negociando con el conjunto de su periferia, incluida España e Italia, que suman algo más del 25% del su PIB. De forma aún más escondida se estaba negociando, además, con Francia que podía caer en la tentación de meterse en la nueva cama abierta en el sur previo intento de salvar las apariencias frente a Alemania. Varufakis llegó a esta conclusión a lo largo de la negociación: el objetivo alemán inconfesado era intentar disciplinar a Francia a través del endurecimiento de la negociación con el gobierno griego. Esa y no otra es la clave: un compromiso con Grecia, como el que se espera de los socios que comparten un proyecto común, como el que el gobierno de Tsipras intentó conseguir, habría tenido un efecto dominó en toda la periferia poniendo en peligro la hegemonía alemana en Europa, hegemonía que se viene articulando desde la Tratado de Maastricht a través de las políticas de austeridad (Fernández Steinko 2015b). Para ello Schäuble contaba con el apoyo incondicional de los gobiernos conservadores, sobre todo del español que veía peligrar su reelección si los griegos eran tratados como socios y no como enemigos de guerra. La belicosidad de Schäuble era tal, que esgrimió varias veces la posibilidad de romper con el proyecto europeo tal y como existe en la actualidad imponiendo uno de dos velocidades, un mensaje dirigido sobre todo a Francia, a su miedo a quedarse sola frente a Alemania y sus satélites exportadores en esa hipotética Europa nuclear.

La vacuna contra el Grexit

Los principales errores que ha cometido la parte griega han sido dos, ambos relacionados con lo dicho hasta aquí. El primero es haberse dado cuenta tarde de que se trataba de una guerra y no de una negociación entre socios, de que la razón del empecinamiento alemán en un todo o nada no tenía que ver tanto con ellos como con el conjunto de la periferia europea cuyos intereses estratégicos amenazaban con colarse por una pequeña grieta que, si se dejaba abierta, podía romper todo el muro neoliberal de la austeridad impuesto por Alemania. El segundo es no haber preparado las armas necesarias para un escenario tan desigual y una guerra tan total. Los negociadores griegos se dieron cuenta tarde de que, a través de Grecia, se le había declarado la guerra a un proyecto solidario global para Europa con lo cual tampoco pudieron modular bien sus recursos. “(El principal error) fue que la confrontación con las potencias principales de Europa tendría que haber comenzado antes por nuestra parte. Después del 20 de febrero estábamos enfrascados en una negociación que no era sino una guerra de desgaste” (Tsipras 2015a). Esta guerra de desgaste empezó a perjudicar a Grecia en el momento en el que apareció una vacuna que inmunizaba a toda la zona euro contra un posible Grexit. “Fuimos a una guerra con la convicción de que disponíamos de las mismas armas que ellos. Hemos subestimado su poder que penetra el conjunto de la estructura social y la forma de pensar de la gente controlándola y chantajeándola. Tenemos pocos recursos y el edificio europeo se ha hecho ya kafkiano” (Salomon 2015). En cualquier caso es dudoso que, incluso habiéndose dado cuenta antes, los negociadores griegos hubieran podido ganar una guerra tan desigual si bien, tal vez, la habrían podido aguantar un poco más generándole —de nuevo “tal vez”— más contradicciones al Goliath alemán. Por ejemplo se podrían haber tomado medidas preventivas para evitar o retrasar la descapitalización de los bancos griegos, una durísima medida de presión contra Grecia completamente impropia de las relaciones entre socios. A los negociadores no les interesaban las reformas de su economía y sus insituciones que los griegos se comprometieron a acometer desde el principio en una actitud clara de buena voluntad. Lo que querían era que el gobierno firmara primero la continuación de las políticas de austeridad para luego hablar de dichas reformas (id.), reformas que naturalmente tenían que estar en función de su concordancia con las políticas de austeridad. Pero de nuevo: resulta imposible explicar esta situación sin tener en cuenta que había mucho más en juego que la simple reforma del Estado griego. El que los negociadores alemanes/holandeses y los gobiernos cómplices como el de Rajoy envolvieran este mensaje bélico en ropajes discursivos de argumentos triviales tales como de lo que se trataba era de la “necesidad de respetar las reglas” no cambia nada del asunto principal, aunque sí lo deja entrever sutilmente.

Independientemente de la posición que se defienda en relación con este tema, lo cierto es que la salida de Grecia del euro era el recurso principal de poder del que disponía su gobierno para negociar frente al Goliath neoliberal. Las consecuencias potencialmente catastróficas de un Grexit para el conjunto de la zona euro y, en definitiva, para todo el sistema financiero internacional se apoyaban en un argumento similar al esgrimido en 2008 por los grandes bancos occidentales para presionar a sus gobiernos y ser rescatados con el dinero de los contribuyentes: o nos salváis aunque no os guste, o se producirá un colapso financiero de dimensiones sistémicas (“too big to fail”). En 2012 existía aún esta potente arma de negociación sin que el gobierno de Samaras la utilizara en favor de su país. Pero las medias financieras tomadas por los gobiernos y las instituciones europeas fueron desactivando el misil mes tras mes y la vacuna contra el Grexit empezó a funcionar en el momento en el que el euro empezó a dar signos claros de estabilidad. Los griegos no sólo perdieron su principal baza, sino que esta se acabó volviendo en su contra a medida en que se iban dilatando las negociaciones. Así, la posibilidad de recurrir a Rusia y/o China para una financiación de urgencia de los bancos griegos podría haber sido utilizado por Dijsselbloem y Schäuble para “demostrar” frente al resto de los socios que, en realidad, Grecia no sólo debía irse del euro sino que además quería hacerlo. La medida habría funcionado como una profecía autocumplida, medida que Grecia quería evitar a toda costa con razón. Es verdad: para Alemania los impagos provocados por un Grexit habríán generado unas pérdidas de 87.000 millones de euros a pesar de todo. Pero la crisis financiera ha hecho aumentar enormemente los diferenciales de tipos ahorrándole al Estado alemán unos 100.000 millones en concepto de pago de intereses (cálculos del Instituto de Investigaciones Económicas de Halle). Alemania tiene que pedir prestados todos los años 200.000 millones para pagar el servicio de su deuda contraída en años anteriores con lo cual serguiría siendo beneficiario neto de la crisis de los países del sur, incluso en el caso de un Grexit

Por tanto el misil del Grexit, ya sin pólvora sistémica alguna para el resto de la zona euro, empezó a apuntar a los griegos y el aspecto más heroico del referendum de julio es el intento, por parte de los ciudadanos griegos y de su gobierno, de evitarlo, de evitar que la amenaza del Grexit ahora apuntara hacia ellos. Los ciudadanos siguieron confiando en Syriza que mejoró su posición negociadora en el último minuto con la victoria del oxi pese a todo. Pero las clases dominantes de dentro y de fuera de Grecia, los acreedores internacionales y todos los enemigos del gobierno griego hicieron todo lo posible por evitarlo tergiversando el contenido de la consulta como si de una decisión sobre si quedarse o no en el euro se tratara. Aún así, si bien el triunfo del oxi sirvió para mejorar algunos aspectos del acuerdo, no fue suficiente para conseguir uno realmente justo para Grecia pues el principal cartucho del que disponía su gobierno había sido desactivado por la vacuna anti-Grexit. Es aquí, que no antes, donde hay que colocar la segunda gran pregunta: ¿Existía/existe la opción de salirse del euro para escapar del chantaje de los herederos de la Troika? ¿Es la salida de Grecia del euro una estrategia liberadora? Esta pregunta se puede extender al conjunto de la periferia ¿Es más prometedor, para los países de la zona euro, combatir las políticas de austeridad desde fuera del euro?

Es difícil dar una respuesta totalmente certera a estas preguntas por varias razones. Primero porque no hay precedentes históricos comparables, por mucho que en Argentina sucediera algo parecido en 2001. Y segundo porque los escenarios complejos son imposibles de anticipar completamente: es imposible contrastar todos los pros y los contras pues hay muchos factores y causalidades contingentes que pueden resultar muy relevantes una vez que interactúan entre sí en una situación fuera de lo común. Con todo: no todo es especulación e incertidumbre pues sabemos mucho sobre el funcionamiento del sistema financiero y sobre la estructura económica y social griega de forma que se pueden aventurar algunas hipótesis bastante certeras sobre lo que podría llegar —o no— a suceder en Grecia con su vuelta al dracma. Naturalmente: cuanto más detalles se tengan sobre la realidad griega, europea y mundial más acertados y, por tanto, realistas los escenarios trazados. Aunque en situaciones así no es posible eliminar todas las incertidumbres y predecir todas las contingencias, momento en el que entra en acción la intuición y los conocimientos intangibles acumulados a lo largo de toda una vida: Tsipras se encontró en esa tesitura en julio de 2015. La discusión en España, y en Europa en general, sobre si salir o no del euro, sobre si Grecia debería o no hacerlo, habría sido mucho más valiosa si se hubiera planteado de esta forma, como un repaso lo más detallado posible de escenarios y no como algo decidido a priori. No se trata de enfrentar cuestiones técnicas y cuestiones políticas sino de hacer política sobre la base de datos reales y no discursivos, es negarse a cambiar a Marx por Schopenhauer.

Hay dos escenarios posibles que aglutinan opiniones discordantes: el Grexit entendido como liberación a pesar de todo, y el Grexit entendido como un callejón sin salida y consecuencias potencialmente devastadoras para Grecia y sus ciudadanos. 

El Grexit como liberación

En Grecia esta línea argumental es liderada por el ex ministro de Energía Panagiotis Lafazanis y ha sido apoyada por la mayoría de los parlamentarios de Syriza que se negaron a votar en favor del 3M sin que, por ello, se pueda hablar de un proyecto alternativo al del gobierno consensuado o coherente (Stathakis 2015). También el Partido Comunista KKE esta por este escenario así como una parte de la izquierda europea, entre los que la que cuentan Oskar Lafontaine y Sarah Wagenknecht —ambos de Die Linke— que se ha subido a título personal a este carro. A este grupo hay que sumarle algunos de los actores más beligerantes contra el gobierno de Tsipras encabezados por el Ministro de finanzas alemán Wolfgang Schäuble. Su argumento, que no incluye nunca las causas que han originado la situación, es que hay que concentrarse en la estabilización de un núcleo de países de la Unión Europa y deshacerse de los países del sur que sólo generan gastos de solidaridad una ver amortizados como mercados emergentes. Los países pequeños que quisieran pertenecer a este núcleo, tendrían que asumir unos desequilibrios estructurales, en definitiva, convertirse en protectorados económicos de Alemania. Una parte cercana al 60% de la población alemana, contaminada por este visión de la realidad, apoyaría una salida de Grecia del euro, un porcentaje que se reparte de forma similar entre los votantes del SPD y de la CDU. En Francia los que rechazan la expulsión de Grecia del euro representan aproximadamente la mitad de la población. En España esta apuesta también ha sido insistentemente defendida por personas relevantes de la izquierda.

Los que apuestan por un Grexit como estrategia para escapar del dominio neoliberal proyectan el siguiente escenario optimista:

a) No existe una tercera vía entre seguir como hasta ahora y romper con los acreedores con lo cual no cabe más remedio que apostar por una salida ordenada del euro (por ejemplo C. Lavapitsas). Esta consistiría no sólo en volver al dracma sino en declarar unilateralmente el impago de la deuda, en una nacionalización de la banca, en el aumento de la presión fiscal sobre los más pudientes, en el control de los grandes medios de comunicación con el fin de ponerle fin a sus actividades corruptas y a su capacidad de manipular a la opinión pública, en la inmediata diversificación de las fuentes de energía, la firma de nuevos acuerdos económicos internacionales así como un importante plan de inversiones para reconstruir el tejido productivo del país creando puestos de trabajo y reconstruyendo así los ingresos del Estado (Dimitris Stratoulis). Todo esto permitiría poner fin a las políticas de austeridad y restituir los derechos laborales y sociales que sucumbieron a las condiciones del Primer y del Segundo Memorandum.

b) Hará falta un período de transición que, aun cuando fuera todo lo ordenado posible, obligará a los griegos a hacer sacrificios adicionales. Sin duda será caótico y duro pero en relativamente poco tiempo va a conducir a una recuperación del crecimiento. La duración de este período de transición es una cuestión muy sensible pues si se prolonga excesivamente puede generar un cambio brusco en la opinión pública en contra del gobierno y provocar un aumento de los apoyos a la (ultra)derecha en el país. Los que apoyan este escenario citan “varios estudios” —a los que no hemos tenido acceso— en los que se demuestra que dicho período no será más largo de varios meses, si bien el economista jefe del Instituto IFO de Munich Hans-Werner Sinn, neoliberal y firme defensor del Grexit, habla de entre uno y tres años. Lo “ideal” sería que se produjera una devaluación controlada y moderada, en definitiva un Grexit rápido y ordenado. Sus defensores argumentan, por ejemplo, que con el fin de evitar un desplome incontrolado de la moneda griega el Banco Central Europeo podría intervenir para sostener temporal- y parcialmente la moneda griega con el fin de que no se devaluara por debajo del 30% pues esto podría hacer peligrar los efectos positivos de la operación. El economista Costas Lapavitsas es más optimista pues, según él, sería suficiente una devaluación entre el 15 y el 20% para que se iniciara una espiral de recuperación económica en relativamente poco tiempo.

c) La clave de dicha recuperación serían las exportaciones cuyo crecimiento aumentaría exponencialmente como consecuencia de paso del euro al dracma. La competitividad de los bienes y servicios aumentará de forma casi inmediata —por eso se parte de un período de transición más bien corto— con lo cual el país accederá en relativamente poco tiempo a una cantidad suficiente de divisas para financiar sus compras en el exterior. El aumento de las divisas se generarán, sobre todo, con el aumento de la venta de servicios turísticos y de los fletes cuyos precios se harán muy competitivos prácticamente de la noche a la mañana. El encarecimiento del precio de los productos de importación estimulará, además, la demanda de productos griegos, lo cual representará un acicate para el desarrollo de la producción de las industrias nacionales —sobre todo las del sector energético y las agroalimentarias— con el consiguiente aumento de los puestos de trabajo. Esta ola de crecimiento facilitará, además, la capitalización de los bancos, provocará una recuperación del ahorro y abrirá la perspectiva de un amplio programa de inversiones públicas y privadas. En resumen: “Transcurridos entre uno y tres años cambiaría el signo de la economía griega y el desempleo empezaría a disminuir” escribe Hans-Werner Sinn pues “Grecia podría vender productos muy baratos en la zona euro así como atraer turistas e inversores”. Aquí Sinn compara con frecuenta a Grecia con la Argentina que consiguió volver a una senda de crecimiento tras romper la paridad de su moneda con el dólar, medida que provocó efectivamente un rápido aumento de sus exportaciones.

d) En el momento en el que Grecia declarara la cancelación de las obligaciones financieras contraídas con los acreedores internacionales se le cerrarán los mercados financieros. Esta consecuencia es considerada asumible pues Grecia ya no tendría que utilizar recursos para saldar su deuda y los créditos de emergencia, por ejemplo, concedidos por las instituciones europeas al Banco Central de Grecia y que este les ha prestado a su vez a bancos y a particulares griegos, no serían devueltos. Al convertirse de la noche a la mañana en un país mucho más barato y, por tanto, (mucho) más competitivo internacionalmente, volverá a ser atractivo para el capital internacional con lo cual se irán suavizando los problemas de liquidez y financiación exterior. Es verdad: podría ser necesaria una ayuda financiera internacional para pagar la importación de piezas de recambio y de ciertos medicamentos en los primeros meses. Pero este período no será muy largo y la Unión Europea podría ayudar a la economía griega en este aspecto por razones humanitarias. El país podrá conservar así su patrimonio público pues ya no será necesario privatizarlo con el fin de hacer frente al servicio de la deuda.

e) Un Tercer Memorandum, como el que ha firmado el gobierno de Tsipras, seguirá recortando la soberanía democrático-parlamentaria de los griegos, un escenario que no se produciría con la salida del euro pues las autoridades europeas ya no podrán intervenir en las decisiones del gobierno griego: Grecia recuperaría su soberanía económica pero también la soberanía política perdida. La previsión es que no sólo las clases más castigadas por los memoranda, sino también las clases medias con algún que otro ahorro en el banco, se pondrá detrás de su gobierno para llevar adelante este audaz proyecto de ruptura. Habría una dinámica de unidad nacional que les permitiría a los griegos resistir a las adversidades.

El Grexit como callejón sin salida

Los opuestos al Grexit consideran que, aparte de que el gobierno no ha tenido nunca un mandato para dar este paso y por muy feas que se hayan puesto las cosas, un Grexit las pondría aún mucho peor. No sólo bloquearía una perspectiva de recuperación económica a medio plazo sino que además generaría una situación de colapso político (así Tsipras 2015a, Bischoff et al 2015a o Lieb 2015). Esto no es aguarle la fiesta a nadie, ni tampoco refugiarse en argumentos tecnocráticos, sino que se deriva del siguiente escenario que es tenido com el más probable:

a) El Grexit provocará una devaluación inmediata de la moneda nacional con respecto al euro, una moneda particularmente fuerte y estable. El cambio de la moneda en circulación tendría que ser decidido en el parlamento y, en todo caso, de forma muy rápida con el fin de evitar una huída masiva de ahorros. Las medidas de control de capitales, que tuvo que aplicar el gobierno tras la negativa de las autoridades comunitarias de seguir concediendo crédito de emergencia a sus bancos, tendrían que prolongarse bastante más en el tiempo con el fin de salvar el poco pasivo que aún les queda a los bancos. La vuelta al dracma significaría una devaluación masiva de todos los activos anotados hasta ese momento en euros, incluidos los ahorros de las familias griegas. El valor de estos ahorros se reducirían a la mitad de la noche a la mañana en el caso de que la conversión decidida fuera, por ejemplo, de 1€ por 0,5 dracmas (del 50%). Este paso llevará al cierre, en cuestión de horas, de las 405 sucursales de bancos griegos abiertas fuera del país, la pérdida de 7.000 millones de euros en activos en cuestión de minutos, de 40.000 puestos de trabajo y el derrumbe de todo el sistema bancario con la consiguiente pérdida de una buena parte de los ahorros de los ciudadanos. Con los bancos descapitalizados y una ruptura con los negociadores europeos se haría imposible pagar los salarios de los empleados públicos al día siguiente, los gastos de los hospitales y de las escuelas, lo cual acelerará aún más la retirada de efectivo de los bancos. Todo el mundo querrá quedarse con los últimos euros para meterlos debajo del colchón con lo cual es posible que se produzca una limitación muy drástica del efectivo a retirar por persona con el fin de salvar casi las últimas divisas accesibles que quedan en el país. En su lugar el Estado tendrá que fabricar rápidamente una moneda nueva con el fin de pagar dichos sueldos, distribuirla en camiones por todo el país etc, un proceso nada sencillo de hacer en poco tiempo y que duró casi dos años en Irak tras el derrocamiento de Sadam Hussein a pesar de la ayuda norteamericana que asumió en solitario la logística de la operación. No hay tantas posibilidades de que todo esto pueda producirse de forma “ordenada” como dice la teoría: ni está previsto en tratado o acuerdo alguno, ni hay muchos mecanismos con capacidad de evitar el caos, ni hay una clase de funcionarios públicos en Grecia con capacidad y sobre todo con voluntad de llevarlo adelante sin intentar beneficiarse individualmente de la situación (ver abajo). En definitiva: un escenario de desorden es mucho más probable que otro de orden, los ciudadanos acabarán abalanzándose sobre los supermercados y los bancos sin que el gobierno pueda hacer mucho para impedirlo.

b) La devaluación haría disminuir la deuda anotada en dracmas pero haría aumentar en una proporción idéntica la deuda anotada en euros elevando el peso de la deuda a más del 200% del PIB. Los mercados financieros dejarían de confiar en la posibilidad de que los deudores griegos saldaran una deuda impagable desde todos los puntos de vista; la declaración de insolvencia sería inmediata. Pero aquí no acaba la historia pues Grecia no podrá prescindir tan fácilmente de los mercados financieros, al menos a corto plazo, con lo cual es posible que se viera obligado a convocar una conferencia internacional para renegociar la deuda del tipo del Club de París, un gremio informal que sienta a deudores públicos alrededor de una mesa para renegociar sus deudas. Pero el FMI seguiría jugando un papel determinante puesto que el Club de París sólo concede créditos a cambio de la implementación de sus programas de ajuste, programas que se moverían en un sentido muy similar al de los memoranda que ya conocemos. La bancarrota, esta vez combinada con las dificultades añadidas derivadas de un cambio de la moneda en circulación, llevaría a la solicitud de nuevos créditos: Grecia no habría avanzado ni un milímetro con respecto a su situación actual pero sería mucho más pobre. En la conferencia se podría acordar una quita negociada de la deuda, pero la necesidad de acceder a los créditos seguiría siendo elevada, también por las razones que veremos abajo y los intereses a pagar aumentarían de forma espectacular. Para Grecia esto significaría una vuelta a la situación de hace más de un siglo en la que unos tipos diferenciales extremadamente elevados dificultaron su modernización económico-productiva e institucional (Fernández Steinko 2013). “La verdad es que en ese cuento [Tsipras se refiere aquí al que contaban Samaras y Venizelos a los electores en relación con su hipotética ruptura con el Memorandum con el fin de cosechar más votos] había un lobo y ese lobo se llama “deudas”. Con un endeudamiento de entre 180 y el 200% del PIB no se puede regresar a los mercados, no se puede construir una economía estable” (Tsipras 2015a). La retirada masiva de efectivo provocará una descapitalización aún mayor de los bancos griegos estimulando un proceso de fusiones de instituciones financieras con el fin de poder subsistir. Resulta ingenuo pensar que su simple nacionalización puede generar por sí misma en este escenario una mejora de la situación financiera del país.

c) En realidad, en un escenario de Grexit ningún acreedor aceptaría sin más la denominación en dracmas de la deuda contraída en euros pues equivaldría a su reducción automática a la mitad. La deuda no disminuiría sino que se duplicaría de la noche a la mañana hasta alcanzar porcentajes estratosféricos, tal vez superiores al 300% del PIB. Las posibilidades de financiarse en los mercados internacionales, incluso a tipos de interés usureros, se hará más y más difícil. Es verdad que una quita unilateral de la deuda podría aliviar esta situación, aunque está por ver su coste político en un escenario internacional. Lo principal, sin embargo, es que dicha quita no reduciría las necesidades de financiación externa del país tanto para pagar a sus empleados públicos, hospitales, escuelas, etc como para poner en marcha un proceso de reconstrucción productiva, un plan de inversiones públicas y privadas destinado a provocar, a medio plazo, un giro real en su situación económica pues las exportaciones —véase abajo— no van a funcionar como esperan los partidarios del Grexit. La situación de las empresas endeudadas se haría aún más crítica que en la actualidad pues también ellas duplicarían su deuda de la noche a la mañana con la vuelta al dracma. Con ello entrarían en quiebra técnica pues sus activos tendrían menos valor que sus deudas, una situación que provocaría una distorsión completa de las relaciones de las empresas con sus proveedores y clientes nacionales e internaciones. La financiación de sus inversiones —deuda a largo plazo— pero también aquella otra a corto plazo, destinada a adquirir insumos intermedios y pagar salarios, se verían drásticamente afectadas pues nadie querría hacer negocios con empresas potencialmente en quiebra. Incluso las empresas que pudieran escapar de esta situación —por ejemplo por disponer de un colchón de financiación importante— notarán antes o después los efectos del aumento de las cargas financieras en la evolución de su cash flow. Pero no sólo: los costes de los seguros de impago de la deuda contraída en divisas aumentaría exponencialmente, en este caso no por razones especulativas como sucede en los mercados financieros internacionales sino debido a la pérdida de valor de la moneda nacional. Las relaciones de miles de empresas griegas con el exterior se verían gravemente dañadas, una degradación que alejaría aún más el objetivo de compensar la devaluación de la moneda nacional con una potente estrategia exportadora. No habría ninguna otra salida a esta situación que solicitar nuevos créditos en condiciones más adversas que las actuales.

d) Es casi seguro que la devaluación de la moneda provocaría efectivamente un aumento de las exportaciones debido a la mayor competitividad de bienes y servicios, preferentemente turísticos y los fletes: Grecia se convertirá de la noche a la mañana en un país mucho más barato para turistas con euros o dólares en el bolsillo, turistas que adquirirían probablemente patrimonio inmobiliario de forma masiva. Sin embargo, ni siquiera en el caso de que los precios de los productos de exportación se redujeran en un 50%, este aumento no va a ser suficiente para compensar las repercusiones del incremento de los precios de los productos de importación que ahora se tendrán que pagar en euros y dólares comprados con dracmas (ver abajo). La balanza comercial es un problema endémico de la economía Grecia —más incluso que el de la española— un problema que ha tendido a agravarse desde el ingreso de Grecia en la Unión Europea en 1981, es decir mucho tiempo antes de su incorporación al euro con lo cual es improbable que desaparezca con la mera salida del euro, al menos si se da en estas condiciones. Las exportaciones de bienes y servicios tienen hoy un peso extremadamente reducido sobre el conjunto de la economía griega (del 17%), sobre todo si tenemos en cuenta las escasas dimensiones de su economía pues los países con mercados interiores pequeños tienden a tener un sector exterior mucho más importante que los grandes por razones obvias. El peso económico del sector turístico y naviero de Grecia hay sido deliberadamente subestimado por los organismos estadísticos del país (así Bernegger 2015) y tal vez sea cierto que pueden generar un tirón económico algo mayor del que calculan los críticos del Grexit, pero esto no ha sucedido hasta ahora. La razón es que el principal problema relacionado con las exportaciones es cualitativo: Grecia no dispone desde hace ya muchas décadas de un sector productivo con capacidad para competir internacionalmente con algunas excepciones (derivados del petróleo, elaboración de productos de alimentación, productos químicos, nuevos materiales o materiales de construcción). La conexión entre devaluación interna —sobre todo de los salarios— y aumento de las exportaciones simplemente no funciona para Grecia como “debería” según la teoría neoclásica utilizada por muchos de los amigos —de derechas pero también de izquierdas— del Grexit (para una versión menos conservadora de esta propuesta ver Höpner 2015). Es una evidencia empírica que, a pesar de que los costes laborales absolutos cayeron en un 40% y de que los costes salariales unitarios cayeron casi un 20% desde el año 2007, las exportaciones siguen estancadas en el nivel de 2008. La razón no es la ausencia de necesidades no cubiertas por la producción nacional, ni tampoco la insuficiente caída de los salarios sino la destrucción acumulada del tejido productivo griego que impide generar a corto plazo productos y servicios lo suficientemente competitivos internacionalmente. No va a haber, no puede haber un aumento significativo de las exportaciones sin una modernización de dicho tejido y sin una ampliación drástica del mismo. Esto incluye al propio sector turístico cuya modernización está aún pendiente si se quiere que compita con otros destinos low cost del Mediterráneo como la propia España o Turquía. Por lo demás, no hay que sobrestimar la aportación del turismo “todo incluido” —que es el que requiere de una cantidad menor de inversión por turista— al aumento de los ingresos por divisas pues esta muy controlado por los tour operadores extranjeros que son los que se llevan el grueso de los beneficios. La comparación con la economía argentina crea aquí falsas esperanzas pues Argentina disponía de un sector altamente exportador (la carne y la soja) mucho antes de la supresión de la paridad peso/dólar, dos sectores que no requerían de inversiones importantes para empezar a funcionar como proveedores de divisas, dos sectores, además, cuyas espectaculares subidas de precios coincidieron con los meses en los que se decidió suprimir la paridad del peso del el dólar. Grecia no dispone, al menos a corto plazo, de nada parecido a esto. La reducción de los desequilibrios de la balanza de pagos que efectivamente se ha dado desde el comienzo de la crisis no se debe, por tanto, a un aumento de las exportaciones animado por una devaluación interna y un aumento de la competitividad, sino a la reducción de las importaciones en un 35% provocada el colapso de la demanda interna. Sólo un programa de inversiones puede colocar a la economía griega en una posición comercial sustancialmente mejor en el plano internacional como para poder compensar los desarreglos provocados por un hipotético Grexit. Y para hacerlo hacen falta créditos, créditos para los que, como mínimo en los primeros meses, habrá que acudir a los mercados financieros (ver arriba).

e) Pero el problema del sector exterior no quedaría resuelto sólo con las exportaciones y su mejora, y menos aún en un escenario de desconexión financiera, pues habría que reducir al mismo tiempo las importaciones de forma drástica con el fin de reducir la demanda de divisas y evitar un desabastecimiento grave de la población. Tampoco este es un problema fácil de resolver pues depende de la velocidad a la que sea posible recomponer el tejido productivo para orientarlo hacia la exportación lo cual no es inmediato ni siquiera en el caso de que se consiga acceder de forma rápida a recursos financieros externos. Grecia importa hoy no menos del 48% de sus alimentos y del 82% de toda su energía —hasta el 90% de los combustibles fósiles— que consume anualmente. El precio de estos productos, ambos esenciales para mantener viva la reproducción económica y social, sufrirían un rápido aumento debido a la devaluación de la moneda nacional sin que se pueda poner en marcha una producción propia en cantidades equivalentes, sobre todo de combustibles fósiles. Este escenario generará casi con toda seguridad una hiperinflación importada, es decir derivada del aumento del precio de los productos de importación, algunos de ellos de primera necesidad. La consecuencia es una reducción adicional de los ingresos reales de los griegos, un debilitamiento adicional de la demanda interna y un aumento, también adicional, del desempleo. No está muy claro que un gobierno -de izquierdas o de derechas- pueda soportar por mucho tiempo una situación así, máxime si se combina con la desconexión de los mercados financieros internacionales, y máxime si dicho gobierno no ha tenido nunca un mandato para sacar al país del euro. Tampoco está muy claro que los generosos consejos de los economistas alemanes vinculados a Hans-Werner Sinn destinados a “mejorar la economía griega” no sea mucho más que una jugada sucia destinada a hacer fracasar el proyecto antineoliberal de Syriza y, sobre todo, de frustrar cualquier intento de reflotarlo en el futuro en algún otro país de la Unión. La carta del sector exterior se resuelve, por tanto, en buena medida en la capacidad de reestructurar el sistema productivo en un período breve de tiempo y este es, en la situación concreta de la Grecia actual, un problema de acceso a los mercados financieros.

f) Una moneda débil como el dracma tendría entre pocas y nulas posibilidades de defenderse frente a los ataques especulativos de los mercados pues para ello hacen falta cantidades considerables de divisas para sostener la moneda propia. Grecia no dispone ni va a disponer —desde luego ni a corto ni a medio plazo— de esas divisas pues su balanza de pagos no cosecha superávits desde hace varias décadas. Esto quiere decir que su moneda va a ser objetivo de ataques especulativos, sobre todo —aunque parezca paradójico— cuando esta reciba un respiro, por ejemplo con la hipotética inversión de capitales rusos o chinos. Las dos grandes potencias Alemania y Gran Bretaña pudieron defenderse a duras penas a principios de los años 1990 de esta clase de ataques contra el marco y la libra, pero no impedir el desmoronamiento del Sistema Monetario Europeo. Hoy, sólo el 1,5% de todos los activos negociados en los mercados financieros del mundo guardan una conexión directa con las actividades productivas, el comercio y los servicios en general, es decir, el poder de los mercados financieros es hoy aún muy superior al de aquellos años. No queda claro cómo pretenden los defensores del Grexit preservar al país de estos ataques pues incluso si suprimieran la convertibilidad oficial de su moneda y se disparara el mercado negro y la especulación, dos de los lastres históricos de la economía griega, no parece ser tan fácil después de las experiencias de principios de los años 90. Es probable, por tanto, que Grecia se convirtiera en poco tiempo un país expuesto al albedrío de esas ingentes cantidades de activos especulativos. Naturalmente queda la esperanza de que el Banco Central Europeo pudiera asumir algún tipo de labor de protección del dracma, pero esto son puros deseos, sobre todo si Grecia cancela sus pagos de forma unilateral.

g) Un aspecto muy relevante que no se suele tener en cuenta a la hora de pintar escenarios, es la situación de la administración pública griega y su incapacidad de llegar a cabo un cambio tan complejo y en tan poco tiempo como el que exigiría un Grexit. Este requiere no sólo de un funcionamiento ágil y altamente centralizado, sino de un nivel de disciplina y discreción que es lo último que se da dentro de la actual burocracia griega agujereada por el clientelismo. Muchas de las decisiones tendían que tomarse casi en secreto con el fin de minimizar su coste y si muchos ciudadanos griegos temen una salida del euro también es porque consideran que esto le daría (aún) más alas a la corrupción de sus élites: bajo ningún concepto quieren que éstas vuelvan a tener acceso a la máquina de hacer dinero pues ya han demostrado que utilizan este acceso en su beneficio personal y el de sus familias. Los que han creado la situación actual en Grecia —las élites funcionales y patrimoniales— son los que hoy disponen de más euros colocados dentro pero sobre todo fuera del país, divisas que dichas élites podrían revalorizar rápidamente en una situación de Grexit. Una parte —desde luego no toda— de los los 43.000 millones de euros que hoy están escondidos debajo de los colchones en Grecia, un 60% más que a principios del año 2015 cuyo valor real en dracmas se triplicaría en el mercado negro, pertenecen a este grupo social. Son cantidades importantes que invertirían en activos, sobre todo inmobiliarios vinculados al sector turístico generando una especie de acumulación originaria que les daría un poder social adicional. A este patrimonio había que sumar los euros que ya han conseguido sacar del país y que duermen un sueño apacible en cuentas suizas, alemanas y londinenses. Este grupo social, que no tiene nada que perder sino sólo que ganar con el Grexit, es llamado la “fracción del dracma” e incluye una buena parte de las viejas familias políticas griegas. Está más que presente en las deliberaciones del gabinete de Tsipras porque, aparte de defender la vuelta al dracma, son los principales enemigos de un posible proyecto de modernización social, económica y administrativa del país basado en un criterio de justicia social y sostenibilidad.

h) El escenario que se presenta con el Grexit es, por tanto, el de una grave crisis social, aunque no para todos los griegos. La “fracción del dracma” mejorará sustancialmente su ya privilegiada posición social así como, en menor medida, otros grupos vinculados a los sectores relacionados con la generación de divisas y a las transacciones internacionales. Pero el grueso de la población saldría claramente perjudicado, incluida esa parte de la clase media que aún no ha desaparecido y que representa una parte importante de la población. La agencia Bloomberg ha calculado que, tras la caída del PIB en un 25% en años pasados, una disminución de otro 10% provocado por un Grexit (un escenario más bien optimista) provocaría un colapso político y económico completo. Algunos autores ven en este paso incluso un “arma de destrucción masiva” tanto de su sistema financiero como de la sociedad en su conjunto (cit. en 2015 Salomon) de consecuencias comparables a las que se vivieron en Rusia tras la implementación del llamado “Programa de 500 días” en los años de Yeltsin. Es verdad que hoy cuatro de cada diez griegos son pobres pero esto no quiere decir que las cosas no puedan empeorar aún mucho más pues la vuelta al dracma reduciría el valor de los sueldos y las pensiones otra vez a la mitad tras caer en un 40% desde 2007. Además, como hemos dicho, la hiperinflación importada se comería otra parte de los ahorros en cuestión de días. Este diagnóstico lo comparten varios economistas, incluidos muchos que se opusieron al ingreso de Grecia en el euro como el propio Yanis Varufakis: “una vez dentro no es tan fácil salir sin que se produzca una catástrofe” (cit en Katritzke 2015). ¿De qué vivirán los griegos, en el mejor de los casos durante un período de transición que puede durar entre 3 y 48 meses además de su dignidad y de su heroísmo frente al Goliath europeo? Un programa humanitario financiado por la Unión Europea, cuyo importe podría alcanzar una cifra superior al coste de la cancelación de toda la deuda griega, es un frágil consuelo pues, aunque costoso, un programa así no está pensado para reconstruir una economía nacional sobre bases productivas con lo que no abriría ninguna perspectiva de futuro.

i) La recuperación de la soberanía política es uno de los argumentos esgrimidos por los defensores del Grexit. Es verdad: Grecia no es un estado plenamente soberano desde que firmó el Primer Memorandum y el Tercer Memorandum no va a cambiar muchos las cosas en este sentido. Pero la cuestión política central no es querer recuperar la soberanía sino cómo hacerlo con los recursos de los que dispone ¿qué puede suceder con lo poco que resta de su soberanía si abandonara el euro y se viera directamente expuesta a los mercados financieros? Las fuerzas del mercado le podrían imponer una auténtica dictadura como hoy se la imponen a numerosos países reforzando su subdesarrollo pues sus débiles estructuras estatales no dan para una acción política realmente soberana. Sus ciudadanos son plenamente conscientes de ello y sólo así se puede explicar el escaso apoyo con el que cuenta la vuelta al dracma a pesar de todo lo que han venido sufriendo hasta ahora. El derrumbe de una sociedad no provoca automáticamente el florecimiento de una más justa y solidaria. Todo lo contrario. Hay muchos ejemplos de crisis sociales graves que conducen al auge de las opciones (neo)fascistas, máxime si, como en este caso, se dan en el contexto de una grave crisis migratoria en países vecinos.

En definitiva: lo que le ha llevado a Tsipras a firmar el 3M es la convicción de que el Grexit es más un callejón sin salida que el principio de una historia de liberación. Puede ser que se haya equivocado, pero es improbable. Hoy por hoy provocaría una destrucción aún mayor del tejido social, financiero y productivo griego haciendo más difícil aún la reorientación de su economía, no habría permitido salvar los ahorros de sus ciudadanos que aún existen y habría provocado una cadena adicional de quiebras empresariales y de lo que queda de su sistema financiero: la mayoría de los griegos piensan algo parecido. Además, el proyecto del gobierno de Syriza no acaba aquí pues se trata de ganar tiempo y oxígeno financiero para acumular fuerzas en un guerra de posiciones destinadas a abordar los problemas estructurales del país que no empezaron con la crisis de 2008 sino mucho antes. Una vez explicadas las razones de la firma del Tercer Memorandum toca ahora analizar su contenido.

El Tercer Memorandum

Para analizarlo con objetividad hay que distinguir dos partes. La primera y más negativa que mantiene parte de las condiciones tanto del Primer Memorandum vinculado en 2010 a la concesión de 110.000 millones de euros, y del Segundo concedido en 2012 a cambio de la concesión de otro préstamo por importe de 165.000 millones. Y la segunda parte que representa una mejora con respecto a aquellos dos, mejoras que no se habrían podido conseguir sin el resultado del referéndum de julio. Reducir el 3M a sus versiones anteriores no sólo es inexacto. Más relevante, si cabe, es que obedece a una forma de abordar la política basada en el espejismo del “asalto electoral del palacio de invierno” en la que lo de menos son los detalles y lo de más la “gran política”. Esto es un error como sabe la mayoría de los ciudadanos griegos que volvieron a darle su apoyo a Tsipras tras la firma del Tercer Memorandum.

La parte negativa del Tercer Memorandum

Hay que decir las cosas por su nombre: la parte más fuerte se ha impuesto a la más débil y esto se refleja en el 3M como no podía ser de otra forma. “Los acuerdos con el eurogrupo incluyen muchas medidas alejadas de nuestras promesas electorales y de la declaración de intenciones cuando tomamos las riendas del gobierno (…). Es el precio que tenemos que pagar por mantener a Grecia en la zona euro (…). No es la Europa que deseamos sino la Europa que existe realmente” (Tsipras 2005b). Su firma “Ha sido un shock para la ciudadanía y para la izquierda” (Tsipras 2005a) pues se trata de un programa que insiste en la tónica de los dos anteriores basados en la necesidad de recortar gastos y hacer caja con las privatizaciones para poder seguir pagando la deuda, y sin tener lo suficientemente en cuenta las medidas destinadas a impulsar el crecimiento económico. El núcleo de su parte negativa es, por tanto, que prolonga las medidas que frenan la recuperación económica del país además de eludir el intento de explicar lo que ha sucedido para corregir los errores. Además de estos hay que resaltar los siguientes aspectos negativos:

a) El IVA genera el grueso de los ingresos de las arcas públicas griegas pero se trata de un impuesto que grava el consumo con lo cual tiene un efecto recesivo y, además, es socialmente regresivo. Esta es la razón por la que Syriza trazó una línea roja en relación con este impuesto. El 3M se salta esta línea pues el eurogrupo han impuesto subidas del IVA que aumentará en todos los productos excepto en los libros, las entradas de teatro y las medicinas donde se mantiene en el tipo mínimo del 6%. Subirá hasta un 23% en hoteles y restaurantes, al 13% en el consumo eléctrico y los principales productos alimentarios excepto la carne. También incluye un aumento de los impuestos para el carburante de calefacción así como de los impuestos sobre bienes inmuebles. En 2016 se eliminan las ventajas fiscales para la mayoría de las islas, si bien de forma suavizada y fiscalmente progresiva (ver abajo). El gobierno griego se ha tenido que comprometer a consultar las decisiones económicas relevantes con las autoridades comunitarias antes de presentárselas al Parlamento de forma que negociadores europeos se reservan el derecho de intervenir en las políticas fiscales del gobierno griego. Esto representa la prolongación del recorte de su soberanía política que ya les fue impuesto a sus predecesores en el gobierno.

b) El 3M incluye recortes adicionales en el sistema sanitario y en el sistema de seguridad social. Entre las medidas más negativas está la prohibición de las jubilaciones anticipadas —otra de las líneas rojas que había trazado Syriza— si bien su puesta en marcha ha logrado atrasarse medio año y se ha conseguido que no tenga efecto retroactivo. Se suprimen las ayudas a las pensiones más bajas así como al gasóleo agrícola. Muchas de las leyes que protegían al pequeño comercio será suprimidas de lo cual podrían salir beneficiados las grandes empresas.

c) Grecia se han tenido que comprometer a “aumentar la competitividad” de su economía para lo cual se abrirán conversaciones para reformar el mercado de trabajo siguiendo los estándares de los países de Europa occidental y en colaboración con la Organización Internacional del Trabajo. Hoy por hoy esto quiere decir una flexibilización del mercado de trabajo. El principal problema, sin embargo, no es tanto éste sino la concepción de competitividad incluida en el acuerdo basada en una visión neoclásica de la misma, es decir, exclusivamente dirigida a reducir gastos de personal.

d) Grecia se compromete a cumplir los acuerdos de privatización de puertos y aeropuertos firmados por los gobiernos anteriores, aunque ha conseguido suavizar algunos aspectos importantes tales como la posibilidad de que participe el capital público griego en el proceso, que los inversores contribuyan al desarrollo económico local o que sean preservados los derechos de los trabajadores de las empresas privatizadas. El mercado del gas será abierto a la competencia en 2018 siguiendo las directrices europeas.

La parte positiva del Tercer Memorandum

Por mucho que se insista en tratar los tres memoranda como si fueran lo mismo, lo cierto es que hay diferencias importantes. Esta vez los acreedores han sido obligados a hacer un diagnóstico más realista de la situación de las finanzas griegas. No es ciertamente un “aprendizaje” o un cambio de paradigma puesto que los dogmas neoliberales siguen estando vigentes. Pero la fuerza de los hechos ha obligado a hacer una lectura menos ideológica de la realidad, lo cual sin duda favorece a la parte griega. Así lo ha reconocido el propio FMI que ha admitido que los memoranda anteriores están basados en cálculos equivocados, que las medidas impuestas frenan el desarrollo económico haciendo imposible la amortización de los créditos e incluso que, antes o después, va a haber que negociar una quita. Estos cambios pueden tener consecuencias en el futuro cuando se abran nuevas rondas de negociación pues podrían abrir brechas en los pilares políticos en los que se apoyan Schäuble & Comp. Son cambios en las estimaciones de crecimiento que pueden parecer migajas pero no sólo costaron meses de negociación sino mucho sufrimiento a la población griega que ha padecido en sus carnes las consecuencias de esta falta de realismo en el análisis de la realidad (Bischoff et al. 2005b: 25). Es verdad: el 3M no rompe con las medias de austeridad y sus efectos, pero al menos incluye un programa “económicamente asumible” que se traduce en una adaptación más suave de las finanzas públicas a las exigencias de los acreedores que los dos anteriores. Concretamente:

a) El deseo de Alemania y de sus satélites exportadores, atrapados en el discurso populista que ellos mismos han creado en los últimos años (“no concederle ni un solo euro más a Grecia”) se ha visto truncado con la concesión de un nuevo paquete de créditos por importe de 83.000 millones de euros. Esto ha colocando a los países de la Unión Europea en el límite de su capacidad de consenso (Tzipras 2015a) empujando a la opinión publica y los gobiernos de toda la Unión Europea a una discusión más que incómoda para las fuerzas de la austeridad. Pero sobre todo ha salvado a Grecia del Grexit. Es verdad que de los 83.000 millones de euros concedidos 47.000, más de la mitad, están destinados a pagar el servicio de la deuda contraída anteriormente, un dinero que va a Grecia pero que retorna inmediatamente a los acreedores. Pero de este dinero hay 4.500 millones que irán a pagar los atrasos del sector público griego y unos 20.000 millones a recapitalizar sus bancos, es decir, permite volver de alguna forma a algo así como una normalidad, un respiro que resulta esencial para Grecia. Simplemente no es lo mismo tener que devolver 10.600 millones en cinco meses bajo la amenaza de no poder pagar los sueltos y las pensiones a final de cada mes —que era lo que preveía la propuesta de Juncker del 25/6/2015 rechazada por los griegos en el referendum de julio— que tener que devolver 83.000 millones de euros en tres años. Esto último permite cubrir las necesidades de financiación a medio plazo que abren un tiempo para que Grecia pueda volver a los mercados financieros por su propio pie: “es una diferencia como la del día y la noche” (A. Tsipras). En realidad el 3M en una “minirreestructuración” de la deuda griega (G. Stathakis) al permitir suavizar su carga. La reestructuración consiste, en esencia, en una permuta de deuda a corto plazo por deuda a largo plazo, en este caso a unos tipos más bajos. Esta permuta le permite al país, además, participar de las políticas de expansión cuantitativa del Banco Central Europeo (compra de deuda pública en los mercados secundarios) como cualquier otro país de la Unión Europea. Los acreedores se comprometen a iniciar un nuevo programa de reestructuración del conjunto de la deuda contraída a cargo del Mecanismo Europeo de Estabilidad con el fin de garantizar la viabilidad de su pago a largo plazo. Esta reestructuración se iniciaría con una ronda de negociaciones que incluye la quita de una parte de la deuda a partir de finales de este año, aunque siempre y cuando la parte griega vaya cumpliendo sus compromisos. Los negociadores y la propia Christine Lagarde del FMI saben que toda la deuda es impagable y que una parte tiene que sufrir, o bien una quita o algo parecido como el alargamiento del período de amortización —por ejemplo a 40 años— así como una adaptación continuada de los pagos periódicos a las tasas de crecimiento de su PIB. En definitiva, algo parecido a lo que los acreedores aliados le concedieron a Alemania Federal en la Conferencia de Londres de 1953.

b) Los memoranda anteriores preveían reducciones del gasto público equivalentes al 15% del PIB a lo largo de cuatro años, una reducción de salarios y de pensiones entre el 30 y el 40% y unos superávits del 3,5% en el año 2015 y nada menos que del 4,5% a partir de 2016. Ahora, en vez de trabajar sobre un escenario de crecimiento del PIB en 2017 del 2,7% se habla de un escenario del 1,75% para ese año, un objetivo no imposible de alcanzar dada la parálisis actual de la economía griega. El superávit primario —porcentaje de gasto público sin incluir el servicio de la deuda— que los negociadores griegos intentaron bajar del 3,5% al 0,6% para el año 2015, y del 4,5% al 0,75% para el 2016, al final ha quedado fijado en el 1% y el 2% respectivamente. El que había comprometido el gobierno de Nueva Democracia era del 3% para 2015 y del 3,5% para los años subsiguientes, lo cual habría obligado a reducir el gasto público en 16.000 millones. El importe de las cantidades acumuladas de gasto público que el gobierno no necesita reducir y que, por tanto, puede desviar a gasto social y productivo a lo largo del período que va de 2015 a 2020 ascienden a 15.400 millones (Tsipras 2015b). Todo esto ha alejando, al menos por tres años, el escenario envenenado del Grexit.

c) Es verdad: las ventajas fiscales de las que disfrutan las islas en relación con el pago del IVA serán suprimidas. Pero no se hará de forma inmediata sino escalonada y en función de una suerte de progresividad territorial: primero se aplicará en las islas del Egeo con una renta per capita más alta para, al final, aplicarla en aquellas otras con la renta per capita más baja. Las islas más alejadas quedan exentas de esta reducción. Serán tomadas medidas adicionales para compensar a las familias con rentas más bajas y las medidas más regresivas serán retiradas a finales de 2016 en función de los avances en la lucha contra la evasión fiscal. Se reducirá en un 0,5% el IVA que graba los medicamentos, los libros y las entradas de teatro que quedan en el 6% (ver arriba), y el IVA que hasta ahora grababa la carne en un 23%, es reducido al 13% por ser considerado producto de primera necesidad. El gobierno griego se compromete en llevar a cabo una gran reforma fiscal de contenido progresivo. Así, se creará el censo de patrimonio —un punto incluido en el programa electoral de Syriza—, se elevarán los impuestos de sociedades a los armadores y se suprimirán los privilegios fiscales con los que éstos cuentan en la actualidad, se gravará la tenencia de embarcaciones de lujo, piscinas y otros bienes de lujo, así como de los anuncios de televisión. Los colegios privados tienen que pagar un IVA del 23%, el impuesto de sociedades aumenta del 26% al 29%, un porcentaje al que se puede sumar un 12% adicional para las empresas con beneficios anuales superiores a medio millón de euros. Las familias con ingresos anuales superiores a los 50.000 euros, y que hasta ahora tenían que pagar una cuota de solidaridad, tendrán que pagar una cuota superior. También aumentan los impuestos que gravan el tonelaje de los barcos propiedad de armadores griegos —uno de los grupos que más impuestos evaden del país— así como los recursos destinados a mejorar la inspección fiscal. En colaboración con la OCDE se darán pasos para reducir los cárteles que se han ido formando en el sector del comercio mayorista, la construcción y los medios de comunicación.

d) El acuerdo incluye un programa de inversiones por un importe de 35.000 millones de euros (“to fund investmet and economic activity”) a los que se pueden sumar recursos adicionales procedentes del programa europeo de inversiones. Además incluye un programa de créditos de 30 años a cargo del Fondo Europeo de Estabilización, créditos que sustituyen a los concedidos a largo plazo por el FMI y por el Banco Central Europeo. Se crea un fondo fiduciario en el que se incorporarán los activos públicos monetarizables. Aunque se menciona la privatización el acuerdo no impide “explotar” dicho fondo sin fines privatizadores, por ejemplo para respaldar un plan de inversiones públicas siguiendo el ejemplo de Noruega o Australia (Georgios Stathakis). Literalmente: “valuable Greek assets will be transferred to an independent fund that will monetize the assets through privatisations and other means” (ESS 2015). Por lo demás sólo una parte del patrimonio público resulta realmente atractivo económicamente para el capital privado de forma que está por ver que Grecia se vaya a convertir efectivamente en un codiciado objetivo de las multinacionales (así al menos Bischoff et al. 2015b). Del proceso de privatizaciones quede excluida tanto la empresa pública de distribución eléctrica ADMIE así como las participaciones públicas de la empresa OTE de telefonía. El Tercer Memorandum tampoco incluye una reducción adicional de los empleados públicos.

e) Grecia tendrá que reducir su gasto militar en 200 millones y su gobierno se compromete a poner en marcha un gran plan para combatir la corrupción. El acuerdo incluye, además, asegurar la plena autonomía legal del Instituto Griego de Estadística ELSTAT con el fin de evitar manipulaciones estadísticas.

No hay garantía de que estas condiciones puedan llegar a cumplirse todas: hay mucho sobre lo que seguir negociando y la coyuntura internacional es imprevisible. Pero, al menos a medio plazo queda asegurado que Grecia pueda seguir respirando y, con el mucho o poco oxígeno que le quede, iniciar las reformas previstas, sobre todo las del Estado que resultan fundamentales para dotarse de herramientas con las que abordar otras nuevas. Schäubler & Comp. han conseguido cerrar la vía de agua de su modelo de Europa que se había abierto en el sur, pero no está claro por cuánto tiempo pues todo lo que ha sucedido en Grecia después de la victoria de Syriza en enero de 2015 ha dejado huellas por todas partes, algunas de ellas intangibles y (aún) no confesadas. Por ejemplo: el que Alemania se vea obligada a desarrollar un discurso político solidario en relación con la crisis migratoria, probablemente por miedo a que avancen las posiciones xenófobas que ha venido alimentando su gobierno desde hace años, creará contradicciones con el espíritu ferozmente antisolidario que Schäuble & Comp. han traído a la negociación con los griegos. El nuevo gabinete de Tsipras no lo tiene fácil y ha invitado a todos los ciudadanos a continuar la lucha contra la austeridad. El objetivo, ahora, es conseguir reducir la vigilancia de los herederos de la troika y crear el margen de maniobra más amplio posible dentro del Tercer Memorandum para paliar sus consecuencias más adversas. Para ello también es importante que cambie la correlación de fuerzas dentro de Europa y así iniciar una nueva ronda de negociaciones en mejores condiciones.

Conclusiones

1. La negociación entre el gobierno de Tsipras y los herederos de la Troika iban más allá del caso griego pues afectaba al conjunto del proyecto europeo tal y como está diseñado hoy, es decir, hegemonizado por Alemania a través de las políticas de austeridad. Esto explica la actitud bélica e inflexible adoptada por este país y sus satélites que temen un cambio en el proyecto global de construcción europea debido al previsible efecto dominó que, sobre el conjunto de la periferia, podría tener un acuerdo favorable para Grecia. Como en cualquier negociación hay que partir de un análisis realista de los recursos diponibles para poder definir una estrategia consistente a corto y largo plazo. Apostar por una estrategia de “asalto electoral del palacio de invierto“ pensando que de la noche a la mañana se accede a todos los recursos para cambiar las políticas de países diez veces más influyentes es poco realista. Más apropiada es una guerra de posiciones basada en avances pequeños en función del poder y las divisiones del adversario. El Tercer Memorandum es el resultado de esta estrategia.

2. El Grexit empezó siendo un recurso de negociación decisivo frente a los acreedores pero los países europeos desarrollaron vacunas financieras que les inmunizaron frente a sus consecuencias sistémicas y posibilidad de un Grexit se acabó volviendo en contra de los propios griegos. El análisis de sus posibles consecuencias debería, en cualquier caso sustentarse en datos y escenarios lo más realistas y completos posibles. Los datos más sólidos apuntan a que el Grexit, para el que Tsipras no tuvo nunca un mandato de sus electores, empeoraría aún mucho más las cosas para los griegos. Esto explica la firma del Tercer Memorandum.

3. También el Tercer Memorandum, que refleja la correlación de fuerzas entre el coloso europeo y un país pequeño, arruinado y una administración agujereada por la ineficiencia y la corrupción, tiene que ser analizado con detalle. A pesar de que no modifica aspectos negativos centrales como son los efectos de la austeridad y el desvío de cantidades importantes del PIB para el pago del servicio de la deuda; y a pesar de que traspasa algunas líneas rojas trazadas por el propio gobierno de Syriza y que afectan sobre todo al IVA y a las pensiones, es mejor que los dos anteriores. Por un lado se basa en un diagnóstico más realista de la realidad económica, lo cual redunda en beneficio de los griegos. En segundo lugar ha servido para evitar la catástrofe de un Grexit y representa una “minireestructuración” de la deuda pues, a parte de incluir un nuevo paquete de financiación, flexibiliza los pagos de su servicio. Incluye subidas del IVA y un plan de privatizaciones pero también aspectos fiscales de contenido progresivo y la posibilidad de influir sobre dichas privatizaciones. Además incluye un plan de inversiones que puede ser destinado a modernizar la estructura productiva. Hay muchas cosas aún abiertas y por negociar y en su resultado influirá el cambio de correlación de fuerzas tanto dentro como fuera de Grecia: Grecia seguimos siendo todos.

 

Referencias bibliográficas

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La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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