La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Agustín Moreno
La izquierda sin ilusiones
Nada está perdido si se tiene el valor
de proclamar que todo está perdido
y hay que empezar de nuevo.
Julio Cortázar
Llevo dándole vueltas a este artículo tres semanas. No es fácil abordar la situación de la izquierda desde la honestidad de analizar crudamente la realidad, sin autoengaños de ningún tipo. No sé si la verdad es siempre revolucionaria, pero callar seguro que tampoco. Por ello, me siento en la obligación de expresar mi humilde opinión sobre lo que está sucediendo y los riegos que se corren el 20-D.
Hay varios datos de la realidad que no pintan bien para la izquierda de cara a las elecciones generales del 20 de diciembre: la desmovilización social, los resultados de las elecciones en Cataluña, las encuestas de opinión y la ruptura entre Podemos e Izquierda Unida. En mi opinión los más graves son el primero y el último punto. Las expectativas de cambio político generadas el último año han tenido como consecuencia un clima de pasividad social que beneficia directamente al gobierno del PP y a las fuerzas neoliberales. El desplome de la desmovilización no atrae más apoyos para la izquierda, sino todo lo contrario. El poder prefiere que las elecciones se planteen como un concurso entre productos de marketing electoral, en vez de como un debate ciudadano serio sobre programas y con protagonismo de la calle.
En cuanto a Cataluña, el resultado ha sido más que discreto, pero se cometería un error si se echa la culpa a la unidad y no a la estrategia. Es una pena que no aprendiéramos nada de Andalucía y de Madrid, donde la izquierda podía haberse convertido en determinante o directamente haber desalojado a la derecha del gobierno. Por otro lado, las encuestas no pintan bien con Podemos un tanto desinflado, con Izquierda Unida que no acaba de recuperarse y con nuevos desflecamientos. Es evidente que los poderes fácticos no iban a dar facilidades a una fuerza como Podemos, que suponía un revulsivo a favor del cambio. Pero también hay errores propios en cuanto a la unidad y al discurso que les corresponde a ellos constatar y corregir.
El elemento más inquietante es la desunión. La izquierda está perdida si acepta como algo genético la imposibilidad de ir juntos. La inercia del desencuentro y la consiguiente competencia electoral la condena al desastre -entendido como la llegada del recambio neoliberal preparado por el Ibex-35- y a la melancolía de interiorizar que se tiene merecido lo que le pase.
Todo esto no es nuevo. Los veteranos militantes se lamentaban de que se perdió la guerra por la desunión de la izquierda. Que no había sido capaz de mantenerse unida a pesar de tanto como estaba en juego y del convencimiento de que España se convertiría en una inmensa cárcel y cementerio si ganaba Franco. Socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos, de Negrín, de Casado, de Besteiro… Las facciones sectarias enfrentaban a los que debían defender a la República.
Sin caer en dramatismos, la izquierda no tiene perdón si después del mayor ajuste social sufrido en tiempos de paz por los trabajadores de este país, el expolio de derechos y libertades y las luchas habidas (15-M, huelgas generales, mareas y movimientos sociales…) no hace todo lo posible para que haya cambio político. Se debería aprovechar la experiencia de las candidaturas municipales de unidad popular para impulsar políticas de alianzas y procesos de confluencia de cara al 20-D que permitieran recuperar la participación y el entusiasmo.
No hace falta ser un profeta de lo ya ocurrido para pronosticar que, si no hay un golpe de timón, el titular la noche del 20-D será: fracaso electoral de la izquierda. Y cuando la izquierda se lo pone tan difícil, no cabe el consuelo de decir que el electorado sigue votando al bipartidismo o a la nueva derecha neoliberal. Por ello, como activista de los movimientos sociales, me siento abandonado por los que deberían dar cauce político-electoral al impulso social de cambio. Y temo por lo que pueda pasar con la LOMCE, la reforma laboral o la ley mordaza, etc. Las responsabilidades históricas de unos y de otros en la ruptura del proceso de unidad no son las mismas, pero creo que a millones de personas de la izquierda nos da casi igual quién tiene más culpa en la desunión. Aceptar la división de la izquierda es asumir la derrota de antemano. Empezar a hablar ahora de qué hacer después del 20-D, cuando faltan aún dos meses, es resignarse a la catástrofe. No podemos olvidar que sobre la derrota se puede construir poco.
Con la división de la izquierda, hablar de proceso constituyente o proclamar el Sí se puede son músicas celestiales sin ninguna credibilidad si se falla en lo más obvio, desatendiendo a las matemáticas electorales y a las emociones. Por eso, el golpe más duro para la izquierda no serán los resultados electorales por malos que sean, sino la pérdida de la ilusión por la constatación de que sus dirigentes han sido incapaces de unirse cuando más se necesitaba.
¿Hay todavía tiempo para evitarlo? Es muy difícil, porque a la pequeña política se unen los sectarismos existentes en todas las partes. Pero me viene a la cabeza el conocido como incidente de Xi’an en la China de 1936. Ante la invasión japonesa del país, que se debatía en una dura guerra civil entre los nacionalistas de Chiang Kai-Shek y los comunistas de Mao Zedong, algunos generales obligaron a ambas partes a firmar una tregua que permitió unir fuerzas contra los japoneses hasta su expulsión.
¿Puede alguien intentarlo aquí? Si vivieran, quizá Marcelino Camacho, José Saramago o José Luis San Pedro. ¿Podrían jugar ese papel Julio Anguita, Boaventura de Sousa… y personas o entidades con autoridad dentro de la izquierda y los movimientos que sean capaces de sentar en una mesa a los que se deberían unir? No es fácil contestar a esta pregunta, pero aún es más difícil explicar por qué la izquierda va a dejar ganar a las derechas por su falta de unidad. A la peor derecha, la que no tiene proyecto de país, la que solo quiere enriquecerse y gobernar para el Opus Dei.
En cualquier caso, estamos obligados a seguir intentándolo. Votaremos y, pase lo que pase, siempre nos queda seguir trabajando en la base, que es lo que llevamos haciendo toda la vida. Ahí nos seguiremos encontrando con los que están en la lucha por la justicia social. Pero habrán perdido autoridad política y moral quienes no fueron capaces de construir lo que el pueblo necesitaba con urgencia. Para vencer hace falta audacia, más audacia, siempre audacia, que decía Dantón. Desgraciadamente lo que tenemos es una audaz cobardía, impropia de la izquierda que necesitamos en el siglo XXI para luchar por el imperativo moral de la emancipación. Por ello, no puedo más que decir: hagan un último esfuerzo compañeros. Puede parecer utópico este ruego, pero es, simplemente, no resignarse a un futuro de derrota.
[Fuente: Cuarto Poder]
29 /
10 /
2015