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Antonio García Santesmases

Historia y memoria. La ausencia de una cultura republicana

En las últimas fechas hemos asistido a distintos acontecimientos que permiten constatar, una vez más, la ausencia de una cultura republicana que haya arraigado en nuestro país. Si tuviéramos una memoria republicana asentada, algunos debates públicos serían inconcebibles, o al menos, tendrían un sesgo completamente distinto. Dos hechos me han llamado especialmente la atención. El primero ha sido el debate en torno a la fiesta nacional del pasado 12 de octubre y el segundo el recuerdo a la figura de Lluis Companys al conmemorar el 75 aniversario de su fusilamiento. En los dos hechos se vuelve a evidenciar la polarización emocional que provocan los dos nacionalismos hoy hegemónicos a los que me referí en un artículo anterior. Comencemos con el 12 de octubre.

¿Qué tenemos que conmemorar?

Unir el desfile de las Fuerzas armadas y la recepción en Palacio planteaba el escenario ideal para poner en dificultad a las fuerzas de la izquierda emergente. Si no acudían a la recepción podría interpretarse como un gesto de descortesía, de falta de madurez, de infantilismo; si acudían parecía que asumían toda la parafernalia. Optaron, como sabemos, por dividir la tarea. Los líderes estaban ocupados atendiendo problemas sociales y la Alcaldesa de Madrid asumió su responsabilidad institucional, siendo alabada por los distintos medios. Allí no acabó la cosa porque la alcaldesa de Barcelona y el alcalde de Cádiz recordaron los elementos más controvertidos de la conquista de América y hablaron de genocidio y de aplastamiento de culturas. Me recordaron lo dicho hace años, antes de ser asesinado, por Ignacio Ellacuría: “No estamos ante un descubrimiento sino ante un encubrimiento”.

Inmediatamente los sectores conservadores recordaron la leyenda negra y defendieron la tarea realizada en América, a pesar de los lógicos errores cometidos, pero añadieron un dato que nos interesa resaltar para nuestro tema: no podemos juzgar con ojos de hoy lo ocurrido en el inicio del Estado moderno. Lo que viene a decir: no podemos pedir democracia, libertad, tolerancia, respeto, en una época en la que la violencia, la conquista, el exterminio y las guerras de religión estaban a la orden del día.

Si esto es así la pregunta es evidente: ¿cómo conformar el presente a partir de la experiencia del pasado?

El homenaje a Companys

Frente a la controversia española, impresiona la exhibición de fuerza del nacionalismo catalán. Aprovechando la coincidencia de fechas, se une el recuerdo a Companys y la declaración de Artur Mas ante los tribunales. Como dijo acertadamente Pablo Iglesias en el debate con Albert Rivera, ni el jefe de campaña de Mas hubiera podido diseñar un escenario más favorable. Las autoridades acudiendo a la ofrenda de flores, unidos la alcaldesa y el presidente de la Generalitat; muchos alcaldes acompañando a Mas hasta las puertas del tribunal; Romeva manifestando que, al igual que Companys fue fusilado, el Estado español trataba de cercenar la libertad de Cataluña procesando al presidente de la Generalitat. Todo magníficamente orquestado para revalidar el gran relato sobre la historia y la memoria de Cataluña.

En los dos acontecimientos tenemos dos relatos muy potentes, ninguno de los cuales corresponde a la tradición del republicanismo español de los años treinta, de ese republicanismo que protagonizaron republicanos como Azaña y socialistas como Fernando de los Ríos. Los dos escribieron mucho sobre el Estado español y los dos, al igual que otros muchos republicanos liberales y socialistas, se hubieran quedado perplejos ante un nacionalismo español que sigue hablando de la existencia de un Estado que se constituye desde los Reyes Católicos y de una nación española a la que hay que admirar y defender sin complejos, y ante la existencia de un nacionalismo catalán que sigue interpretando el fusilamiento de Companys como una muestra más del milenario conflicto entre Cataluña y España.

La memoria, la tradición olvidada

Como toda persona de convicciones republicanas, me parece admirable el homenaje a Companys, pero no puedo sino rebelarme ante el hecho de que han pasado los días y nadie ha recordado que también fueron secuestrados por la Gestapo liberales como Cipriano Rivas Cherif y socialistas como Julián Zugazagoitia, que después sería fusilado. ¿Quién los recuerda? Rivas Cherif publicó una de las mejores biografías de Azaña, Retrato de un desconocido, y Julián Zugazagoitia escribió uno de los libros más impresionantes sobre la guerra civil española, Guerra y visicitudes de los españoles.

Al hablar de falta de recuerdo no me refiero a que su obra no haya sido tenida en cuenta por los historiadores que han estudiado el pensamiento de Azaña, o por los analistas de la Guerra Civil que han valorado la aportación de Zugazagoitia. No me refiero a que no hayan sido justamente alabados y recordados por los expertos pero no han traspasado el umbral de los especialistas, el motivo de este desconocimiento está en los efectos de la cultura de la transición que estamos pagando. Solo conociendo esos efectos podemos entender la debilidad de la respuesta de las izquierdas a la tenaza a la que les someten los dos nacionalismos hegemónicos. Al haber abandonado la tradición republicana, las izquierdas se sienten incomodas para asumir la historia de España; prefieren no hablar del tema y dejan el campo a la derecha como si no hubiera habido una Guerra Civil y una división entre las dos Españas, como si no hubiera una interpretación republicana de la historia de España.

Este abandono se observa con enorme claridad cuando se contempla el intento por hablar únicamente de los derechos económico-sociales para sortear la confrontación sobre banderas e identidades; se observa también cuando se plantea que ante las emociones no cabe oponer sino la razón. La pregunta es: ¿de qué razón hablamos? Los que afirman la necesaria preeminencia de la razón sostienen que siempre están en desventaja porque son los nacionalistas los que son capaces de ilusionar y de movilizar a la población, mientras que los defensores del proyecto ilustrado sólo pueden atender a los procedimientos democráticos y a la defensa de una ciudadanía que no entre en los sentimientos de pertenencia de cada cual, que deben quedar recluidos en el ámbito de lo privado.

El legado ausente

A esto hay que decir que a poco que volvamos a leer a Azaña o a Fernando de los Ríos descubriremos que nunca pensaron en que no cabría imaginar y defender una emoción patriótica antitética a la que iba a inundar a España a partir del nacional-catolicismo triunfante. La emoción patriótica está presente en la intervención de Azaña al hablar de la cuestión religiosa, al defender el Estatuto de Cataluña, al defender a la república en los discursos a campo abierto del 35 y del 36 para recuperar el ideal republicano o en el esfuerzo por acompañar a los defensores de la república en plena Guerra Civil al ser el primero en pedir paz, piedad y perdón.

¿Por qué esa tradición viva de patriotismo no se conoce? Fundamentalmente por dos razones. La primera, muchos consideran que es historia pasada pero no una tradición viva que ayude a iluminar nuestro presente. Consideran por ello que puede y debe ser conocida como historia pero no es necesario actualizarla como memoria viva. Y en segundo lugar porque la cultura de la transición condujo a un pacto en el que los líderes de la izquierda pensaron que lo importante no era enzarzanos en un debate entre monarquía o república, sino centrarnos en elegir entre dictadura o democracia. Haciendo de la necesidad fáctica, virtud ética. Esos mismos líderes procedieron como si nada se hubiera perdido con el abandono de la cultura republicana.

La consecuencia de esta dejación fue que a partir de un determinado momento, todo lo que fuera remover el pasado se consideró una equivocación. Había que centrarse en el presente, en los problemas que realmente preocupaban a los ciudadanos, en la incorporación a una Europa que haría que todos nuestros problemas se fueran olvidando y las querellas de nuestros antepasados quedaran definitivamente olvidadas.

El hecho es que, al igual que pasa con la Metafísica, la memoria se puede echar por la puerta pero se cuela por la ventana. Los constituyentes del 78 se propusieron echar al olvido las querellas del pasado y los agravios respectivos, pero para su sorpresa los nacionalistas no cejaron en su empeño de reconstruir su interpretación de la historia con fechas simbólicas, homenajes, museos y mártires a los que rendir culto. Los conservadores reaccionaron sacando del olvido a Cánovas y a Sagasta, a Maura y a Gil Robles, incluso parece que llegaron a pensar la necesidad de crear un Museo sobre la Monarquía en España.

La izquierda mayoritaria reaccionó muy tibiamente a este esfuerzo del conservadurismo liberal; no quería tocar la institución monárquica y no estaba dispuesta a activar la tradición republicana; más bien estaba dispuesta a desactivarla considerándola obsoleta e innecesaria ante las encrucijadas del presente.

La izquierda alternativa prefería sintonizar con los nacionalismos de izquierda o mirar a América Latina. Y en eso estamos, en que nadie recuerda a Zugazagoitia, aunque fuera detenido por la Gestapo y fusilado por Franco, y nadie recuerda a Rivas Cherif, aunque también fuera detenido y tuviera la fortuna de no ser fusilado pudiendo escribir una gran biografía sobre Azaña.

Y este es el problema. Sin memoria no hay identidad y sin identidad no hay un proyecto de país que permita que los nacionalistas catalanes prefieran seguir siendo parte del todo antes que formar un todo aparte. Por ello es tan grave que sean muchos los jóvenes catalanes que sepan quién fue Companys y no sepan quién fue Zugazagoitia. Pero, ¿por qué lo van a saber los jóvenes catalanes si tampoco lo saben los jóvenes españoles?; ¿cómo lo van a saber catalanes y españoles si uno recibe toda clase de homenajes y para el otro sólo existe el olvido?

 

[Fuente: Cuarto Poder. Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED]

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2015

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

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