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Juan-Ramón Capella

La creciente desnaturalización de Izquierda Unida

Los magros resultados electorales cosechados reiteradamente por Izquierda Unida en unas elecciones generales son un síntoma preocupante. Y no, ciertamente, porque ignoremos la eficacia que haya podido tener esta vez el vergonzoso llamamiento del Psoe al «voto útil» —vergonzoso porque supone abusar de los mecanismos electorales que inutilizan tantos votos rojos—, ni porque ignoremos tampoco que el terreno de juego electoral está predispuesto claramente en contra de la izquierda real. Con eso hay que contar, y en realidad es un efecto descontado desde hace años. Los resultados son preocupantes como síntoma: resulta cada vez mayor el número de quienes nos preguntamos si merece la pena siquiera votar la opción representada por Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya. Y es evidente que crece el número de las personas que resuelve la cuestión dejando de apoyar con su voto a la opción que parecía estar más a la izquierda del sistema.

Ciertamente, la actual dirección de Izquierda Unida, cualquiera que sea —sobre esto se volverá más adelante—, está haciendo bastante por conseguir este resultado. Mientras no pocos militantes de IU se han acercado a los movimientos sociales nuevos y trabajan para impulsarlos, la dirección visible de IU se esfuerza por evitar todo enfrentamiento con el sistema. En materias como la reforma constitucional, donde podría constituirse en referente para la federalización de España, para la resolución del problema vasco y para la apertura del Estado a la participación social, permanece extrañamente muda, tal vez buscando dudosos equilibrios sólo explicables en términos de repartos de poder interno y de cambalache con el gobierno. Ante el alud publicitario que nos espera para hacer tragar a la población el tratado de «constitución europea», antesala del «ejército europeo», ni siquiera se sabe hoy cuál es la posición que adoptará oficialmente IU —tal vez oponiéndose al movimiento altermundista—, como si hacer política consistiera en componer un gesto complaciente y no en proponer y dirigir el trabajo colectivo. Por otro lado, se ha aceptado apoyar la investidura del gobierno del Psoe sin exigir siquiera cambios en las políticas económicas neoliberales que castigan a las clases trabajadoras.

Por este camino Izquierda Unida va directamente a su propia perdición.

Desde fuera se percibe claramente que la democracia interna, elemento indispensable para la credibilidad de cualquier formación política que se presente como una asociación de personas libres (y por tanto exigible para IU y también para Iniciativa), dista mucho de ser una realidad.

Son dos los problemas manifiestos en este sentido, en la debilidad de la democracia interna de IU, aunque tal vez ambos tengan una raíz común: primero, la existencia de dos direcciones, una la formalmente elegida y otra la real, el equipo de confianza del coordinador general, disonantes entre sí. En segundo lugar, la sobrerrepresentación de algunas «baronías» en el seno de la dirección federal, producto directo del engaño al congreso de la formación, al financiar determinadas federaciones las cuotas de afiliación de una militancia inexistente.

Así no se puede funcionar. Resulta significativo de la situación presente que los «barones» menos democráticos sean precisamente los mejor servidos por una dirección que, en su debilidad, ha de pactar con ellos para mantenerse aunque sea en contra de los intereses objetivos de la asociación.

La existencia de dos direcciones, la formalmente elegida de acuerdo con los términos estatutarios, de un lado, y el equipo de confianza del coordinador general, de otro, es un problema que IU arrastra desde los últimos tiempos de Anguita, aunque éste siempre guardó las formas. Sin embargo el coordinador actual no es Anguita. Carece del carisma que, con costes altísimos, mantenía a pesar de todo la unidad y cierto grado de confianza y de ilusión en el conjunto federal.

Es lamentable tener que reconocerlo: la socialdemocracia de Zapatero parece tener más claras ciertas cosas que la Izquierda Unida actual. La política de género del Psoe es menos verbalista que la de IU. Ante la decisión mostrada por Zapatero al retirar las tropas de Iraq las indecisiones e indefiniciones de la actual dirección de IU en prácticamente todas las cuestiones sensibles —la modificación de la constitución, el plan Ibarretxe, la «constitución» europea— quedan destacadas como síntoma de una debilidad política que evoca inevitablemente la imagen de la veleta.

La organización no ha logrado cuajar realmente un grupo dirigente colegiado en sustitución del carisma anguitiano. Y viene de muy atrás la incapacidad de IU para reunir en torno a sí misma a personas políticamente afines y técnicamente capaces para aportar buena concreción de detalle a las posiciones de la organización.

Estas líneas no pretenden ser una crítica dirigida unilteralmente a la dirección o a las direcciones de Izquierda Unida: es toda una «cultura política» de enfrentamientos y personalizaciones la que debe ser objeto de autocrítica y de superación por parte de todos. Un grupo político es una maquinaria colectiva de intervención en un ámbito público. Los desacuerdos internos no pueden traducirse en rupturas si se pretende que la máquina funcione. Y justamente «romper» —solidaridades, amistades, grupos— ha sido una constante en la izquierda, aunque en realidad las contraposiciones únicamente evidencian problemas, a veces desapercibidos, no resueltos o no madurados. Por eso es necesario aprender a hacer política de otra manera.

El previsible batacazo de Izquierda Unida en las elecciones europeas va a poner de manifiesto que este grupo político se encuentra finalmente ante un dilema que puede ser final.

Un cuerno de este dilema o de esta alternativa consiste en que Izquierda Unida se renueve a fondo. Para ello ha de superar las luchas tribales, unificarse de verdad, sustituir los dogmas por análisis reflexivo, clarificar y simplificar su propuesta política y apostar decididamente por superar los errores y las contraposiciones del pasado. Sostener un proyecto esencialmente socialista, feminizado y ecologista, decididamente pacifista. Para obtener una formación política que llegue a ser una expresión pública de la alianza de los distintos grupos de iniciativas sociales y sirva para fortalecerlos e impulsarlos. Que inspire confianza porque la sospecha de instrumentalización ni siquiera se pueda plantear.

Ésta es la tarea: que las iniciativas del movimiento antiglobalización se generalicen en un nuevo movimiento autónomo de todas las clases de trabajadores de este país, incorporando a la vida política y a la cultura plural de la izquierda a más y más gentes: a las y los inmigrantes, a estudiantes, a ciudadanos, a trabajadores tan en precario que ni se pueden sindicar, a sindicatos o minorías sindicales, a los grupos de iniciativas cívicas. Y en función de esta tarea primaria, básica para un grupo político como Izquierda Unida, buscar la inserción en la voluntad política pública, a través de las elecciones, de los objetivos del movimiento. La tarea de Izquierda Unida tiene que consistir en facilitar la acción política de quienes no se resignen a expresar dócilmente un voto cada cuatro años sino que busquen materializar una democracia participativa.

El otro cuerno de la alternativa es acentuar la degradación actual, y pensar sólo en términos electorales, de listas y de alianzas para obtener cargos públicos, de empujones entre cuadros políticos para conservar un salario pagado directa o indirectamente con dinero público. Eso conduciría en breve plazo e inevitablemente a la más absoluta miseria.

En este caso el futuro del movimiento altermundista tendría que construirse contando únicamente con fragmentos menores y dispersos de la tradición que IU todavía representa hoy. El tiempo, por desgracia, se está agotando.

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4 /

2004

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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