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Greenpeace

Transgénicos y consumo

En 1999 se produjeron en Inglaterra una serie de acciones directas de activistas contrarios a la siembra de semillas modificadas genéticamente: razzias nocturnas contra campos de maíz, que acababan con la intervención de la policía y a veces ante el juez, que la mayoría de las veces simpatizaba con los puntos de vista de los activistas. Desde entonces, aquellas acciones junto a una campaña más amplia, han conseguido que los alimentos modificados de las grandes empresas biotecnológicas no hayan invadido las estanterías de los supermercados, aunque sospechemos que se encuentran en algunos de los alimentos que consumimos.

Ahora una nueva legislación intenta abrir la puerta a estos alimentos con la excusa de la trazabilidad. Es decir, la indicación de la presencia de esos productos en los alimentos de consumo humano, para que los consumidores puedan escoger. ¿Pero se puede escoger realmente?

¿Qué es lo que ocurre con los alimentos modificados genéticamente? Estos alimentos no tienen nada que ver con los conseguidos tradicionalmente seleccionando variedades para lograr un mejor producto. Por poner un ejemplo, la soja modificada de Monsanto tiene genes de una bacteria y de un virus en su DNA y nadie sabe cuáles son o pudieran ser sus efectos a largo plazo sobre la salud humana o el medioambiente.

Lo que sí sabemos es que el polen de estas plantas, arrastrado por el viento, provoca una polinización cruzada, es decir «invade» las plantas no modificadas genéticamente, con lo que va más allá de las fronteras impuestas por los agricultores.

Y también que: «En un pueblo de Filipinas la mayoría de familias que viven alrededor de campos de maíz transgénico tuvieron este año problemas respiratorios. Les dijeron que era la gripe, pero cuatro de las familias que salieron por un tiempo a otras zonas se curaron. Al regresar a sus casas volvieron a aparecer los síntomas. A partir de esta situación el director del Norwegian Institute for Gene Ecology presentó resultados concretos: las muestras de sangre contenían anticuerpos indicadores de respuesta inmunológica a la presencia de la toxina que contiene el maíz transgénico sembrado. Para entendernos, confirmaba que los síntomas de las familias campesinas se deberían a alergias producidas por el polen de maíz transgénico que inhalaron en los campos». (El Periódico, 16-IV-2004).

Y también son sospechosos por otra razón: las grandes empresas se apropiarían de algunos de los tramos más importantes de la cadena alimentaria por medio de patentes sobre sus nuevos productos. Todos los granjeros que planten soja de Monsanto tienen que pagarle royalties y también comprarles anualmente nuevas semillas. Así se acabaría con la milenaria tradición de guardar semillas para la siembra, con lo que los agricultores sólo serían un eslabón más para aumentar los beneficios de las multinacionales.

A la modificación genética se la ha intentado justificar diciendo que aumentaría la producción y que «alimentaría al mundo», pero son argumentos tan vacíos como interesados. Lo que sí está claro es que es destructiva para el medio ambiente: la soja de Monsanto estaba modificada para resistir el herbicida de amplio espectro que fabrica la propia empresa, el Roundup. Eso quiere decir que sobrevivirá a sus efectos mientras que todas las demás plantas de los campos tratados con ese herbicida desaparecerán, y con ello se acelerará la desaparición de la biodiversidad y el equilibrio natural del ecosistema.

Pero quizá lo más terrible sea que la polución genética, en cuanto se extienda y se incorpore al DNA de otros seres vivos jamás tendrá marcha atrás. Los seres vivos transmiten a su descendencia los genes alterados e incluso pueden transmitirlos a otras especies a través de virus. Puede producirse cualquier tipo de mutación que esparza por doquier terribles e inesperados «efectos colaterales» imposibles de erradicar. En cuanto se planten semillas modificadas en gran escala ya no habrá vuelta atrás.

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2004

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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