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Joan Busca

Elecciones catalanas. Una reflexión a pie de urna

Comentarios prepolíticos: 28

I

Al final, las elecciones catalanas han tenido un carácter de plebiscito. Y han dado un resultado que abre, en lugar de cerrar, muchos interrogantes. Que han sido algo cercano a un plebiscito lo atestiguan dos hechos. En primer lugar, la elevada participación, la mayor con mucho de unas elecciones autonómicas catalanas. Y, en segundo lugar, que los mejores resultados los han obtenido las fuerzas que más claramente han planteado el sí a la independencia (Junts pel Sí y la CUP) y el no (Ciutadans). Y abren muchas incógnitas porque el porcentaje en términos de votos no dan un mandato concluyente y posibilitan lecturas enfrentadas.

II

Desde una lectura de izquierdas el resultado es desastroso. Especialmente si se toman en consideración las expectativas iniciales de Catalunya Sí Que Es Pot, la coalición de Podemos, ICV, EUiA y Equo y sus resultados finales (aunque posiblemente la cosa aún hubiera sido peor si hubieran ido separados). Y, sobre todo, por el hecho de que un partido de derechas, Ciutadans, ha ganado las elecciones en la mayoría de barrios y ciudades de la Catalunya obrera. Un resultado que ha sido posible por la propia formulación plebiscitaria. En cuestiones nacionales la identidad juega un papel importante. Los nacionalistas de todo tipo tienden a presuponer que los países son homogéneos en cuanto a identidad nacional, que todo el mundo participa de unos mismos elementos referenciales. Se trata de una construcción cultural que en muchos casos tiene enorme eficacia pero que en la práctica es falsa. En aquellas sociedades donde existen agudos conflictos de clase y donde uno de los bandos utiliza “lo nacional” como medio de legitimar sus intereses, se produce un desapego “nacional” del otro bando (al fin y al cabo, uno de los papeles que juega la “homogenización identitaria” es la de encubrir los conflictos internos de cualquier estructura social). Por eso hay una larga tradición de izquierdas, en la que yo me he formado, que abomina de “los valores nacionales”, tal como expresa irónicamente la canción del cantautor francés Georges Brassens. En aquellas sociedades donde los movimientos migratorios han sido intensos, las identidades son múltiples y complejas, especialmente desde que los medios de comunicación y transporte permiten conectar los territorios por muchas vías. Catalunya es, como muchas otras, una de estas áreas donde estas construcciones identitarias son más complejas y donde gran parte de la población mantiene intensos vínculos de todo tipo con otras partes de España (y con el resto del mundo tras las últimas oleadas migratorias). Este hecho lo ha tratado de ignorar el nacionalismo local anclado en una visión del país que no se corresponde con la realidad de muchos barrios y pueblos del área metropolitana. La gran movilización independentista ha partido de fuera de la metrópolis barcelonesa, aunque por los avatares de la historia reciente ha conseguido atraer a gran parte de las capas medias urbanas catalanoparlantes. Pero cuando las elecciones se han planteado en esta clave dual una parte importante de la población con raíces fuera de Catalunya (una población que ha sido además la principal afectada por los recortes en la escuela y la sanidad pública practicados por los sucesivos gobiernos de CiU) se ha movilizado para dar apoyo a los partidos que se oponen al independentismo, y el más beneficiado ha sido Ciutadans, el que más claramente se identifica con la idea de una Catalunya española (y que además no carga con ninguna de las hipotecas de corrupción y mal gobierno del Partido Popular). Por más que lo nieguen Junts pel Sí y la CUP, el identarismo fuerte de los independentistas ha reactivado un identarismo de signo opuesto.

III

Que Ciutadans triunfe es una mala noticia. No sólo porque se trata de una formación diseñada para recambio del PP, con al parecer bastante apoyo de las élites financieras y con un proyecto económico totalmente neoliberal. Sino especialmente porque es un partido absolutamente incapaz de resolver el “conflicto catalán” (y de cualquier otra nacionalidad), ya que se trata de una formación que en su fundación y en su trayectoria ha basado su eje vertebrador casi exclusivamente en la oposición al nacionalismo catalán y la defensa de una visión de España en clave totalmente unitarista. Un partido cuyo proyecto no hará otra cosa que atizar un conflicto que atenaza a la sociedad catalana.

Guste o no, la cuestión nacional catalana está presente. Una gran parte de la población siempre se ha mantenido alejada de identificarse con España, y los avatares de los últimos años (a partir de la ofensiva “anticatalana” que desplegó el PP de Aznar para conseguir instalarse en la Moncloa) han favorecido que lo que era un rescoldo se haya convertido en potente incendio. Con esta realidad hay que negociar y sólo hay a mi entender dos salidas posibles; o una reorganización del Estado que permita convivir a territorios muy diferenciados (lo que ha conseguido Suiza, por ejemplo), que debe construir un relato diferente de lo nacional, o acabar pactando algún tipo de separación lo menos traumática posible. Y para ello hace falta que en España controle el Gobierno y el discurso cultural una formación política que tome en consideración la complejidad del fenómeno nacional y trabaje por encontrar una solución aceptable para todo el mundo. Ciutadans parece la peor de las formaciones para ello. Primero porque su proyecto carece de cualquier voluntad de reconocer esta complejidad. Segundo porque de momento más que un partido implantado territorialmente parece una “plataforma virtual” que no tiene que bregar día a día con la complejidad de lo local. Ayer los que estuvimos trabajando de apoderados a pié de urnas lo pudimos constatar: gran parte de sus apoderados en mi distrito, el único de Barcelona en el que ganaron, eran personas traídas para la ocasión de otras comunidades autónomas (en mí colegio nos tocó gente de Córdoba y Madrid). Y tercero porque el partido parece más un proyecto diseñado desde arriba por unas élites que siguen pensando más en un proyecto autoritario, en la línea de las políticas neoliberales actuales, que no un proceso social donde es necesario escuchar y dialogar.

El órdago independentista ha alimentado a su contrario. No estamos en un proceso de quiebra social como pretenden algunos discursos apocalípticos de Ciutadans y el PP. La sociedad catalana no está fracturada en su vida cotidiana y la gente situada en los dos lados del espectro sigue compartiendo muchos espacios comunes. Pero sí corremos el peligro de que la insistencia de unos y otros en focalizar las cuestiones identitarias acaben provocando daños irreversibles en la capacidad de abordar problemas sustanciales que tenemos enfrente.

IV

La izquierda representada por Catalunya Sí Que Es Pot (CSP) ha tenido un mal resultado, peor que el de ICV-EUiA hace tres años, aunque las condiciones no son iguales y de haberse presentado en el mismo formato ahora la debacle posiblemente hubiera sido mayor. Hay varios factores que creo que explican este mal resultado, externos e internos a la formación.

El primero, y central, es el de la polarización. Cuando el debate se plantea en forma binaria de blanco y negro, los grises se difuminan. Un debate cargado de tensión emocional y de miedos diversos (el día antes de las elecciones varias de las personas con las que nos relacionamos, votantes de distintas opciones, desde la CUP a Ciutadans, en un barrio obrero de la ciudad, nos comentaron que habían sacado más dinero del habitual del cajero “por si las moscas”). Oponerse al sí y al no tratando de cambiar el eje del debate ha sido una misión casi imposible que sólo han entendido los sectores más activados de la izquierda (incluida una parte de la base incondicional de Podemos). De hecho, las tensiones han estado incluso en el interior de las formaciones que integran el proyecto, con gente que quería una definición independentista y otra en clave opuesta. Segundo, la tarea de CSP requería de una intensa labor previa que no se hizo por la propia dinámica de los acontecimientos. Muy diferente a lo que ocurrió con Barcelona en Comú donde el proceso tuvo lugar con un año de adelanto, con una labor de organización que llegó a mucha gente y con una candidata que era, desde el principio, una persona con impacto mediático. Aquí, todo se improvisó, seguramente por la premura de los plazos. El candidato escogido, Lluís Rabell, es una persona con buena cultura política, con muy buen talante y larga experiencia en movimientos sociales, pero desconocido por el gran público, lo que ha supuesto un coste innegable. Quizás en estos términos había gente conocida que hubiera tenido más tirón, pienso en Joan Coscubiela, pero ahí el pacto con Podemos impuso que fuera un independiente y se perdió alguna oportunidad. Aunque es abusivo considerar que todo el mal está en el pacto entre partidos. Al fin y al cabo, Barcelona en Comú también salió de una negociación entre partidos y el pequeño grupo organizado alrededor de Ada Colau, pero se desarrolló en unos plazos y unas fórmulas que permitieron consolidar un espacio. En tercer lugar, en estas elecciones parte de los votantes potenciales de CSP optaron por la CUP. Algunos por independentismo, pero seguramente más porque lo consideran una opción más radical. Para una parte de los sectores sociales activos la vieja izquierda sigue siendo vista como sospechosa de integración al “sistema”. Y la CUP tiene este aroma de cosa nueva, alternativa que atrae a gente de fuera del espectro independentista. Buena prueba de ello es que unas 150 “personalidades” (con una aplicación generosa del término) firmaron un documento que apoyaba por igual al voto a CSP y a la CUP como “opciones rupturistas”. Y lo firmaban la mayor parte de concejales del núcleo más próximo a Colau.

Esta última cuestión merece comentario aparte. Para mí es incomprensible que altos dirigentes de Barcelona en Comú (BeC) pongan en equivalencia a la CUP y a CSP por dos razones básicas. En primer lugar, porque el triunfo de BeC se debió en buena parte a que en su seno se integraron los partidos que han formado CSP, un apoyo muy generoso en todos los aspectos y que mostró que los grandes triunfos sólo se consiguen con enorme cooperación. Y, curiosamente, Lluis Rabell jugó en este proceso de encaje un enorme y arriesgado esfuerzo que merecía otro trato. En segundo lugar, porque en los últimos meses, la CUP (que se negó a integrarse en BeC) se ha convertido en uno de los adversarios más virulentos de la política del nuevo Ayuntamiento, una animadversión que se extiende a los movimientos sociales que consideran cercanos a la izquierda tradicional. Una tensión en gran medida explicable por los intentos de la CUP de ampliar su espacio político a costa del que podría ser su aliado natural. Un clásico. El sectarismo político por desgracia ni tiene fronteras ni se cura con el tiempo.

Más allá de la anécdota local, el desencuentro entre BeC y CSP creo que puede darse en otras partes del país como la tensión entre candidaturas locales transversales y formaciones políticas. Una tensión que se produce por la conjunción de dos elementos. El primero, el más recurrente y difícil de resolver, el de la pugna por los liderazgos, el de los egos personales. Pueden escribirse miles de historias parecidas. Es patológico, pero debemos seguir esforzándonos por evitarlo. Desarrollar amplios movimientos sociales exige renunciar a muchas pretensiones personales. Cuanto antes lo entiendan los nuevos líderes y más lo facilite la gente con más experiencia, mejor nos irá. El segundo tiene que ver con la desconfianza que generan las organizaciones consolidadas a muchos activistas de nuevo cuño, lo que a menudo conduce a adoptar soluciones organizativas inadecuadas o a vivir en una eterna desconfianza hacia el posible aliado. Aquí la solución es más factible, aunque no simple. Se trata desarrollar un paciente ejercicio de relación mutua, de reformulación organizativa que permita romper tabúes, generar dinámicas que trasciendan las barreras actuales entre culturas políticas, generaciones de activistas, espacios. Porque al final los diferentes planos de la acción política requieren presencias que se refuercen unas a otras.

Hay otra cosa que parece quedar clara tras estas elecciones. El espacio de Podemos es el estrecho espacio de la izquierda. Se confirma el resultado de las andaluzas. Y todo ello creo que sólo da para una salida única. Generar un proceso de vertebración entre la vieja y la nueva izquierda, con la gente activa en los movimientos sociales que permita cuando menos en garantizar una presencia política importante. Y esto, como se ha visto en el proceso catalán, requiere tiempo, desarrollo de procesos integradores y movilizadores, generosidad, una buena selección de personal, etc. Es una tarea urgente. Y tenemos un primer plazo en diciembre.

V

El proceso político que sale de estas elecciones es más incierto del que todos sus principales intérpretes tratan de hacernos creer. 

Los independentistas obtienen la mayoría absoluta de escaños gracias a un sistema electoral que niega el plebiscito. Aunque traten de afirmar que en unas elecciones lo que importan son los escaños, es innegable que con un 47,78% de los votos no tienen una gran legitimidad para proclamar la independencia. Máxime cuando ésta tiene ante sí una hostilidad manifiesta del Gobierno del Reino de España y de la inmensa mayoría de la Comunidad Internacional. (Es posible incluso que un referéndum podría, según la situación, amplificar este apoyo a la independencia, puesto que entre los votantes de CSP una parte podría adoptar esta opción según cuales fuera la situación.) Y tienen además el problema de que ésta mayoría absoluta sólo es posible materializarla si la CUP da el voto favorable.

Artur Mas, que ha conseguido diluir la corrupta CDC y su propia retrógrada acción de Gobierno en Junts pel Sí, puede tener grandes dificultades para ser reelegido. La CUP dice de entrada que -no, consciente que apoyar a Mas es para ellos un suicidio. Lo previsible por tanto es que en los próximos meses asistamos a maniobras y tensiones en el bando independentista cuyo desenlace puede alterar el proceso. Los que no participamos del mismo vamos a ser espectadores de un drama cuyo final no está escrito y que merecerá un seguimiento continuado.

No está claro tampoco que el triunfo de Ciudadanos vaya a consolidarse. La gente que ahora les ha votado en clave plebiscitaria votó de forma muy diferente hace cuatro meses. Y las circunstancias de unas elecciones generales son muy distintas. Ciudadanos sigue siendo un partido escaso de tropa y con un sesgo derechista en lo económico que puede rebajar sus pretensiones. Al fin y al cabo, compite en gran medida por el espacio del PP. Un PP en horas bajas por la corrupción y la incompetencia manifiesta de Rajoy (véase su estulticia en directo y ver como es finiquitada Unió Democràtica son quizás los mayores logros de la campaña catalana) pero que tiene importante experiencia y resortes de poder para intentar frenar la gangrena. El campo de la derecha también estará agitado.

Los socialistas han salido mejor librados de lo previsto y podrían tener una oportunidad de facilitar un cambio, aunque tienen demasiados lastres, hipotecas políticas y telarañas mentales para abordar con valentía un proceso de cambio en el plano de la economía y en el de la reforma política. Todo apunta por tanto a que seguiremos enmarañados en las contradicciones y sinsentidos de la crisis actual. La izquierda puede tener una nueva oportunidad. Pero exige un gran esfuerzo de reformulación y replanteamiento. En lo organizativo hay que buscar propuestas de encaje de las diferentes propuestas que hoy encarnan Podemos, Izquierda Unida, ICV y sus aliados, Equo y las redes ciudadanas creadas este último año. En lo programático hace falta elaborar un proyecto que permita tanto una acción real de Gobierno como una dinámica que apunte hacia cambios más radicales. Cambios difíciles de imponer a corto plazo y sin que se desarrollen dinámicas parecidas en otros países. En lo social un trabajo sostenido de diálogo, participación, de creación de una sociedad civil alternativa que apoye este cambio. No hay trenes de alta velocidad que nos conduzcan a un cambio de régimen y de sistema. Pero trabajar a largo plazo exige adoptar respuestas inmediatas. Como las de preparar bien las elecciones de diciembre.

30 /

9 /

2015

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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