La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Oskar Lafontaine
¿Qué podemos aprender del chantaje al gobierno de Syriza?
Muchas personas en Europa recibieron la elección de Alexis Tsipras como primer ministro de Grecia como una noticia esperanzadora. Cuando el presidente de Syriza, después de semanas de agotadoras negociaciones firmó el dictado de recortes, la decepción fue asimismo muy grande. Sería injusto y arrogante señalar a Alexis Tsipras y a Syriza con el dedo acusador de la moral. Mucho mejor sería reflexionar dentro de la izquierda europea bajo qué condiciones es posible en Europa hoy hacer una política democrática y social, es decir, de izquierdas.
Hemos aprendido una cosa: Mientras el supuestamente independiente y apolítico Banco Central Europeo pueda cerrar el grifo del dinero a un gobierno de izquierdas, una política que se oriente hacia principios democráticos y sociales será imposible. El exbanquero de inversión Mario Draghi no es ni independiente ni apolítico. Él trabajaba para Goldman Sachs, en el momento en que ese banco de Wall Street ayudó a Grecia a falsear los balances de su contabilidad. Así fue como se hizo posible la entrada de Grecia en el euro.
En los meses pasados muchos artículos de opinión se han ocupado de la pregunta de si el dracma debería ser introducido de nuevo. No sirve para nada y es una base errónea reducir el debate a esta pregunta. No solo en Grecia, sino en todo el sur de Europa el paro juvenil es insoportable y cada uno de los países que forman parte de la zona euro están siendo desindustrializados. Una Europa en la que la juventud no tiene futuro está en peligro de descomposición y de convertirse en el botín de fuerzas nacionalistas de extrema derecha renovadas.
La vuelta al sistema monetario europeo
La pregunta, por todo ello, no puede ser para nosotros: “¿dracma o euro?”, sino que la izquierda debe decidir, si a pesar del desarrollo social catastrófico se sitúa a favor de una permanencia en el euro, o por el contrario se pronuncia en favor de una reconversión escalonada hacia un sistema monetario europeo más flexible. Yo estoy a favor de una vuelta a un sistema europeo de monedas que tenga en cuenta las experiencias aprendidas con este sistema monetario y que con su construcción beneficie a todos los países que formen parte del mismo.
El sistema monetario europeo funcionó durante muchos años no sin dificultades, pero mejor que la moneda única. A pesar de las tensiones inevitables posibilitó una y otra vez compromisos, que ayudaron a compensar los diferentes desarrollos económicos. Y ello porque los bancos centrales de los países miembros estaban obligados —por desgracia solamente por un corto periodo de tiempo— a estabilizar los cursos de cambio de los socios del sistema monetario europeo. Dentro del euro solamente los trabajadores y pensionistas españoles, griegos o irlandeses cargan el peso de la devaluación interna mediante la bajada de salarios, los recortes de pensiones y las subidas de impuestos.
El sistema monetario europeo requería, y de eso se trata, al contrario que el euro, del progresivo trabajo conjunto de los pueblos de Europa. A través de revaluaciones y devaluaciones regulares se evitó una desnivelación de las economías europeas demasiado fuerte. Bien es verdad que la dominancia del Banco Federal Alemán fue un gran problema, pero uno mucho más pequeño que la tutela actual de los europeos por la economía alemana y el gobierno de Merkel, Schäuble y Gabriel. Es cuestión de tiempo hasta que, por ejemplo, Italia reconozca un gobierno que no pueda soportar más la lenta pero firme desindustrialización de su país.
Es necesario descentralizar
En este sentido existe, en especial entre la izquierda alemana, un fallo de pensamiento estructural que se ha vuelto claro y que está virando el debate sobre el futuro de Europa en la dirección equivocada. Cada una de las exigencias sobre una reversión de las competencias de Europa a la esfera nacional es difamadas como nacionalistas u hostiles a Europa. Los conglomerados mediáticos que están defendiendo los intereses de las grandes empresas alemanas y los bancos tocan la música de acompañamiento correspondiente. Y buena parte de la izquierda cae en la trampa.
Que el traspaso de competencias a la esfera internacional abre el camino al neoliberalismo es algo que mostró una de los estilitas de esta ideología, Friedrich August von Hayek, en un artículo de principios de 1976. De ahí que la Europa del mercado libre y del tráfico incontrolado de capitales no será nunca un proyecto de izquierdas.
Desde el momento en que se pone de manifiesto en qué medida la Comisión Europea y el Parlamento Europeo se volvieron muletas ejecutoras del lobby financiero, transferir más competencias a nivel europeo es equivalente al desmontaje de la democracia y del estado social de derecho. A esta conclusión deberíamos haber llegado antes, y lo digo haciendo autocrítica, pues yo mismo como europeo convencido, defendí durante mucho tiempo la política de transmisión de tareas a nivel europeo.
Y es lamentable que el influyente filósofo alemán Jürgen Habermas y muchos políticos y economistas, que toman parte en esta discusión, sigan aferrándose a ese camino a pesar de que cada año resulta más evidente que lleva al error y que enfrenta a los pueblos europeos entre sí. El deseo de Thomas Mann de una Alemania europea se ha convertido en lo contrario. Tenemos una Europa alemana.
Democracia y descentralización se requieren mutuamente. Cuanto mayor sea la unión será más opaca, más lejana y menos controlable también. El principio de subsidiariedad es y permanece como la piedra angular de cualquier orden de sociedad democrática. Lo que en el nivel más bajo, a nivel de municipio, es posible regular debe ser regulado ahí, y en el nivel regional o de países, en el nivel de los estados nacionales, a nivel de la UE o de las Naciones Unidas debe funcionar el mismo principio. En el nivel más alto debe transmitirse solamente lo que pueda verdaderamente ser regulado mejor allí.
Ejemplos de transferencias erróneas hay a montones. No necesitamos casinos que funcionen a nivel global, sino cajas de ahorros, que aun puedan ser controladas. Para necesidades financieras mayores bastan largos años de bancos nacionales que sean regulados estrictamente en sus comienzos. No necesitamos gigantes de la energía que actúen en toda Europa con grandes centrales y redes eléctricas, sino centrales municipales que funcionen con energías renovables y con capacidades locales de almacenamiento.
Los bancos nacionales de moneda se vieron bajo una presión tal que se abrieron las puertas a los flujos de capital desregulados y a la especulación mundial. Los bancos de monedas deberían hacer de nuevo, aquello para lo que fueron fundados un día: financiar a los estados.
La transición a un sistema monetario europeo renovado debe llevarse a cabo paso a paso. Para reintroducir el dracma por ejemplo —ello sería un primer paso en dicha dirección— el BCE debería apoyar el curso de dicha moneda. Tal vez el gobierno griego debería haber requerido a Schäuble que concretase su salida definida de Grecia de la Eurozona. Él prometió una reestructuración de las deudas y un apoyo humano, técnico y que favoreciese el crecimiento.
Desarrollar un plan B
Si esta oferta se toma en serio y el apoyo monetario del BCE estuviese garantizado, entonces cualquier escenario terrorífico, de los que los defensores del euro diseñaron en contra de la reintroducción del dracma, sería privado de su base. Grecia tendría entonces, como Dinamarca con la corona, la oportunidad de participar en el mecanismo de cambio de curso monetario. Es sorprendente en qué medida economistas de renombre internacional y expertos en moneda del espectro conservador y liberal defienden la salida de Grecia del sistema del euro.
El valiente ministro de finanzas griego Yanis Varufakis, que lo tenía difícil con sus colegas ministros de finanzas europeos por eso mismo, porque él de hecho comprende algo de economía política, había diseñado un escenario para la introducción del dracma. Él quería tener un plan B para el caso de que Draghi cerrase el grifo del dinero, es decir, hiciese uso de la “opción nuclear” como se le llama en los círculos financieros. Y efectivamente el exbanquero de inversión ha hecho uso de dicha arma. Junto a Schäuble, él es el verdadero chico malo de la Eurozona. Justo después de que el gobierno de Syriza tomase posesión en Atenas, el Banco Central Europeo utilizó los mecanismos de tortura para hacer arrodillarse a Tsipras.
La izquierda europea debe ahora desarrollar un plan B para el caso de que un partido en uno de los miembros europeos se vea en una situación parecida. El código europeo debe ser reconstruido de tal forma que se le quite el poder al Banco Central (que no está legitimado democráticamente) de anular la democracia a golpe de botón. La introducción escalonada de un nuevo sistema monetario europeo allanaría para ello el camino. También la izquierda alemana debe desenmascarar el mantra de Merkel según el cual “si muere el euro, entonces muere Europa”. El euro se ha convertido en un instrumento de dominación económica de la economía alemana y del gobierno alemán en Europa. Una izquierda que quiera una Europa democrática y social, debe cambiar su política europea y escoger nuevos caminos.
[Fuente: Eldiario.es. La traducción del alemán al castellano es de Carmela Negrete]
27 /
8 /
2015