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Juan-Ramón Capella

Menos Laclau y más Togliatti

El tiempo apremia

La más importante de las enseñanzas de las recientes elecciones municipales y autonómicas es que la unidad popular, la unión de la mayoría de las diferentes organizaciones cívicas y de la izquierda, es una opción que tiene la virtud de afianzar —asegurar— y expandir —ampliar— las opciones de todos los grupos y grupúsculos políticos implicados, y de los activistas sin afiliación política. La unión ha sido la buena decisión, con resultados notables, y argumentaré por qué no debe ser otra, hoy por hoy, la perspectiva.

Nos encontramos en una fase de refundación socio-política. No sólo ha de mutar el régimen salido de la transición, sino que es la propia izquierda social la que ha cambiado y la que, lo quiera o no, está en trance de refundación institucional.

Ha aflorado de nuevo en el pueblo de la izquierda y más en general en la ciudadanía el interés por la política. Eso ocurre después de que una parte muy importante de las clases trabajadoras haya perdido su conciencia política de clase, su unidad, su sentido de pertenencia y su cohesión. Y cuando se ha ido al garete la sociedad alegre y confiada y ha aparecido para muchos estratos sociales la pesadilla de una profunda inseguridad.

Pero ha surgido con fuerza una conciencia ciudadana democrática radical, indignada ante los peores efectos de la crisis y la vergonzosa política derechista en favor de los ricos y no de la mayoría.

Estamos muy cerca de unas elecciones generales en que es preciso echar del gobierno al partido de la corrupción, al partido que ha cargado sobre las espaldas de los ciudadanos el rescate bancario, el que ha antepuesto constitucionalmente, junto con el Psoe, la prioridad del pago de la deuda sobre el pago de las pensiones, los subsidios y los gastos sanitarios y educativos. Es preciso echar del gobierno al partido de la vigente reforma laboral; al que ha estrangulado la energía solar en nuestro país.

Para eso es indispensable mantener, afianzar y ampliar la línea política seguida por la izquierda y la ciudadanía democrática en las recientes elecciones municipales: la línea tendente a la unificación de todas las fuerzas en candidaturas cívicas unitarias.

Hay que felicitarse porque Izquierda Unida e incluso el Pce, por fin, y pese al bochornoso ejemplo dado ante las elecciones municipales en Madrid, propugnen hoy esa unificación. Ojalá sea de verdad y no se quede todo en palabras.

Y, en cambio, resulta desastroso para el pueblo de la izquierda y para el futuro de la renovación institucional que Podemos venga afirmando que no está por la labor, que se presentará a las elecciones generales con su propia sigla.

Estas líneas tratan de argumentar la necesidad de que Podemos se replantee esta opción, y que lo haga urgentemente, pues el tiempo apremia.

¿Cabe comprender la postura actual de Podemos atribuyéndola al hartazgo con la lentitud y la zafiedad de Izquierda Unida en su propia renovación? ¿A las cuestiones y roces personales que inevitablemente surgen en las relaciones políticas? Si fuera así, si no hubiera razones más de fondo, podríamos pensar que todavía se puede imponer el buen sentido y renovar en las elecciones generales los acuerdos que tan buenos resultados han dado en las municipales.

¿Puede haber otras razones? Tal vez. Quizá Podemos, a la vista de sus magníficos resultados en las elecciones europeas, quiera medir su fuerza electoral actual y tratar de aventajar en solitario al Psoe, para aprovechar así el premio que el sistema electoral actual concede a las formaciones más votadas. De ser así, Podemos cometería un error grave, de esos que se pagan. La gran cosecha de Podemos en las elecciones europeas no está desligada del sistema electoral en esas elecciones, que eran nacionales y no provinciales. Ahora la lid electoral será provincia a provincia. Superar al Psoe en solitario no será nunca fácil, pues ese partido sí tiene implantación provincial desde hace mucho, y también porque algunos electores socialdemócratas desencantados con él pueden volver a casa por creer que ha sufrido ya suficiente castigo y ha empezado a cambiar.

Sin embargo la renovación de Izquierda Unida, en este contexto, es también urgente. Nunca hay que cansarse de denunciar el daño que la política exclusiva de inserción a toda costa en las instituciones ha generado en esta formación, al crear una ideología de «apego a la silla» incompatible con los objetivos políticos de este grupo; y una ideología de «ordeno y mando» que no se puede sostener. IU ha de repensar la política a lo grande y actuar en consecuencia. En ella hay activistas capaces de pensar así, capaces de verdad de anteponer los intereses colectivos a los personales. Tienen que dar un paso adelante precisamente ahora y empujar a otros a que lo den también. Hay que expulsar la hipocresía de la política de la izquierda.

Este breve tiempo que media hasta las próximas elecciones generales es sin duda verdadero tiempo de la política: en los acuerdos hay que poner todos los esfuerzos. Por eso pedimos más Togliatti. Ya vendrá más adelante, ante la magnitud de las tareas que aguardan, un tiempo en que habrá que pensar en la hegemonía y en Antonio Gramsci.

Lo que importa son los efectos multiplicadores de las candidaturas cívicas unitarias. En primer lugar, porque son coherentes con el movimiento de indignación, con el movimiento de las plazas, con las mareas que indujeron a formarlas. Porque en ellas se conserva intacta, no mediada, la novedad política que supuso la intervención democrática desde abajo. Y porque no parece que ninguna fuerza política pueda plantearse sustituir en solitario a un PP aliado al partido del Ibex, a Ciudadanos.

Si Podemos, hipotéticamente, lograra superar al Psoe —lo que no está nada claro— tendría que pactar inmediatamente con él. Y en esta complicada perspectiva ninguna fuerza más coherente y querida por la ciudadanía que la del conjunto unitario, la fórmula que por su naturaleza misma puede impedir o al menos dificultar que una fuerza política nueva funcione con los modos de la política vieja, con el viejo y manido do ut des.

No se puede vencer a la derecha política —que se está renovando con Ciudadanos, bien alimentado e impulsado— y al centro representado por el Psoe neoliberal sin que la nueva izquierda avance y profundice en su reinstitucionalización, sin que en ese avance libre las batallas internas que han de depurarla de los restos inaprovechables del pasado. Es un error dar por cerrado el ciclo de la renovación, y quien lo haga tendrá que cargar con las responsabilidades. Es un error grave desmovilizar.

Izquierda Unida tiene que completar el paso que está dando. Mucho inmovilismo tenía que acumular internamente para que pudiera producir la errática e inconsistente política a la que nos tenía acostumbrados desde hace bastante tiempo. Por eso IU no puede contentarse con la presentación de un nuevo candidato principal para las elecciones, ni con la propuesta de mantener la unidad ciudadana democrática: ha de impulsar la renovación tanto internamente como favoreciendo en todas y cada una de las provincias la formación de la unidad popular desde abajo y sin imposiciones; ha de impulsar la renovación y los pasos hacia la refundación que necesitamos.

El tiempo apremia. Hay que reflexionar, discutir, actuar. Sin anteojeras, a ser posible.

21 /

6 /

2015

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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