La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Joan Busca
El fondo y las formas: viejas y nuevas políticas
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I
En política, o en la vida social, no hay nada más fácil como crear barreras que nos aíslen. Hay un arsenal de mecanismos que lo posibilitan: disputas por cuestiones nominales, rencores magnificados, polémicas por cuestiones mal planteadas, diferenciaciones artificiosas… Basta con tener un cierto bagaje histórico o simplemente haber participado en formaciones de izquierda o movimientos sociales para encontrar ejemplos a mansalva. La historia de los movimientos emancipadores es también una historia plagada de sectarismos, fraccionamiento, incapacidad de construcción común. Una historia de consecuencias muy graves, como lo ejemplifica el stalinismo soviético o también la historia dramática de la Guerra Civil en el bando republicano.
A estas alturas de la historia, tras la imposición del neoliberalismo y el hundimiento de la experiencia soviética, la necesidad de superar estos vicios debería formar parte del arsenal de principios, valores y prácticas de cualquiera que se propone construir una alternativa, más o menos modesta, más o menos radical, frente a la autocracia capitalista. Si algo deberíamos haber aprendido es que la polémica entre libertades formales y libertades reales es una falsa polémica: tan necesarias son las condiciones materiales que permiten a la gente actuar con autonomía como las condiciones legales que garantizan su libertad de acción (y de hecho a lo que estamos asistiendo en la actualidad es a una regresión en los dos campos). Y, en otro plano, que la forma como nos relacionamos con los demás, especialmente con los que están más cerca, con los que podemos construir alianzas, proyectos, iniciativas, no es un tema menor. Sin confianza, empatía, paciencia, no se construye ningún lazo estable, ningún proyecto serio. Algo tan elemental que hasta lo están aprendiendo los dirigentes empresariales, pero que sigue resultando poco reconocido por mucha gente que participa en proyectos alternativos y que tiende a menudo a poner barreras con sus interlocutores. Uno diría que, por desgracia, entre la gente más activa predominan egos poco educados y, en algunos casos, hasta patológicos. Y que en muchas organizaciones prevalece el espiritu del tendero que quiere ampliar su nicho de mercado a costa de la competencia. Algo que se hace más evidente ahora que es habitual referirse a la necesidad de nueva política, de participación ciudadana.
La reciente polémica de Pablo Iglesias con Izquierda Unida es uno de estos episodios en los que parece que prevalece el ego sobre la reflexión (por desgracia no es el único caso). Su entrevista en Público y Critic es tan desacertada en las formas que él mismo lo ha tenido que reconocer. Aunque difícilmente puede considerarse un hecho aislado, el dominio de las formas no es su principal virtud y a veces uno tiene la sensación de que Podemos tiende a mirar al resto de la izquierda con una cierta sensación de superioridad (basada en las encuestas y en algunos resultados electorales) que genera enormes dudas sobre la capacidad del proyecto de articular una base más amplia que el círculo actual. Si la rectificación, forzada por las críticas, ha servido para entender que las formas cuentan, estaríamos en el buen camino. Y por ello resulta interesante el artículo que publica El País, donde, aparte de la disculpa, trata de situar el debate político y justificar por qué es imposible un frente común con Izquierda Unida.
II
Hay un punto de partida con el que estoy bastante de acuerdo: que la izquierda actual debe asumir que parte de un fracaso. Aunque no coincido con las causas. Para mí el gran fracaso es el de la brutalidad de la experiencia soviética que por una parte ha deslegitimado la idea de socialismo y por otra la incapacidad de la izquierda restante de reelaborar un proyecto social a partir de aquel fracaso. Pablo Iglesias simplemente lo sitúa como producto de lo que deberíamos considerar las fortalezas del capitalismo, en un análisis bastante trivial del que no se pueden extraer grandes ideas de acción. De hecho, la principal conclusión de su análisis es en el terreno de la mera acción politica: puesto que las ideas de izquierda sufren un boicot constante de los medios de comunicación y de sus oponentes políticos, la única posibilidad de cambiar la sociedad es mediante una acción politica basada más en respuestas simplistas que en propuestas elaboradas que permitan alcanzar el poder político y, a partir de ahí, impulsar transformaciones. Bueno, a mí esto me suena una reformulación de algún viejo planteamiento bolchevique, tomar el poder en base a demandas simples (“paz y tierra” en el pasado, “echar a la casta” en la actualidad) y después transformar la sociedad “desde arriba”. Por esto hay que sustituir a la izquierda por el pueblo. Y basarse en una estrategia de corto plazo sólo pensada para alcanzar el poder.
Si el análisis social de Podemos es claro en el sentido de constatar que la sociedad española vive bajo una hegemonía de valores capitalistas (cosa que comparto) y en un marco internacional desfavorable, no parece que llegar al poder vaya a permitir muchas transformaciones en profundidad. Aunque buenas sean las que efectivamente pueden implantarse. Y si sólo se puede hacer una política adaptativa, no parece que el cambio vaya a dar para mucho. La tercera vía ya mostró sus límites.
Si lo que se pretende son transformaciones de mayor calado, parecen evidentes dos cuestiones. Primero, que no se puede fiar todo el proyecto a una solución electoral: hace falta construir pacientemente un mínimo de estructuras sociales, comunicativas, organizativas que permitan sostener el proceso más allá de avatares electorales de corta duración. Segundo, que habrá que enfrentarse a fuerzas muy poderosas que tratan de bloquear el proceso histórico, lo que exige desarrollar una amplia táctica de alianzas y procesos a escala nacional e internacional. Y en todo esto no parece que el proceso organizativo de Podemos esté resultando muy efectivo. Más bien su debilidad es la que les está obligando a realizar un esfuerzo de realismo y a empezar a buscar alianzas con organizaciones implantadas en diversas autonomías. Pensar ingenuamente que abriendo las organizaciones a un sistema de primarias abierto va a cambiar las cosas es más bien pensamiento mágico. De hecho, lo que ha ocurrido en los procesos abiertos en los que he participado es que la gente de Podemos ha salido bastante mal parada, no tanto porque se haya enfrentado a las maniobras de las organizaciones tradicionales como porque los ciudadanos y ciudadanas anónimos, que ahora han despertado a la acción politica, no generan tanta confianza en cuanto a capacidad como la gente que lleva años bregando en muchos campos. Al fin y al cabo los éxitos electorales en las elecciones municipales se han basado en liderazgos de gente con una trayectoria reconocida.
III
Estoy convencido de que la propuesta de Podemos es demasiado cortoplacista. Los tiempos piden una refundación de las fuerzas transformadoras en muchos campos y ese toque de superioridad dificulta más que facilita la construcción de algo nuevo. Izquierda Unida, o una parte de la misma, también tiene su cuota de responsabilidad. También ahí ha habido demasiado “orgullo” organizativo, demasiada gente apegada a verdades intocables, demasiada incapacidad de integrar. Y, posiblemente, el intento de construir algo nuevo manteniendo el viejo aparato intacto (como hizo en el pasado el PCE. cuando fundó Izquierda Unida) es más un estorbo que una ayuda. No parece que las cosas vayan a cambiar antes del próximo ciclo electoral. Podemos va a lanzarse a la aventura en solitario o a lo sumo en coaliciones autonómicas, e Izquierda Unida puede enfrentarse a graves problemas de supervivencia. Por ello, es necesario plantearse las cosas estratégicamente, explorando las posibilidades reales de transformación, los espacios de desarrollo de organizaciones y movimientos. Y por ello es necesario que se tengan en cuenta tanto los aspectos sustantivos como las formas de relación. Porque allí donde predominan las formas sectarias no florece ninguna alternativa persistente.
29 /
6 /
2015