¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Resistencia global al fracking
Libros en Acción,
Madrid,
166 págs.
Rosa García Chediak (Becaria Posdoctoral DGPA-UNAM)
En un escueto volumen auspiciado por Ecologistas en Acción, Samuel Martín-Sosa Rodríguez ha coordinado una combinación de análisis objetivo con experiencias contadas en primera persona que ofrece al lector un amplio abanico de mecanismos para la acción. El tema central es de reconocida urgencia: la explotación de hidrocarburos albergados en formaciones rocosas del subsuelo, mediante una combinación de técnicas denominada fracking o fractura hidráulica. No se aborda una práctica marginal: mediante ella, un país pionero en su utilización como Estados Unidos se ha acercado a los niveles productivos de Arabia Saudita o Rusia. Se trata por consiguiente de una obra sin duda interesante para quienes han hecho suyas las preocupaciones por la degradación del medio ambiente, o para quienes perciben en carne propia el deterioro de la salud y de la vida en general que comporta esta técnica extractiva. Al mismo tiempo, la lectura de Resistencia global al fracking mueve a pensar sobre la complejidad política de los debates ecológicos al menos en tres sentidos.
Una primera señal sobre las dificultades de los movimientos ecologistas es su necesidad de articular fuerzas heterogéneas, como campesinos, ONGs profesionalizadas, partidos políticos, organizaciones corporativas, o colectivos okupas, entre muchas otras. En este sentido, se constanta la dificultad de entretejer un horizonte programático que en el caso del fracking está siempre en riesgo de desplazarse entre la prohibición condicionada (a un territorio limitado o a la aportación de nuevos argumentos científicos) y la negativa total a este tipo de explotaciones en aras a promover una transición energética hacia fuentes renovables. La nueva y más amplia comprensión ecologista de “lo común” es un leit motiv poderoso, aunque su potencial movilizador esté aún algo lastrado por el “ya, pero todavía no” de una percepción diferente acerca de la inminencia de los problemas ambientales.
Por otra parte, el texto muestra la tensión entre una ciudadanía capaz de utilizar recursos legales y mecanismos de participación con especial éxito en el entorno local, y la saga de maniobras de los lobbies industriales aventajados en la cooptación política al más alto nivel. El manejo atinado de las coyunturas se demuestra un activo fundamental en la orquestación de una resistencia que por lo general tiene que vérselas con arreglos establecidos mucho antes de salir a la luz pública.
Finalmente, el libro deja entrever las paradojas en el interior de una realidad cada vez más globalizada pero con marcadas diferencias de contextos, siendo ineludible afincar las estrategias en ambos escenarios. Las campañas organizadas en el estado de Nueva York, con epicentro en la big city, caracterizadas por la presión directa sobre las autoridades, conciertos y otros actos públicos para reclutar voluntades, parecerían ajenas por completo a la desesperación de los activistas rumanos sumidos en una huelga de hambre ante el desdén represivo del Estado. No obstante, se trata de experiencias conectadas no sólo por los objetivos comunes, sino por las redes de solidaridad que se van tejiendo en favor del intercambio de conocimientos y de crear los foros internacionales necesarios para una acción global contra la fractura hidráulica.
17 /
6 /
2015