La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Agustín Moreno
24-M: victorias, derrotas y futuro electoral
Las elecciones del 24 de mayo configuran un nuevo escenario político en el país: se produce el retroceso del bipartidismo y un giro a la izquierda. Ahora el reto está en cómo afrontar las elecciones generales de noviembre para conseguir el cambio político. Unidad y contacto con la gente como garantías para la transformación social.
1. Los recortes y la corrupción han gozado de menor impunidad que en otras elecciones. El PP pierde dos millones y medio de votos y 10 puntos respecto a 2011. Sufre una debacle, apenas disimulada por los primeros puestos alcanzados en algunas comunidades y grandes ayuntamientos. Tiene graves dificultades para pactar con otros a corto plazo pero Rajoy está decidido a avanzar de “victoria” en victoria hasta la derrota final. Si fuera un partido vivo se abriría el melón sucesorio, porque los resultados ni son aceptables ni salvan los muebles. Lo más patético es que seguirá Rajoy de candidato en las generales, “porque no tienen otro”, después de encargarse él mismo de liquidar cualquier rival. La jubilación política de la peor casta del PP, desde Aguirre a Barberá, producirá alegría en amplios sectores ciudadanos.
El PSOE sale mejor parado, aunque pierde 700.000 votos sobre lo que fue su peor marca electoral en 2011. Solo se pacificará temporalmente la situación interna y a medio plazo resurgirán las tensiones sobre el liderazgo de Pedro Sánchez y su competencia con Susana Díaz.
Lo más significativo es el hundimiento del viejo bipartidismo, que a duras penas sobrepasa el 50%, cayendo un 13% respecto a los resultados de 2011 y un 19% en relación a 2007. Aún sigue teniendo mucho apoyo, porque en la política española no acaba de funcionar el principio de que no se debe creer nunca al que mintió una vez. Por eso, a pesar de la recuperación de importantes ayuntamientos y comunidades autónomas para las fuerzas progresistas, quizá todavía nos merecemos parte de lo que nos pasa.
El 24-M ha producido un giro a la izquierda. Podemos es una fuerza exitosa, aunque los resultados se quedan a medio camino de sus expectativas y ambiciones. Es muy positivo que entre un nuevo partido progresista en las instituciones, pero con un 14% está muy lejos de alcanzar una mayoría que pueda dar solución a los problemas urgentes de la gente. Y menos aún de iniciar un proceso constituyente que regenere en profundidad esta democracia. Así no vamos a poder.
Otro hecho a valorar es que los resultados han sido mejores para las candidaturas unitarias que cuando eran partidistas. No hay más que analizar los resultados de la ciudad de Madrid: la lista unitaria de Ahora Madrid sacó bastantes más votos (519.000) que Podemos (280.000). Y esa diferencia no se explica solo por una cuestión de liderazgo, sino porque una lista unitaria suma más que la de un partido. Ello pone de manifiesto el error de Podemos cuando decidió en Vista Alegre (octubre de 2014) ir solos a las elecciones autonómicas cegados por la expectativa electoral. La gran lección es que grandes comunidades autónomas como Madrid podrían haber sido ganadas por las fuerzas progresistas de haber ido unidos Podemos, IU y otros, lo que hubiera sumado (o multiplicado) los resultados, posibilitando la derrota del PP y un gobierno progresista.
Hay que insistir en que las normas electorales son poco democráticas. Si analizamos el caso de la Comunidad de Madrid, los 130.980 votos de la candidatura de Izquierda Unida no dan ni para un diputado. Pues bien, el PP saca cada uno de sus diputados por solo 21.800 votos. Y así, muchos más ejemplos. Entre los múltiples y sesudos análisis de los resultados electorales nadie se fija ni denuncia estos hechos.
2. La derrota de Izquierda Unida no tiene paliativos, aunque haya aguantado el tipo a nivel municipal en muchos lugares. No sacar representación en lugares tan importantes políticamente como Madrid tiene que ver con graves errores propios por no saber leer el cambio de ciclo político que se abre con la crisis de 2008. Se ha producido lo que podríamos llamar un gran malentendido político entre la ideología y los valores de IU y su incapacidad de transmitirlos a muchas personas que son de izquierdas. Pero también han influido las luchas internas y el abundante fuego amigo, de los de al lado con trapacerías con la sigla Ganemos, de los de arriba con el acoso político a la candidatura del Ayuntamiento de Madrid, y de algunos de los recién salidos con una agresividad que sonaba a pago de peaje. Y añadamos el ninguneo de los medios de comunicación hacia IU; la desvergüenza de algunos se debería estudiar en las facultades de periodismo como un contra-modelo en el ejercicio del derecho a la información.
Así no había un dios que defendiera el fuerte, en palabras de Almudena Grandes, ni siquiera Luis García Montero, cuyo trabajo es digno de respeto y consideración. Aquello de que no se puede luchar contra los elementos cobra plena vigencia: la candidatura de IU a la Comunidad de Madrid se ha comido una derrota que era de otros. García Montero: Personalmente, creo que he hecho lo que tenía que hacer, consciente de las dificultades. Me hubiera arrepentido de no haberlo intentado, porque era una cuestión de ética política. Solo tengo que añadir dos cosas: gracias y perdón; gracias a las 130.890 personas que nos votaron y perdón a los que ahora puedan dudar de la utilidad de su voto.
3. ¿Y ahora qué? Izquierda Unida tendrá que reflexionar sobre sus errores. Toda ella. Y hacer una autocrítica honesta, profunda y radical. Veremos si somos capaces, porque se pierde mucha energía y el pulso de la calle cuando las organizaciones se dedican a las intrigas internas. También hay que ser conscientes de que, sobre las cenizas y las derrotas, es ahora más difícil construir. Las urgencias para la gente son otras, por ello no se puede tirar la toalla ni caer en el pensamiento melancólico.
Toda la izquierda debe reflexionar, porque después del 24 de mayo vienen las elecciones generales. ¿Aprenderemos alguna vez las lecciones que nos da el análisis de los datos? No lo tengo claro, después de escuchar que Podemos quieren volver a concurrir solos a las generales o aglutinando a todo el que quiera bajo su sigla. Si se prioriza la autoconstrucción del partido en vez de la unidad, se podrá consolidar una fuerza progresista importante, pero se estará muy lejos de asaltar el poder para recuperar derechos y libertades con el BOE.
He sido uno de los primeros en hablar de unidad popular, quizá por ello no me apetece seguir insistiendo todos los días en ella. Porque no servirá de nada si no desterramos los sectarismos viejos o nuevos y no hay generosidad por parte de todos. Quizá lo que tengamos que aprender es que existe el derecho a mantener la identidad y los afectos, que la diversidad de la izquierda enriquece y nos vacuna frente al pensamiento homogéneo que siempre es peligroso, que en una organización deberían coexistir diferentes velocidades. Hay que asumir que la diferencia es un necesario contrapoder y una garantía de salud democrática.
Veo las dificultades para conseguir la unidad de toda la izquierda, los movimientos sociales, mareas, sindicatos de clase y activistas, etc. Pero habrá que seguir intentando un proyecto político unitario construido desde la diferencia y el respeto, para que funcione, y pueda disputar el poder en las elecciones generales. Hay que organizar el entusiasmo para conseguir el cambio.
Mientras tanto, es importante afrontar cuestiones más estratégicas. Por una parte, estoy con Marina Garcés en que más que una ‘Gran Victoria’, necesitamos una política paciente capaz de insistir y persistir para no acabar generando frustración. Por otro lado, creo que es una apuesta segura regenerar desde abajo, recuperando y fortaleciendo la mejor tradición del movimiento obrero y revolucionario. Me interesa fijarme en lo mejor que tenemos: en el militante de siempre y en el joven activista. Esa es la izquierda del siglo XXI. Habrá que reutilizar su patrimonio, su memoria, su experiencia y añadir todas las nuevas aportaciones del activismo actual para que los nuevos movimientos dispongan de una buena caja de herramientas, en la que encuentren argumentos, organización, crítica y una forma fraternal de relacionarse con los demás.
Parafraseando la visión de Enzensberger sobre los militantes obreros anarquistas y revolucionarios, ellos son los únicos capaces de recuperar el pulso de la lucha y del cambio. Los que viven de su trabajo (o luchan por tenerlo) peleando siempre porque sea digno y decente. Los que presumen con orgullo de ganarse la vida por sí mismos y son expertos en su especialidad, porque defienden el trabajo bien hecho. Los que viven con modestia ignorando el fetichismo del consumo, pero que valoran la cultura como algo bueno, emancipador. Son los que tendrán que seguir difundiendo sus ideas en sus propias revistas, panfletos y redes sociales. Esas personas serenas siempre dispuestas a ayudar, los que siguen infatigables desde hace décadas y no se cansarán en el futuro. Esos revolucionarios que, aún vencidos, no pierden su integridad y que intentan no ser una secta al margen de la sociedad ni una moda intelectual. Estoy seguro de que sus ideas acabarán renaciendo, lo que no sé es bajo qué fórmulas.
Estos militantes son revolucionarios y aunque algunos hayan envejecido, no parecen cansados. Su moral es silenciosa, pero no permiten la ambigüedad. Cuando se les conoce, sorprende la poca desorientación y amargura que hay en ellos. No son melancólicos. Su amabilidad y generosidad es proletaria. Tienen la dignidad de las personas que nunca han capitulado. No tienen que agradecerle nada a nadie, porque nadie les ha patrocinado. Son incorruptibles, porque su conciencia está intacta. No se consideran fracasados ni acabados, por ello no se autocompadecen. No lamentan nada porque sus derrotas no los han desengañado. Saben que han cometido errores, pero no se vuelven atrás ni se van a buscar cómodas orillas.
Estos obstinados militantes de la revolución son más fuertes que el mundo que se está creando. Son los que pueden transformarlo. Yo intentaré aprender y parecerme a ellos cada día, porque como decía Galeano: mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo.
[Fuente: Cuarto Poder]
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