La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
¿Una recuperación sólida?
Cuaderno de estancamiento: 21
El último cartucho que le queda al Gobierno del Partido Popular para tratar de salvarse del naufragio es el de la vuelta del crecimiento y el augurio de que hemos entrado en una fase de recuperación sin sobresaltos. El sueño deseado es pensar que volvemos a estar como en 1995 cuando, tras la aguda crisis de 1991-94, la economía española entró en una fase inesperada de crecimiento económico que se alargó hasta 2008 con una masiva creación de empleo. El problema es que se trató de un crecimiento no sólo perverso en cuanto a sus efectos sociales (proliferación del empleo precario, escasas mejoras salariales, problemas de vivienda para la gente joven y los inmigrantes, desastres ecológicos, corrupción) sino que se sustentó fundamentalmente en el auge constructivo alimentado al alimón por la burbuja especulativa y por los planes públicos de infraestructuras. Cuando llegó la crisis mundial se hizo patente que además de los problemas globales generados por la desregulación financiera se añadían otros, específicos del “modelo español” de crecimiento. Éstos podían resumirse en varias cuestiones clave: excesiva especialización en la construcción y el turismo, desequilibrio exterior debido a un inadecuada estructura productiva (en gran parte relacionada con la desindustrialización persistente y la elevada dependencia energética), un elevado nivel de endeudamiento privado exterior (la contrapartida ineludible del desequilibrio real), un sector público infra-desarrollado respecto a la mayoría de países europeos y un nivel de desigualdades excesivo. Sin contar (el análisis económico convencional nunca lo hace) el elevado nivel de deterioro ambiental que genera este modelo.
Propiciar un desarrollo sólido requería por tanto no sólo esperar una recuperación económica global, sino también empezar a poner soluciones a este conjunto de problemas fácilmente detectables. Y cuando se analiza la situación actual no parece que ésta haya mejorado sustancialmente. El reciente crecimiento del empleo vuelve a tener a la construcción y al turismo como los sectores de impulso. El desequilibrio exterior ha mejorado pero como reconoce un informe reciente del Consejo Económico y Social, se debe fundamentalmente a la caída de las importaciones provocada por la caída del consumo interno. Es algo que ya ocurrió en la crisis anterior; en los primeros años el saldo exterior fue positivo pero en poco tiempo cambió el signo. Y un saldo negativo del sector exterior implica un endeudamiento externo neto. De hecho el saldo positivo empieza a moderarse a pesar de los ingresos que entran por una actividad turística en crecimiento. El endeudamiento externo se ha reducido moderadamente, pero sobre toda ha cambiado de titular, pues el Sector público que empezó la crisis con un endeudamiento bajo y tolerable ha absorbido una parte de la deuda externa, especialmente la bancaria. El sector público sigue también débil y el Gobierno ya ha iniciado una nueva reforma fiscal que impide pensar que pueda darse un cambio en la situación. Y las desigualdades no paran de crecer.
En resumen estamos ante un período de crecimiento sin que se hayan efectuado cambios que permitan pensar que se han atacado las debilidades estructurales de nuestra economía. No ha habido ningún atisbo de política industrial que promueva un cambio de modelo productivo. En parte no la podía haber porque las políticas industriales clásicas están proscritas por la Unión Europea y han dejado de formar parte del arsenal de propuestas que tienen en mente la mayor parte de economistas que asesoran a los gobiernos. He intentado rastrear estas políticas y sólo he sabido ver los planes renove tan del agrado del sector automovilístico pero cuyo impacto local es discutible (los planes renove priman la compra de nuevos vehículos con independencia del lugar en que han sido producidos, y en un país donde gran parte de los coches que compran los locales son de importación equivale a primar a la industria alemana y de otros países, algo que agrada a los grandes grupos multinacionales pero que tiene un dudoso efecto local). He sabido encontrar otra, pero de impacto negativo: la reforma energética, que ha puesto en crisis a la emergente industria local de las energías renovables. Es posible que los sistemas de primas anteriores propiciarán una nueva burbuja especulativa con la instalación de plantas solares y parques eólicos, pero es indudable que el frenazo se puede entender más como un nuevo peaje a favor de los grandes grupos energéticos tradicionales que como una política bien diseñada de largo plazo. Fuera de estas medidas todo se reduce a las clásicas políticas transversales y la promoción de los emprendedores que puede convertirse fácilmente en otro pozo de despilfarro e ineficiencia.
La industria española que ha funcionado es la poca que ya se había modernizado, la que llevaba una cierta experiencia de internacionalización. Y que ahora ha visto mejorada su situación con la devaluación de facto del Euro provocada por el cambio en la política del Banco Central Europeo. Un cambio que pone a las claras la responsabilidad de esta misma política a la hora de propiciar la desindustrialización del Sur de Europa. El problema está que cuando se ha destruido tanto aparato productivo y ha emigrado tanta industria posiblemente la mejora en el plano del tipo de cambio no baste para reactivar la actividad. Cerrar empresas y eliminar líneas de producción es siempre más fácil que crear nuevas. Y sin políticas industriales bien diseñadas va a ser difícil que el Sur de Europa recupere parte de la actividad perdida. Ni la estructura productiva ni el sector público se han reorganizado para alterar crucialmente las debilidades del modelo anterior. En la mente de los gobernantes actuales sigue flotando la ilusión de que es posible generar una vuelta al viejo modelo anterior basado en lo inmobiliario. Y ahí sí se han aplicado con ahínco, tanto con reformas legales (como la que concede permiso de residencia a quien compra un inmueble, o la mayor permisividad constructiva que incluye la ley de costas) como en el apoyo de cualquier proyecto especulativo que ha tenido a bien proponerse (Eurovegas, Barcelona World, grandes proyectos hoteleros urbanos….).
Y si las cosas han cambiado tan poco ¿de dónde viene el crecimiento actual? En parte proviene de la mejora exterior ya comentada. En buena parte de un repunte del consumo. La retracción del consumo en la crisis tiene que ver principalmente con el aumento del paro y la caída de las rentas de la gente más pobre. Pero es posible que ante la incertidumbre de la situación también la gente que no pierde el empleo aplace compras (especialmente de bienes de consumo duradero) y esta misma gente una vez pasado el temporal recupere hábitos de consumo del pasado (la caída del ahorro en el último año hace pensar que algo de ello ha ocurrido). La tercera pata es el gasto público; resulta evidente que en un año electoral en el que el Gobierno se juega tanto ha habido una relajación del gasto impuesta por el ciclo político y facilitada por la caída de los intereses de la deuda. La cuestión es que posiblemente pasadas las elecciones esta alegría del gasto no será posible (y si pierde las elecciones el PP tendrá una excusa para atacar al nuevo gobierno de frenar la economía y el nuevo gobierno de acusar al anterior de haber vuelto a empeorar las finanzas públicas; nos espera ser espectadores de una nueva batalla de ping-pong). Una vez aumenta alguna actividad el multiplicador keynesiano hace el resto, un poco más de empleo y actividad en un sector inducen más actividad en otros. De la misma forma que los drásticos ajustes de 2012 hundieron aún más la actividad los ligeros aumentos del gasto actual la han animado. El problema está en si va a ser posible que esto sea un proceso de largo plazo. Y hay muchos puntos para prever nuevos sobresaltos propiciados por el elevado endeudamiento, el posible deterioro de la balanza exterior o el estallido de alguna de las burbujas que ya se han hinchado. En 1995 nadie era capaz de prever que pudiéramos tener una fase de crecimiento tan sostenida y exagerada como la que propició la burbuja especulativa. A menos que surja una nueva burbuja de magnitud sostenida (o un nuevo factor expansivo que soy incapaz de detectar) más bien hay que esperar que, en lo esencial, persista el nivel de problemas básicos del país. La crisis y su gestión han tenido unos impactos nefastos. Lo peor sin embargo es que no ha servido para generar políticas que nos protejan frente a su posible repetición. Y es que nuestras élites dirigentes han sido incapaces de pensar en cambios de dirección. Y las políticas europeas no han hecho más que bloquear cualquier posibilidad de cambio real.
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5 /
2015