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Josep Fontana

Vientos de guerra

Vivimos en unos momentos en que las tensiones internacionales multiplican los riesgos de que un incidente fortuito —un atentado de Sarajevo— pueda originar un conflicto generalizado. Unas tensiones que se reflejan en la nueva carrera de armamentos que se está produciendo en un mundo en que, como nos recuerda el Bulletin of the Atomic Scientists, hay 16.300 armas nucleares en poder de 14 países, 4.000 de las cuales están disponibles para su empleo y 1.800, preparadas para un uso inmediato.

Los escenarios en que podría producirse un incidente que desencadenase una crisis global no faltan. Uno de ellos es el que enfrenta a la OTAN con Rusia. Como dice Robert Legvold en Foreign Affairs, “el colapso en las relaciones entre Rusia y Occidente merece ser llamado una nueva guerra fría”. Por el momento sabemos que Rusia parece interesada en construir nuevos tipos de misiles MIRV (con cabezas múltiples que pueden dirigirse a objetivos distintos), un arma que sólo tiene sentido en el contexto de una guerra general. Pero más alarmante es aún la noticia de que Estados Unidos va a mandar 300 soldados de la 173 Brigada aerotransportada como “entrenadores” de las tropas ucranianas. Porque hay que recordar que fue así como se comenzó en Vietnam.

Sigue viva también la posibilidad de que el incidente surja entre dos potencias nucleares como Pakistán y la India, cuya frontera en el Kashmir es la más armada del mundo, con 400.000 soldados en cada lado. Pakistán, que según el New York Times tiene “el arsenal nuclear que crece más rápidamente del mundo”, posee misiles que pueden llevar una cabeza nuclear y va a comprar a China ocho submarinos desde los cuales podría alcanzar todo el territorio indio.

O en el mar de China, donde cada día los pilotos de los F-15 japoneses se cruzan con aviones que vuelan por espacios aéreos disputados, y en ocasiones se encuentran con cazas chinos en lo que se convierte “en un desafío de pilotaje y de autocontrol”. Lo cual sucede cuando el primer ministro Shinzo Abe aumenta el gasto en defensa y propone que se revise la constitución japonesa para eliminar sus condicionamientos pacifistas.

Sin embargo, el lugar donde es más fácil que pueda producirse un incidente peligroso sigue siendo el Oriente próximo, pese al anuncio de un posible acuerdo nuclear con Irán, una noticia esperanzadora, pero que está sujeta a pruebas tan difíciles de superar como la de la aprobación por el Congreso de los Estados Unidos y, sobre todo, la de sobrevivir a un posible triunfo republicano en las elecciones presidenciales de 2016. El 26 de marzo pasado el New York Times publicaba un artículo de opinión de un republicano tan calificado como John Bolton, que fue embajador de los Estados Unidos en la ONU, que llevaba el expresivo título de “Para detener la bomba de Irán, bombardead Irán”.

Lo que está claro, además, es que este acuerdo no significa que vaya a cesar la guerra entre 191 millones de suníes y 121 millones de chiíes que se mantiene en Líbano, Siria, Irak y Yemen, y que es, más que un conflicto religioso, una confrontación entre Arabia Saudita (que se dice que está tratando de construir su propia bomba atómica con la ayuda de Pakistán) e Irán por convertirse en la potencia dominante en la zona.

Los ataques aéreos al Yemen que Arabia Saudita ha emprendido en “Tormenta decisiva”, una operación conjunta con los estados del Golfo, Egipto, Jordania, Sudán y Marruecos, tendrían el propósito de evitar que Irán convierta Yemen en una base. O sea que vendrían a ser algo así como la crisis de los misiles cubanos de 1962 en un escenario distinto. Egipto, que tiene un amargo recuerdo de su intervención en Yemen en tiempos de Nasser (en una guerra que en cinco años les costó a los egipcios de 10.000 a 15.000 muertos), ya ha anunciado su propósito de enviar tropas de tierra a este escenario, a cambio de las subvenciones de los estados petroleros árabes, donde el dinero, dice el presidente al-Sisi, “crece como el arroz”.

Pakistán, en cambio, se ha negado en esta ocasión a sumarse con fuerzas propias a la operación del Yemen, y el ministro de Asuntos Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos se lo ha reprochado diciéndole que las inversiones árabes habían sido bienvenidas en Pakistán, de modo que no era justo que ahora les abandonasen en la guerra contra el Yemen. La primera respuesta a esta actitud ha sido que un avión pakistaní que llevaba peregrinos a bordo ha visto como las autoridades de Arabia Saudí le negaban la entrada en su espacio aéreo con el argumento de que carecía de los documentos necesarios.

Pero la noticia más turbia de esta historia es seguramente la que nos ofrece Robert Parry, un periodista de investigación que suele tener acceso a las informaciones del entorno de la CIA, según el cual Arabia Saudí se ha aliado a Israel en su lucha conjunta contra Irán y contra el “creciente chií”, de Teherán a Beirut pasando por Damasco, y que en los últimos dos años y medio le ha hecho llegar, a través de un tercer estado árabe, 16.000 millones de dólares, destinados en teoría a obras de infraestructura. Esta alianza ha servido hasta ahora para luchar conjuntamente contra el levantamiento de sanciones a Irán; pero podría ir más lejos, de acuerdo con las noticias que aseguran que Riad autorizaría que los aviones israelíes cruzaran su espacio aéreo para acortar el vuelo en un bombardeo a las instalaciones nucleares de Irán.

John Pilger observaba recientemente cómo se parecen las noticias que se difunden en la actualidad acerca de estos conflictos a las que circulaban por Europa en los años que antecedieron a la Segunda guerra mundial. “Grandes mentiras difundidas con la precisión de un metrónomo”. Ninguna de estas causas que podrían promover un enfrentamiento global tiene que ver en realidad con la libertad ni con el bienestar de los seres humanos. Ni en Ucrania se lucha por la democracia, ni Irán es una amenaza para la civilización, ni en el mar de China se ventilan otros intereses que los de los imperialismos chino y japonés. Hoy que sabemos que la guerra fría fue una gran mentira que consumió millones de vidas y unos recursos con los que pudo haberse aliviado la pobreza del mundo, no tiene sentido dejarse arrastrar otra vez al mismo engaño.

Como dice Pilger, nuestra obligación es “identificar y denunciar las mentiras de los promovedores de guerras”. Si callamos, ellos ganan y todos los demás perdemos.

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2015

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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