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Juan-Ramón Capella

Salir o no salir: ¿ésta es la cuestión?

Me llega el manifiesto «Salir del euro» para que lo firme, y no lo voy a firmar. No voy a hacerlo a pesar de que entre los primeros firmantes hay muchas personas que me parecen política y socialmente admirables, y también algunos amigos. Por otra parte, en el pasado reciente también yo he defendido esa opción, lo que me obliga a explicar mis razones de ahora, que expongo a continuación.

Estoy convencido de que es malo salir del euro y que también es malo permanecer en la zona euro. Ambas opciones son malas, en una palabra.

Salir del euro tendría un costo interno terrible al implicar una fuerte devaluación interior. Eso significa costes sociales. Que recaerían directamente sobre los pensionistas, los cuales podrían ver reducidas sus pensiones (bien magras en relación con los salarios precedentes) entre a la mitad y a la décima parte de su valor adquisitivo actual; y también sobre los asalariados, el valor de cuyos salarios podría quedarse quizás en la mitad. No hablemos ya de la situación de quienes no tienen salarios, pensiones ni subsidios. Salir del euro significaría un gran sufrimiento social, lo que convierte esta medida en un último recurso posible pero nada deseable.

Creo que es el coste social de salir del euro lo que hasta ahora ha impedido a Syriza emprender ese camino. Y eso induce a la reflexión, pues la situación de Grecia es mucho peor que la nuestra.

Quedarse en el euro es también malo por la política económica imperante en la Unión Europea, que es muy difícil de modificar dados los gobiernos de derechas hegemónicos en la Unión, y también por el reducido margen de acción económica de fomento y redistributiva que la UE deja a los estados miembros.

Es hora de recordar, en cualquier caso, que la Unión Europea impuso a España (y el gobierno González aceptó) el desmantelamiento de numerosas industrias, entre ellas la modernísima acería de Sagunto y el sector de la construcción naval; que impuso un gran sacrificio a la ganadería —para impedir una industria láctea competidora de la francesa y la holandesa— y a numerosos cultivos. La UE ha acabado asignándole a España un destino de destino turístico, valga el retruécano, y poco más. Ante esta situación los gobiernos españoles han apoyado y siguen apoyando la inversión exterior del empresariado español, descapitalización del país que está también en el origen del enorme ejército de parados que ha creado este tipo de políticas. Dentro del euro hay mucho que rectificar.

De Gramsci aprendí que cuando una cuestión no está clara, esto es, cuando en torno a ella pueden formarse mayorías y minorías poco minoritarias, no hay que decidir, pues se trata de cuestiones no maduras. Entonces es necesario hacerlas madurar o esperar a que maduren de por sí. Creo que lo primero es lo que corresponde. Hemos de preguntarnos más: salir del euro, ¿cómo? ¿para hacer qué? ¿cómo y hasta dónde paliar los daños graves de esta opción? ¿cuáles son estos daños? ¿quién tiene que soportarlos? Y, dentro del euro, ¿qué aspectos de la política económica europea hay que combatir? ¿Qué margen de acción económica tendría un gobierno de veras de izquierda dentro de la zona euro? ¿Para hacer qué?

El mérito del manifiesto «Salir del euro» reside en que obliga a pensar, a dar argumentos, a estudiar el asunto. El lector podrá encontrarlo en otro lugar de la presente entrega de mientras tanto.

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2015

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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