La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Joan Busca
La izquierda tras las elecciones andaluzas
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I
Los resultados electorales pueden leerse de muchas formas. Para los analistas oficiales lo más importante es sin duda que el bipartidismo se erosiona pero no se quiebra y que el claro perdedor es el PP. Sumado a la emergencia de la nueva formación de derechas Ciutadans (no hay más que ver qué cosas han ido votando en el Parlament de Catalunya para ver cuál es su verdadera orientación) el resultado parece tranquilizante para el poder establecido. Sobre todo si se repitiera un resultado similar en lo que queda de ciclo electoral. Quizás podría pensarse en una nueva variante de la neorrestauración borbónica con un partido de “centro izquierda” y dos de derechas participando en nuevo juego de rivalidades y alianzas. Lo que no resuelve esta situación, y posiblemente la enquista, es la “cuestión catalana” y la “cuestión vasca”, pero por el momento éste sigue siendo un tema para el que las élites centralistas no tienen respuesta alguna (excepto la de esperar que la tensión se acabe desvaneciendo por cansancio del oponente).
A mí en cambio lo que me parece es que donde hay que sacar reflexiones es en lo ocurrido a la izquierda del “pacto constitucional”. Los datos son conocidos: emergencia de Podemos sin capacidad de “romper al PSOE” y marginación de Izquierda Unida. Siempre se puede pensar que esto es sólo un tema andaluz, que allí la hegemonía socialista está asentada por la combinación del reconocimiento de muchas de las reformas llevadas a cabo, por el clientelismo desarrollado desde el poder y por el temor de mucha gente al triunfo de los “señoritos”. A mí en cambio me parece que el mapa andaluz dice algunas cosas sobre lo que puede ocurrir en el resto del estado.
II
Podemos ha irrumpido en el panorama político con notable vigor. Recoge la estela de las movilizaciones del 15-M, la politización que la crisis y las políticas de recortes han generado entre sectores de las capas medias educadas, las nuevas esperanzas generadas entre sectores desencantados de la izquierda tradicional. Recoge la necesidad de cambio radical que exige un amplio segmento social harto de recortes, de políticas neoliberales, de corrupción, de bloqueo a una participación política real. Ha conseguido situar en una parte de la población la idea de que el cambio es posible y no hay nada que movilice tanto como la posibilidad de la victoria (cualquier seguidor de algún deporte lo puede explicar mejor que muchos politólogos). Pero ahí es donde radica también su mayor debilidad. Da la impresión (como no estoy dentro me tengo que seguir por lo que percibo) de que la cúpula de Podemos está tan convencida de que existe una “ventana de oportunidad” generada por la crisis y todos los escándalos asociados que todos los esfuerzos se han volcado en hacer factible esta posibilidad a corto plazo. El presentarse como un partido democrático no de izquierdas es sin duda uno de los efectos más evidentes de esta estrategia. Con ello se persiguen dos cosas, distanciarse del PSOE que se sigue presentando a sí mismo como una fuerza de izquierdas, y tratar de sumar personas de distintas procedencias a un proyecto común de revolución democrática (en la línea de las demandas del 99% enfrentados a una élite minoritaria). Y esto es lo que me parece que precisamente ponen en entredicho las elecciones andaluzas, especialmente con la irrupción de Ciutadans, un verdadero producto de laboratorio de sectores del gran capital que consideran “amortizado” al PP. Por más que uno se presente como quiera, los medios de comunicación y las propias percepciones de la gente le ponen en un lugar determinado. Todos somos en parte lo que creemos ser y en parte lo que los demás piensan de nosotros. Y en política las percepciones de los demás cuentan más que otra cosa. Mientras no se cierre el ciclo electoral, Podemos seguirá jugando a esta estrategia de aglutinar a gente diversa, pero si no se producen cambios impensables aparecerá como una organización política situada en la izquierda del espectro político y, en parte, en el margen del espacio delimitado por el actual marco institucional. Y entonces deberá necesariamente plantearse una revisión estratégica que no sólo implica un cambio en el discurso, sino también en su modelo organizativo, su política de alianzas (el rechazo a ir en coalición con Izquierda Unida tiene lógica en su planteamiento actual de revolución democrática del 99%) y su forma de encarar la acción política.
III
Para Izquierda Unida la situación es mucho más grave. No tanto por la pérdida de votos y escaños sino por la dinámica en la que se encuentra atrapada y que expresa con especial dramatismo la situación de Madrid. Izquierda Unida surgió como fuerza precisamente como respuesta a una crisis anterior del PCE, al final de un proceso de movilización social derrotado (el del referéndum de la OTAN) y como un intento de aglutinar a una base social que se había manifestado huérfana de un referente político. Fue sin duda una buena idea, aunque estuvo a mí entender lastrada porque se configuró más como un intento de generar una corona política en torno al viejo PCE, que como un proyecto maduro de creación de una nueva organización que aglutinara mucha de la fuerza social que se había manifestado en la lucha contra la OTAN y que se volvería a poner en evidencia en la posterior movilización social promovida por los sindicatos en el período 1988-1991. Prueba de ello es que quedaron de entrada excluidos muchos sectores de gente que habían trabajado en el entorno de organizaciones más a la izquierda (como la LCR o el MC). Y que el PCE siguió jugando en muchos casos como eje vertebrador/ controlador de la política de IU (excepto en Catalunya donde Iniciativa per Catalunya se vertebró entorno a la fracción dominante del PSUC, alejado de los planteamientos dominantes del PCE, pero igualmente hegemónico en las distintas versiones que asumió la coalición).
El proyecto de IU parece que ha tocado fondo. En parte paga el coste de su participación institucional, sobre todo los pactos que ha mantenido con el PSOE en diversas comunidades autónomas (incluyendo el no pacto con el PP en Extremadura). En parte paga las diversas intromisiones del PCE en momentos concretos y la ausencia de una cultura político-organizativa que le permita superar las disputas políticas sin generar más daños que los inevitables (por el contrario, el cainismo y el confundir al oponente con el enemigo parecen formar parte de la estructura de esta tradición política). En parte paga la frustración de ser siempre una fuerza minoritaria incapaz de generar dinámicas de ruptura del statu quo. Y paga el apego de mucha de su gente a una cultura política que se adecua mal al contexto actual en el que la lucha anticapitalista tiene que desarrollarse integrando nuevas (bueno no es que sean nuevas en 2015, pero siguen siéndolo para mucha gente de la ”vieja guardia”) problemáticas —como las planteadas por feminismo y ecologismo, asumiendo y repensando el fracaso de la experiencia soviética y promoviendo formas de organización, socialización y acción que tengan en cuenta las nuevas formas de socialización generadas por la presencia masiva de los medios de comunicación y la experiencia de la educación masiva (baste recordar que hoy en nuestro país más del 40% de la población activa cuenta con educación superior)—. Y, al menos en Madrid, paga la deplorable imagen dada por la implicación de algunos de sus líderes en el caso Bankia.
La irrupción de Podemos genera un desafío crucial para Izquierda Unida, que es el de verse relegada a un papel aún más marginal que el jugado en los últimos años. Y a nadie se le escapa que en cualquier organización política cuando las cosas van mal aumentan las posibilidades de que estallen tensiones que contribuyen a empeorar la situación. Estoy bastante de acuerdo con Alberto Garzón en el sentido de que IU tiene mayor reflexión política y organizativa que Podemos, que sigue apareciendo como un proyecto demasiado evanescente. Pero también es cierto que se trata de un proyecto que no ha sabido o podido conectar con amplias capas del activismo social y que no lo va a conseguir si no es realizando una transformación en profundidad. (El mismo problema, pero en una dimensión mucho mayor, lo tienen los sindicatos, especialmente CCOO, con quien IU tiene una larga historia común, aunque la cuestión sindical sale fuera del objetivo de esta nota.) Y donde su mayor enemigo se encuentra en importantes sectores de la militancia para los que la defensa de siglas y la vieja cultura del comunismo ortodoxo, que incluye una percepción mítica de la clase obrera, sigue constituyendo una barrera difícil de flanquear. El peligro es que este conservadurismo político-organizativo arruine las potencialidades abiertas a la construcción de una nueva izquierda alternativa.
IV
Syriza es hoy la referencia tanto para Podemos como para IU. Pero a menudo se pasan por alto cuestiones importantes. Tanto de la forma como se ha construido la organización como del contexto social. España, a pesar de experimentar ajustes brutales, un neoliberalismo agresivo y una ofensiva de la derecha más cerril, no ha experimentado el mismo grado de debacle que Grecia. Sectores importantes de la sociedad han podido capear con bastante éxito los embates de la crisis, el grado de presión económica y simbólica ejercido sobre el país ha sido menor y se han dado procesos sociales diferentes. En Catalunya el tema de la cuestión nacional ha servido para canalizar la tensión social en otra dirección (y no puede tampoco olvidarse que la menor resistencia a los procesos de privatización se ha debido en parte a que en gran parte de Catalunya la sanidad, la educación o la gestión del agua, por poner ejemplos elocuentes, llevan muchos años con experiencias de gestión privada o semiprivada). No ha habido ni la dureza ni la tensión que ha existido en Grecia y esto dificulta la irrupción de una necesidad de cambio radical. Sin olvidar que el éxito electoral de Syriza se ha reforzado por un sistema electoral que premia a la primera fuerza con 50 escaños, un premio mayor que el de nuestra ley d’Hondt.
Veo a corto plazo difícil que se repita un éxito electoral parecido, a menos que de aquí a las elecciones ocurriera alguna convulsión que cambiara el panorama. Lo que parece más probable es que se produzca un claro avance electoral de la “nueva izquierda” y un retroceso claro de Izquierda Unida en muchos sitios (aunque la diferente configuración de alianzas y formulas electorales en las municipales y autonómicas pueden provocar algunas variaciones). Pero que en conjunto no consigan generar un cambio electoral suficientemente importante para provocar la quiebra del espacio constitucional (PSOE-PP-Ciutadans) capaz de obligar a una revisión constitucional de profundidad. Si ello ocurre, el primer efecto, como en parte ya ha ocurrido en Andalucia, será la frustración tanto del electorado y activistas de Podemos (por no alcanzar una victoria rotunda) y de IU (que en bastantes sitios puede situarla en una situación complicada). En este panorama que estimo probable se volverá a hacer evidente lo que ahora ya lo es: la necesidad de refundar una nueva izquierda comprometida con un cambio social profundo, con la democracia participativa, con la defensa de derechos políticos y sociales básicos. Y quizás entonces será posible lo que ahora resulta harto complicado: generar un proceso de articulación de un espacio político común que reúna lo mejor, y más amplio, de la vieja y la nueva izquierda. Con el lanzamiento (o alguien puede dudar que detrás de ello hay importantes grupos de poder) de Ciutadans como “nuevo centro”, la pretensión de Podemos de no aparecer como izquierdista ha quedado frustrada. Con una Izquierda Unida claramente sobrepasada por Podemos la pretensión de articular lo alternativo con sus siglas ha quedado en entredicho. Cuanto antes se articulen formas de reflexión y colaboración entre estas fuerzas, más avanzaremos en construir una alternativa que se pueda plantear ser lo que Syriza ha sido en Grecia.
V
Soy optimista en cuanto a las posibilidades de este proceso. No sólo porque creo que la dinámica de los hechos nos sitúa en esta disyuntiva. También por la experiencia reciente de participación en Barcelona en Comú (la candidatura que ha unido a gente procedente de movimientos sociales articulada en torno a Guanyem, con Iniciativa per Catalunya, Esquerra Unida i Alternativa, Podem, Procés Constituent, Equo y a activistas no organizados). Aunque el parto no ha sido fácil y ha exigido mucha generosidad, especialmente por parte de las organizaciones más grandes, se ha mostrado factible. Y lo más importante, y de donde refuerzo mi punto de vista, es que allí donde se han creado grupos de trabajo transversales se ha podido establecer un clima de diálogo, respeto y creación francamente alentador. Es lo mismo que experimento en los movimientos sociales en los que participo, en los que se producen confluencias con activistas de la CUP (que en las municipales se han mostrado bastante hostiles a la confluencia en BeC); casi siempre las coincidencias y la capacidad de trabajo en común se imponen. Es cierto que en todas partes hay reticentes, gente que se confunde de enemigo, o gente simplemente que es incapaz de pensar el mundo sin las anteojeras de su particular organización política. Es cierto que a menudo la gente con años de experiencia aterra a los nuevos activistas con fórmulas y actitudes que dificultan el trabajo en común. Y es cierto que a menudo entre gente nueva, especialmente la que tiene un nivel educativo alto, se dan actitudes poco capaces de conectar con otras realidades. Pero en conjunto la experiencia está sirviendo mucho más para sumar que para restar. Y en todo caso indica que existe una posibilidad no utópica de hacer las cosas bien, de generar organización, acción política, debate intelectual, movilización a la altura que exigen los tiempos. De recrear una red social que refuerce los lazos de solidaridad y las capacidades de resistencia de la gente de a pie. Y esta posibilidad hay que empezar a trabajarla. Porque al poscapitalismo no se transita sólo con cuatro votos y cuatro trabajos teóricos, por bien fundamentados que estén, sino mediante una amplia respuesta social. Y para ello es urgente escoger los mejores instrumentos, los modelos organizativos y políticos que permitan desarrollar una respuesta real, no retórica, al autoritarismo neoliberal.
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3 /
2015