La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan-Ramón Capella
Estados del ánimo
¡Qué difícil es escribir sin querer romper las ilusiones, cuando se sabe que son ilusiones!
Uno diría que en general este año es un año de cierta alegría —mezclada, eso sí, con preocupación— porque parece que la izquierda social ha vuelto a ponerse en movimiento políticamente hablando. Que nada será igual en el plano político después de 2015 porque este actor tendrá cierto éxito.
Alegría sobre todo al ver cómo en ciertos casos se dejan de lado las diferencias políticas y las siglas particulares para hacer frente común, que es, ciertamente, lo que se tiene que hacer.
Pero la alegría se subordina a la preocupación cuando se considera todo lo que es necesario cambiar para conseguir las cosas que más urgen: poner en marcha una economía productiva que reabsorba el paro y permita la redistribución en serio de las rentas, todo ello sin agravar el problema ecológico, por un lado; por otro lado, la reformulación constitucional del sistema político para democratizarlo, aunque sea en los estrechos límites del Estado y con el problema de la Unión Europea, una institución que ni es democrática ni tiene la menor intención de serlo. Y además, urgentemente, reorganizar en profundidad la instrucción pública para frenar la aculturación de la población y lograr una ciudadanía menos manipulable y mejor formada.
Hay que aprovechar el impulso popular para evitar una reforma-maquillaje de la constitución desde arriba, como la que pretende el Psoe; hay que reformular la constitución, de verdad, para que el sistema político se vuelva responsable, para que la voluntad popular pueda avanzar hasta el núcleo del Estado, para democratizarlo de veras y no de boquilla.
La preocupación, sin embargo, se tiñe de disgusto al ver que la expresión política del movimiento social real funciona con cierto desengranaje respecto de ese movimiento. Y disgusto al ver la credulidad con la que tanta gente queda presa en la telaraña de la politiquería.
El mayor desengranaje entre una institución política y su base social se da, ya ha pasado la hora de callarlo, en Izquierda Unida. Veámoslo claro: el éxito de Podemos es el espejo de la incapacidad de Izquierda Unida. Máxime si se toma en consideración que la mayoría de los dirigentes de Podemos militaban hasta no hace mucho en Izquierda Unida, donde no encontraron espacio para algo elemental en una formación así: hacer política.
Si examinamos el pasado reciente de IU, habría que criticar la falta de brújula de su dirección política central, a la que se añade su incapacidad para dirigir. Se ha mostrado incapaz de decidir nada, al tolerar políticas erráticas como las alianzas con el PP en Extremadura y con el Psoe en Andalucía. Su falta de autoridad se ha mostrado claramente ante los graves disparates cometidos por la dirección —y parte de la base— de su organización en Madrid. Detengámonos un momento, y tal vez lo entendamos todo, o casi todo, de la falta de dirección de IU.
Tania Sánchez es una joven dirigente cuyo activismo en IU era reconocido. Propuso, y ganó unas primarias, para encaminar a IU a la coincidencia con otras fuerzas de izquierda en Madrid. Ésa es, naturalmente, la línea correcta. Pero tropezó con la oposición del mandamás local, Ángel Pérez, que propone que IU se presente a las elecciones con sus propias siglas. A pesar de que la legalidad de IU estaba con Tania Sánchez, la dirección de la organización no la apoyó frente a Ángel Pérez y sus enfeudados. El resultado es que Tania Sánchez abandonó la organización, única manera de que ella y sus seguidores pudieran contribuir al avance de la izquierda. Pero —y ésta es la cuestión— ¿por qué Ángel Pérez y su grupo se opusieron a frontalmente a Tania Sánchez? La respuesta es sencilla: está la cuestión del dinero. Sin siglas propias la organización madrileña de IU no recibe dinero público. Y sin dinero ¿cómo podría cualquier Ángel Pérez seguir profesionalizado en la política? El apoyo del coordinador general a este señor —que es como hay que llamarle— muestra que en IU, en el centro decisorio de IU, el que dice querer renovarse, el dinero cuenta más que la renovación, cuenta más que la estrategia. Y eso cuando toda la izquierda verdadera tiene claro que hay que unirse para conseguir el mejor resultado posible frente al Psoe y sobre todo frente al PP, que amenaza con prolongarse en el gobierno. El «modelo Tania» se ha repetido después con Ángel Valiente. El modelo de IU parece ser hacer primarias para luego descalificar e ignorar su resultado. ¿Creen sus dirigentes que así se puede ir muy lejos?
Izquierda Unida ha sido en el pasado el partido en quien mucha gente confiábamos a pesar de todos los pesares. Y en el que en algunos casos aún confiaremos. Pero es preciso criticar su falta de renovación, que empieza por el aislamiento de su candidato electoral, Alberto Garzón, en su propio partido. Se están yendo casi todos los que podrían ayudarle, cuando es a él, y en Madrid a Luis García Montero, a quien hay que apoyar.
Hay gente en Izquierda Unida a quien es preciso ayudar a dar un paso atrás para que no se hundan, e IU con ellos, en la pura miseria. Empezando por ese secretario general del PCE al que no se le entiende cuando habla; el PCE necesita algo más. O el propio coordinador general de IU, si no sabe coordinar. Una última observación: dar un paso atrás no significa desaparecer. Una formación política no puede tener nunca un único rostro, una sola referencia. IU ha quemado a muchas personas, a muchas referencias. Tantas que casi le sobra la U. Son demasiados los que en IU se creen depositarios de la verdad, demasiados los que no se han enterado todavía de que la cualquier estrategia política es necesariamente coral. Y también demasiados los zorrocotrocos que necesitan una urgente operación de cataratas.
Sobre todo hay que apoyar a la honesta base inteligente de Izquierda Unida, y se piensa en tantos amigos, activistas de toda la vida, que se mantienen en ella a pesar de jefecillos locales, de dirigentes que se comportan como en Izquierda Unida no se debería comportar nadie.
Todo eso sin olvidar, ciertamente, que el anticomunismo es visceral en España; que aquí no se juzga a los activistas de hoy por sus obras, sino que siempre se abre contra los comunistas democráticos un indecente proceso de intenciones. Difama, que algo queda.
El otro disgusto lo da Podemos y en parte por las mismas causas: los dineros. Esta formación que encuentra apoyo en lo que fue el movimiento 15M, con lo que ello implicaba de apertura y de vocación al activismo de numerosas personas, ha acabado dotándose de una dirección ultracentralizada que penaliza la participación política de quienes son críticos con ella. Parece que han leído, sobre todo, a Maquiavelo; son por eso un poco antiguos y aún no se han enterado de que a este lado del río debemos abandonar aquellos fines cuyos medios no son de recibo, en contra de lo que opinaba el florentino. La cuestión de la coherencia entre los fines y los medios es la gran lección que hay que extraer, a contrario, de los movimientos emancipatorios del pasado.
Los dineros le han impedido a la dirección de Podemos soltar lastre. Se ha hipotecado mal. De eso no tienen la culpa sus activistas. Esperemos que aprendan de la experiencia, amén.
La otra parte del disgusto con Podemos viene dada porque parece que en esta formación, muy afín a las personas que trabajan con alta cualificación —a la alta clase obrera que no cree serlo, podríamos decir, pese a ser gente en realidad trabajadora— hay cierto desdén por los trabajadores manuales. Pero los sectores menos cualificados de las clases trabajadoras no son desdeñables, sino necesarios para cualquier tipo de transformación político-social seria y para la producción de hegemonía real (y no libresca).
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Asombroso es el ascenso, como espuma de cerveza, de Ciudadanos. Qué ha hecho Ciudadanos para merecer ese ascenso ni se sabe. En realidad nada. Pero un montón de diarios, de televisiones, de encuestadores, etc., con El País al frente, se ha puesto de acuerdo para situar en primer plano a ese partido y a su —curtido y maquillado en la pura retórica— dirigente principal. Ese mismo entramado mediático y publicitario ha acordado también denigrar al nuevo partido gobernante griego, la Syriza. ¿Por qué? ¿Qué hay detrás de la jaleada ascensión de Ciudadanos y de la denigración de Syriza? Pues, para lo primero, un sumidero para evitar que los desencantados de los grandes partidos voten a Podemos o a Izquierda Unida. Lo de Syriza es más asunto del PP —aunque no solo, también del Psoe—, un PP que apoyó descaradamente, incluido el viaje a Atenas de Rajoy, a sus adversarios conservadores. Todos los que quieren que nada cambie publicitan a Ciudadanos y denigran a Syriza, en este país donde está demostrado que engañar a una parte importante de la ciudadanía es facilísimo y donde la derecha social cuenta ya, además del PP, con el Psoe neoliberal. Aunque haya gente desnortada que aún cree que el Psoe es de izquierda, o que está «tácitamente» con las gentes de las plazas y con los trabajadores de a pie; o que Ciudadanos renueva algo. Gente que aún sueña con los Reyes Magos y el Ratoncito Pérez.
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Por fortuna las elecciones municipales se presentan como elecciones de unidad de la verdadera izquierda, de la ciudadanía crítica, consciente, indignada y más que harta. Su avance será importante para aclarar el panorama y abordar el siguiente tramo electoral. Siempre sin olvidar que no sólo ni principalmente con votos se hace la política. Hay que currarla cada día.
20 /
3 /
2015