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José Manuel Barreal San Martín

Convivencia escolar y moral democrática

La escuela es una institución educativa e histórico-social que está inmersa y asentada en  relaciones interpersonales entre profesorado, alumnado y familias. Estas relaciones son dinámicas y en función de las características socio-económicas y culturales, resulta indiscutible que se pueden dar, y de hecho se dan, circunstancias más o menos conflictivas, que abocan a situaciones en las que la convivencia entre la comunidad educativa , y no sólo con y entre el alumnado, propicia desavenencias. Así, en los últimos años la convivencia en el aula es preocupación de toda la comunidad educativa, trascendiendo ya a la sociedad en general y siendo el centro de atención de los medios de comunicación de masas y no siempre con el ánimo de una veraz información. Lo cierto es que las  formas de relacionarse entre los  principales protagonistas —alumnado entre sí, y estos con el profesorado— ha cambiado y no siempre para mejor.

Quien no entienda, desde el colectivo del profesorado, que la institución escolar está inmersa, como no podía ser de otro modo, en el cambio cultural de la  globalización neoliberal, perdiendo o cambiando los valores de respeto que antaño tenía la  autoridad profesoral y en  la que el profesor y la profesora obtenían   un  consenso de aula,  -que algunos entendemos era más de sumisión que  de  aceptación necesaria del mismo-, tendrá consigo un permanente conflicto que le dificultará las relaciones escolares con el alumnado y, tal vez, con aquellos compañeros y compañeras  que analizan, reflexionan y adaptan la esfera educativa al contexto socio-cultural.

Tendremos que admitir que hace unos años la convivencia en el centro escolar, no era noticia como lo es ahora en los medios de comunicación: porque éramos  los alumnos y las alumnas quienes sufríamos las inclemencias punitivas del profesorado un día sí y el otro también. Actualmente, la convivencia en los centros escolares está siendo debatida y numerosos estudios, unos más fiables que otros, intentan dar soluciones. Sin embargo, sigue estando enfocada y protagonizada por el alumnado entre sí y por estos hacia el profesorado, no admitiendo en los análisis la posibilidad de que, tal vez, algunos profesores y profesoras puedan ser causantes de determinadas situaciones no deseadas en los centros y en la aulas. Hay profesorado que tiene como principio “sine qua non” que el alumnado es, mientras no se demuestre lo contrario,  sospechoso de no estudiar, de no respetar, etc.

El alumnado, presuntamente violento, tiene su responsabilidad, no hay duda. Lo mismo puede ocurrir con aquellos profesores y profesoras que con sus actitudes pueden fomentar la indisciplina. La influencia de estos colectivos, aun siendo minoritarios, en los respectivos centros no favorece la convivencia escolar que luego se reclama.

Al alumnado de nuestros centros escolares le ha tocado desarrollarse, tanto física como intelectualmente, en lo que se ha dado en llamar “generación posmoderna”. Una posmodernidad en la que la escuela  está inmersa en un mundo más hostil que pacífico. En una sociedad más generadora de violencia que de diálogo. Más competitiva que solidaria. Una sociedad donde el triunfo del capitalismo en su versión neoliberal, perenniza el presente y  propaga la idea  de que la vida no vale, sino es aquí y ahora.

Parte de la juventud actual respira la cultura del gran vacío y del narcisismo deprimente, llevándola a sustituir  “la construcción de un mundo mejor” por una literatura de evasión, esotérica y de autoayuda. Son jóvenes que conviven con la  violencia estructural de la sociedad, que están condenados al trabajo -cuando lo tienen- precario,  indecente y si no al desempleo. Ellos y ellas lo saben. Todo influye  negativamente en los valores, actitudes y comportamientos de una juventud que en palabras del sociólogo Javier Elzo, se encuentra desprotegida por unos adultos a quienes “les falta tiempo para transmitir valores en la sociedad actual”.

No podemos obviar que las causas extrínsecas al centro no son sólo las  generadoras de disfunciones en la convivencia. La propia institución escolar genera también violencia y tiene su propia  responsabilidad: la organización del centro, la masificación, ciertas normas impuestas, el currículum, tanto el explícito como el implícito, ciertas formas de evaluación.

Uno de los presupuestos básicos que es generador de violencia dentro del propio sistema escolar es pensar que es posible la estandarización del alumnado, sus capacidades y sus expectativas, con todo lo que de negativo conlleva tal presupuesto.

Las posibles respuestas ante situaciones conflictivas son complejas porque existe una gran diversidad socioescolar; porque se cruzan factores diversos; porque, en definitiva, existen manifestaciones preocupantes de crisis y reajustes económicos, sociales, funcionales, culturales, morales, etcétera. Así, según interpretemos las situaciones y las causas, nos situaremos en posiciones que van desde aquellas que ponen el énfasis en la dimensión psicológica del problema, enfocando su comportamiento y posible solución de manera individual, como programas de intervención en la modificación de la conducta y habilidades sociales (según el respaldo de la teoría psicológica correspondiente), a quienes entendemos que las situaciones y factores ambientales, sociales, familiares, culturales, del propio centro escolar y hasta personales, todos ellos en toda su complejidad, están presentes en los comportamientos, violentos o no, del alumnado, desarrollando, entonces, la llamada perspectiva ecológica-social, que   enmarca la convivencia escolar como un modo de organización social, necesario para un buen quehacer y entendimiento entre los protagonistas de la misma, con sus valores, procedimientos y sobre todo en las relaciones entre profesores y alumnado y profesores entre sí. Es necesario, entonces, intentar  estructurar una acción educativa que proponga, si no soluciones, al menos algo que vaya más lejos de la propia coyuntura del centro escolar. Para ello, habría que tener presente dos perspectivas subyacentes:

 La sistémica que nos ayuda a entender que todo está relacionado, que no podemos fijar el objetivo en un punto concreto del problema, sino que a nuestro alrededor, a derecha e izquierda, existe interactividad, y la perspectiva de la complejidad, que nos informa de que la realidad no es simplificable.

Vaya por delante que huyo de dos mitos, actualmente consolidados en el imaginario del colectivo del profesorado: el mito del consenso, al que opongo el compromiso y la responsabilidad en la coherencia de la acción. Y el mito de que la escuela es un espacio neutro, de igualdad o de compensación de las desigualdades de “cuna». La institución escolar, por los factores expuestos más arriba, es un espacio de lucha social; afirmar lo contrario es enmascarar  el problema.

Por eso, en la formación de las personas, en el seno de  la institución escolar, debe de primar  una escuela despojada de tanto matiz técnico. Una escuela que asuma una perspectiva más social y comprometida. Alejada de los planteamientos rancios que acompañan ciertas propuestas de calidad total o de excelencia y acercarla  desde una “moral democrática» (entendiendo la misma como la formación y aportación de herramientas, actitudes, conocimientos y valoraciones éticas), a la educación de personas que  desde la participación activa y real en la ciudad, hagan posible un  futuro  más solidario. Consolidando, a su vez, unas relaciones de convivencia  más  horizontales y por lo tanto más democráticas. Para ello se precisa el fortalecimiento de hábitos democráticos como el voto, el debate y la participación efectiva del alumnado; la toma de conciencia del compromiso cívico y de la responsabilidad cívica; disposiciones éticas como la responsabilidad, la honestidad, la franqueza, el respeto, etc. Son ejes imprescindibles en la democracia escolar como antesala de la social.

La escuela, a mi entender, debería organizarse anticipando una mejor sociedad, ayudando a las personas susceptibles de ser educadas a reconsiderar sus prácticas y las representaciones que elaboren del mundo que las ha tocado vivir. Así lo entiendo dado que la escuela es un espacio político en el que el profesorado y el alumnado establecen unas relaciones de asimetría que con todos los problemas que conlleva, implica, necesariamente, participar, discrepar, disentir, transformar. En definitiva, aprender a vivir  y  a compartir el poder o cuestionarlo.

Así, el proceso en una “moral democrática” se sustenta en el reconocimiento de cada persona como autónoma, capaz de interactuar dialógicamente con otras personas, demandando una cultura política rica en participación, compromiso y responsabilidad. Este proceso de “aprendizaje democrático” tiene que estar mediado por la intencionalidad y los significados que el profesorado dé a las experiencias educativas, involucrando una gran cantidad de aprendizajes que son atravesados por la construcción de la autonomía: sólo la acción democrática genera personas democráticas.

Al final la  Escuela pública

La formación de una ciudadanía verdaderamente crítica, solidaria y libre no puede quedar en manos de un modelo de escuela burocratizada que responde a lógicas tradicionales de un aparato escolar que funciona con una fuerte discriminación selectiva donde la inercia institucional, que rechaza todo cambio, se apoya en una estructura vertical del poder.

Para comprender los actuales procesos de cambio en las instituciones educativas es ineludible partir de una premisa fundamental: el modelo tradicional de la educación ya ha cumplido su función histórica, y en consecuencia está agotado.

La construcción de un proyecto democrático de educación pública debe partir del análisis de las principales contradicciones que implica enseñar valores democráticos en una sociedad caracterizada por una cultura social postmoderna, donde predomina el individualismo exacerbado, la competencia por bienes escasos, la imagen de que la vida se reduce a la búsqueda del placer inmediato, del “just do it ”.

En la sociedad actual el conformismo social es potenciado por el descreimiento en la participación política de la ciudadanía, desconociéndose la relevancia del análisis histórico, político e ideológico para explicar la naturaleza dialéctica y la interdependencia mutua entre escuela y comunidad.

Es necesario implantar, por esa razón, un nuevo modelo de escuela pública donde la cultura escolar, la ética y la moral democrática sean instrumentos para la transformación de

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2015

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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