La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Edgardo Logiudice
El comunismo en las nubes
Miscelánea sobre la miseria de la ideología
Ten piedad de mi, oh Dios, conforme a tu misericordia;
conforme a la multitud de tus piedades
borra mis rebeliones. Salmo 51,1.
La dependencia del capital financiero es algo absolutamente asumido como ineluctable, como sus crisis, más que periódicas, permanentes. Aquí, en la tierra.
En compensación, después de que los más precavidos constatan algunos daños importantes, como la desigualdad extrema, los ideólogos ofrecen una comunidad de bienes en abundancia. Cornucopia en las nubes, la nube. Cloud computing es el nuevo paradigma. Más allá, en el cielo prometido.
Resonancias de la antropología del Marx feuberbachiano.
Si entre los precavidos, Krugman, Obama, Bergoglio, Thomas Piketty apeló a El Capital de Marx que confesó no haber leído, entre los promitentes ha reaparecido Jeremy Rifkin el augur del fin del trabajo. No ha vuelto solo: es una nube tóxica de ideólogos, creyentes de la diosa Tech. Y apelan también a resonancias del Marx de los Grundrisse. El general intellect en las redes y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia en el coste marginal cero.
Tanta apelación nominal resulta, cuanto menos sospechosa.
En la misa, borradas las rebeliones por la clemencia, llega la gloria.
La ideología, las ideologías elaboradas, no las espontáneas, habían ya mejorado las religiones, en tanto las dudas que admite el ensayo y el error hicieron ceder al dogma entre los mismos teólogos.
Parece que las ideologías económicas son religiones confundidas en la propaganda: propaganda fide. Propagar las gracias de las tecnologías impolutas ante el capital financiero de los bancos y fondos de inversión.
El «analista internacional» de Clarín, Jorge Castro, Secretario de Planeamiento Estratégico de Menem, reseña un libro de reciente aparición de Martin Wolf dedicado a las experiencias de las crisis financieras. Wolf es el principal comentarista económico del Financial Times. Wolf siempre ha bregado por las reestructuraciones de las deudas. Es de los que creen que para cobrar no hay que ahogar al deudor, así lo dijo en junio en un artículo titulado «Defender a la Argentina de los buitres», pagándoles, claro. Así lo repitió ahora, hace pocos días, apoyando el programa de Podemos, que propone reestructurar la deuda española; ya que parece que las señoras Merkel y Lagarde no creen en la seriedad de los españoles cuando, para registrar el aumento del PIB, incluyeron hace poco los negocios de las drogas y la prostitución, además de la broma de considerar inversión los gastos en armamentos.
Pues bien, este Wolf se ocupa aristotélicamente de la tierra, de la necesidad técnica del capitalismo de crédito; deja el comunismo platónico para los Rifkin. Como la Escuela de Atenas del Raffaello, mientras él señala la tierra el otro le apunta al cielo.
A confiar en la fidelidad de las citas del señor Castro —no tengo más remedio— Wolf diría que la causa fundamental de la crisis financiera internacional de 2007/2008 fue el aumento excepcional del ahorro mundial, y su mayor consecuencia fue el boom de crédito en los países avanzados.
Cosas de la macroeconomía. Ahorro mundial.
Con ingresos del orden de los 2 dólares diarios es probable que esos ahorros no pertenecieran a los 2.600 millones que los ganaban por entonces, según la FAO. Vale decir el 40 por ciento de la población mundial para esa época.
Tampoco parece probable que lo fuesen los que tomaron los préstamos, ya que éstos absorbieron tal cantidad de capital que los prestamistas o quebraron o debieron ser «salvados» con los ahorros públicos. Blomberg Market calculó que la FED cubrió déficit por 700.000 millones de dólares.
Por entonces ya las existencias de capitales especulativos reproducidos sobre la llamada ingeniería financiera estaban muy alejadas de lo que se llama economía real y existían fondos que desde el año 2002 el F.M.I. había bautizado como «buitres».
Pero el exceso de ahorro parece ser el argumento técnico del señor Wolf.
La razón tecnológica cumple ahora el papel de la ineluctable Providencia celestial o el de la fatalidad de las seculares leyes naturales. Una especie de determinismo tecnológico.
En la versión de Castro, Wolf diría que ese exceso de ahorro provocó tres grandes transformaciones de la economía mundial: 1) a conversión del capitalismo en un sistema mundial unificado (caída de la URSS) cuya consecuencia fue la desregulación de la economía y, sobre todo, del sistema financiero, 2) esa integración se aceleró con la revolución tecnológica de la información y, 3) como consecuencia, la emergencia a primer plano de China y Asia: China es la primera exportadora global de capitales a partir de 2001.
El resultado es la desproporción entre ese ahorro en exceso y la inversión.
El resultado de esos cambios significa que la desregulación del sistema financiero internacional es un «fenómeno irreversible tecnológicamente fundado».
Este sistema es un fenomenal creador de crédito y, por lo tanto de riesgo, por ello es «intrínsecamente inestable». Los intentos de regulación crean falsas certidumbres. Es necesario que el capital financiero no esté regulado para que crezca a una tasa más elevada que el aumento del PBI, esto es, la producción, para que haya siempre crédito disponible. De lo contrario el riesgo es el estancamiento.
Claro es que las razones tecnológicas ceden ante la realidad de que la existencia de capitales financieros desregulados como son los que actúan a la sombra de los bancos, aun fomentados por los bancos centrales, desalentado su ahorro para dirigirlos a la producción, producen la generación de capitales tóxicos y fondos buitres. La actual situación de Europa y Japón (y todavía en Estados Unidos), donde los Bancos Centrales bajaron las tasas a cero y hasta cobraron multas a los depósito de ahorros de los bancos, no fueron a parar a producción ni al consumo sino a préstamos a empresas a punto de quebrar o a bonos de países de alto riesgo. Sencillamente pagan intereses muy altos, son más rentables que si se invierten en producción.
Pero eso parece inevitable. Según este planteo el único modo de que la regulación financiera adquiera carácter global es que el sistema financiero crezca menos «y esto es imposible tecnológicamente».
Esa manida imposibilidad tecnológica no parece ir mucho más allá de dos razones más triviales: a) los capitalistas dirigen sus capitales hacia donde son más rentables y, b) ni los estados ni los organismos internacionales pretenden regular aquello que están destinados a gestionar, los créditos. Todos los estados están endeudados. La todavía mayor potencia es la que tiene la deuda más grande. Para gobernar los estados están obligados a gestionar las deudas, tomar los créditos y recaudar para pagarlos y volver a endeudarse.
Un Informe de la Cepal publicado en Mayo de 2014, «La crisis latinoamericana de la deuda desde la perspectiva histórica«, es la historia de la proliferación de mecanismos inventados por los organismos financieros internacionales para garantizar el cobro de los préstamos, a cuyo compás se mueven los gobiernos nacionales.
Ésta parece ser y no otra la «imposibilidad tecnológica» de que el sistema financiero crezca más y nadie lo regule.
Cuando Paul Krugman el 27 de octubre escribió en el New York Times «los mercados prácticamente están suplicando a los gobiernos que se endeuden y gasten, por ejemplo, en infraestructura», está señalando que no es que el sistema financiero crezca porque lo demanda la producción. Ni, mucho menos que exista exceso de ahorro. Más bien parece que hay exceso de capitales que, para seguir creciendo necesita nuevas deudas.
Concebido el capital financiero, su inestabilidad y el azar de sus flujos conforme a la mayor rentabilidad como un dato de la realidad inmodificable, luego pueden plantearse acríticamente augurios y recetas de variada índole.
Frente a la desigualdad extrema (y obscena) Piketty postula una nebulosa política fiscal global tan efectiva como la tasa Tobin y la condena a la usura de la Iglesia Católica en la Edad Media. Un impuesto a los patrimonios, cuando los capitales son más abstractos y anónimos que nunca. Los recaudadores serían, ya que por ahora no se puede arbitrar un gobierno mundial, los estados nacionales, dijo recientemente a Página 12. No ahorró, de paso, decir que sería una tarea nacional y popular. Dado que se trata de partir desde cero y organizar bien las cosas -así lo expresa- su discurso se ajustaría a la comunidad organizada.
Nuestro «analista internacional» de entrecasa no tiene esas preocupaciones por la desigualdad, tampoco por el endeudamiento crónico ni, mucho menos, por el augurio comunista de Rifkin.
Castro pivotea sobre algunos postulados que giran sobre la high tech, la revolución industrial que ella implica fusionando los servicios y la manufactura, la integración de la producción dada la conectividad instantánea y global en la «nube» o cloud computing, el aumento de productividad que de ahí deriva y la lógica fundamental del funcionamiento del sistema capitalista, la competencia.
Claro es que «los capitales necesarios para expandir la producción («reproducción ampliada») no surgen en el capitalismo de recursos propios (cash flow) …en las condiciones del capitalismo globalizado, las grandes firmas de tecnología deben recurrir para su expansión al sistema financiero internacional«.
Y a eso hay que acomodarse porque «Este mundo no es una opción, sino la realidad ineludible de nuestra época, y fuera de él no hay nada«.
La realidad ineludible es entonces que la diosa Tech está en la nube sostenida en el fenómeno también «irreversible» de la desregulación del capital financiero regido sólo por su rentabilidad. Con lo cual el presunto determinismo tecnológico no hace sino encubrir la apología del capitalismo en su forma actual, bajo la hegemonía del sector financiero.
El fetiche de la innovación tecnológica es el anzuelo con que nos tragamos este discurso fatalista. Y ese fetichismo es cotidiano, está en cada nueva «aplicación».
No hay que desesperar porque en esa nube también está el comunismo. Sólo faltan 35 años, anuncia Jeremy Rifkin, a quien Rodríguez Zapatero pedía consejos, y ahora asesora al Parlamento Europeo, a Hollande y a Merkel.
Abundancia y gratuidad. Lo «procomún colaborativo», el Internet de las Cosas.
El punto de partida de esta construcción «teórica» es lo que da título al libro: La sociedad de coste marginal cero. Coste marginal que ya en el primer capítulo del libro (bien gratuito que está en Internet) se transforma en casi cero.
Estos tiempos de crisis permanentes no parecen apropiados para presuntas utopías comunistas. Eas podría ser la razón por la que no aparecen demasiados reportajes ni opiniones en los medios de finanzas y negocios, a pesar de los conocidos antecedentes de Rifkin en la Tercera Revolución Industrial. Aunque parece que el libro se vende.
Brevemente: vivimos el eclipse del capitalismo. «Lo que está socavando el sistema capitalista es el éxito enorme de los supuestos operativos que lo rigen…Imaginemos un escenario donde la lógica operativa del sistema capitalista supera las expectativas más optimistas y el proceso competitivo conduce a una «productividad extrema » y a lo que los economistas llaman un «bienestar general óptimo»; esto es, un estado final en el que una competencia intensa obliga a la introducción de una tecnología cada vez más sofisticada que fomenta la productividad hasta un nivel óptimo en que el coste marginal de cada unidad adicional puesta a la venta «se aproxima a cero». En otras palabras, el coste de producir cada unidad adicional —si no se tienen en cuenta los costes fijos— es prácticamente nulo y el producto acaba siendo virtualmente gratuito. De suceder esto, el beneficio, el «alma» del capitalismo, se acabaría evaporando».
«…los economistas de hoy vuelven a fijar su atención en el funcionamiento contradictorio del sistema capitalista porque no saben cómo impedir que la economía de mercado se acabe autodestruyendo ante las nuevas tecnologías que acercan la sociedad cada vez más a una era marcada por un coste marginal cercano a cero».
«Aunque el capitalismo está muy lejos de autodestruirse, está claro que cuanto más nos acerca a una sociedad de coste marginal cercano a cero su supremacía otrora incontestada se diluye y abre paso a una manera totalmente nueva de organizar la vida económica en una era caracterizada más por la abundancia que por la escasez.»
«El Internet de las cosas ya está aumentando la productividad hasta el punto de que el coste marginal de producir muchos bienes y servicios es casi nulo, y esos bienes y servicios son prácticamente gratuitos. El resultado es que los beneficios empresariales se están empezando a evaporar, los derechos de propiedad pierden fuerza y la economía basada en la escasez deja paso, lentamente, a una economía de la abundancia».
«Está apareciendo un sistema económico nuevo: el procomún colaborativo… Estamos entrando en un mundo que, en parte, se encuentra más allá de los mercados, un mundo en el que aprendemos a convivir en un procomún colaborativo mundial cada vez más interdependiente».
«Entre los próximos veinte y treinta años, los prosumidores, conectados en inmensas redes continentales y mundiales, producirán y compartirán energía verde y productos y servicios físicos, y aprenderán en aulas virtuales, todo ello con un coste marginal cercano a cero que llevará la economía a una era de bienes y servicios casi gratuitos».
«Es una red diseñada para que sea abierta, distribuida y colaborativa, de modo que cualquier persona, en cualquier momento y lugar, tenga la oportunidad de acceder a ella y usar sus datos para crear aplicaciones nuevas con las que administrar su vida diaria con un coste marginal casi nulo».
No existirá más el derecho de propiedad, sino un derecho de acceso.
El nuevo paradigma consiste en microfinanciar el capital social, democratizar la moneda,
humanizar la iniciativa empresarial y replantear el trabajo.
Dijo en una entrevista: «Ser propietario es aburrido, compartir es divertido. Cada persona tiene que ser un pequeño emprendedor, y a través del coste marginal cero que nos proporciona internet, las nuevas tecnologías y la energía limpia, podemos optimizar los recursos del planeta, además siendo respetuosos con el medio ambiente. Hablamos de la tercera revolución industrial, tenemos que potenciar el talento, la creatividad, y las nuevas generaciones, que ya lo han comprendido, son las que van a liderar el proceso».
Así de fácil. Pero el origen de toda esta innovación tecnológica es cualquier cosa menos tecnológico, dice Evgeny Morozov en un artículo publicado en El País el 29 de noviembre con el título de Fetichismo de la innovación. Es probable que, además de fetichismo, hallemos aquí algo de aquella alienación feuerbachiana de encontrar en el cielo la solución de los sufrimientos de la tierra.
Comunismo en la nube. Abajo el infierno de la miseria, la violencia, el analfabetismo, la desnutrición, el fanatismo…Y el reinado de las finanzas.
Panteísmo tecnológico y monoteísmo financiero.
Pero, después de todo a estos señores hay que leerlos, son los que escriben la letra de las músicas que nos hacen bailar.
Hay otras músicas. Ernst Bloch fue el autor de El principio esperanza. También de una obra que no leí, Experimentum Mundi. En ella, decía Virginio Marzocchi en una recopilación de entrevistas a Bloch publicada por Editori Riuniti en 1984, se halla esta frase: Sueños diurnos, sueños con ojos abiertos y la música como lo «utópico por excelencia».
La utopía concreta anticapitalista exige, me parece, los ojos abiertos.
Atentos a los discursos que nos imponen.
Noviembre 2014
26 /
1 /
2015