La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Demetrio Velasco
La fascistización de la política institucional y el control oligárquico y represivo de la cultura política y social
Introducción
El creciente despotismo de las oligarquías económicas y de las fuerzas reaccionarias están generando un progresivo vaciamiento de las instituciones democráticas. Sus exigencias de cambiar la legalidad que defiende los derechos del individualismo propietarista, cuando ya no está a la altura de sus ambiciones, o, cuando esta se mantiene, de utilizarla para frenar o impedir el ejercicio de los derechos y libertades públicas del constitucionalismo moderno (derechos sociales, laborales, etc.), reflejan un ejercicio fascista de la fuerza y del poder ilegítimos, democráticamente hablando. El término “fascismo social”, tal como lo utiliza B. De Sousa Santos, y al que ya nos hemos referido en otros textos, creo que sirve para describir lo que está ocurriendo. Recordemos que “no se trata, como en los años treinta y cuarenta, de un régimen político sino de un régimen social y de civilización … un fascismo social que no sacrifica la democracia ante las exigencias del capitalismo sino que la fomenta hasta el punto de que no resulte necesario, ni siquiera conveniente, sacrificarla para promover el capitalismo”, y señala como formas de esta sociabilidad fascista las siguientes: el fascismo del apartheid social, como segregación social de los excluidos; el fascismo del estado paralelo; el paraestatal; el fascismo territorial; el populista; el de la inseguridad; el financiero… [1]
La ausencia de participación ciudadana y un ejercicio del poder político que se siente cada vez más ajeno a las necesidades y expectativas de dicha ciudadanía, ponen en cuestión el principio de la representatividad política y pervierten el ejercicio del poder democrático. Este proceso se traduce, como en los regímenes “fascistas”, en una legalidad cada vez más carente de legitimidad y, por tanto, más lastrada por el uso ilegítimo de la fuerza. El cambio de los programas de los partidos, de los presidentes de gobierno, e incluso del mismo ordenamiento jurídico constitucional, se hacen sin la adecuada legitimación democrática.
El control oligárquico de los MMCCSS y de la opinión pública se traduce en manipulación de la información, denigración de quienes discrepan, e imposibidad de crear una moral pública capaz de regenerar la vida política..
La legitimación que hace el discurso hegemónico neoliberal de la creciente desigualdad social, usando la libertad como antinómica de la igualdad y asociándola a una manipulación de los instintos básicos del miedo y de la inseguridad, pervierten la necesaria cohesión social y minan la imprescindible solidaridad para afrontar democráticamente la crisis. El éxito de este discurso se refleja en que acabamos prefiriendo ser explotados a estar desempleados; en que aceptamos con resignación la cínica argumentación de que los ricos serán más emprendedores si pagan menos impuestos, mientras que los pobres serán menos holgazanes si reciben menos subsidios; en que contagiados de un miedo difuso y confuso acabamos siendo cómplices de un “golpe de estado silencioso”..
La presencia del fascismo social no solo nos obliga a reflexionar sobre la crisis de lo político y sus manifestaciones más relevantes, sino, también, y de forma especial sobre el enigma de la “servidumbre voluntaria”, que es la razón última y fundamental de la que se alimenta dicho fascismo.
La galopante deslegitimación de lo político
Hace apenas unos meses, en el número que dedicábamos a “la reinvención de la política”, escribía un artículo sobre la creciente deslegitimación de la política. No podía imaginar, entonces, que la deriva fascistizante de nuestras sociedades fuera tan rápida y tan profunda, como la que es. Se ha recalcado mucho y, quizás con razón, que la crisis económica que padecemos no ha tenido precedentes en nuestra historia occidental, desde la segunda guerra mundial. Pero, creo que no es exagerado decir algo que no se dice tanto, y es que tampoco hemos visto a nuestras sociedades doblegarse a dicha deriva de fascismo social como lo están haciendo ahora. A pesar de los significativos brotes de indignación y de rechazo que protagonizan algunas minorías ante las llamadas eufemísticamente “políticas de ajuste”, creo que se está configurando un proceso de servidumbre voluntaria de gran calado social, que, a su vez, es terreno abonado para que el fascismo se reafirme cínicamente en la imposición de sus programas con una insolencia inusitada. Hace unas pocas semanas, Newt Gingrich, el senador republicano, que fue presidente de la Cámara de Representantes y que, a pesar de una vida tan poco ejemplar como la suya ( se ha convertido en un altavoz más del catolicismo neoconservador!), y si la maquinaria electoral le es favorable, podría llegar a ser candidato a presidente de USA, declaraba obsoleta la prohibición del trabajo infantil. Los sondeos de opinión le daban un significativo apoyo popular [2]. También, entre nosotros, algunos políticos están proponiendo, para atajar la crisis y sus manifestaciones más sangrantes, políticas de ajuste y de recortes de los derechos sociales, que bien podrían hacernos temer que caminamos hacia aquella sociedad dickensiana del siglo XIX en la que los niños eran salvajemente explotados. Un lúcido analista de lo que no está ocurriendo escribía recientemente un texto de referencia kafkiana, que mucho me temo que no es solamente un recurso literario. “Han ganado. Aquí, allá y acullá. Ya nos han vencido, sometido, conquistado. José K. cree que los nuevos amos del universo están convencidos de que lo moderno es volver al siglo XIX y lo antiguo, los avances del siglo XX… Están a punto de lograr, por ejemplo, según ve nuestro hombre, que se haga cierto un sucedido nunca visto a lo largo de la historia: que lleguemos a creer moderno lo que ocurría dos siglos antes y antiguo lo que pasó en el siguiente. Un contradiós. Pero José K. lo ve aquí y allá el siglo XXI. Nos llevan al XIX y abominan del XX. Cuánto mejor aquellos años en que no había regulaciones de sueldos, edades, horarios o contratos” [3].
¿Qué nos está pasando? Hace apenas un par de años, al comienzo de la crisis, se decía que el capitalismo debía ser reformado, el sistema financiero controlado y algunas de las manifestaciones más perversas del origen de la crisis, como la especulación gangsteril y criminal de las elites financieras, los paraísos fiscales, el fraude fiscal y laboral, la economía sumergida, extirpadas. Hoy, apenas se incide en la urgencia de tales medidas. Ya no es necesario ni “refundar el capitalismo”, ni frenar las ambiciones ilimitadas de capital financiero, ni mucho menos aún, pedir responsabilidades a quienes han sido los causantes directos de la crisis. Lo urgente, según proclaman los voceros del sistema, es que la gente tome conciencia de que debe hacerse responsable de una situación insostenible y empezar a pagar la factura de haber vivido alegremente por encima de sus posibilidades. Y, a los más pobres del sistema, si se quejan de su mala suerte, no queda más remedio que tratar de mentalizarlos y, si, a pesar de todo, se resisten y muestran demasiado ostensivamente su indignación, pasar a criminalizarlos, como ha ocurrido tradicionalmente en las sociedades liberales. Por eso, cuando se toman las primeras medidas de ajuste, congelando el salario mínimo interprofesional o bajando las pensiones, y se dice que habrá que apretarse mucho más el cinturón, se pretende abonar el terreno para que los planes fascistoides del desigualitarismo social puedan ser aplicados de forma plausible sin excesivas resistencias.
Son numerosos los analistas sociales que coinciden en el alarmante diagnóstico de que estamos padeciendo “un golpe de estado” que pervierte lo político y lo introduce en el terreno de la peste parda del fascismo social. N. Birnbaum, el prestigioso académico conservador, convertido por mor de su lucidez en conciencia crítica de la sociedad norteamericana, titula así uno de sus numerosos artículos que reinciden en las mismas cuestiones: Golpe de Estado en Estados Unidos, dice lo siguiente:
Se ha escrito mucho sobre la crisis de Estados Unidos. Se ha aludido a la complacencia y el fracaso de nuestras élites, a la ignorante furia de un segmento de la ciudadanía espiritualmente plebeyo, a la impotencia intelectual y política de buena parte del resto, a la ausencia de una conexión entre una intelligentsia crítica y los movimientos sociales que en el pasado aportaron sus ideas a la esfera pública, al quebrantamiento de la propia esfera pública y a la consiguiente atomización de la nación. Esos diagnósticos son correctos. Lo que a veces se pasa por alto en nuestra situación es el factor propósito: lo que ha sufrido la democracia estadounidense ha sido un golpe de Estado encubierto. Sus autores ocupan los puestos más altos de los negocios y las finanzas, sus leales servidores dirigen las universidades, los medios de comunicación y gran parte de la cultura, e igualmente monopolizan el conocimiento profesional científico y técnico. [4].
En estas páginas quisiera describir, aunque sea someramente, algunos de los rasgos de este fascismo social que padecemos. Advierto al lector de que doy por supuestos los recientes números de la revista que hemos dedicado a la cuestión de la crisis económica, a sus efectos y las alternativas a la misma, especialmente, el último, que lleva por título “la crisis y el sistema económico neoliberal”. Ahora, se trata de abundar en los argumentos que nos sitúan ante un proceso global y local de fascistización de nuestras sociedades, que no es fruto de un ciego determinismo, sino la plasmación de un proyecto laboriosamente construido.
El fascismo financiero
La convicción de que las elites, entre ellas, las financieras y económicas, las mismas que, aunque tienen nombres y apellidos, se suelen llamar anónimamente como “los mercados”, son las que están decidiendo el destino de la humanidad y determinando las políticas de los gobiernos elegidos democráticamente e imponiéndoles dichas políticas en contra de la voluntad de los pueblos que los han elegido, no es fruto de una “teoría conspiratoria” de la historia, sino que está fundada en datos y hechos contrastados. Europa ha visto, en los últimos meses, cómo estas elites han obligado a los parlamentos a cambiar las constituciones democráticas, han impuesto gobiernos claramente tecnócratas con el objetivo de garantizar sus propios objetivos y prioridades.
En un artículo del año pasado, titulado “El fascismo financiero”, dice B. De Sousa Santos que le sorprende la rabiosa actualidad de su diagnóstico realizado hace ya más de doce años, sobre el emergente “fascismo social” y que, precisamente, el fascismo financiero, una de las que entonces identificaba como las cinco formas de socialización fascista, era la más virulenta y agresiva de todas. “El fascismo financiero es quizás el más virulento. Es el que impera en los mercados financieros de valores y divisas, la especulación financiera global. Es todo un conjunto que hoy se designa como “economía de casino”. Esta forma de fascismo social es la más pluralista en la medida que los movimientos financieros son el producto de decisiones de inversores individuales o institucionales esparcidos por todo el mundo y, además, sin nada en común fuera de su deseo de rentabilizar sus activos. Por ser el más pluralista es también el más agresivo debido a que su espacio-tiempo es el más refractario a cualquier intervención democrática . Significativa es, a este respecto, la respuesta del agente de bolsa de valores cuando le preguntaron qué era para él largo plazo: “Para mí largo plazo son los próximos diez minutos». Este espacio-tiempo virtualmente instantáneo y global, combinado con la lógica del beneficio especulativo que lo apoya, le otorga un inmenso poder discrecional al capital financiero, prácticamente incontrolable a pesar de ser lo suficientemente poderoso como para sacudir, en cuestión de segundos, la economía real o la estabilidad política de cualquier país.” Se refiere, a continuación, al enorme poder de las Agencias de Calificación (Moody’s, Standard and Poor’s, Fitch Investors Services), que se han hecho tan conocidas por todos y que con su arbitrariedad determinan los efectos más perversos de la especulación financiera. Y concluye con una afirmación tremenda que me parece confirmar la rápida deriva fascista de nuestras sociedades. “Escribía esto hace doce años pensando en los países del llamado Tercer Mundo. Ni siquiera podía imaginar que hoy lo fuera a recuperar pensando en los países de la Unión Europea” [5].
En efecto, son muchos los indicadores que nos señalan que caminamos hacia la “tercermundialización” de los países “desarrollados”, que se ven, ahora, sometidos a planes de ajustes estructurales, como los aplicados en las últimas décadas en los países en vías de desarrollo. La presente crisis económica global es el escenario de una guerra que los grandes poderes del fascismo financiero están librando para hacerse con el control de la gobernanza económica global, aunque para ello haya que hacer retroceder a países desarrollados hasta situaciones propias del capitalismo salvaje del siglo XIX. Con el objetivo prioritario de sanear las economías se sigue utilizando la cuestión de la deuda de los países como una trampa para que la dinámica de los ajustes y de la austeridad fiscal se convierta en un círculo vicioso, del que solamente se puede salir generando sociedades socialmente empobrecidas y escandalosamente desigualitarias. En efecto, los recortes masivos en el gasto social y en las políticas públicas (salud, educación servicios sociales), juntamente con una liberalización del comercio y una privatización de los bienes públicos, se reflejan en una pauperización de las clases medias y en un enriquecimiento desorbitado de las oligarquías financieras. Es sabido que tanto la Reserva federal, como el BCE han prestado cantidades ingentes a los bancos en dificultades a unos tipos increíblemente bajos (o, 1%) y, luego, los mercados prestan a los gobiernos a intereses 600 u 800 veces más [6]. Si se aceptara financiar las deudas de los gobiernos, e incluso a los particulares, con el criterio que se aplica a la banca, no sería necesario esquilmar a las poblaciones. No es demagógico afirmar, como lo hacen algunos autores, que esta forma de fascismo social que practica el poder financiero global es una forma “crimen económico contra la humanidad” y de “genocidio social” [7]. Es sabido que gran parte de las hambrunas que padecen cientos de millones de personas no son sólo fruto de pertinaces sequías!
En efecto, una expresión macabra de este fascismo social que se traduce en genocidio es la forma en que la especulación financiera juega con los productos de primera necesidad, como la industria agroalimentaria, provocando las escandalosas hambrunas que asolan a buena parte del planeta.
El resultado fue tan espectacular como ignorado por políticos y ciudadanos: en sólo cinco años, las posiciones de los fondos en el mercado de materias primas pasó de 13.000 a 317.000 millones de dólares. Esa tremenda multiplicación especulativa buscaba, por supuesto, que los precios de esos productos básicos se disparasen, para obtener pingües beneficios con los astronómicos márgenes entre lo que se paga a los agricultores (fijado de antemano e invariable) y lo que se acaba cobrando a los consumidores. Y así fue. Según los cálculos de la Unctad, en la primera década del siglo los precios medios del trigo, el maíz y el arroz prácticamente se triplicaron… produciendo decenas de miles de millones de beneficios a los especuladores bursátiles, con los que compensaron sus pérdidas en las temerarias operaciones de las hipotecas subprime, los activos basura y los CDS. Entretanto, en 2008 estallaban revueltas del hambre en una treintena de países del Tercer Mundo, donde la mayoría de la población tiene que gastar en alimentos el 70% de sus ingresos y no puede costear ni la menor subida de precios; simplemente ha de pasar hambre. Ni siquiera la actual crisis económica global ha frenado ese encarecimiento de los productos de primera necesidad, pues el año pasado los precios de los cereales aumentaron en más del 60%. “El mercado de los alimentos se ha convertido en un casino”, declaró Joerg Mayer, de la Unctad, a The Guardian. “Y por una única razón: hacer que Wall Street gane todavía más dinero [8].
Decía en el texto del número dedicado a la reinvención de la política:
El carácter fascista del actual proceso de globalización, que refleja la voluntad de lo que convencionalmente llamamos “los mercados” de apropiarse de todo lo que pueda ser ventajoso en la lucha por dominar el mundo, tiene, hoy, expresiones escandalosas como las de la “privatización de África” o el ejercicio de la piratería inmaterial por el mundo entero. E. Dussel ha descrito bien este proceso de “inclusión excluyente” guiado por el espíritu fascista del “ego conquiro, ergo sum.
Expresión de este fascismo es también la explotación irracional de la naturaleza y del medio ambiente hasta cometer un permanente ecocidio…Ingenierías genéticas y geopolíticas puestas al servicio dela ambición y la codicia ponen en peligro el futuro de la humanidad. Todo ello justificado por una “legalidad” neoliberal (lex mercatoria) que los estados aplican defendiendo los derechos propietaristas.” Cada día que pasa, los hechos avalan este diagnóstico. La ambición sin límites y el deseo de apropiarse el mundo entero que refleja este fascismo financiero no nos debería llevar sólo a reflexionar sobre la perversión antropológica y social que el individualismo propietarista provoca, sino a hacerlo sobre algo más explícito desde la perspectiva estratégica de dicho fascismo. El objetivo de un gobierno económico global, con un banco central global, una moneda global, una policía económica global, no es fruto de una imaginación proclive a pensar en teorías conspiratorias de la historia. Son muchos los hechos y documentos que así lo acreditan.
Hace ya décadas que las élites mundiales vienen reuniéndose con el objetivo de forjar este “nuevo orden mundial”. Davos, Bilderberg, Maniatan, La Trilateral, FMI, BM, G-20, Agencias de calificación, bancos, etc., son algunos de los nombres que nos dicen que los denominados “mercados” no son tan anónimos como se pretende hacer creer, y que las cosas no suceden por casualidad. Nada tiene que ver con teorías conspiratorias de la historia dar credibilidad a lo que se dice en textos como “2010-2030: el futuro según la fundación Rockefeller”, en el que se analiza un documento de dicha fundación que promueve lo que decimos [9], o el extenso y documentado escrito de A. Gavin Marshall, que el lector puede encontrar en la red, y que en cuatro capítulos diferentes describe el proyecto estratégico de dicho gobierno global [10].
La reforma de la constitución
Si el poder fáctico de los poderes financieros (como es el caso de los bancos centrales, del BCE y de los organismos multilaterales de la gobernanza económica global) goza ya de un estatuto jurídico que lo hace independiente de la política y que le permite pervertir la naturaleza y función de las instituciones democráticas, hay una forma de fascismo financiero que se está estableciendo en el corazón mismo de nuestras sociedades y es el que obliga a reformar las constituciones democráticas para garantizar las prioridades del sistema económico neoliberal.
Dejando, ahora, de lado la necesidad de una reforma razonable de la constitución, que deberá abordarse con un amplio consenso y con la voluntad de afrontar las relevantes cuestiones que la reclaman (cuestión territorial, ley electoral, laicidad, etc), no parece que la reforma realizada ni la forma de hacerlo respondan a esta necesidad.
La reforma del art. 115 de la CE por imperativo de “los señores del mercado” es una de las manifestaciones de este fascismo financiero. Cuando el pago de la deuda pública (cuyo origen y naturaleza ha generado en no pocos casos la razonable doctrina jurídica de la “deuda odiosa”, según la cual la deuda contraída en contra de los intereses generales de la sociedad es ilegítima y no debe pagarse) se convierte, por mandato constitucional, en la “prioridad absoluta” para los gobiernos, por encima de cualquier otro derecho básico de la ciudadanía, como el derecho a la educación, a la sanidad, etc., sin dejarles la oportunidad de reflexionar sobre lo que en cada momento y contexto es más razonable y justo, podemos decir que la constitución ha dejado de ser el instrumento garantista, por excelencia, de los derechos y libertades, para convertirse en un artefacto y en una potencial amenaza para los mismos. Es sabido que cuestiones como las del déficit público o la estabilidad presupuestaria, han sido histórica e ideológicamente, y seguirán siéndolo, objeto de controversia. Hoy son prestigiosos catedráticos de economía, entre ellos algunos premios Nobel, quienes vienen reiterando que orientar la política económica a la prioridad absoluta de reducir el déficit estrangula toda posibilidad de crecimiento económico y, como consecuencia, genera aún más paro. ¿Por qué se sigue en este equivocado empeño? Parece que lo que de verdad interesa es que los grandes acreedores tengan prioridad absoluta a la hora de cobrarse el pago de la deuda, aunque esta sea fruto de una codicia y de un abuso manifiestos [11].
No parece, pues, de recibo que el texto constitucional nos obligue a aceptar que el “déficit cero”, un teologúmenon economicista neoliberal, es un referente normativo para quien debe ejercer la compleja tarea de la política. Creo que no conviene olvidar lo que escribe J. Estefanía, al respecto. “En el extremo, un sistema no fracasa si no puede ayudar a sus bancos, tiene un déficit alto, no paga su deuda o no retorna en el corto plazo a los equilibrios macroeconómicos (que son objetivos intermedios). Lo hace si no puede asegurar el bienestar de sus ciudadanos, si los hijos de estos no pueden vivir mejor que sus padres y se rompe la cadena del progreso” [12].
El hecho de que haya sido un gobierno socialista el que se ha plegado a esta exigencia de reforma constitucional no hace sino confirmar el carácter fascistizante de la ideología neoliberal. No es una cuestión de la ciencia económica la que está debatiéndose, sino la oportunidad de una medida necesaria para conseguir los objetivos de desmantelamiento del “estado social y democrático de derecho”. El presidente español, tras su encuentro con los poderes fácticos, a su vuelta de Bruselas, parecía ser un remedo del personaje de los hermanos Marx, dispuesto a defender los principios que les gusten a otros, aunque ello suponga olvidarse de las prioridades socialdemócratas. Hasta casi las vísperas de la reforma, tanto él como su vicepresidente Rubalcaba, calificaban a dicha reforma, promovida por el líder de la oposición, como dañina e ilegítima.
La forma en que se ha llevado a cabo la reforma ha sido, también, una expresión antidemocrática más. Es verdad que se ha respetado la legalidad, pero no podemos olvidar que la emergencia de numerosos autoritarismos y fascismos se ha dado respetando la legalidad. La legitimidad del cambio constitucional necesita del refrendo de la voluntad popular del sujeto soberano y constituyente, que es el pueblo español. Tampoco sirve el argumento de que, poco a poco, lo van teniendo que hacer los demás Estados. Como decía el clásico, “la rabia no se cura mordiendo a todo el mundo.”
La reforma de la constitución es sólo la medida plásticamente más radical de la instrumentación de la legalidad para seguir profundizando en una sociedad en la que los derechos sociales y laborales se ven cada vez más cuestionados y, por eso, hay que desmantelar toda aquella legalidad que hasta ahora ha podido jugar un papel garantista de dichos derechos. Los ajustes, reformas y amenazas de más ajustes y reformas, tienen como objetivo el hacernos creer que la democracia social es inviable y que la democracia, sin más, no es ya el mejor de los regímenes deseables [13].
El gobierno de los tecnócratas
Otro de los ejemplos más recientes y plásticos del fascismo financiero es el de la imposición de reputados tecnócratas al frente de los gobiernos democráticos, con el pretexto de que, si no se hace así, las consecuencias para los países en cuestión serán catastróficas. Obviamente, los tecnócratas convertidos en gobernantes son personajes que han forjado su biografía en los bancos, instituciones y clubs, que deciden en la sombra, el comportamiento de “los mercados” y el destino de los pueblos. Grecia e Italia han sido los dos países en los que el ensayo de fascismo financiero ha tenido su expresión tecnocrática.
En este proceso de tecnocratización de la política hay dos aspectos que conviene resaltar para descubrir su significado antidemocrático y antipolítico. El primero se refiere a la convicción ideológica de que hay individuos que, supuesta su singular idoneidad técnica para resolver problemas, están por ello capacitados para gobernar una sociedad política. Se confunde el conocimiento instrumental de los medios con la idoneidad política y moral de saberlos aplicar en cada contexto concreto con el objetivo de alcanzar el mayor bienestar humano. Como recuerda Dahl, “en muchísimas cuestiones, los juicios instrumentales dependen de supuestos que no son estrictamente técnicos, ni científicos, ni siquiera rigurosos, por lo que los tecnócratas deben ser gobernados y no gobernantes. La máxima de Clemenceau de que «la guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los generales» es válida” [14].
Además de que los buenos especialistas en algo muy concreto, suelen ser bárbaros en otras muchas especialidades relevantes para la vida humana, como decía Ortega, la experiencia histórica nos enseña que los tecnócratas han generado regímenes autoritarios, que, por definición, “carecen de gobernantes dotados del conocimiento y de la virtud requeridos para justificar su papel de tutores… Los filósofos no tienen que ser reyes, y viceversa. En su mejor expresión, sólo la concepción democrática, nunca la del tutelaje, puede brindar la esperanza de que, al participar en el gobierno de sí mismos, todos los integrantes de un pueblo, y no únicamente unos pocos, aprendan a actuar en forma moralmente responsable como seres humanos” [15].
No deberíamos olvidar que la economía no es una ciencia exacta, sino ciencia social inscrita en el ámbito de la política, a no ser que nos resignemos a convertir nuestras sociedades con mercado en sociedades de mercado. Aunque mucho me temo que esta perversión hace ya tiempo que se ha dado por consumada para muchos, y que uno de sus efectos más perversos es el de la confusión de la razón del ser humano que le capacita para ser sujeto político con la razón instrumental del tecnócrata.
En segundo lugar, refiriéndonos al actual fascismo social-tecnocrático, hay demasiados datos sobre las biografías de los tecnócratas que han sido impuestos como gobernantes de países como Grecia e Italia, para concluir que, tanto Lucas Demetrios Papademos, como Mario Monti, lejos de ser los filósofos reyes, son los hombres que las oligarquías financieras y políticas necesitan para llevar adelante sus proyectos de fascismo social [16]. La construcción de un gobierno económico mundial controlado por las oligarquías y plutocracias exige de fieles guardianes de la ortodoxia y disciplina neoliberales y nadie mejor para aplicarlas que quienes se han ganado la confianza con un curriculum indiscutible. La selección de los ministros de economía y de finanzas de los gobiernos de nuestras sociedades quiere dejar explícita esta filiación neoliberal de los mismos, como una garantía de que serán los interlocutores más adecuados de “los mercados” [17]. Como dice R. Argullol, “la oscura paradoja está servida: hundida la honestidad de la clase política, juzgada corrupta en una mayoría alarmante de países, se ofrece la tarea de salvación a los corruptores, a los que trabajan al servicio de los corruptores. Atrapada en este círculo vicioso no es posible la supervivencia de las democracias” [18].
La justificación del tecnocratismo se hace vaciando de contenido no solamente las instituciones democráticas, sino también deslegitimando a la política y a sus representantes desde un discurso ideológico netamente fascistoide. Mientras escribo estas páginas, oigo decir al portavoz de la agencia Fitch Investors Services que “en Sanidad y en Enseñanza hay mucho que recortar todavía, ya que absorben una parte muy grande del presupuesto y, por tanto, es lógico aplicarse a la tarea del ajuste con urgencia.”. Está claro que, para mensajeros como este, la salud y la educación son mercancías devaluadas que hay que situarlas en el lugar que les corresponde, lo mismo que a la población sobrante que no pueda pagárselas.
El control de los medios recomunicación social y de la OP
Una de las cosas que más sorprende en la actual crisis es la recepción acrítica de la ideología neoliberal, a pesar de que ha dado y sigue dado numerosas muestras fehacientes de su fracaso. Si bien, al comienzo de la crisis, hubo voces políticas relevantes que hablaron de la necesidad de “refundar el sistema capitalista” y de atajar sus principales perversiones, pronto estas voces fueron acalladas o se silenciaron voluntariamente, para pasar, una vez más, a la legitimación más insolente de las tesis neoliberales. Creo en la pertinencia de subrayar algo que decía al hablar de la deslegitimación de las instituciones políticas. El neoliberalismo actual ejerce una forma de razón cínica que resulta de la conjunción de las tres lógicas antipolíticas de la historia: la del sofista, la del burgués y la del dogmático. Y sorprende, especialmente, la postura de la mayoría de los economistas que han preferido mantenerse fieles a su estatuto de economistas canónicos, sostenidos y financiados por los grandes poderes económicos y mediáticos, que ejercer el siempre difícil arte del pensamiento crítico. El minoritario número de los economistas críticos apenas si tienen eco en la opinión pública. Pero, basta leer lo que escriben para tomar conciencia de que su silenciamiento no se debe a la debilidad de su pensamiento, sino a una estrategia de control y dominio de la opinión pública y de los medios de comunicación social por parte de quienes los pueden manipular e instrumentalizar.
Como pregunta con fina ironía el catedrático Juan Torres, uno de los economistas críticos que intenta, contra viento y marea, hacer oír su voz, tras describir la vergonzosa trayectoria de los economistas clásicos (refiere cuatro ejemplos de famosos economistas que han errado en sus informes y que sin embargo han sido premiados y contratados de nuevo por los bancos e instituciones), “cómo es posible que los economistas que más destrozos hacen en la economía y los que más se equivocan a la hora de explicarla y adoptar soluciones sean los favoritos de los bancos y de las grandes empresas, los que reciben su financiación generosa y los que tienen más audiencia en los medios de comunicación que controlan los poderosos.” Y contesta diciendo: “¿No será que lo que quieren es disponer de economistas incapaces de aclarar lo que pasa de verdad y más dispuestos a confundir a la gente? ¿no será que no les interesa que predominen los economistas que puedan hacer que la economía en su conjunto vaya bien sino solo los que consigan que sus bolsillos estén cada vez más repletos? No sé lo que piensan ustedes pero esto último es lo que yo creo desde hace tiempo a la vista de lo que veo a mi alrededor” [19]. Obviamente, lo que dice el profesor Torres no es fruto de una ocurrencia motivada por los celos, sino que como lo acreditan otros economistas críticos como él, incluidos premios Nobel de la talla de Krugman o Stieglitz, se sigue repitiendo la ya larga historia de los “consejeros de tiranos” dispuestos a legitimar con su pluma el poder de quienes, además de pagarlos como a mercenarios, los premia con la buena fama de grandes consejeros.
Quienes conocemos el sistema de evaluación académica de los méritos profesionales, especialmente en el ámbito de la investigación de las Ciencias Sociales, y la economía es una de ellas, no nos sorprende el que los economistas críticos tengan tanta dificultad en hacer llegar a la opinión pública sus trabajos. El control monopólico de las publicaciones “más prestigiosas y científicas” (según un método que puntúa a la revistas más citadas por artículos publicados en las revistas más prestigiosas!) impide a quienes no forman el círculo viciado de autores que se leen unos a otros, se citan unos a otros y desconocen lo que publican quienes no pertenecen a su círculo, hacer llegar su opinión, por más valiosa que sea, al coto vedado de las mencionadas publicaciones. Ni qué decir tiene que estas cuentan con un apoyo incondicional de los grandes poderes económicos y que todo lo que en ellas se publica debe alimentar el caudal de las teorías económicas dominantes [20]. Y sorprende, especialmente, la postura de la mayoría de los economistas que han preferido mantenerse fieles a su estatuto de economistas canónicos, sostenidos y financiados por los grandes poderes económicos y mediáticos, que ejercer el siempre difícil arte del pensamiento crítico. El minoritario número de los economistas críticos apenas si tienen eco en la opinión pública. Pero, basta leer lo que escriben para tomar conciencia de que su silenciamiento no se debe a la debilidad de su pensamiento, sino a una estrategia de control y dominio de la opinión pública y de los medios de comunicación social por parte de quienes los pueden manipular e instrumentalizar.
En este sentido, es lamentable constatar cómo la opinión pública de nuestras sociedades, que, por definición, debería caracterizarse por ejercitar críticamente la libertad, expresando libremente las convicciones y opiniones que cada cual tiene, sin que puedan ser censuradas o controladas por quienes monopolizan el poder y la riqueza, se sigue conformando desde unos medios de comunicación social controlados e incluso manipulados por las oligarquías dominantes. Con la mayoría de los MMCCSS más importantes ocurre lo mismo. Difícilmente se prestan a ser altavoz de aquellas opiniones que cuestionan los intereses de dichas minorías dominantes.
Es, pues, imprescindible deslegitimar la posición ideológica de los economistas que, bajo pretexto de ser los prestigiados analistas oficiales, “venden como supuestas verdades científicas lo que son visiones del mundo e intereses particulares”, que legitiman el “artero apelar a la «austeridad» para constitucionalizar el límite a los déficits” [21].
También es importante reflexionar sobre el papel que la educación universitaria, en este momento configurada por el llamado Plan de Bolonia, ha tenido y sigue teniendo en la formación del imaginario que hace plausibe el fascismo social. Por fin, en el ámbito académico se normaliza el discurso ideológico funcionalista que vehicula el neoliberalismo más economicista. Desde aquel Libro Blanco sobre la Educación y la Formación, titulado Enseñar y aprender. Hacia la Sociedad del Conocimiento, que la Comisión Europea presentaba en los años noventa [22], hasta el actual “proceso de bolonización”, se han dado muchos y decisivos pasos para convertir a la Universidad en un instrumento al servicio de un mercado cada vez más desregulado y competitivo. Los buques insignia de las universidades son, sin duda alguna, las Escuelas de Negocios en las que se forman los líderes que el sistema exige. Personalmente, me asombra ver cómo, también entre nosotros, se extiende el modelo norteamericano de legitimación ética y religiosa del neoconservadurismo neoliberal. A la lectura de autores como Novack o Berger, en su justificación católica del capitalismo, hay que añadir la de quienes buscan legitimar el funcionamiento y la tarea de la Business School desde los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola.
La creciente desigualdad y el éxito de las obsesiones neoliberales
A finales del año pasado dedicábamos un número 244 de Iglesia Viva al tema de las desigualdades que es uno de los retos más graves a los que se encuentra nuestro mundo, ya que en él nos va la quiebra de lo humano. Al abordar, de nuevo, la cuestión en el contexto del “fascismo social”, creo que es necesario resaltar que la desigualdad no solo es una consecuencia indeseada del ejercicio del pluralismo y de la competencia democráticos, sino el efecto inevitable de un ejercicio totalitario de dominación de unas minorías privilegiadas sobre la inmensa mayoría de la población mundial.
No voy a volver, ahora, como es obvio a repetir lo dicho en el citado número [23], pero no cabe duda de que resaltar la enorme sima que separa a las minorías oligárquicas y plutocráticas es cada vez mayor y de que esta no es un accidente del fatalismo histórico, sino el producto necesario de un proyecto consciente, es referirnos al núcleo del fascismo social.
El proyecto de fascismo social que, ahora, está ofreciendo sus frutos tiene ya un viejo recorrido. Como ya hemos dicho, no nos referimos al de los estados fascistas del la primera mitad del siglo pasado, frente al que, por cierto, se elevaron algunas de las voces neoliberales más representativas del nuevo fascismo social. Me refiero a Hayek y su Camino de servidumbre, que, ya en 1944, ponía las bases de un sistema político-económico en el que para afirmar la libertad se debía desterrar toda veleidad igualitaria,
como la postulada por los partidarios de afirmar los derechos sociales y el irreemplazable papel del Estado social para garantizarlos. Este liberalismo no es, pues, el de las ideas progresistas que presidieron el gradual derrumbamiento de las jerarquías sociales tradicionales, sino el que ha generado y legitimado las nuevas jerarquías nacidas de un ejercicio ilimitado de los derechos económicos y políticos, gracias a las oportunidades de las llamadas sociedades de libre mercado.
Dice G. Duménil que el neoliberalismo ha conseguido en esta crisis lo que no pudo lograr en la de los años 70, en los que la SD tenía todavía un peso significativo. Ahora, ha sido capaz de gestionar la crisis imponiendo un “nuevo orden social” más desigualitario, reforzando a las clases capitalistas en alianza con la clase de gerentes (cuadros) y debilitando a las clases populares [24]. Dice G. Parker, refiriéndose a USA, algo que puede ser extrapolable a otros lugares como España, que así como en los años 70 la crisis no llegó a cuestionar el contrato social no escrito entre trabajadores, negocios y gobiernos, entre élites y masas y se garantizó una distribución relativa del crecimiento (la proporción del sueldo de los ejecutivos respecto de los operarios más bajos era de 40 a 1), hoy la proporción es de 400 a 1). Añade que la desigualdad es la enfermedad que subyace a todo lo demás y que, como un gas inodoro, invade todo y mina la democracia. La evidencia de las cifras (desde 1979-2006) muestra que mientras las clases medias ven crecer su renta un 21% y las más pobres un 11%, las más ricas, que son el 1%, crecen el 256% [25]. En el caso español, “las cifras de la oficina estadística europea (Eurostat), que llegan hasta 2010, comparan el 20% de los más ricos con el 20% de los más pobres. El año pasado la desigualdad alcanzó el nivel más alto desde 1995 y en 2009, último que permite comparar entre los países de la Europa de los Veintisiete, solo Letonia, Lituania y Rumanía superaban a España en disparidad de rentas. La brecha entre ricos y pobres se dispara al nivel más alto en 30 años La desigualdad en España se sitúa por encima de la media de la OCDE – El organismo pide más impuestos para los ricos y empleo cualificado” [26].
A pesar de la evidencia de los hechos y de las estadísticas, que una y otra vez demuestran la deriva desigualitaria que el actual modelo económico genera, se sigue ejerciendo esa forma de razón cínica e insolente que pretende legitimar al neoliberalismo. El problema más grave de esta mentalidad de las élites es que al no sentirse castigadas por las instituciones democráticas hacen verdad lo que decía Tolstoy: “no hay condiciones de vida a las que un hombre no pueda acostumbrarse, sobre todo, si ve que son aceptadas a su alrededor.” Mientras las cosas sigan así, será imposible buscar soluciones comunes a problemas que no se viven como tales. Corporativismo propietarista, privatización creciente de todo lo que suponga una carga para los intereses de los más ricos (educación, sanidad, cultura) y configuración territorial conforme al criterio de “barrios exclusivos”, son algunas de las manifestaciones de esta creciente desigualdad.
Hay un hecho especialmente sangrante de este neoliberalismo elitista y excluyente que es el de la retirada de ayudas a la cooperación al desarrollo. Es conocida la ideología que ha movido a buena parte de la filantropía corporatista que, por definición, no podía ser desinteresada. La crisis actual nos da razón de su verdadero rostro. Y lo peor de todo es ver cómo esta mentalidad corporatista nos contagia a todos [27].
Otra manifestación escandalosa de la desigualdad es la forma en que se ejerce, entre nosotros, el fraude fiscal y se mantiene el oscuro mundo de la economía sumergida. Es inadmisible que en momentos tan críticos como los que vivimos, los poderes económicos y políticos ni siquiera se refieran a estas cuestiones, como ocurrió con el discurso programático de Rajoy. Hay un reciente documento, elaborado por el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda, y titulado “Reducir el fraude fiscal y la economía sumergida. Una medida vital e imprescindible para superar la crisis”, que muestra cómo se pueden“incrementar los ingresos fiscales, impulsar el crecimiento económico, crear puestos de trabajo y reducir el desempleo. alcanzar la estabilidad presupuestaria y reducir el déficit público. Todo ello, sin necesidad de aumentar los impuestos y exigir nuevos sacrificios a los españoles” [28].
Últimamente, hemos sido testigos de cómo algunos multimillonarios han reconocido que no contribuyen como debieran al erario público y uno no puede menos que asombrarse ante el ejercicio de razón cínica que esto supone, no sólo por quienes así hablan, sino por parte de los políticos y responsables de esta situación, y que recordar las líneas con las que concluye Rousseau su “Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad ante los hombres” (1754):
Va manifiestamente contra la ley de la naturaleza de cualquier forma que se la defina, el que un niño mande a un anciano, el que un imbécil guíe a un hombre sabio y el que un puñado de gentes rebose de superfluidades mientras la multitud hambrienta carece de lo necesario.
Las políticas del miedo y el enigma de la servidumbre voluntaria
Una de las claves de la crisis de legitimidad de lo político está en la pésima calidad del consenso democrático sobre el que se supone que éste debe basarse. En efecto, cuando la ciudadanía deja de sentirse representada o, peor, aún, se siente ninguneada por quienes teóricamente son sus representantes, es probable que acabe optando por fórmulas antisistema, como la de los populismo de extrema derecha o la de los radicalismos de extrema izquierda. “Lo que ocurre en la escena política expresa lo que dicen las encuestas de opinión política en todos los países: los ciudadanos no se sienten representados por sus gobiernos (en una proporción de 2/3 en el ámbito mundial, según Naciones Unidas), tienen una pésima opinión de la honestidad y sentido del servicio público de los políticos y votan más en contra de lo que temen que a favor de lo que esperan.” Es obvio que, como dice el mismo Castells, son muchas las razones que en tiempos oscuros, como los que nos toca vivir, empujan al ciudadano corriente al mantener una actitud de temor.
Pero, como me preguntaba el presidente Pujol, sinceramente preocupado, en una conversación reciente, ¿de dónde viene esa desconfianza de la gente con relación a los políticos? Le respondo a él y le respondo a usted, si es que le preocupa el tema, en base a los datos que he ido analizando en los últimos años. Hay que partir de los temas que se repiten en la expresión de esa desconfianza, en los distintos países europeos. Se habla de inseguridad personal, de delincuencia, de violencia, de pérdida de identidad nacional (amenazada por la invasión de los inmigrantes y la supranacionalidad de la Unión Europea), de un trabajo en peligro y una seguridad social sin futuro, de un mundo dominado por las multinacionales, de una vida alienada por la tecnología, de unos gobiernos dominados por burocracias arrogantes, en Bruselas o en Washington, de un superpoder americano sin control, de una Unión Europea pusilánime en el mundo y tecnocrática en Europa, de unos mercados financieros en donde nuestros ahorros se pueden evaporar sin saber por qué, de unos medios de comunicación dominados por el sensacionalismo, de unos políticos venales, serviles y mentirosos. Si lo digo así de mezclado es porque así de mezclado está en la cabeza de la gente. Ese brebaje de miedo y confusión viene en envases diversos según ideologías: desde el populismo del miedo del votante obrero ex comunista hasta el radicalismo antisistema del joven que constata que no hay sitio para él en este mundo globalizado sin que a nadie que él conoce le hayan consultado por dónde íbamos [29].
Es este contexto de miedo confuso y difuso, en el que está sumida gran parte de la ciudadanía, el que facilita una de las manifestaciones más crueles del fascismo social, como es el de la política y economía del miedo. Desde siempre atizar el miedo y la inseguridad de la gente ha sido una forma convencional de lograr el consenso degradado de la ciudadanía ante los poderes que lo gobiernan. El fascismo social lo hace de una forma extrema [30].
El fascismo como sistema de dominación que se ejerce en todos los ámbitos de la realidad social, desde el familiar hasta el global, se refleja de forma especialmente agresiva en la forma en que utiliza la fuerza o la amenaza de la misma en dichos ámbitos, para asegurar su control y dominio sobre las sociedades. En este sentido, es obvia la conocida estrategia de los llamados “estados de seguridad interior” que pasa por utilizar el poder de los Estados para reprimir las reacciones de contestación y protesta que su objetivo de gobierno económico global pueda provocar. Ante las previsibles reacciones de las clases populares, de los jóvenes, de las clases medias degradadas, que ve cómo sus expectativas son todavía peores que la realidad que están experimentando, los Estados deben estar preparados para imponer el orden y el control social , así para proteger el poder de las elites. Son numerosos los informes, las comisiones y las agencias de seguridad que así lo acreditan [31].
No es, pues, extraño que, ante la insolente ostentación de poder de las elites, que rompen sin pudor las bases del contrato social, y la incapacidad de las instituciones teóricamente nacidas para defender a la ciudadanía y garantizar que dicho contrato se cumple, como partidos y sindicatos, la sociedad entre en la espiral del miedo y del silencio [32].
Pero, como decía el clásico, nunca nadie ha podido mantener de forma permanente una situación de dominio basado en la fuerza, sin contar con alguna forma de consentimiento de los dominados, aunque, como ya hemos dicho, las razones de este consentimiento sean de escasa calidad humana. Me refiero a la actitud de resignación y de sumisión que históricamente se ha denominado como “servidumbre voluntaria”.
Al comenzar estas páginas, me preguntaba ¿qué nos está pasando, cuando aceptamos situaciones de dominación social cuyo nivel de arbitrariedad e injusticia son tan manifiestos?. ¿Cómo podemos resignarnos ante un fascismo social como el que hemos descrito? Reflexionar sobre la servidumbre voluntaria creo que es, en nuestros días, una de las prioridades que debemos establecer, tanto en el plano personal como en el colectivo. Pero, para ello, debemos clarificar el significado y alcance de esta reflexión.
En primer lugar, debemos saber reflexionar, adecuadamente, saliendo al paso de quienes, por entender que se trata de un oximoron, es decir, algo contradictorio en sí mismo, ya que la servidumbre no puede ser voluntaria, creen que solamente deberíamos reflexionar sobre la dominación que sí que es voluntaria. La servidumbre voluntaria sería un diabólico artificio que utilizan los amos para justificarse y ocultar la violencia que ellos ejercen sobre los demás. En segundo lugar, debemos evitar otra forma perversa de entender la servidumbre voluntaria, que consiste en considerarla como un efecto de la inevitabilidad de la dominación de unos hombres sobre otros, entre otras razones, porque la mayoría de estos es incapaz de regirse por si misma. Así lo habrían pensado buena parte de los filósofos más relevantes de la tradición política occidental. Hobbes y Hegel han sido los ejemplos paradigmáticos.
Sobre la Servidumbre Voluntaria
Creo que hay que recuperar el sentido original de la obra de E. de La Boëtie, que lleva precisamente el título de “servidumbre voluntaria” [33], y que, en mi opinión, refleja una de las primeras obras del pensamiento libertario que ha inspirado una corriente crítica y subversiva frente a las convencionales formas de pensarla y ha proporcionado un rico horizonte para repensar la cuestión clave de la libertad humana y de sus muchas y profundas hipotecas.
En primer lugar, creo que hay que resaltar cómo desde el inicio del texto, La Boétie se refiere a la servidumbre voluntaria como un hecho escandaloso, monstruoso y, a la vez, profundamente enigmático, sobre el que hay que atreverse a pensar. Para él, el escándalo y el enigma está en que la sujeción y esclavitud de la mayoría a la dominación de la tiranía no tiene su causa más importante en la voluntad externa del tirano, sino que es el siervo quien se somete voluntariamente al amo y es el agente principal de su propia servidumbre.
Por ahora no deseo sino comprender, si es posible, cómo puede ocurrir que tantos hombres, tantas aldeas, tantas ciudades, tantas naciones, sufran de cuando en cuando un tirano solo, que no tiene más poder que el que se da él mismo; que no tiene más poder que su causar daño, y en tanto que aquellos han de querer sufrirle; y que no sabría hacerles mal alguno, sino en cuanto prefieren mejor sufrirle que contradecirle. Hecho extraordinario y, sin embargo, tan común —y por esta razón hay que dolerse más y sorprenderse menos— es ver un millón de hombres servir miserablemente, teniendo el cuello bajo el yugo, no constreñidos por una fuerza muy grande, sino que en cierto modo (parecen) encantados y prendados por el solo nombre de UNO, del cual no deben ni respetar el poder, puesto que está solo, ni amar las cualidades, puesto que es, en su opinión inhumano y salvaje [34].
Además, la servidumbre voluntaria a la que nos referimos no es una cuestión individual, sino que tiene una dimensión política, ya que se trata de un fenómeno colectivo que lo produce la suma de las múltiples libertades que deciden obedecer y servir a un tirano. Tiene pues una relación intrínseca con el origen y la naturaleza del poder vinculándolo necesariamente a la enigmática cuestión de la libertad humana. No se trata, pues, solamente, ni siquiera principalmente, de reflexionar sobre los recursos que tiene el amo para doblegar al siervo, sino de entender por qué este, considerado además como pueblo, se convierte en artífice de su propia degradación.
Pero, ¡Dios mío! ¿Qué puede ser? ¿Cómo diremos que se llama? ¿Qué desgracia, o qué vicio, o, más bien, qué desgraciado vicio es este de ver a un número infinito no obedecer sino servir; no ser gobernados, sino tiranizados, no teniendo bienes, parientes, ni hijos, ni la misma vida que sea de ellos? Sufrir el pillaje, las concupiscencias, las crueldades, no de un ejército, no de una banda de bárbaros, contra el cual y ante la cual podrían derramar su sangre y dejar la vida, ¡sino de uno solo!, y no de un Hércules o un Sansón, sino de un homúnculo, y, con frecuencia, del más vil y afeminado de la nación; no acostumbrado al polvo de las batallas y ni siquiera, a duras penas, a la arena de los torneos; que no puede por su escasa fuerza mandar a sus hombres, sino además incapaz totalmente de servir vilmente a la más pequeña mujercilla. ¿Llamaremos a esto ruindad? ¿Diremos que los que le sirven son cobardes y viles? Si dos, si tres, si cuatro no se defienden de uno, tal vez resulte extraño, mas n o obstante, posible, y bien se podrá decir, con razón, que es falta de corazón o de valor. Pero si ciento, si mil sufren a uno sólo, ¿no se dirá que no quieren porque no se atreven a capturarle, y que no es cobardía, sino más bien desprecio y desdén? Más, si se ve, no a ciento, ni a mil hombres, sino a cien campos, mil ciudades, un millón de hombres no atacar a uno solo del cual el mejor trato de todos los recibidos es el ser considerado como siervo y esclavo: ¿cómo podremos llamar a esto? ¿Es villanía?… Por consiguiente ¿qué monstruoso vicio es éste que no merece ni siquiera el título de cobardía? ¿Quién encuentra un nombre más villano? ¿Qué naturaleza no desaprueba esta situación que hasta la lengua rehúsa denominarla? [35].
Estos textos que tan plásticamente reflejan el escándalo de la servidumbre voluntaria, no buscan su explicación en las armas del tirano, sino en la actitud autodestructora y liberticida de quienes a él se someten. Esta es, en mi opinión, la lección fundamental que debemos aprender, si queremos entender adecuadamente el porqué del fascismo social de nuestros días. La explicación última de la perversión de nuestras sociedades democráticas y de la deriva suicida de sus instituciones no está sólo ni principalmente en los enemigos de la democracia y en los que corrompen las instituciones publicas convirtiéndolas en instrumentos de sus intereses particulares, sino en todos aquellos que más que decepcionados de las elites que nos gobiernan y explotan, estamos decepcionados de nosotros mismos, de nuestra capacidad para dejar de comportarnos como gusanos. Este es el escándalo, no el mero consenso, sino la aceptación como soporte activo e incluso fanático. “Son, pues, los mismos pueblos los que se dejan o, más bien, se hacen someter, pues, cesando de servir, serían por esto mismo libres. Es el pueblo el que se esclaviza, el que se corta el cuello, ya que, teniendo en sus manos el elegir estar sujeto o libre, abandona su independencia y toma el yugo, consiente en su mal o, más bien, lo persigue” [36].
No cabe duda de que, en el actual proceso de fascismo social, la dificultad mayor para hacer una crítica radical a la idolatría del mercado, que promueve el neliberalismo con su ariete clave del fascismo financiero, está en la fascinación ante el poder del imperio global que, como ocurre siempre en estos casos, va acompañado del miedo cuasireverencial a su poder. Miedo a quedar excluido de un mundo que no sólo no podemos controlar, sino que con su opacidad y su complejidad nos induce a permanecer pasivos y paralizados. Solamente si nos resignamos a “estar sujetos”, renunciando a “ser sujetos” humanos, podemos dejarnos engullir en el proceso cosificador que Marx analizaba como el “fetichismo de la mercancía”. No somos cosas pero acabamos consumiéndonos como tales.
Pero La Boëtie no escribe, para llamar a la resignación o al abandono autodestructivo, sino a hacer la lectura política de la servidumbre voluntaria. Lo primero que hay que recalcar es que la servidumbre no es compatible con la política, si entendemos esta última como una construcción de la libertad y a su servicio. Cuando y donde los hombres son domesticados como perros no existe política. Y no existen ni política ni libertad cuando no se garantiza a cada ser humano la posibilidad de ser sujeto de su propia historia y de serlo cono otros que son los iguales, los socios, los amigos. La servidumbre, como la dominación, son algo antinatural. . “No hay duda de que somos todos libres, porque todos somos compañeros, y no puede caber en la mente de nadie que la naturaleza haya colocado a algunos en esclavitud, habiéndonos colocado a todos en comunidad” [37].
Quizá, alguien pueda pensar que ésta forma de entender la actual situación de dominación y de servidumbre voluntaria podría generar una especie de voluntarismo estéril, por no valorar adecuadamente el espesor de las complejas estructuras de dominación que reflejan la “voluntad externa del tirano”. Obviamente, no se trata de olvidar la evidencia de la dominación, pero no creo que, ahora, el voluntarismo sea el mayor riesgo de nuestras sociedades.
En nuestras manos está hacernos cargo de nuestra subjetividad que, cuando la afirmamos con otros seres humanos, es una tarea política. Los poderes de la dominación son agentes externos que nos seguirán sometiendo todo lo que esté en sus manos, incluso cuando nos quieran hacer creer que es para nuestra liberación. Pero, nuestra es la respuesta genuina a la servidumbre voluntaria, la emancipación. La cuestión de las estrategias emancipatorias es el gran reto en el que siempre estaremos emplazados.
Notas
[2] John Carlin, “Newt Gingrich, promiscuo hombre-circo. El principal candidato republicano para desafiar a Obama rompe moldes”, El País, 18/12/2011. Es un personaje que, además de hacer afirmaciones insultantes respecto a los palestinos y aforamericanos, fue asesor de la empresa pública F. Mac, que tuvo un papel relevante en la burbuja inmobiliaria y de la que recibió varios millones de dólares.
[3] José María Izquierdo, “Si logramos que no nos azoten”, El País, 21/12/2011.
[4] N. Birnbaum, «Golpe de estado en Estados Unidos», El País, 26/07/2011; Paul Joseph Waston, «Golpe de Estado Bancario: Goldman Sachs toma Europa», www.gobernanzaglobal.tk, 20/11/2011; Jerôme Duval, «La goldmansachsización de Europa: golpe de estado a la democracia», Rebelión, 15/12/2011; Simon Jonson, jefe del FMI (2007-2008), habla de un «golpe de estado silencioso» («The Quiet Coup», Atlathic Monthly, mayo de 2010); Marcel Godarch, «Golpe de Estado financiero», La Vanguardia, 6/8/2010.
[5] B. de Sousa Santos, «El fascismo financiero», www.cartamaior.com.br. Traducido para Rebelión por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas.
[6] Michel Rocard y Pierre Larrouturou, »Una Europa al servicio de los ciudadanos», El País, 06/01/2012; Juan Torres, «Tipos con mucho interés», Redes Cristianas, 25/01/2012, en el que se refiere al caso español.
[7] Lourdes Benería y Carmen Sarasúa, “Crímenes económicos contra la humanidad”, El País, 29/03/2011.
[8] Carlos Enrique Bayo, “Goldman Sachs se forra provocando hambrunas”. El autor explica la responsabilidad de Goldman Sachs, que, como veremos es uno de los agentes más eficaces del actual fascismo financiero. “En realidad, a los primeros que se les ocurrió tan estupenda idea fue a los banqueros neoyorquinos de Goldman Sachs, quienes ya en 1991 crearon un nuevo instrumento especulativo, un índice de 18 productos básicos —del trigo, el cacao, el cerdo, el arroz o el café, al cobre y al petróleo— para que los brokers pudieran también jugar en lo que hasta entonces era un mercado especializado. A ese Goldman Sachs Commodity Index se sumaron después muchas otras grandes entidades financieras deseosas de aprovecharse de la llamada “apuesta de China”: la lógica creencia de que a medida que crezcan los ingresos de chinos, indios y otros integrantes de las nuevas clases medias de las potencias emergentes, consumirán alimentos de mejor calidad y en más cantidad. Una jugada segura.”
[9] P. J. Watson y S. Watson, “2010-2030: el futuro según la fundación Rockefeller”, www.gobernanzaglobal.tk, 19/07/2010.
[10] Véase A. Gavin Marshall y su interesante investigación al respecto en, especialmente, los cuatro textos publicados desde marzo del 2010 bajo el título general “Poder Global y gobierno global” (“Forjando un “nuevo orden mundial”; “Orquestando una Depresión global para crear un gobierno global”; “El nuevo orden financiero: hacia la gobernanza mundial”; El Estado de seguridad transnacional y la caída de la democracia”). Véase, asimismo en ibid., P. Joseph Watson y Steve Watson, “2010-2030: el futuro según la fundación Rockefeller” (www.gobernanzaglobal.tk, 19/07/2010).
[11] Es muy abundante la crítica a la reforma constitucional y casi toda ella incide en que no solamente no se debe dogmatizar, como hace el discurso neoliberal, sobre el déficit cero y sobre la deuda. Ni el déficit público es el único indicador de que el estado se gaste demasiado, ya que, como ocurre en España, la asignatura pendiente de la reforma fiscal (los ingresos son demasiado bajos si se comparan con otros países de la UE) y de la eliminación del fraude fiscal deberían permitir que los ingresos del estado fueran acordes con lo que exige el espíritu de la constitución. Remito al lector al documento del Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda, al que me referiré más adelante.
[12] Joaquín Estefanía, “Constitución antipática”, El País, 12/12/2011.
[13] El 2008 informe de tendencia del Consejo Nacional de Inteligencia, Global Trends 2025, señaló a la decadencia de la democracia en el mundo como una tendencia importante para las próximas décadas:“Los avances en la democracia] probablemente serán lentos y la globalización ha hecho a muchos países recientemente democratizados objeto de crecientes presiones sociales y económicas que podrían socavar las instituciones liberales. […] El mejor desempeño económico de muchos gobiernos autoritarios podría sembrar dudas entre algunos respecto a si la democracia es la mejor forma de gobierno. […] Incluso en muchas democracias bien establecidas [es decir, Occidente], las encuestas muestran una creciente frustración con el funcionamiento actual de los gobiernos democráticos y el cuestionamiento de las elites sobre la capacidad de los gobiernos democráticos para tomar las medidas audaces necesarias para hacer frente rápida y efectivamente al creciente número de retos transnacionales. (NIC, Global Trends 2025: A Transformed World. The National Intelligence Council’s 2025 Project: November, 2008: pages 87: http://www.dni.gov/nic/NIC_2025_project.htm).
[14] R. Dahl, La democracia y sus críticos, Paidós, Barcelona, 1992, pp. 83 y ss.
[15] Ibid. El caso de M. Draghi, presidente del BEC, es otro ejemplo más.
[16] Ver David Val Palao, “El fin de la democracia: llegan los tecnócratas”, en www. cadtm.org, 11/12/2011.
[17] El caso del actual gobierno español y de los altos cargos de la Administración refleja perfectamente lo que decimos. Ver Pere Rusiñol, “Gobierno de España S.A”, www.publico.es, 29/01/2012.
[18] R. Argullol, “Corruptores y corruptos”, El País, 22/01/2012.
[19] J. Torres, “Economistas del siglo, del año y hasta del milenio”, 5/11/2011.
[20] Alberto Garzón Espinosa, “Economistas heterodoxos y economistas perezosos”, Redes Cristianas, 16/12/2011; Jesús Lizcano, “Repensar (y rehacer) la economía”: “Y en el terreno de la profesión económica deberíamos ser más valerosos muchos de los economistas investigadores y académicos, y dejar de escribir e investigar bajo el perverso imperio de las elitistas revistas JCR, dedicándonos a hacer investigaciones más realistas y útiles socialmente (que son a veces las más simples) y escapar a esa obsesión de publicar artículos supuestamente científicos, cargados de complejas ecuaciones matemáticas, que sirven para muy poco, y que además tienen muy escasos lectores”. El País, 20/I/2012.
[21] Jorge Fabra y J. I. Bartolomé, “No es economía, es ideología”, El País, 17/09/2011.
[22] Enseñar y aprender. Hacia la Sociedad del Conocimiento (1995), Oficina de Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas, Luxemburgo (Com (95) 590).
[23] Junto a la lectura del mencionado número de Iglesia Viva, me parece de especial interés el libro de Richard Wilkinson y Kate Pickett Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva, Turner, 2009, en el que se argumenta acerca de los muchos inconvenientes que tiene la desigualdad, como un elemento de corrosión social.
[24] Dice Duménil que de las cuatro grandes crisis del capitalismo (1890, 1929, 1970-1980 y 2007) las de 1890 y 1970 se debieron a una caída de la tasa de ganancia, a una crisis de rentabilidad, mientras que las de 1929 y la actual han sido crisis de hegemonía financiera en la que las clases superiores han irrumpido con el objetivo de aumentar sus ingresos y poder de una forma brutal (“El mundo ya ingresó en la segunda fase de la crisis”, revista sinpermiso, entrevista 8/1/2012); W. Streek, “Aux origines politiques de la débacle financière. La crise de 2008 a commencé il y a quarante ans», Le Monde Diplomatique, enero de 2012.
[25] G. Parker, “Inequality and American Decline”, Foreign Affairs, Nov-Dec. 2011, vol. 90, n.º 6, pp 20-31; El multimillonario J. Romney, aspirante republicano a la presidencia USA, se ha visto obligado a declarar que “probablemente” paga un 15% de impuestos (El País, 27/1/2012).
[26] Amanda Mars, El País, 06/12/2011; David Fernández, “La retribución anual por consejero se situó en 291.725. euros”, El País, 23/12/2010. La retribución media percibida por los consejos de las compañías cotizadas ascendió el pasado año a 3,05 millones de euros, un 8,3% más que en 2008. El sueldo promedio por consejero se situó en 291.725 euros, lo que supone un incremento del 7%, según el último Informe Anual de Gobierno Corporativo publicado por la CNMV. La alta dirección de las compañías cobró de media 416.590 euros. Carlos Berzosa, “Una situación de escándalo”, Sistema Digital, diciembre de 2011; Documento de la OCDE, “Divided We Stand. Why Inequality Keeps Rising”, Dec. 2011.
[27] Son numerosas las protestas de las ONGD ante las medidas que eliminan progresivamente las ayudas a la cooperación. “Comunicado de la Coordinadora de ONG de Desarrollo ante la eliminación de la Secretaría de Estado de Cooperación”, Madrid, 22 de diciembre de 2011; Carmelo Angulo, Tomás Jiménez Araya y José Angel Sotillo, “Después de la crisis, ¿qué?”, El País, 19/12/2011; El Ayuntamiento de Vitoria, ejemplo de cooperación durante muchos años, acaba de anunciar un recorte del 90% de su ayuda y la Coordinadora de las ONGD del País Vasco recoge firmas para protestar ante esta medida.
[28] GESTHA, “Reducir el fraude fiscal y la economía sumergida. Una medida vital e imprescindible para superar la crisis”, 15/11/2011.
[29] M. Castells, “La crisis de lo político”, www.multimania.es/politica.net; G. Ramoneda, en un artículo titulado “La democracia en peligro”, dice que una de las caracterísiticas de esta deriva antidemocrática son “las políticas del miedo: los Gobiernos, con el acompañamiento de un poderoso coro mediático, han desplegado el discurso de la culpa colectiva —hay que pagar la fiesta de nuestra irresponsabilidad— para extender la idea de un escenario sin ventanas al futuro y poner el miedo en el cuerpo de la ciudadanía. El miedo siempre ha sido el mejor instrumento para la servidumbre voluntaria”, El País, 16/01/2012.
[30] Poco antes de morir, Claude Lefort decía: «Se puede temer un poder que adormece a la sociedad, un poder que no consulta y que reforma sin que haya movilización de los interesados. Se puede temer una sociedad que se deja modelar por una autoridad, lo que antes era impensable». Ya estamos en lo que Lefort temía, es el camino hacia el totalitarismo de la indiferencia. (G. Ramoneda, “La democracia en peligro”, El País, 16/01/2012).
[31] Andew Gavin Marshall, «El Estado de Seguridad Transnacional y la Caída de la Democracia (www.gobernanzaglobal.tk).
[32] Ver el interesante artículo de J. Estefanía, “La economía del miedo”, en Claves de Razón Práctica, diciembre de 2011, pp. 8-17.
[33] E. de La Boëtie, Discurso de la servidumbre voluntaria o el contra Uno (1986), Tecnos, Madrid. Recomiendo al lector el texto de M. Abensour, “Is there a proper way to use the voluntary servitude hypothesis?”, Journal of Political Ideologies (October 2011), 16(3), 329-348, que, en buena medida, inspira mi reflexión en este apartado.
[34] La Boëtie, ibid., pp 6-7.
[35] Ibid., pp. 8-9.
[36] Ibid., pp. 11-12.
[37] Ibid., p. 17.
[Publicado originariamente en Iglesia Viva, n.º 249, enero-marzo de 2012]
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