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José Manuel Barreal San Martín

El Patio de Monipodio

Entre los autores clásicos de narrativa uno de mis favoritos es Miguel de Cervantes; supongo que será porque ya en mis años de bachiller era, entre otros, uno de los que aconsejaba leer  la profesora de literatura del colegio. El caso es que por aquel entonces leí las “Novelas Ejemplares” del autor de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha y su escudero Sancho Panza”, doce novelas cortas de lectura amena, unas más que otras. Pues bien, ahora releyéndolas, una de ellas me trajo la imagen de lo que está ocurriendo en nuestro país, claro que superando con creces la picaresca de la novela, pero que es válida para enfocar los últimos acontecimientos vergonzantes de la corrupción. Me estoy refiriendo a “Rinconete y Cortadillo”: Rinconete es un muchacho marginado, capaz de timar con juegos de cartas a cualquiera y dondequiera. Esta habilidad le proporciona el pan de cada día. Cortadillo, aprendió a robar desde pequeño y es su gran habilidad que le da de comer. Monipodio, es el jefe de la mafia sevillana, el más rústico y incoherente bárbaro del mundo. Él suministra y reparte el trabajo para su gente y además los oculta pero siempre quedando de honrado.

La acción se sitúa en la ciudad de Sevilla. Siendo el Patio de Monipodio «un pequeño patio ladrillado, y de puro limpio… parecía que vertía carmín de lo más fino. (…) Pero lo más curioso del Patio no era su aspecto, sino los variopintos personajes que lo poblaban: (…) En resolución, en poco espacio se juntaron en el patio hasta catorce personas de diferentes trajes y oficios. Llegaron también, de los postreros, dos bravos y bizarros mozos, de bigotes largos, (…) espadas de más de marca, sendos pistoletes cada uno en lugar de dagas, y sus broqueles pendientes de la pretina (…)” Era el Patio de Monipodio, así llamado en honor de su dueño, jefe de la sede de la cofradía de ladrones y tunantes de Sevilla, personaje admirado, temido y respetado por los suyos.

Hacia él iban en camino  Rinconete y Cortadillo… en el camino dijo Rincón a su guía: ¿Es vuesa merced, por ventura, ladrón? Sí —respondió él— , para servir a Dios y a las buenas gente… A lo cual respondió Cortado: cosa nueva es para mí que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente. Respondiendo el mozo: Señor, … lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios… Sin duda —dijo Rincón—, debe de ser buena y santa, pues hace que los ladrones sirvan a Dios.

Lo anterior, viene a cuento de la indignación, perfectamente comprensible y legítima,  que está causando en la ciudadanía las últimas noticias sobre la supuesta corrupción en el seno del partido del gobierno y en muchos sectores de la política española que convierten España en digno émulo de “El Patio de Monipodio”. Trabajadores y  jubilados; jóvenes y demás integrantes de la aplastante mayoría social sometidos a la brutal cura de austeridad marcada por recortes de ingresos y de derechos, ven/vemos con asombro cómo los que nos piden “paciencia y solidaridad” siguen llenándose los bolsillos a nuestra costa. Hay que decir que no “todos son iguales”, que hay personas en los distintos niveles  del poder, que no entran en los parámetros de la corrupción; pero los que participan de lo contrario sí fomentan el descrédito de quienes se dicen representantes de la ciudadanía (dos de cada diez políticos son considerados honrados por los españoles). Propiciando, además, que las leyes tengan menos valor que sus amaños y su basura. Es entonces, cuando la arbitrariedad y la injustica se imponen.

La corrupción existente y todo el rebufo que expele, en mi opinión, no es un mero accidente coyuntural o un «pecado de codicia» que desaparecería con el arrepentimiento o con el perdón, tan de moda últimamente, sino que está estructurada en la misma administración pública,  está parasitada por los intereses empresariales o partidistas que mandan en cada sector o en cada municipio, haciendo que se trabaje a favor de aquellos de forma normal y que la corrupción prospere las más de las veces con cobertura legal; como está siendo el caso de innumerables ayuntamientos; legal, pero difícilmente presentable como legítima. Un caso que resulta llamativo, entre otros, es el del  sector del urbanismo que  instauró el sujeto especialista en urbanización para que, en connivencia con los que en el momento concreto llevan las riendas de la política local, «jugasen» con las recalificaciones del suelo; recalificaciones que se tradujeron y traducen en operaciones y megaproyectos urbanos escandalosos y que se multiplican hoy, revestidos de impunidad legal y de «buen hacer» político y empresarial. Los casos de corrupción que se detectan y que salen a la luz son  la punta del iceberg de males mucho más extendidos y congénitos del capitalismo, adobados en España con una transición política, hoy tan justamente puesta en cuestión, que no dio voz a los sectores críticos del sistema y  reacomodó, en pos de un camino «pacífico», a las élites que en aquel momento sostenían el poder y que siguen actualmente decidiendo y favoreciendo los grandes negocios de espaldas a la mayoría. Secuestrando, así, a la democracia en beneficio de una minoría.

El gobierno de los peores y mediocres que conforman a una parte de cargos públicos son la avanzadilla de la corrupción y la negligencia. La legitimidad del orden político queda supeditada a la contingencia de una oligarquía que controla los mecanismos institucionales de mediación; haciendo bueno aquello de que el capitalismo puede prescindir de la democracia, pero no de la corrupción. El grado de putrefacción de las instituciones, impregna al conjunto de la estructura social, estableciendo una moral corrupta, que no amoralidad, que crece allí donde los comportamientos individualistas se imponen; donde impera la ley del «sálvese quien pueda, pero yo primero». Es decir, el capitalismo en toda su extensión.

No es casual que la  indignación aumente con la percepción de agravio comparativo entre la gente de abajo ante el panorama de saqueo de lo público con recortes varios; pero siendo el verdadero problema, y escándalo, los más de cuatro millones de personas desempleadas, paro que no es causa de preocupación de la élite oligárquica que va saliendo de la crisis gracias a las «puertas giratorias» entre lo público y lo privado. La desigualdad y la polarización social se agravan cada día que pasa.

Nos encontramos, por tanto, ante una crisis en primer lugar del gobierno y del partido que lo sustenta; pero también, de los pilares básicos del Estado, aunque tal vez no todos afectados de igual manera. No de personas, como se quiere hacer ver, las hay y muchas con una honradez a prueba de gobiernos.

Es la crisis de una política que se dedica a obedecer las condiciones impuestas por el mercado capitalista y la ideología neoliberal. Es así, como Al Capone se impone a Montesquieu y el país, entonces, se convierte en eso: “El Patio de Monipodio” cervantino.

15 /

11 /

2014

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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