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Joan Busca

Comentarios prepolíticos: 20

MAS Madera

Seguimos atrapados en una historia inacabable. Entre una élites del Estado central incapaces de entender la diversidad y dispuestas a no ceder ni un milímetro y un independentismo en auge y convencido de que puede ganar. Un independentismo que abarca desde la mayor parte de la población rural hasta altas capas de las clases medias urbanas. Y que de momento sólo genera tensión entre los sectores castellano hablantes de clase media (ya lo explicó muy bien Hobsbawm, las tensiones nacionales se producen siempre entre los que tienen acceso al sector público). Es un proceso de largo recorrido. Los independentistas hicieron un trabajo a conciencia, especialmente a partir de la organización de consultas locales que les dieron una importante base organizativa. Pero no cabe duda de que, visto desde aquí, han contado con inestimables colaboraciones foráneas (Guerra, Zapatero, Rosa Díez, el Tribunal Constitucional, los medios de comunicación de la derecha…). Cada vez que habla Rajoy del tema consigue radicalizar a alguien. Yo decidí ir a votar el mismo día de la consulta cuando oí, en la radio, al líder de Ciutadans decir que la consulta era idéntica al referéndum franquista de1966.

El proceso no lo inició Artur Mas ni mucho menos CiU (aunque sí hay gente en sus bases que corrió rápida a apuntarse a la Assemblea Nacional Catalana). Fue más bien cosa de Esquerra Republicana de Catalunya y sectores a su izquierda (la CUP), pero lograron articular una base social mucho más amplia. Muestra de ello es que las personas que hoy aparecen como “líderes” de esta “sociedad civil independentista” tienen procedencia diversa: Carme Forcadell (portavoz de la ANC) es exconcejala de ERC, Muriel Casals (Presidenta de Òmnium Cultural, una organización tradicionalmente más próxima a CiU) es una ex-militante histórica del PSUC y se sigue considerando de izquierdas, y Jordi Vila Abadal (representante de una asociación municipalista, alcalde de Vic) proviene de Unió Democràtica. Mas tuvo que evolucionar hacia el independentismo por temor a verse sobrepasado por la marea independentista (quizás el momento de despegue fue la manifestación de rechazo a la sentencia del Constitucional). Aunque después se ha acabado creyendo su papel de posible “padre de la patria” (ahora que su mentor Jordi Pujol está amortizado) y ha acabado por descubrir un filón que le puede permitir consolidar su posición, y la de su partido, en un momento donde Convergència parecía haber entrado en una fase de derribo.

Hay que reconocerle a Artur Mas audacia y sentido de la oportunidad tanto en la convocatoria de la consulta del 9-N, que acabó con un verdadero éxito de movilización, como en su nueva propuesta de elecciones plebiscitarias bajo control. Es posible que la propuesta no cuaje, pero en medio ya puede conseguir dos cosas que para sus intereses son básicas. La primera es posponer sine die unas elecciones en las que podía perder o quedar completamente en manos de ERC. No se sabe hasta cuándo conseguirá aguantar pero como dice el dicho catalán “Qui dia passa, any empeny”. Cuanto más tenga el poder más posibilidades tengo de consolidarme. La segunda, plantear una fórmula de unidad nacional con gente de prestigio (esta es la vieja obsesión de la Convergència actual, quizás reforzada por el sublime Conseller d’Economia, un gobierno de los excelentes, de la élite espiritual) y, se supone, alguna concesión a los movimientos sociales que han potenciado la oleada independentista. Una propuesta que pretende claramente poner contra las cuerdas al resto de partidos independentistas. Si la aceptan, Mas emerge como el gran líder del proceso (a estas alturas él ya ha asumido este papel) y tiene todas las posibilidades de acaparar por muchos años el centro de la política catalana (hasta algún susto judicial podría empujar aún más su figura). Si no lo hacen corren el riesgo de que se les acuse de posponer los intereses nacionales a los de partido. Es como el juego de la oca, se vuelve a la casilla de Mas. Ya le salió bien el 9-N y ahora  trata de redondear su triunfo con otra pieza de caza mayor.

Mirado desde otra perspectiva la propuesta es infumable. La idea de una candidatura de personalidades es otra versión de su elitista visión (la que le hizo llamar a su primer Gobierno el “Govern dels Millors”). Es una propuesta que trata de limitar todo el debate social a un solo tema y presupone, en el caso de aplicarse, olvidar por un largo periodo (18 meses) cualquier otra cuestión que no sea la independencia. Un planteamiento de congelación del país en un debate monotemático que sin duda permitiría esconder una continua regresión de derechos practicada por sus hombres de confianza (los que día a día están socavando la sanidad pública, la escuela pública, el limitado sistema de servicios sociales; los que ayudan con sus medidas a fabricar pobreza y desigualdades). Un país que además estaría en un enfrentamiento abierto con el Gobierno central. Puestos a un enfrentamiento independentista tiene mucho más sentido el planteamiento de ERC de declarar la independencia unilateral (y que caiga lo que tenga que caer) que la propuesta de Mas de fijar un plazo de casi dos años pero anunciando de antemano el final. Es más una maniobra para ganar tiempo a cuenta del sufrimiento de la gente. De garantizar a Convergència que seguirá controlando los resortes del poder catalán todo el tiempo que le sea posible.

Mas ha tenido habilidad. Esquerra Republicana ha conseguido imponer su agenda independentista, aunque ahora corre el riesgo de ver como al final se queda compuesta y sin novio. Quien ha jugado el peor papel es la izquierda, tanto la parlamentaria —Iniciativa per Catalunya Verds-Esquerra Unida i Alternativa, la CUP— como la extraparlamentaria de Procés Constituent. En el caso de la CUP se entiende porque mantiene una posición teóricamente radical en lo social pero idéntica a la de ERC en lo nacional. (Del  PSC mejor olvidarse, ni es de izquierdas –la sociovergencia sigue vigente cuando se trata de cuestiones de negocios– ni ha sabido qué hacer en el proceso). Pero el resto, donde se agrupan el núcleo de votantes de izquierda y buena parte de los activistas sociales, se ha visto atrapado tanto por la situación ambiental como por sus propias debilidades e incoherencias. El primero es un factor difícil de soslayar, la oleada independentista ha sido tan fuerte que el que se distancia corre el peligro de quedar fuera de juego. Al fin y al cabo hoy el terreno de la arena política se juega sobre todo entre las capas medias, la clase obrera tradicional está marginada y, en gran medida asume esta auto-marginación. Quien no es independentista tiene que jugar con sutileza. Lo ha hecho con bastante valor el líder de ICV Joan Herrera dejando claro que no es independentista pero que entiende la necesidad de un cambio en las relaciones de Catalunya con el resto y considera necesario un proceso democrático para refrendarlo. Pero ha tenido que afrontar una cierta “revuelta” interna de parte de su gente. El segundo es más de concepción. Si la izquierda no ha sabido imponer otra perspectiva no es sólo por la fuerza del vendaval interno. También por debilidades propias. En muchos casos porque entre bastantes líderes de la izquierda local, de la gente que en muchos temas tiene un discurso radical (por ejemplo la que está moviéndose en torno a la plataforma Procés Constituent cuya figura más conocida es Arcadi Oliveres) subyace un corazoncito nacionalista que se ha activado con la movilización. También porque en mucha de esta gente cualquier movilización social es vista como una oportunidad de ruptura más radical y están dispuestos a apuntarse a la “movida” con la ilusión de que sacarán partido. Entre todos estos sectores a la izquierda el proceso se define con el eslogan “Ho volem decidir tot”, pensando que se puede dar un proceso constituyente donde sea posible una verdadera ruptura. Su problema es que en la medida que la movilización y el debate político se concentran en el tema de la independencia se alejan las posibilidades reales de introducir un debate más global.

La propuesta de Mas cierra de hecho el espacio a esta ilusión de la izquierda. Configura un proceso social por un lado totalmente monotemático, la independencia, y por otro totalmente tecnocrático, sin fisuras, donde el debate se cierra antes de empezar. La propuesta de lista única de tecnócratas y patriotas es inaceptable desde un punto de vista democrático radical. Y en el caso que funcionara dejaría fuera, de nuevo, a toda la izquierda social. La izquierda real del país tiene que entenderlo y cambiar su lógica política, su supeditación a un proyecto ajeno si quiere tener alguna posibilidad de jugar algún papel en los próximos años. Y saber manejarse entre el vendaval patriótico catalán y el españolismo insufrible. Pero con la voluntad firme de cambiar la centralidad del discurso hacia un espacio distinto. El que exige la lucha contra el desastre social generado por la combinación de capitalismo neoliberal, nacionalismo centroeuropeo y élites hispanas (de la Tarraconense  de la Lusitania y de la Bética).

La nueva izquierda: oportunidades y debilidades

La irrupción electoral de Podemos supone una sacudida completa al panorama político del país y, especialmente, de la izquierda. Aunque el partido prefiere utilizar un marketing ambiguo (la permanente tentación de ganar centralidad y el temor a que las viejas “marcas” desprestigien) resulta indudable que sus propuestas rupturistas se sitúan a la izquierda.  Porque incluso los antiguos votantes del PP que cambien su posición deben haber hecho el esfuerzo de reflexión que les convenza que es mejor apostar por una posición rupturista que mantener el apego a los valores tradicionales. Su ascenso puede decantar la caída del P.S.O.E. (cuyos guionistas compiten en estulticia con los del PP), auto-impulsada por méritos propios. Pero puede generar también, y de hecho ya lo ha empezado a hacer, un verdadero terremoto en las filas de una Izquierda Unida con una imagen anquilosada y amenazada por una sangría electoral a derecha e izquierda. Lo bueno de la irrupción de Podemos es por tanto que genera a la vez un problema al poder establecido y obliga a replantearse la construcción de un espacio de izquierdas. Dos cosas que hacían falta por igual. Hoy, que las políticas neoliberales están demostrando toda su crueldad e inutilidad, es el momento de plantearse en serio cambios sustanciales en las estructuras económicas e institucionales, sólo posibles con fuerzas capaces de generar estos cambios. Hacía falta que alguien removiera el ambiente y por ahí se abre una oportunidad.

Pero junto a este campo de oportunidades vale la pena situar bien donde están los principales problemas que pueden aparecer y que si se ignoran pueden acabar por impedir que cuaje un futuro prometedor.

Podemos (y otros procesos locales colindantes) recoge la misma base social que el 15-M. El núcleo lo constituye gente relativamente joven con formación universitaria, mucha de la cual ha experimentado el “frenazo” social del bloqueo del estado de bienestar y la desarticulación del mercado laboral. Aunque la precariedad laboral tiene muchos matices es palpable que también los mercados laborales de gente educada han experimentado mutaciones y amplificado el espacio de empleos inseguros, mal pagados, en condiciones inaceptables y que se han roto muchas perspectivas de carrera social. Gente con capacidad de discurso, seguridad autoalimentada por su experiencia educativa (y su conocimiento profesional)  y capacidad de moverse en los nuevos espacios tecnológicos. Pero también gente en muchos casos con poca experiencia de trabajo social, escasa tradición de autorreflexión y, por lo general, desconexión respecto al mundo de la clase obrera industrial y de servicios. Virtudes y debilidades que se traducen en algunas cuestiones esenciales. La primera es una excesiva confianza en su propia capacidad y una cierta incapacidad de entender las potentes y omnipresentes restricciones que impone la estructura económica, social e institucional dominante. (La vieja izquierda formada en diferentes variantes del marxismo tenía más idea de las restricciones en las que se realizaba su actividad; algunas veces este conocimiento resultaba paralizante, pero al menos existía una voluntad colectiva de entender cuál era el marco de la acción posible). El voluntarismo es necesario, pero su exceso suele conducir a muchos fracasos. La segunda tiene que ver en la forma de ver la acción política. En muchos casos el individualismo que emana de los modelos de participación democrática (por ejemplo el uso sistemático de referéndums telemáticos para decidir programas, elegir candidatos etc.) tiene más que ver con los presupuestos filosóficos que subyacen en el individualismo metodológico más elemental (individuos omniscientes que votan sin necesidad de consultar con nadie, pues saben cuáles son sus “preferencias”) que con cualquier propuesta de democracia deliberativa, que requiere mucha más interacción. Por este camino hay mayores posibilidades de que se elaboren programas erróneos y se cuelen personajes poco fiables. Y el tercer problema es a menudo su incapacidad de entender la estructura social y la necesidad de generar procesos que permitan generar participación entre la clase obrera ausente de la dinámica política. La democracia del profesional difícilmente engendra auto-organización social de base. Esto requiere otras formas de organización, de conexión humana, de discurso.

A estos problemas sociales se suman a mi modo de ver retos organizativos clave. Cualquier organización de todo tipo que experimenta un crecimiento súbito tiene peligro de colapso. Y la confianza en sistemas simples de participación es la mejor vía para ir de cabeza al abismo. Por razones diversas: entrada masiva de oportunistas, desinformados, diletantes, forofos que acaban provocando estropicios, cortocircuitos, malos entendidos y tensiones en el funcionamiento cotidiano, personalismos de todo tipo etc. Visto lo visto no está claro que se haya reflexionado mucho sobre ello y se haya evitado el peligro. Desde fuera el proceso de elección y el modelo de organización adoptado no parecen en absoluto modélicos. En mi opinión la dirección unipersonal es nefasta, no solo por los problemas de súper-liderazgo que todo el mundo tiene en mente, sino por una razón aún más elemental: no he conocido a ningún líder que encarne en una sola persona todas las virtudes que debe tener una verdadera dirección: capacidad comunicativa y de arrastre de las bases, capacidad organizativa, capacidad teórica (o de reflexión), capacidad de trabajo político institucional, capacidad de generar movilización de masas. Las mejores experiencias son siempre las de grupos de personas cooperadoras, con capacidades y virtudes variadas, con un clima de confianza entre sí que permite también que el disenso y la controversia enriquezcan el punto de mira. Resulta a menudo sorprendente la incapacidad que muestran muchas nuevas organizaciones en superar los problemas de otras que les precedieron. Y asimismo no parece de recibo que se pueda construir algo nuevo empezando por machacar a la minoría. Es este un problema con el que a menudo se topa cualquier organización. La de encontrar medios para permitir la existencia de disensos internos, para generar que los mismos sean un factor de enriquecimiento y una oportunidad de rectificación cuando falla la línea mayoritaria. Y al mismo tiempo la de evitar que la minoría se convierta en un mero grupo de oposición que bloquea la vida colectiva. Sería mucho exigir que se resolviera este problema a la primera, pero ahí también está uno de los retos que todo proyecto serio debe plantearse.

La crisis, el descredito del poder, la propia experiencia de los últimos años ha abierto la oportunidad de acabar generando una izquierda distinta, más dinámica, más rompedora, más movilizadora. Que esta oportunidad cuaje depende crucialmente que se sorteen los escollos que pueden conducir al naufragio y a un nuevo desencanto social. Hay que trabajar colectivamente para que se imponga la oportunidad a las debilidades.

27 /

11 /

2014

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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