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Xavier Domènech

Podemos en Cataluña... de Catalunya

Se afirma muy fácilmente que el espectro de Podemos que recorre las tierras de Hispania no recoge otra cosa que el voto de la ira ciudadana, señalando que hay un problema, pero negando que esta fuerza política sea parte de la solución. Sería, así pues, un partido de la protesta, pero no de la propuesta. Pero cuando se observa de cerca el rostro de la multitud, aquello que la anima y desespera, se puede ver también esperanza en los ojos de las gentes que se reúnen a su alrededor. Es una esperanza que se transfigura en miedo en los pálpitos de las clases dirigentes. El miedo, aunque sólo sea por un instante en un ciclo que es mucho más largo, cambia efectivamente de bando. Pero este proceso cobra una forma determinada y diferencial, como no podía ser de otra manera, en el caso catalán. Aquí, el antiguo sistema de partidos también se hunde en un naufragio que parece imparable, pero alguno de sus viejos componentes ha querido encontrar una tabla salvadora en el proceso nacional. Aquí, en esta tabla compartida, muchos otros también han puesto su horizonte de esperanza. Pero la tabla, siendo fuerte, también es débil, y de ahí que, más allá del miedo, se muestre una cierta ansiedad por la posible irrupción dePodemos en el escenario catalán.

La ansiedad en este caso se concreta en imágenes más o menos afortunadas. La más dura de las cuales afirmaría que Podemos no sería sino una versión 2.0 del lerrouxismo. Una amenaza para la construcción nacional de Cataluña en una reedición del antes roja que rota. Y esto es tan sólo el inicio; situados en una campaña electoral, la estigmatización no hará sino crecer de forma exponencial. Pero si su posición es inconfundiblemente favorable a la autodeterminación de Cataluña, incluso a la desobediencia institucional si ésta es prohibida, si por primera vez existe la posibilidad de tener un aliado fuerte en el estado para lograr su ejercicio efectivo, ¿donde radica el problema? Las claves del mismo son otras.

Podemos en los espejismos catalanes

Desde hace dos años, gran parte del sistema político catalán ha tomado un carácternacional claramente ya postindependentista. El hundimiento del espacio socialista, anterior al ciclo nacional actual, ha ayudado a la construcción de esta imagen. Es parte de la gran fuerza que ha tomado el propio proceso soberanista, pero es una fuerza que se mueve también en medio de una gran debilidad si se la confronta con una realidad ausente hasta ahora. Esquerra Republicana de Catalunya está ya acariciando la posibilidad de volver a ganar unas elecciones después de más de setenta años (si el President no se lo estropea, que todo puede ser). Pero a pesar de ello, y de los fichajes hechos en el espacio socialista, no es la nueva izquierda nacional: con un 23% de los votos que le auguran las encuestas quedaría lejos de esa posibilidad. Del mismo modo, la CUP que ha conseguido en este último mes emerger en el espacio central del sistema político, lo que la sitúa en la línea de salida para agrupar en torno la izquierda independentista de carácter rupturista, no es tampoco en este camino el heredero del PSUC. Y, finalmente, ICV-EUiA se encuentra atravesada por múltiples contradicciones en un escenario que no es el suyo y que la erosiona.

Dentro del esquema postindependentista, en una independencia aún no realizada, esta es la fotografía. Pero el marco es más amplio a pesar de todos los anhelos. En la crisis de representatividad actual -el grito nadie nos representa no era sólo unlema- puede parecer que lo que no está en el Parlamento o en los medios de comunicación catalanes no existe. La irrupción de Podemos, es decir, la irrupción de una nueva fuerza política que viene a ocupar una parte de esta crisis de representación, es lo que puede evidenciar más claramente en este sentido que lo que se ha tomado como una realidad no era en parte sino un espejismo. Más, cuando en su emergencia no lo hace como partido contrario al derecho a autodeterminación y, por tanto, no es reducible a un nuevo fenómeno como el de Ciudadanos; más, cuando lo hace como partido con un programa de enmienda a la totalidad y no es, por tanto, tampoco reducible a un PSC 2.0. Pero el problema para una cierta autorrepresentación política del país va más allá de eso.

Esta autorrepresentación se sitúa claramente en la ola del soberanismo, con algunas intersecciones con el movimiento de los indignados en el caso de la CUP. Podemos no parte de aquí. De hecho, no debe nada a esta ola, sino en todo caso a la del 15M. Son, es cierto, dos movimientos que responden a un mismo momento histórico, comparten, pues, algunos campos -no es menor en este sentido el del problema de la democracia- y tienen algunas bases sociales coincidentes. Algunas, pero no todas. Si el movimiento soberanista tiene un regusto mesocrático y, en su vertiente popular, menestral, pacífico y cívico, el 15M destilaba más aromas de motín plebeyo. La conjunción de las bases sociales de las dos oleadas, desde el discurso soberanista dominante, se ha basado en establecer cuál es el horizonte posible de cambio: el cambio es posible en Cataluña, y por lo tanto, hay que bascular hacia el independentismo, e imposible en España: por lo tanto, hay que olvidarse de ella. Pero esta realidad aparentemente es cada vez menos cierta, cuando Podemos puede ganar unas elecciones españolas y más difícilmente -y aún más difícilmente sin la concurrencia del propio Podemos en Cataluña- las fuerzas rupturistas lo podrán hacer en Cataluña.

El problema radica en que gran parte del independentismo se ha basado en el «tenemos prisa», y por el camino se ha dejado demasiadas cosas en el tintero. En este sentido, se ha transitado, quiérase o no, hacia la unidad nacional por encima de cualquier otra contradicción. Unidad que puede tener su lógica en un proceso de ruptura definido por lo nacional, pero que se ha hecho sin un pacto social de mínimos (seguir manteniendo a Boi Ruiz como representante de la patronal privada de sanidad en la Conselleria de Salud es el ejemplo más sangrante de la ausencia de un acuerdo mínimamente decoroso).  De hecho, la ausencia de ese pacto social –y difícilmente hay construcción nacional sólida sin eso— se ha sustituido en el discurso central del independentismo por la «utilidad» de un Estado propio para cambiar la financiación, la situación social o sencillamente todo, según los gustos. De lado se ha dejado también en este utilitarismo la propia construcción de lo que significa ser catalán. Más allá de algunos clichés sobre el integracionismo, que ya eran viejos en los años setenta cuando como afirmaba Comín en el caso de los migrantes se debía hablar más de ellos como grupos innovadores constructores de Cataluña que no a partir de su condición de «integrados», poco se ha debatido en este campo. La hiperexplotación de la memoria de 1714, venida en algunos casos de la mano de gentes que criticaban la legitimidad de las políticas memoriales referidas a la resistencia antifranquista, o los intentos más o menos afortunados para actualizar tradiciones y referencias políticas y cívicas pasadas en un nuevo marco de significados, han dejado poco espacio para entender qué es la nación catalana actual. Se estaba mucho más cerca de ello a principios de este milenio con la disputa sobre la Cataluña mestiza, introducida por sectores independentistas de ese momento, en un debate que pasaba, no por «integrar,» sino por construir. En este marco, el actual, si el problema nacional es utilitarista en el discurso hacia algunos sectores sociales, la discusión entonces se plantea en estos mismos términos cuando se abre un horizonte de cambio en el estado: de ahí la sobrerreacción ante fenómenos como el de Podemos.

Podem de Catalunya

El problema real planteado, no creado, por Podemos no es de lerrouxismo versus catalanismo, sino de cómo construir el país a partir de una fotografía más real de sus sectores populares. Negar a Podemos es negar esta posibilidad. De hecho, la importancia de esta batalla ha sido claramente percibida por sectores que han entrado en esta nueva organización para hacerla girar contra el derecho a la autodeterminación. Eso les situaría fuera de cualquier opción de mayorías en un país donde el 80% de su población está claramente a favor del mismo. Pero estar a favor  no es exactamente lo mismo que interiorizarlo como la principal batalla a librar, más cuando parte de la casta catalana se presentada como libertadora nacional siendo a la vez la que diezma el país.

Podemos de Cataluña es tan catalán como cualquier otra fuerza política, otra cosa es que su prioridad sea cambiar sólo Cataluña. Y de ahí el temor de que se sustituya a Cataluña por España como horizonte de cambio en una fuerza que puede arraigar fuertemente en términos populares. Alguna cosa similar sucedía con los recelos que despertaba Guanyem en sus orígenes, demasiado hibrido para el gusto de algunos que sueñan con una mayoría claramente independentista en el Ayuntamiento de Barcelona, y que en este caso centra la posibilidad del cambio no en la independencia, sino en un nuevo municipalismo. Sin embargo, Podemos como proyecto nacido inicialmente a nivel de estado también debe catalanizarse, si quiere conseguir no sólo la victoria en España, sino también en Cataluña, sin la cual tampoco la alcanzará en España. Para ello debe saber aparecer no sólo como la posibilidad de que Cataluña pueda autodeterminarse, ya que en este sentido se convierte tan sólo en una voz democrática desde Madrid, se pronuncie esta voz en castellano o en catalán, sino tener un proyecto propio de, por y para Cataluña.

El sistema político catalán se consolidó en los años treinta del siglo XX como un sistema propio y diferenciado basado en un tejido social y cultural particular. Una prefiguración que llevó a los partidos sin un perfil propio en ese marco a su marginalización. Hay una alternativa a esta realidad, es cierto. Entrar en los escenarios anteriores a los años treinta, donde había dos ecologías políticas, una que actuaba en clave sólo española y la otra que lo hacía aparentemente en clave sólo catalana. Aparentemente, ya que tanto la Lliga antes como CIU ahora utilizaban este imperativo hacia otros para poder establecerse como interlocutores únicos frente a un Estado que también era y es suyo. Un escenario que en términos políticos hacía imposible la consolidación de una alternativa de izquierdas rupturista fuera cual fuera el espacio de referencia, ya que sus bases populares actuaban en espacios diferenciados. En la evolución de Podemos, una fuerza todavía extremadamente joven, en un sentido u otro puede radicar parte de la clave de las dinámicas políticas catalanas y españolas en el futuro. De momento, el grito soberanista, tan propio de la Catalunya endins, y que a la larga puede imposibilitar también sus propias aspiraciones, dificulta el establecimiento de conexiones. Pero también en este campo, sobre todo en aquella parte que no quiere jugar en un tablero con las cartas ya marcadas por aquellos que quieren sobrevivir al cambio, se pueden abrir puertas e intentar establecer interrelaciones. En todo caso, sea como sea, la irrupción de Podemos en Cataluña ha venido también para transformar esta tierra expoliada, como todas, por el neoliberalismo. Habrá que saber verlo como parte de la solución, un aliado necesario, y no como parte del problema.

[Fuente: SinPermiso]

16 /

11 /

2014

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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