La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Josep Torrell
El legado de Pasolini
El año que viene se cumplirán cuarenta años sin Pier Paolo Pasolini. En el comienzo del Año Pasolini es el momento oportuno para plantearse qué nos dejó en legado a quienes pretendemos aprender de él.
I
Lo primero que nos dejó es una mirada. Pasolini tenía la particularidad de mirar hacia donde no debía. Esto era muy evidente en Roma en 1950. En esa fecha las barracas estaban creciendo más allá del centro de histórico, mezclándose con las muy degradas barriadas obreras. Era una realidad evidente, pero no entraba en la política de la derecha.
Pero Pasolini vivía al lado de las barracas y decidió mirarlas, mirar a los que vivían ahí y mirar en qué condiciones lo hacían. Y decidió escribir Ragazzi di vita y Una vita violenta, y convertirse en un defensor de los más desfavorecidos. Su proximidad vital —fundada en su pulsión por estos muchachos— le hizo ver los cambios que se producían en la población de las barracas y la homologación que lentamente estaba logrando la civilización del consumo entre los más desposeídos.
II
En segundo lugar, como fiel seguidor de Antonio Gramsci —desde 1947 hasta su muerte—, Pasolini propuso una revolución cultural y moral, como primer deber de un intelectual de izquierdas.
En La religione del mio tempo (1961), escribió en uno de sus mejores poemas (“La riqueza”) que “en este mundo que no posee / ni siquiera la consciencia de la miseria, / alegre, duro, sin siquiera fe / yo era rico, poseía”. ¿Por qué era rico Pasolini? Porque a él le pertenecía algo que era relativamente independiente de las victorias políticas y económicas de la clase obrera. Era propietario de los bienes públicos de la cultura, como las bibliotecas, las galerías, los museos, los instrumentos de todo tipo de estudios, los frescos de Masaccio y de Piero della Francesca, etcétera. El mundo cultural profundo —inmaterial como es— hacía a Pasolini más rico que a los ricos, que despreciaban precisamente la cultura que Pasolini reivindicaba. Esta concepción de “la riqueza humana” era muy parecida a la de Marx cuando hablaba de “un hombre rico en necesidades”, plenamente creativo y cuya riqueza se basaba en la multiplicidad de actividades y relaciones sociales (y no en la mera posesión de bienes materiales). La lectura de estos versos de Pasolini muestra con claridad aquello que, en los tiempos difíciles, mantenía a los indignados vivos y resistentes.
III
En tercer lugar está el Pasolini corsario. El discurso de Pasolini era claro: en algún momento de los años sesenta había aparecido la sociedad de consumo, que suponía una auténtica revolución antropológica. El consumo aparecía como un prefigurador de identidades poderosísimo. Los consumidores eran aparentemente todos iguales, pero en realidad eran sumamente diferentes: las diferencias de clase seguían estando allí (aunque tendían a ser olvidadas). El caso más grave era el de la juventud de las barriadas. La televisión les ofrecía modelos de comportamiento que no podían alcanzar. Esto generó una violencia estructural que acabó dando lugar al amoralismo más absoluto.
Además, se tiende a confundir progreso (sociocultural) y desarrollo (estrictamente económico). El consumo es el fin de un mundo. El problema es que volver atrás no es posible. Uno de sus últimos poemas acaba así: “¡Viva la lucha comunista por los bienes necesarios!”.
Mucho tiempo después de su muerte, su discurso entroncó con el discurso político del decrecimiento económico.
Pero para avanzar por este camino —lleno de dificultades— hay que aprender a mirar con agudeza a nuestro alrededor y a proponer una nueva cultura, tanto para nosotros como para la sociedad en su conjunto.
25 /
10 /
2014