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Gonzalo Pontón

¡Es el capitalismo, estúpido!

Dicen los que saben de esto, que el patrimonio financiero de los siete mil millones de habitantes de este mundo es de 73 billones de euros. Pero, si se echan bien las cuentas, en los estados donde vivimos la inmensa mayoría de esta población solo aparecen unos 67 billones. Nos faltan casi seis. ¿Dónde están? El profesor de la London School of Economics Gabriel Zucman se ha puesto a buscarlos y los ha encontrado: unos cuatro billones están ocultos en Singapur, Hong Kong, Bahamas, las islas Caimán, Luxemburgo y Jersey. Pero Suiza es, claro está, el escondrijo mayor, con 1,8 billones. En su libro La riqueza oculta de las naciones. Investigación sobre los paraísos fiscales, que Pasado & Presente acaba de publicar y del que Thomas Piketty dice que es de lectura indispensable, Zucman nos cuenta los mecanismos que utilizan las grandes fortunas y los conglomerados empresariales para evadir impuestos, calcula el coste que supone para todos nosotros y propone los medios para poner fin a los paraísos fiscales y recuperar nuestro dinero. La verdad es que su propuesta es ingeniosa y perfectamente factible, si no fuera porque han de ser los evasores mismos, o los gobernantes que éstos han colocado en el poder, quienes tomen la iniciativa. Y ya se sabe que las clases sociales no se suicidan jamás. Según Zucman, de los 1,8 billones de euros que hay en la patria de Calvino las grandes fortunas españolas tienen allí 80.000 millones de euros, cantidad que parece pequeña en comparación con los 120.000 millones de Italia o los 180.000 millones de Francia. Cierto es que Zucman asigna a países “otros” una partida de 160.000 millones, y en ninguna parte del libro habla de Andorra. Ahí van a estar los que nos faltan, seguro. ¿Y de quién serán? Si hay que hacer caso a lo que dicen algunos currinches, todo apunta a que sean de patriotas catalanes. A Jordi Pujol le tienen por el máximo exponente del patriotismo catalán, y si él ha confiado sus evasiones a Andorra —a fin de cuentas un país fronterizo, católico, cuya lengua nacional es el catalán y uno de cuyos jefes es el obispo de la Seu d’Urgell—, el resto de patriotas catalanes habrá hecho lo mismo.

Tras la estrambótica confesión de Pujol, el nacionalismo español más cavernícola, el que representan muchos miembros del PP, del PSOE o de UPyD, ha estallado salvajemente de gozo: como un ateo que, de pronto, descubre que el papa es pedófilo y ve en ello confirmada la inexistencia de Dios. A través de sus voceros en los medios de comunicación, estos fulleros se han lanzado a denunciar al “verdadero” ladrón: era Pujol quien robaba, luego el nacionalismo catalán es el ladrón y no “España”. Es el habitual juego sucio de los políticos, de cuyos espantos ya estamos curados. Más sorprende, sin embargo, que historiadores que no son nacionalistas españoles hayan hilado igual de grueso. José Álvarez Junco ha dedicado algunos artículos en El País al asunto y ha escrito sobre el cotizado “Espanya ens roba” lo siguiente: “había robo, sí, pero este procedía del corazón del catalanismo”. Álvarez Junco es un historiador serio, que ha estudiado muy bien “la invención de la tradición” en la construcción de la nación española, pero que cae, como un gazapillo, en la trampa de su propio nacionalismo inconsciente. Nos dice Álvarez Junco que para hablar a sus alumnos del nacionalismo ha pasado muchos años “luchando contra el economicismo vulgar” advirtiéndoles que, para entender el nacionalismo, atendieran más a los aspectos culturales y emocionales que a los económicos y que no buscaran por ahí ninguna lucha de clases. Pero, ahora, nos dice, “llega la familia Pujol y me lo desbarata todo”. ¿Qué le desbarata? ¿Su forma de entender la enseñanza de la historia? ¿Su irremediable ignorancia sobre la ontología del capitalismo? Álvarez Junco es fundamentalmente un historiador conservador y su antimarxismo ordinario le impide integrar la ética del capitalismo realmente existente en la estructura conceptual de su hacer histórico. Su propia confesión de que lleva muchos años luchando contra el economicismo “vulgar” —en el contexto en que lo sitúa— lo dice todo. Parece entender el profesor que el economicismo “vulgar” es integrar en el devenir histórico el papel de la economía. En realidad, el economicismo es la limitación de los objetivos de los trabajadores a la reivindicación exclusiva de mejores salarios, algo propio de las organizaciones socialdemócratas, que estoy seguro el profesor Álvarez Junco conoce perfectamente. Pero, aunque el profesor sea antimarxista, hay cuestiones de lógica aristotélica que no se le deberían escapar: ¿hay alguna imposibilidad física o metafísica de que Jordi Pujol nos robe y España también? Como bien sabe Álvarez Junco, “España” se usa en el contexto mencionado como metonimia por “el gobierno español”. ¿No es el PP quien gobierna en España? Y los señores Correa, Bárcenas, Matas, Fabra, Díaz Ferran y muchos etcéteras que han robado a los españoles y a los catalanes, ¿a qué partido pertenecían o beneficiaban? Todos ellos son defensores del sistema capitalista y se han presentado siempre y se siguen presentando como acendrados patriotas, católicos practicantes y de una honradez intachable. Sin embargo, Álvarez Junco no ha escrito nunca que quien robaba a los españoles era “el corazón del españolismo”. ¿Por qué Pujol, que también es todo eso que son los otros, le ha desbaratado todo su tinglado historiográfico? Ahora va a resultar que envolverse en la bandera de la patria —el último refugio de los rufianes— solo es execrable si esa bandera es la catalana. El profesor Álvarez Junco debería reflexionar sobre el patriotismo rapaz español, desde el Cid hasta la familia real de nuestros días. Y para que el nacionalismo catalán no vuelva a desmontarle el tinglado, tal vez le convendría al profesor sazonar sus clases con un manojo de relaciones de producción y una pizca de lucha de clases.

 

[Fuente: www.pasadopresente.com]

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2014

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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