La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Rafael Poch de Feliu
Mitos y realidades de la debacle de Francia
El desprestigio de François Hollande ha caído a lo màs bajo de la historia de la V República: solo un 13% de los franceses confìan en él, según el último sondeo. Entre intrascendentes líos de alcoba y alguna leyenda económica, la caída en picado del presidente –cinco puntos desde el anterior sondeo, hace solo dos meses- parece arrastrar al primer ministro, Manuel Valls, un hombre que ha venido lanzando cables directos a la derecha y la patronal, y que ha perdido 14 puntos en el mismo período quedándose con un apoyo del 30%.
El sondeo, publicado ayer, se realizó antes de la publicación del libro —medio testimonio, medio negocio oportunista— de la ex-compañera sentimental del presidente, Valérie Trierweiler, una mujer celosa y resentida, que airea algunos trapos sucios de la pareja en el trance de su separación y que con la primera edición de 200.000 ejemplares, llegada ayer a las librerías, se ha metido en el bolsillo medio millón de euros.
La prensa ha publicado en forma condensada las dos o tres páginas manifiestamente picantes que contiene el libro a lo largo de sus màs de 300 páginas. Aunque si hay una sociedad tolerante en asuntos amatorios y que tiene clara la separación de vida privada y vida política, esa es la francesa, el libro puede ser demoledor porque llueve sobre mojado.
Hollande llegó a la presidencia prometiendo acabar con el vulgar estilo del histriónico Nicolas Sarkozy, el primer presidente francés que integrò mediáticamente su vida privada en la política dando carnaza a los medios de comunicación. “Seré un presidente normal”, dijo. Sin quererlo, Hollande parece dispuesto a superar a su predecesor.
Más de ocho franceses sobre diez no confìan en el presidente. Todo el mundo está descontento. La derecha económica, francesa e internacional, que controla los medios de comunicación, está descontenta porque le parece que Hollande no es suficientemente “alemán” en la política de austeridad y también porque no desmonta lo suficiente el Estado y el sector público, que en Francia aún son importantes.
La izquierda porque pide un cambio de línea en una dirección keynesiana que plante cara a Alemania. Los últimos ministros de su gobierno que reclamaban eso acaban de ser destituidos. A ambos lados del espectro político, el nacionalismo francés y un sentido elemental de soberanía frustrado, expresan otro descontento general que, de momento, es capitalizado por la ultraderecha del Frente Nacional.
El balance económico de estos dos años, medido en índice de paro, competitividad y exportaciones, no es bueno. El paro, a un nivel idílico visto desde España, aumenta lentamente, pero la sospecha de que las recetas aplicadas no funcionan se abre paso. La rebajas en los costes del trabajo no producen más inversión y la disciplina presupuestaria asfixia a los motores de la economía, con lo que el déficit se mantiene.
Hollande llegó a la presidencia como producto de una carambola que retrata perfectamente el estado de la socialdemocracia europea: inicialmente, el candidato de su partido, que se llama «socialista», era nada menos que un presidente del Fondo Monetario Internacional, el organismo responsable de profundizar el desastre econòmico de América Latina en los ochenta y de buena parte del mundo en desarrollo. Se llamaba Dominique Strauss-Kahn (DSK), pero resultó ser una especie de obseso sexual. En su libro, la Trierweiler explica que en cuanto conoció la noticia de que DSK se había cubierto de gloria al abalanzarse sobre una camarera de hotel en Nueva York, Holande comenzó hacer quinielas polìticas…
Pero si todo eso, lo econòmico, el socialismo degenerado y lo folletinesco, resulta demoledor para la imagen de Hollande, no acaba de explicar la situación. Para ello es necesario recordar cómo fue recibido el actual presidente del 13% en la primavera de 2012, cuando solo era candidato.
Thel Economist, el «Pravda» de mercado de la City, dedicaba entonces su portada al «peligroso Monsieur Hollande» porque llegaba al poder no ya queriendo ser un «presidente normal» sino, sobre todo, porque prometía enfrentarse al sector financiero («es mi enemigo», dijo) y reorientar la desastrosa política de Berlín para Europa, diseñada para garantizar que el sector financiero responsable de la quiebra de 2008 se va a cobrar hasta el último céntimo todas sus deudas a costa del Estado Social sobre el que reposa la democracia europea.
Hoy está ya más que claro que Hollande no es un peligro, pero Francia, por su tradición social y de Estado, sigue siendo el único paìs importante con posibilidades de plantarle cara a Berlín y a los bancos, organizando una coaliciòn de países y mayorías sociales interesadas en un cambio de tercio. Como repite el premio Nobel de Economía Paul Krugman, esa es la lógica profunda del «French bashing», la denigración de Francia, de su «exceso de Estado» (cuando la crisis es resultado de los excesos de la desregularización) y de su presunta «catàstrofe», repetida hasta la saciedad por doquier.
La simple realidad, dice Krugman, es que, con todos sus problemas, Francia está mejor que paìses «correctos» como Holanda y Finlandia. Se podría añadir que Francia crece por encima de la media europea, que aunque exporta menos tiene una economía más diversificada que la alemana, que su crecimiento el último año està solo un poco por detrás del alemán (0,3%, frente al 0,4% al otro lado del Rin), y que las dinámicas de su mercado interno y de su demografía no son malas, y, desde luego, mucho más robustas que las correspondientes alemanas que acusan los efectos de la precarización a ultranza que merma capacidad adquisitiva a millones de consumidores y disuade a la juventud de crear familias y tener hijos.
Leyendo la prensa internacional —incluida la prensa francesa, algo a estudiar— uno llega a París esperando encontrarse casi un panorama de ruinas y se encuentra con algo completamente diferente. Parafraseando los himnos de Polonia y Ucrania, Francia, por desmoralizada que esté, «aún no se ha perdido». Por más que su presidente esté al 13%, aún hay vida màs allà del triste austericidio europeo.
[Fuente: La Vanguardia]
14 /
9 /
2014