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Albert Recio Andreu

Nubes de verano: La austeridad neoliberal amenaza con más sufrimiento 

Cuaderno de Estancamiento: 12

I

Hace un año, cuando inicié este cuaderno la crisis se daba oficialmente por superada. En nuestro país el Gobierno de Rajoy se aferraba a esta hipótesis como la mejor oportunidad para salvar el próximo ciclo electoral. Entonces argumenté que si bien era posible que tuviera lugar un cierto crecimiento económico, puesto que la economía nunca es estática y se producen continuas oscilaciones en la actividad (estacionales, ciclos de corto plazo) ni podía pensarse que estuvieramos frente a un proceso vigoroso de solución de los problemas más graves, ni que pudieramos considerarnos a salvo de nuevos sobresaltos y fuertes recaídas. Argumenté que las políticas dominantes no habían encarado ninguno de los problemas estructurales que habían generado la primera gran crisis del Siglo XXI y que, por tanto, las causas endémicas de los problemas seguían ahí. Y las políticas neoliberales impuestas por la troika constituían más una fuente de nuevos peligros que de soluciones efectivas.

A lo largo de este año la economía española ha experimentado un moderado crecimiento económico y una cierta recuperación del empleo, pero se trata de datos que deben tomarse con mucha cautela y que en algunos casos simplemente camuflan una realidad dramática. Analizando la Encuesta de Población Activa se observa que en el último año (2º trimestre del 2013 a 2º del 2014) más de la mitad de la reducción del paro (425.000 parados menos) se debe a gente que ya no busca empleo (232.000 desanimados, personas que no buscan o que han marchado del país), que casi el 40% de los empleos creados lo son a tiempo parcial (una forma de subempleo encubierto) y que casi la totalidad de los empleos asalariados creados son empleos temporales. Un cuadro de débil e insuficiente creación de empleo, de muy baja calidad.

Hay incluso algunas cuestiones que llaman a la perplejidad (lo comenta Carlos Diez en El País del 29 de agosto): no cuadran los datos del empleo con los de la productividad, y posiblemente el crecimiento del consumo privado está más vinculado al turismo que al consumo local. Ya se sabe que la contabilidad es una actividad sumamente imprecisa. Pero otros datos son inequívocamente negativos: tras años de políticas de recortes, el déficit público no ha dejado de aumentar; tras años de asegurar que la competitividad exterior era la base de nuestra alternativa y de aplicar una devaluación competitiva, o sea una caída de salarios reales, para hacerla efectiva, el sector exterior vuelve a ser un foco de preocupación. Y no vale justificar la situación alegando que el problema es la debilidad de nuestros socios europeos, pues esta debilidad no es otra cosa que el resultado de las políticas adoptadas a escala europea y apoyadas por la mayoría de nuestras élites económicas.

Lo más vistoso es el frenazo de la actividad en bastantes países europeos, empezando por la “economía guía alemana” y siguiendo por países como Francia o Italia. Tantos años de indicarnos que Alemania era el modelo a seguir de expansión económica en base a las exportaciones y ahora resulta que la pretendida recuperación se atasca allí. Era algo bastante probable: un crecimiento sostenido de las exportaciones sólo puede sostenerse bien a costa de depredar los mercados de los competidores o bien en un proceso generalizado de crecimiento en el que algunos países consiguen sacar una “tajada” importante (aunque también en este caso el crecimiento de las exportaciones de un país sea a costa del resto, su impacto se nota menos). En una economía de bajo crecimiento estancada, el crecimiento de las exportaciones encuentra pronto límites. Como Alemania ha propugnado políticas de ajuste en muchos países, obligando a recortar su actividad, y ha mantenido un superávit comercial insensato, ha acabado por agotar los mercados donde colocar su producción y su economía ha acabado por experimentar un frenazo. No parece sin embargo que, al menos de momento, ello genere una reflexión seria en las altas instancias económicas. Merkel y sus asesores siguen proclamando austeridad. Y cuentan con muchos aliados entre las élites de los países afectados, como lo muestra la última crisis del gobierno francés que ha supuesto un reforzamiento del sector liberal.

También el sector financiero ha vuelto a dar algunos sobresaltos. La quiebra del banco portugués Espirito Santo (en un país que ha sido un verdadero conejillo de indias de las políticas de ajuste financiero y fiscal) y de la española Gowex, o de la estadounidense Cynk, quizás no sean en sí mismas muy importantes a escala global (aunque Gowex ha conseguido cargarse de paso el Mercado Alternativo Bursátil, una de las innovaciones financieras  de nuestro país diseñada para permitir nuevas formas de financiación a empresas medianas), pero lo que ponen de relieve es la continuidad de las mismas prácticas que llevan años desestabilizando la actividad económica: cuentas falseadas, permisividad de los reguladores, complicidad y/o ineficacia de los auditores… Y es que el no haber reestructurado en serio y acotado sustancialmente al sector financiero ha permitido perpetuar una prácticas depredadoras altamente costosas socialmente. La última crisis argentina, por ejemplo, sirve para poner en evidencia el impacto que pueden tener los “fondos oportunistas”, un papel que puede acrecentarse en los próximos años porque la mayoría de grandes bancos ha efectuado ventas masivas de créditos en teoría incobrables (y ha menudo amortizados en las cuentas bancarias) a estos corsarios financieros. El mismo FMI ha advertido de nuevos riesgos de burbuja en Reino Unido. Y es que un sector financiero demasiado grande y demasiado poderoso sigue constituyendo una auténtica espada de Damocles sobre el conjunto de la sociedad.

II

Hace más de cincuenta años hubo un diagnóstico bastante compartido entre economistas keynesianos (Keynes, Robinson, Kalecki) y marxistas (Sweezy, Baran) sobre las causas del desempleo masivo y el estancamiento económico. Una economía basada en la empresa privada no tenía capacidad de garantizar por sí misma el pleno empleo porque descansa en decisiones individuales de las empresas sobre rentabilidad, decisiones que se toman en contextos de elevada incertidumbre y donde a menudo las decisiones individuales pueden dar lugar a efectos imprevistos por los propios actores. La reducción de salarios es un buen ejemplo de estos impactos imprevistos. Cualquier empresario estará a favor de reducir salarios con el objeto de abaratar costes (lo que despues podrá traducir bien en mayores ganancias, bien en una reducción de sus precios de venta para ganar nuevos mercados). Si un solo empresario consigue abaratar salarios, el resultado puede ser el esperado, pero si todos lo hacen a la vez es bastante probable que se acabe provocando una caída general de la demanda de bienes de consumo. La globalización, al ampliar el tamaño de los mercados a los que vender, ha llevado a olvidar este efecto agregado de las caídas de salarios: los gobiernos, sus asesores, y los grandes empresarios han propugnado recortes salariales con la esperanza de aumentar su competitividad, vender menos en el mercado interno y más en el exterior. Esta es la idea básica de la política alemana (o china) exportada como modelo al resto de Europa, pero al final el resultado es una atonía general de la demanda. Si ésta se traduce en una nueva ronda de recortes salariales (para hacer frente a la nueva recesión) o simplemente genera una caída de la inversión (con menos demanda, las empresas se retraen) la nueva recesión está servida. Los sabios alemanes, y sus adláteres en todas partes, hace años que abandonaron el keynesianismo y son tan responsables del paro como los grandes políticos y empresarios.

La respuesta keynesiana a este diagnóstico era clara: sin la intervención consciente del Sector Público no había forma de garantizar el pleno empleo. Una intervención basada en un amplio papel de la política fiscal (gasto público e ingresos públicos), un fuerte control del sistema financiero (siempre una fuente de sobresaltos) y una política distributiva y redistributiva adecuada, no sólo para garantizar la demanda sino también para garantizar la ciudadanía social. También de esto ha olvidado hace tiempo la mayoría de líderes económicos. La intervención permanente y masiva del sector público era demasiado peligrosa para los intereses de las elites económicas. Uno de los resultados empíricamente demostrados es que, en la fase de gestión keynesiana del capitalismo, la distribución de la renta en los países capitalistas desarrollados llegó a ser mucho más igualitaria de lo que nunca, antes o después, haya sido.

La contrarrevolución neoliberal de los años setenta fue el punto final de un capitalismo “regulado” y basado en una política económica orientada al pleno empleo. Desde entonces se ha perdido de vista la posibilidad de realizar una intervención pública “fuerte” en campos considerados prerrogativa básica del capital. Lo ocurrido con el sistema financiero y con los derechos laborales es posiblemente del ejemplo más claro de estas políticas. La gran coartada es que si se regula demasiado se bloquean los “incentivos” para la toma de buenas decisiones económicas. Una coartada que pasa por alto que los efectos de estas políticas son nefastos para el bienestar de millones de personas en campos como el empleo, las condiciones de vida y trabajo, la vivienda etc.

La pérdida del papel central de la política fiscal y la prevalencia de la política monetaria es otro de los grandes cambios de los últimos años. Una política monetaria cuya gestión está en manos de tecno-políticos habitualmente mucho mejor conectados con los grandes grupos financieros que con el resto de la sociedad. Una política monetaria que, desde la crisis japonesa de los años 1990s, se ha mostrado totalmente incapaz de generar dinámicas de pleno empleo allí donde la economía capitalista ha entrado en una gran recesión. Y sin embargo, la receta de recortar el gasto público, de frenar la política fiscal, ha constituido la respuesta propugnada por las grandes instituciones internacionales para responder a las crisis. El resultado es conocido: cada gran recorte de gasto público, sobre todo en políticas sociales (el gasto militar suele tener otra consideración), ha generado un nuevo aumento de las desigualdades y el bienestar general.

Con estas mimbres se han diseñado las políticas de los últimos años: recortes salariales, de derechos sociales, de gasto público. Una política monetaria expansiva más diseñada para mantener a flote a los grupos financieros y los mercados especulativos que a la gente. La colectivización de la deuda privada y la focalización de la crítica en la deuda pública. Y el resultado es conocido: seguimos en situaciones de paro masivo, de estancamiento, de enorme incertidumbre.

Seguimos bajo el dominio de unas políticas diseñadas para garantizar una distribución de la renta extraordinariamente favorable a las grandes elites económicas, para garantizar el control oligárquico de la economía y evitar los riesgos que para las elites significa su democratización. Con menos sector público, más desigualdades y un incontrolado sector financiero están sentadas las bases para persistir en una economía de desempleo y precariedad de masas, necesidades básicas insatisfechas.

III

La vuelta a una gestión keynesiana de la economía, al pacto social con el que sueñan los socialdemocratas de buena fe (algunos hay), no parece probable ante un capitalismo fortalecido tras años de gestión neoliberal y que, además, ha salido victorioso de su confrontación con el viejo enemigo comunista. Sin amplios movimientos sociales, las elites no tienen ninguna intención de renegociar las reglas del juego. Y mientras el nivel de conflicto sea tolerable van a preferir un capitalismo semiestancado a una alternativa radical.

El problema para la izquierda no es sólo la de generar estos movimientos sociales en pro de una democratización económica que es a fin de cuentas lo que significa más control público de la economía, derechos sociales mejor garantizados y una distribución más igualitaria de la renta. El problema está también en otros terrenos.

Por una parte está la cuestión ecológica, Para la mayoría de pensamiento económico anterior a 1970 el crecimiento económico, la ampliación de la producción en aras de promover el bienestar, era un objetivo deseable e indiscutible. Hoy sabemos bastante bien los efectos ambientales y las limitaciones materiales al crecimiento y nos enfrentamos a la necesidad de reorganizar nuestra organización económica en el sentido de garantizar bienestar a todo el mundo y sostenibilidad ecológica. A nadie estraña que esto requiera cambios sustanciales en las formas de producir y de vivir, de organizar la actividad económica y la vida social. Cambios que requieren de movilización social en sentidos diferentes de los convencionales y que a menudo son difíciles de asimilar por mucha gente. Elaborar propuestas que integren demandas sociales y ecológicas en un verdadero proyecto de reestructuración socio-ecológica es hoy urgente para salir racionalmente de la trampa en la que nos ha metido el capitalismo neoliberal. Exige generar los mecanismos sociales de elaboración, experimentación que ahora existen sólo en términos precarios.

A corto plazo, hay un peligro más inmediato. El tratar de resolver los problemas actuales con atajos simplistas. Ante la ausencia de un proyecto definido y la urgencia de la situación, existe en bastantes sectores de la izquierda una tendencia a elaborar propuestas relativamente simples y a confundir un programa de acción con una mera suma de proposiciones. Éstas tienen a menudo los mismos inconvenientes de muchas de las políticas de la derecha: no exploran los procesos, las limitaciones que generan (estoy pensando en una buena lista de propuestas simplistas habituales en tiempos recientes, del tipo “reducción de la jornada laboral para acabar con el paro” “renta básica para aumentar el poder de negociación individual”, “impago de la deuda”, …) y tampoco la forma de convertir las propuestas en en políticas. Salir del capitalismo neoliberal no será fácil ni en el plano intelectual (hay una enorme masa de neoliberalismo acumulado en los centros de pensamiento económico), ni en el político, ni en el social. Y por ello estamos emplazados a trabajar con una visión más autocrítica, abierta y reflexiva sobre nuestras propias alternativas.

Al menos, podemos empezar mostrando cómo todo el andamiaje del milagro alemán, una vez más, está demostrando sus propias incongruencias.

29 /

8 /

2014

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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