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¡Peligro! Hombres trabajando. El trabajo en la era de la crisis ecológico-social

Los Libros de la Catarata,

Madrid,

208 págs.

Breve apología del buen trabajo

Sebastià Sala López

En 1880, Paul Lafargue escribió un opúsculo titulado El derecho a la pereza, en donde, contrariamente a lo que su título invita a pensar, más que propugnar la abolición del trabajo proponía una nueva manera de entenderlo. Lo que el yerno de Karl Marx criticaba era la explotación capitalista del trabajo, aquella que propugna la ética burguesa y que lo convierte en un sufrimiento, en un dolor parecido al que provocaba el patibulario tripalium, antiguo instrumento de tortura cuyo nombre derivó con el paso del tiempo en el sustantivo que hoy conocemos. Lafargue también proponía, como más tarde haría Keynes, una jornada de trabajo de tres horas diarias argumentando que eran suficientes para la subsistencia humana. Tomás Moro, en su libro Utopía, proponía seis y Bertrand Russell consideraba que bastaba con cuatro. Estos datos, que sorprenderán a más de uno, los recoge Jorge Riechmann en su reciente libro publicado por Catarata ¡Peligro! Hombres trabajando. El trabajo en la era de la crisis ecológico-social.

Posiblemente, no existe en la actualidad ningún término politico-económico que refleje tan bien la ambivalente condición humana como la noción de trabajo. Y en el libro de Riechmann encontramos el porqué. Junto con la naturaleza y el capital, el trabajo es considerado por la economía clásica como uno de los tres factores de producción capitalista. Ahora bien, sólo el trabajo y la naturaleza son factores productivos en sí mismos, es decir, que solos o combinados entre sí son capaces de producir y crear. El capital, mal que les pese a algunos, precisa de la combinación con los otros dos para llegar a ser productivo. Paradójicamente, su productividad también puede resultar sumamente destructiva si se combina con el trabajo de forma descontrolada, como sucede ahora en lo que da en llamar con acierto “mundo postfosilista”, esto es, un mundo lleno en el que la naturaleza —a diferencia del trabajo y el capital— se agota irremediablemente sin que exista ninguna posibilidad de reproducirla. Pero, volviendo a nuestro tema, ¿qué es lo que hace que el trabajo sea hoy un concepto tan ambiguo? ¿Por qué unos lo ven como algo bueno y necesario mientras que otros lo consideran una nueva forma de esclavitud que tiene que ser abolida cuanto antes? El autor no ignora los 12,3 millones de trabajadores forzosos que según la OIT existen en la actualidad en todo el mundo. Como tampoco la división clasista y sexual del trabajo que devino con la industrialización y la consiguiente implementación de salarios ligados al tiempo de trabajo empleado por cada trabajador. Su esfuerzo, por el contrario, se concentra en subrayar aquellos aspectos del trabajo que favorecen el cumplimiento humano y la sustentabilidad de la vida en el planeta. Habla de trabajo productivo, pero también de trabajo reproductivo, y de la importancia que este tiene para la pervivencia del sistema; ese trabajo sistemáticamente ignorado, silenciado y menospreciado, pero tan indispensable para la vida humana y que se ocupa de los cuidados (cuidado del hogar, de las personas, de las relaciones afectivas, etc.) y que tan injustamente viene desempeñando la mujer. Como nos advierte: “Preservar y cuidar lo que hay tendrá en general más importancia que producir y crear lo que no hay.” Quizás, si se comprende el trabajo en las tres dimensiones básicas que propone E. F. Schumacher en su libro “El buen trabajo” (producción, autorrealización y socialización), es más fácil entender por qué es una palabra tan ambigua: porque lo determinante es cómo producir, cómo autorrealizarse y cómo socializarse. Tampoco hay que huir del trabajo manual, sino recuperarlo y revalorizarlo culturalmente para construir una nueva ética del trabajo que sea más igualitaria y ecológicamente sustentable. Todo esto es lo que defiende Riechmann.

¡Peligro! Hombres trabajando está dividido en dos partes muy bien diferenciadas. La primera corresponde a la introducción del libro en la que Riechmann aborda todas las cuestiones sobre el trabajo a las que se ha hecho referencia aquí. La segunda está conformada por una extensa selección de artículos recopilados por el autor con la colaboración de Carmen Madorrán y María Echavarría, que extrañamente solo están agrupados por tema. Dado que no tienen un orden cronológico, no responden a un criterio temporal, ni tampoco están reunidos por subtemas, la recopilación de textos resulta bastante prescindible, puesto que lo más sustancial y revelador del libro se encuentra en la parte introductoria. Por lo demás, Riechmann hace bueno el dicho de Gracián de “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Su introducción es un pequeño trabajo de orfebrería donde uno puede encontrar multitud de datos, citas y reflexiones personales que invitan a replantearse muchas cosas del orden actual que hacen que su lectura sea muy recomendable; más, si cabe, en los tiempos que corren.

En el contexto actual, en un país con seis millones de desempleados y en donde trabajar no garantiza la subsistencia de muchas familias, es importante recuperar, como hace Riechmann, una idea de trabajo común que nos ayude a reformular una nueva ética, desligada de los intereses burgueses. Una nueva ética del trabajo que promueva la igualdad, la sustentabilidad ecológica y donde los de abajo sean sus principales protagonistas. El reto no es pequeño, pero es esperanzador y nos alienta a unir esfuerzos y a reivindicar el Jeito, ese esfuerzo por hacer las cosas bien y por cumplir con nuestras obligaciones para con los demás que nos permita autoconstruirnos como sociedades decentes y como personas que valgan la pena.

23 /

8 /

2014

La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existan las finas y espirituales. A pesar de ello, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.

Walter Benjamin
Tesis sobre la filosofía de la historia (1940)

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