Skip to content

Las islas del tesoro. Los paraísos fiscales y los hombres que se robaron el mundo

Fondo de Cultura Económico de Argentina,

Buenos Aires,

520 págs.

El corazón del orden económico neoliberal

José Luis Gordillo

N. Shaxson, escritor, investigador y miembro de Chatham House y de Tax Justice Network, ofrece una visión muy aguda y documentada de la función que cumplen los paraísos fiscales (o las «jurisdicciones confidenciales» como prefiere denominarlos) en el capitalismo neoliberal. Para Shaxson, los paraísos fiscales son los lugares que «procuran atraer negocios ofreciendo instalaciones políticamente estables que ayudan a personas o entidades a eludir reglas, leyes y regulaciones establecidas en otras jurisdicciones». No son una excrecencia indeseada o una anomalía pintoresca del capitalismo de casino: son su mismo «centro».

A traves de ellos se procesa más de la mitad del comercio internacional, se concecta la élite financiera con el submundo criminal y los servicios de inteligencia con los órganos directivos de las empresas multinacionales, se compra a los dirigentes políticos, se financia a los partidos políticos «fiables» y se socava la soberanía presupuestaria de los estados. Entre los asuntos más interesantes explicados por Shaxson —y son muchos, pues el libro está repleto de datos y reflexiones de gran interés— se encuentra el funcionamiento político de los paraísos fiscales. Éstos son, en su inmensa mayoría, ex-colonias que dependen políticamente de sus antiguas metrópolis; dicho con otras palabras: existen porque los dirigentes políticos de las grandes potencias quieren que existan.

Shaxson lo explica todo de manera muy pedagógica y amena. El libro se lee como una novela. Al pasar la última página, el lector despierto entiende enseguida que sólo alguna clase de movimiento internacionalista puede enfrentarse con éxito a los paraísos fiscales. Los soberanistas de toda clase de naciones, y no digamos ya los que además se proclaman de izquierdas, harían bien en leérselo con calma y con un lápiz rojo para subrayar.

26 /

8 /

2014

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

+