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Historia de la LCR

La oveja negra,

Madrid,

La LCR ya tiene quien le escriba

Josep Torrell

La primera vez que tuve contacto con la Liga Comunista Revolucionaria fue en 1979 a través de Francisco Ortega, secretario de la construcción de CCOO de Igualada, trabajador combativo, alegre y exento de dobleces. Se presentó una tarde en el local del sindicato y sonriente me dijo: «Me he hecho del partido de Marx». Aunque era ingenioso, no era para reírse: Paco no hacía bromas con esto. Había que esperar a lo que venía después. Hacía un tiempo que nos había pedido a algunos un buen texto de Marx. Le aconsejamos el Manifiesto comunista. Lo leyó, lo releyó y le convenció. Como secretario de la construcción, iba a menudo a Barcelona, y sus planteamientos coincidieron con los de la izquierda sindical. Un día uno de ellos se acercó y le vendió el Combate. Paco quedó perplejo: era «la liga de la que hablaba Marx.» De inmediato pidió la incorporación y vino contento a decírnoslo: había descubierto que existía, que compartía su política y había pedido el ingreso. Le contamos que en lo de Marx se equivocaba, pero no le disuadimos de meterse en la LCR al ver que su conversión tenía algo de irreversible.

Desde entonces, Paco Ortega fue organizando pacientemente la LCR: un par o tres de obreros, otro par de feministas y algunos más. Al principio, la dirección del sindicato solía reírse de él. Pero pronto empezó a ver con cierta preocupación la aceptación que tenía Combate entre los cuadros sindicales.

También las feministas eran admirables. Una de las cosas que recuerdo fue un acto feminista que puso que manifiesto que a algunos dirigentes sindicales se les escapaba de vez en cuando una bofetada hacia sus mujeres. En aquella época, en las demás organizaciones locales —incluida la misma LCR— la situación era la misma (o peor), y fueron las feministas de la LCR las primeras en llamar la atención sobre un tema que era totalmente tabú. También en esto, Paco Ortega fue un modelo de coherencia personal y política. Paco había aprendido que lo personal era político. No lo dijo nunca: pero se lo impuso como enseña militante.

En 1981 me trasladé a Barcelona y seguí militando en el Comité Antinuclear de Cataluña. Allí había uno del MC y otro de LCR, con los que nos llevábamos bien. Después de la intentona de golpe de estado, la organización estaba quedándose en cuadro. Al finalizar las reuniones íbamos a comer algo y a seguir discutiendo (pero ahora directamente de política). De allí salían convocatorias para conferencias, actos o manifestaciones. Al final de una de las conferencias, fuimos con tres de LCR (Quim, Maribel y Ramón «Marc») a cenar. La discusión se eternizó: no porque estuviésemos en desacuerdo, sino por todo lo contrario. A partir de entonces en este tipo de encuentros informales solían venir gentes de la LCR. Nos hicimos amigos sin tener en cuenta el lugar donde estaba cada cual. Lo característico de ellos —en comparación con los demás partidos— era que nunca hubo prevenciones sino un debate franco. Cuando había divergencias, «Marc» solía expresarlas así: «aquí la LCR tal vez discreparía» (¡como si ellos no fueran miembros de la LCR!).

Pasaron los años. Con el tiempo casi todos habían ido dejando la organización y no sólo la suya: el CANC había desaparecido en la marea pacifista de la campaña por el referéndum de la OTAN. La tercera ocasión que coincidí con la LCR fue ya con el partido como tal. Desde el inicio de la Campaña contra la Guerra del Golfo (1991) las movilizaciones fueron en gran medida un mérito del esfuerzo militante de la LCR y del MCC. Una buena dosis de confianza en la figura de Octavi Pellissa hizo posible que el Centre de Treball i Documentació jugara un papel de puente con Iniciativa per Catalunya, inicialmente reticente (aunque algunos dirigentes ya habían tomado partido unilateralmente por la Campaña contra la guerra). Fue también la LCR —cuando el gobierno dejó claro que en el Golfo no morían españoles: sólo iraquíes— a través de una compañera de la dirección, quien llamó al CTD muy nerviosa y advirtió que mucha gente no había recogido carteles para la cadena humana y que algunos colectivos ya ni se habían reunido. Era el declive de la campaña.

El 23 de octubre de 1991, en el momento más álgido de la campaña anticomunista, se celebró la conferencia (realmente masiva) La democracia de mercado, ¿único mundo posible? Parecía un acto del PSUC de quince años antes (por la mesa y por una parte de los asistentes), aunque los organizadores fueron LCR y MCC, que dieron toda la confianza al CTD para organizarla, y se abstuvieron de aparecer como organizadores.

¿Qué pinta todo esto en la reseña de un libro? Depende. Para mí, mucho. Si no hubiese tenido estas experiencias con la LCR y con sus militantes, no habría ido a la presentación y no me habría sentido con el deber de hacer una reseña. Pero con estos recuerdos vivos, sentía la necesidad de transmitir a otros que LCR fue otra cosa.

El libro es lo que cualquiera puede esperar. Es el primer libro sobre la historia de la Liga, emprendido por un colectivo de sus exmilitantes. Antes no existía; ahora está aquí. Lo que se espera es una historia de conjunto. Es decir, una crónica de escisiones, de unificaciones, de congresos y de cambios de estrategia. También, aunque subrepticiamente, la autocrítica de algunos posicionamientos. Todo lo demás, suele venir después. El valor de un primer libro está en cómo se enfrenta a un segundo. Como dijo «Marc»: «ahora necesitamos un libro de LCR en Cataluña». Tal vez en este segundo libro se cuenten con algo más de veracidad cómo vivían sus militantes (en una organización en permanente fiasco económico), cómo se hacía para que «toda la militancia debía trabajar en un movimiento social» (lo que les hacía mucho más permeables que los de los partidos que no contaban con esa cláusula), o cómo se hizo este feminismo para adentro: cómo se asumió que la compañera era un sujeto político a todos los efectos, etcétera.

La lectura de un libro interesa por lo que nos descubre y por lo que nos corrobora. Por ejemplo, vale la pena citar el capítulo «Una organización revolucionaria y democrática», que es un muy buen ejemplo de historia política que aporta datos de afiliación a la LCR en la democracia, además de resaltar algunos puntos que ya habían sido analizados por los otros.

O la página número 73, que contiene una fotografía vertical de una manifestación de LCR. A diferencia de las demás fotografías, esta no corresponde a la prensa militante de la LCR. La fotografía es buena y se percibe las caras de los manifestantes. Y por las caras, se deduce la edad. Más que jóvenes se podría decir que eran adolescentes. Y esta es la característica fundamental de la LCR: su extremada juventud. Esto fue así desde sus inicios, y de ahí su vehemencia y fervor revolucionario. Su propaganda encontraba fácilmente eco entre los sectores más jóvenes que oían su mensaje y veían su práctica. El acuerdo de fortalecer la Juventud Comunista Revolucionaria no era más que aceptar (consciente o inconscientemente) su papel de vanguardia de una juventud asqueada por el capitalismo y sus dirigentes. Hace nada, una joven militante anarquista, viendo un cortejo de Revolta Global me preguntó: «Y estos, ¿quiénes son? Ya tienen una edad, pero están en todas partes». Le dije: estos son aquellos jóvenes, que han envejecido un poco.

La aparición de la Historia de la Liga Comunista Revolucionaria es algo bastante a contracorriente en el panorama de la literatura actual y es quizás un indicio de que la historia reciente de este país vuelve a ser examinada y reescrita desde el punto de vista de quienes no se resignan a perder otra batalla.

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8 /

2014

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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