La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
1914
El Viejo Topo,
Mataró,
139 págs.
Ramón Campderrich Bravo
La editorial El Viejo Topo ha tenido el gran acierto de aprovechar el primer centenario del comienzo en julio/agosto de 1914 [1] de la primera guerra mundial para publicar la versión castellana de un opúsculo sobre este asunto escrito por el conocido ensayista italiano Luciano Canfora. El libro en cuestión, titulado precisamente 1914, es la trascripción de la intervención de Canfora en un programa radiofónico de divulgación científica llamado Alle 8 della sera. El autor italiano desarrolla en su breve obra una excelente síntesis de las causas del inicio de la Gran Guerra, así como de su generalización y enconamiento. No brilla por su originalidad su pequeño ensayo, pero ahí está su principal mérito: su falta de pretensiones académicas. El profesor de la Universidad de Bari ha demostrado una vez más su virtuosismo al ser capaz de elaborar un magnífico resumen de las principales tesis sobre las cuales existe, en líneas generales, un cierto acuerdo entre los historiadores especializados en la materia. Eso sí, en el libro acompaña la exposición de dichas tesis con una serie de interesantes reflexiones en torno a las mismas. (Casi) ninguna cuestión importante relativa a los orígenes de la guerra del 14 y a las razones de su prolongación y magnitud está ausente del relato ‘canforiano’: la rivalidad imperial global entre las grandes potencias; el conflicto de intereses en los Balcanes; el papel de los intelectuales y la propaganda patriótica; las nefastas secuelas de la diplomacia secreta y la tendencia al automatismo en el funcionamiento de las alianzas militares; la actitud de los partidos socialistas ante la guerra; la inflexibilidad e incompatibilidad de los respectivos objetivos de guerra de los contendientes; la violación de la neutralidad belga; el porqué de la entrada de los EE.UU. en la guerra… Quizás el autor haya olvidado analizar una única cuestión de gran relevancia: la función de la revolución tecnológica (y, por tanto, de la evolución de la tecnología militar) en la prolongación y letalidad de la primera guerra mundial.
No obstante la maestría de Canfora a la hora de aproximarse a las temáticas anteriormente enumeradas, no se deben dejar inadvertidas algunas pequeñas deficiencias de su narración, a la vista de las más recientes y recomendables aportaciones historiográficas: hay en el texto del italiano una clara infravaloración del carácter explosivo del nacionalismo irredentista serbio y de la implicación de parte del ejército y los servicios de espionaje serbios en la organización del atentado de Sarajevo, el pretexto invocado por Austria-Hungría para arrojar a conciencia un ultimátum a Serbia imposible de aceptar por esta última (como los norteamericanos en 1999); se exagera el heroísmo belga y sus efectos en el plano militar [2]; no parece correcto afirmar que el SPD alemán compartiera los objetivos de guerra de los pangermanistas y del alto mando alemán; tampoco parece verosímil atribuir la declaración de guerra de los EE.UU. a Alemania en abril de 1917 a un pretendido temor por parte del gobierno norteamericano a una inminente victoria de las potencias centrales que condujese indefectiblemente al dominio alemán sobre Europa continental (de hecho, las metas estadounidenses eran mucho más complejas y ambiciosas de lo que deja traslucir la obra aquí reseñada). Pero estas debilidades quedan sobradamente compensadas por las ya aludidas reflexiones generales del autor y por las ideas que se desprenden de esas reflexiones, de las cuales me gustaría destacar dos. En primer lugar, 1914 es el año trascendental por excelencia del denominado siglo XX “corto” (1914-1991), pues dio lugar a un conflicto bélico que constituye el hecho histórico instituyente de una nueva época, aunque sólo sea porque está en el origen de los fascismos y de la Revolución rusa, fenómenos sin los cuales el siglo XX resulta ininteligible —esta apreciación, bastante común en realidad, no significa que Canfora acepte la tesis de la guerra civil europea de los treinta años de Ernst Nolte—. En segundo lugar, la guerra, si bien retrospectivamente se presenta como el producto de una concatenación ineluctable de hechos y, por consiguiente, de todo punto inevitable, fue fruto de decisiones, esto es, dependió de una elección entre opciones diversas. No es cierto que la guerra fuese ineludible. Por lo que respecta a los gobiernos, no se vieron impulsados al tomar las armas por una suerte de fuerza irresistible, sin alternativa posible. Optaron por ella porque creyeron que era el único modo de alcanzar sus objetivos político-económicos imperiales. Por lo que a los partidos socialistas o equivalentes respecta, en cuyas manos estaba la posibilidad de movilizar contra la guerra amplios sectores de la población a nivel transnacional con alguna perspectiva de éxito, éstos, con las honrosas excepciones de los socialistas italianos y rusos, asumieron la apuesta bélica de los gobiernos por temor a ser tildados de antipatriotas (ejemplo éste paradigmático del recurso al nacionalismo como instrumento de neutralización de las tensiones sociales internas a disposición de los poderosos¾ y por su excesiva acomodación al statu quo político-social imperante ¾especialmente, en el caso del SPD alemán).
En suma, quienes estén interesados en la génesis de la primera guerra mundial, pero no tengan tiempo para leerse los voluminosos y detalladísimos títulos últimamente aparecidos sobre el tema [3], pueden acudir a 1914, cuyas escasas ciento treinta y nueve páginas les proporcionarán una visión bastante completa de los comienzos de la Gran Guerra.
Notas
[1] Dependiendo de si se toma en consideración la primera de las declaraciones de guerra en cascada de 1914 (la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia el día 28 de julio) o la declaraciones de guerra entre las grandes potencias (Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y la propia Austria-Hungría) realizadas a principios de agosto.
[2] Podría ser que Canfora tuviera una mayor indulgencia hacia el nacionalismo de los pequeños estados o naciones en comparación con el propio de los países grandes, pero lo cierto es que en numerosas ocasiones el primero es mucho más irracional y brutal que último. El nacionalismo serbio de 1914 es un buen ejemplo de ello. Otro, actual, el genocida sionismo israelí.
[3] Son dignas de mención las siguientes obras: Ch. Clark, Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2014 (798 pp.); M. MacMillan, 1914. De la paz a la guerra, Turner, Madrid, 2013 (849 pp.).
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