¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
El Lobo Feroz
Tuvieron que hacerlo
Aunque era de esperar, fueron más allá de lo constitucional: prohibir las manifestaciones republicanas, esos que se llenan la boca de «estado de derecho», el día de la toma de posesión (pues eso fue).
Tuvieron además que «practicar» —como dicen ellos— detenciones, alguna tan estúpida como la de Verstrynge.
Por supuesto, llenaron el recorrido de los nuevos reyes, del congreso al palacio, de flores y banderitas. Y de maderos y soldados, de armas en las azoteas —no se fuera a colar algún dron, debieron pensar—. Y, en las aceras, los mirones que querían verle —pues fotogénico sí es—, convenientemente vigilados por la policía (bueno, en todas partes cuecen habas, no vayamos a exagerar).
El nuevo rey, en su discurso, repitió una bobada que ya había dicho antes de serlo: habló de devolver la dignidad a los parados. Lo que supone identificar paro e indignidad. Pues no: estar en el paro no le quita la dignidad a nadie. Quien debe avergonzarse del paro son los empresarios, incapaces de sostener al mismo tiempo el empleo y sus beneficios, y el estado, incapaz de cumplir él sus compromisos constitucionales y de hacer cumplir sus deberes fiscales a los contribuyentes ricos.
Primer botón de muestra de esta nueva y epitelial transición desde arriba que acaba de empezar.
21 /
6 /
2014