La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Joan Busca
Syriza a la española: dilemas y oportunidades
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I
Analizar los resultados de unas elecciones siempre puede hacerse desde muchos ángulos, y casi siempre constituye un ejercicio tedioso para tratar de explicar por qué se han movido los votos en una u otra dirección. Sin embargo, las elecciones del pasado domingo incluyen una situación nueva en que se han hundido las dos grandes formaciones de la restauración neoborbónica y en que, sobre todo, se abre un espacio a la izquierda, sobre todo porque la irrupción de Podemos no ha sido a costa del avance electoral de la coalición formada en torno a Izquierda Unida-Iniciativa (y contando, además, con que también Equo ha conseguido un escaño, que parte del voto independentista proviene de gente de la izquierda y que otras formaciones menores han apañado unos cuantos miles de votos). Por su parte, el PSOE ha entrado en un declive que no parece tener suelo y cuenta con unos dirigentes esforzados en hacerlo lo peor que pueden, seguramente porque los vicios de una larga trayectoria en el poder han generado un grado de esclerosis colectiva que hace casi imposible tomar un nuevo rumbo.
Más allá del resultado, lo que cuenta ahora es preguntarse si existe alguna posibilidad de construir algo nuevo aglutinando este espectro que se ha situado claramente a la izquierda del PSOE y que, de sumar todos los votos, podría traducirse en una fuerza que ayudaría a cambiar la lamentable situación económica, política y social que vivimos. Para que esto no sea un cuento de la lechera, con el final ya conocido, lo primero que hay que hacer es entender a qué problemas se enfrenta esta opción, para afrontarlos y sortearlos.
Más allá del resultado, lo que cuenta ahora es preguntarse si existe alguna posibilidad de construir algo nuevo aglutinando este espectro que se ha situado claramente a la izquierda del PSOE y que, de sumar todos los votos, podría traducirse en una fuerza que ayudaría a cambiar la lamentable situación económica, política y social que vivimos. Para que esto no sea un cuento de la lechera, con el final ya conocido, lo primero que hay que hacer es entender a qué problemas se enfrenta esta opción, para afrontarlos y sortearlos.
II
El éxito imprevisto de Podemos tiene bastante que ver con procesos ya detectados en el 15-M y visibles en los movimientos sociales. Por una parte, hay importantes sectores de la juventud que no se reconocen en la vieja izquierda y que exigen formas de participación política más directas (y a veces también más superficiales); que ven a algunas de las organizaciones tradicionales de la izquierda, especialmente los sindicatos y los partidos tradicionales, como aparatos institucionalizados que no dan respuesta a la gente normal, y que consideran la actuación institucional del entorno de IU tan decepcionante como la del mismo PSOE. Es también posible que Podemos haya captado, además, a votantes del PSOE para quienes IU sigue teniendo la marca “comunista”, y una nueva formación con menor carga ideológica resulta atractiva.
Estos aspectos no son desdeñables a la hora de reconstruir la izquierda. Los viejos partidos, la vieja izquierda, pretendían contar con un análisis bastante completo de la realidad, con un programa coherente para transformar la sociedad y con una organización que, al menos en teoría, estaba pensada para poner en práctica este programa. En la realidad las cosas son distintas, pero este punto de referencia nunca ha faltado y afecta a la relación cotidiana de la militancia con su entorno. En cambio, los nuevos modelos se construyen más bien como ristras de propuestas concretas, con modelos participativos que muchas veces son poco reflexivos; con demandas específicas que no apuntan más que indirectamente a un modelo social alternativo del que sólo se tienen intuiciones. Se evitan algunos problemas (los viejos modelos farragosos, los filtros y la pesadez introducidos por los aparatchiks) y posiblemente se cae en otros (irreflexión, inconsistencia, etc.). Pero es evidente que ésta es de momento la única forma de motivar la participación de personas que exigen ser tomadas como militantes activos, copartícipes, y no como tropa de choque para las batallas. Sin duda algo tiene que ver en ello el distinto nivel educativo de la sociedad actual, su acceso a la información. Si algo es evidente es que la única forma de motivar e integrar es ofreciendo un proceso abierto, participativo y dinámico que la vieja izquierda a menudo no ha sabido, o no ha querido, crear. Empezando por renovar las caras de los líderes.
III
Izquierda Unida y sus socios tienen, pues, el claro reto de transformarse en algo diferente si quieren aumentar su incidencia y convertir este impulso electoral en la posibilidad de un cambio en la hegemonía de la izquierda. Una tarea que incluye olvidarse de la vieja concepción de un partido guía que trata de controlar los límites de la coalición. Si se quiere construir un espacio mayor, necesariamente hay que diseñarlo de otra forma y correr el riesgo de la pérdida de control en aras al desarrollo de un nuevo proyecto más amplio, más inclusivo, más dinámico.
Los problemas no se limitan simplemente al posible enquistamiento del núcleo duro de Izquierda Unida, a sus tics de profesionales de la política. También Podemos y otras formaciones parecidas pueden impedir un cambio en el horizonte de la izquierda. La cuestión más preocupante, que de momento parece haberse evitado, es la de ensimismarse en el éxito y pensar que simplemente hay que esperar ganarle el sorpasso a IU. Esta actitud de autocomplacencia y distanciamiento de la izquierda tradicional ya se ha podido detectar en muchos de los movimientos que se han generado en torno al 15-M, y un éxito electoral como el obtenido puede fomentar estas actitudes. El propio crecimiento electoral puede traducirse en un aluvión de adhesiones en las que podría entrar mucha “ganga” y retroalimentar diversos tipos de derivas. Elaborar un programa mediante consultas en internet y asambleas de simpatizantes es relativamente fácil, sobre todo si se compara con la necesidad de articular verdaderamente un modelo organizativo capaz de trabajar en el día a día y enfrentarse a las mil y una trampas que a partir de ahora les van a tender a Podemos como organización y, aún más, a cualquier intento de vertebrar un espacio mucho más amplio de izquierda alternativa a la caduca socialdemocracia.
Construir este espacio, tan necesario por otra parte, exige por tanto que todas las organizaciones hagan un esfuerzo de entendimiento y de diseñar unas reglas de juego que permitan que, bajo un gran paraguas común, se articulen demandas sociales, alternativas, propuestas y movimientos sociales que puedan empujar hacia cambios significativos en diversos espacios de la vida social. No se trata necesariamente de articular una mera gran coalición electoral (puestos a ser realistas, incluso valdría la pena investigar cuál es la fórmula que permite sacar mejores resultados, ya que albergo la sospecha de que a lo mejor la suma de siglas no siempre se traduce en una suma de votos), sino de un bloque social capaz de modificar la dinámica de los procesos, un bloque social capaz de generar sinergias tanto en el plano institucional como en el social.
IV
Asimismo, aun en el mejor de los casos, en que se pudiera configurar un amplio bloque político que consiguiera resultados electorales significativos, hay que ser conscientes de las cortapisas que encontraría en su acción política a la hora de aplicar las reformas propuestas en muchos de los programas que hoy ya conocemos. En las sociedades capitalistas, el poder político casi nunca constituye el mayor núcleo de poder. En las sociedades del capitalismo global, los espacios nacionales están supeditados a poderes superiores tanto formales (Unión Europea, OMC, FMI…) como informales (el poder de las grandes potencias ejercido por canales diversos). Y, por otra parte, las propias sociedades locales poseen unas inercias y hábitos arraigados (y unas estructuras sociales que los fomentan) que generan muchas resistencias a los procesos de cambio. Los cambios reales son siempre mucho más modestos que lo que se redacta en los programas. El balance de poder obliga siempre a muchas concesiones con la realidad, y esto a veces genera la incomprensión y el desengaño en una base social que espera y necesita transformaciones radicales a corto plazo. La única fórmula para minimizar este problema es la de la transparencia, el reconocimiento de los problemas, la discusión abierta de las resistencias y las concesiones; actividades que hasta ahora no suelen formar parte de las prácticas habituales de políticos profesionales y activistas sociales. Se trata sobre todo de elaborar reglas de juego claras que permitan articular una amplia coalición de organizaciones de diferente tradición.
V
A todas las dificultades obvias en cualquier país capitalista se une, en el caso español, la cuestión de las nacionalidades. Reconocer de forma abstracta el derecho de autodeterminación (como han hecho Izquierda Unida y Podemos) no resuelve la cuestión, aunque es un buen comienzo. Prueba de que el asunto es complejo es que una persona tan honesta como Jiménez Villarejo decidiera trasladar su apoyo de ICV-EUiA a Podemos precisamente por el pronunciamiento de la primera respecto del proceso catalán. Y esta misma organización puede experimentar problemas internos cuando tenga que pronunciarse no sólo sobre el derecho a la consulta, sino también sobre si votar a favor o en contra de la independencia. La cuestión nacional es compleja y tiene muchas aristas. Haciendo una lectura local de los resultados de las europeas en Catalunya, puede constatarse que ICV-EUiA ha obtenido votos en la casi totalidad de municipios catalanes, y en muchos lugares (aunque de forma modesta) se ha convertido en la tercera fuerza, tras ERC y CiU (y a cuenta del PSC). No me parece fuera de lugar concluir que la posición de la coalición sobre la consulta le ha servido para obtener una cierta consolidación territorial (y, en cambio, ha descalabrado completamente al PSC entre las capas medias urbanas y el mundo extrametropolitano). El nacionalismo periférico puede no gustar; a mí, por ejemplo, todos los nacionalismos me producen alergia, pues sigo aspirando a construir unas condiciones de vida aceptables a escala planetaria. Pero creo que es imposible soslayarlos por el simple hecho de sentir rechazo hacia ellos, y es una de las cuestiones en que es preciso buscar soluciones de compromiso. En la situación actual de enconamiento en Catalunya, encontrarlas es uno de los nodos centrales que debe plantearse la construcción de un proyecto de bloque alternativo.
VI
Hay muchas incógnitas y cuestiones por resolver, pero al menos se ha abierto una ventana de aire fresco. El reto ahora es conseguir que este cambio de signo se consolide y se refuerce; que el ejemplo griego con el que he titulado la nota dé lugar a experiencias parecidas en otras partes; que el marasmo al que nos ha conducido el neoliberalismo empiece a encontrar resistencias sólidas y respuestas necesarias.
28 /
5 /
2014