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John Bellamy Foster

La crisis epocal

Un indicio de la gigantesca dimensión del reto histórico al que se enfrenta la humanidad en nuestros días es que la peor crisis económica desde la Gran Depresión, a veces llamada la Segunda Gran Depresión, se vea ensombrecida por la amenaza aún mayor de la catástrofe planetaria, que plantea la cuestión de la supervivencia a largo plazo de innumerables especies (incluida la nuestra) [1]. Por tanto, el mundo tiene la necesidad urgente de desarrollar el conocimiento de las interconexiones entre el profundo atolladero de la economía capitalista y la amenaza ecológica en rápida aceleración (en sí misma un subproducto del desarrollo capitalista).

Utilizaré aquí el término “crisis epocal” para referirme a la convergencia de unas contradicciones económicas y ecológicas tales que han minado las condiciones materiales de la sociedad en su totalidad, lo que plantea la cuestión de una transición histórica a un nuevo modo de producción. Se puede distinguir de las crisis de desarrollo corrientes que jalonan la historia del capitalismo. Una crisis epocal de este tipo, como ha defendido Jason Moore, caracterizó a la transición del feudalismo al capitalismo desde finales del periodo medieval hasta el siglo XVII; una crisis de una época histórica completa que fue igualmente ecológica, económica y social en sus manifestaciones, extendiéndose desde una hambruna recurrente, la peste negra y el agotamiento de los suelos hasta las revueltas campesinas y la escalada de la guerra [2]. Me propongo argumentar que hoy en día se está produciendo una crisis epocal aún más trascendental que la que produjo la transición del feudalismo al capitalismo, surgida de la expansión ilimitada de un sistema capitalista dirigido al proceso de creación de riqueza abstracta.

Contrariamente al mito económico, el sistema de producción e intercambio capitalista no toma la forma de producción simple de mercancías, o circuito M-D-M, en el que una mercancía (M), con un valor de uso cualitativo definido, se intercambia por dinero (D), que es entonces intercambiado por otra mercancía (M) con un valor de uso diferente, para ser simplemente consumida al final. Por el contrario, en línea con lo que Marx denominaba “la fórmula general del capital”, o D-M-D’, el dinero (D) se intercambia por capacidad de trabajo y mercancías con las que producir una nueva mercancía (M), que será vendida por más dinero (D’ = D + Δd o plusvalía). De ahí que no sea el valor de uso, que cubre necesidades concretas, cualitativas, lo que constituye el objetivo de la producción capitalista, sino el valor de cambio, que genera un beneficio para el capitalista. Además, la naturaleza abstracta, puramente cuantitativa, de este proceso implica que no haya final para el incentivo de buscar más dinero o plusvalía, puesto que D’ conduce en el siguiente circuito de producción al impulso para conseguir D’’, seguido por el impulso para conseguir D’’’ en el siguiente circuito, en una secuencia infinita de acumulación y expansión.

Es característico del capitalismo monopolista una ulterior torsión de este proceso mediante el desplazamiento del valor de uso natural-material por un valor de uso específicamente capitalista, cuyo único uso “real” es aumentar el valor de cambio para el capitalista. De esta forma, mercancías derrochadoras y destructivas dominan cada vez más la producción, desde la maquinaria militar a los cambios superficiales en los modelos de automóviles, pasando por un embalaje excesivo. Aquí la formula general del capital de Marx, como atañe a la producción en sí, se ha metamorfoseado en D-CK-D’, donde CK se refiere a un valor de uso específicamente capitalista [3].

En el nivel más estratosférico representado por las finanzas contemporáneas, la fórmula general del capital, o D-M-D’, está siendo suplantada cada vez más por el circuito de capital especulativo, D-D’, en el que la producción de valores de uso desaparece completamente y el dinero simplemente crea más dinero [4]. Lo que los economistas llaman “la economía real”, el reino de la producción de mercancías asociadas al PIB, queda de esta forma subordinada a la lógica irracional de la fase de capital monopolista-financiero de hoy a un proceso de generación de riqueza organizado alrededor de la apreciación de los valores financieros y dependiente de una serie infinita de burbujas financieras. El capital financiero lleva cada vez más la voz cantante, en gran medida desconectado de la economía real de producción de mercancías y de valor de uso.

Tras el velo mundial de las relaciones de valor capitalistas, cientos de millones de personas, incluso miles de millones, se encuentran empobrecidas y desamparadas y a menudo les falta lo más básico para su existencia material —alimentos adecuados, agua, ropa, vivienda, empleo, salud pública y un medio ambiente no tóxico— debido a los fracasos y contradicciones de la acumulación. Mientras tanto, lo que los ecologistas llaman “riqueza real”, esto es, el producto de la naturaleza en sí, es extraída del medio ambiente a una escala cada vez mayor desprovista de cualquier preocupación tanto por la racionalidad de la producción como por la sostenibilidad de los sistemas naturales, robando tanto a las generaciones actuales como a las futuras. Dado que las relaciones de intercambio desigual con respecto tanto a la naturaleza como al trabajo prevalecen en la economía internacional, este robo cae desproporcionadamente sobre los países más pobres, una parte de cuyos valores de uso naturales (y plusvalía económico) son desviados sistemáticamente para enriquecer a los países ricos en la cúspide de la pirámide imperialista mundial [5].

En todas partes, la estrecha racionalidad del capital monopolista financiero está entrando en conflicto con las relaciones materiales reales, socavando la producción real y la riqueza real —de hecho, todo el ámbito del valor de uso, el bienestar humano y la vida misma—, y generando una creciente enfermedad socioecológica que se extiende en todas direcciones a la vez. “La racionalidad económica capitalista”, escribe Samir Amin en Tres ensayos sobre la teoría del valor de Marx (2013), se ha transformado en el siglo XXI en la “irracionalidad social a escala del género humano” y la Tierra en su conjunto [6]. Para comprender el pleno significado de esto es esencial explorar con mucho más detalle las dimensiones tanto económicas como ecológicas de la crisis epocal del capitalismo.

Las dimensiones económicas

Las dimensiones económicas de la crisis epocal se pueden describir en función de tres tendencias que se refuerzan mutuamente: la monopolización, el estancamiento y la financiarización, combinadas, a escala mundial, con el arbitraje mundial de la mano de obra. A finales del siglo XIX y principios del XX tuvo lugar el surgimiento de la etapa monopolista del capitalismo, producto de la concentración y centralización del capital. La empresa típica es hoy un casi monopolio u oligopolio con un considerable poder monopolista con respecto al precio, el producto y la inversión. Las empresas del sector industrial de la economía están muy concentradas, dominadas por unas pocas firmas gigantes que se benefician de rentas monopolistas sustanciales. Es igualmente cierto en la esfera de las finanzas, en la que los cuatro grandes bancos estadounidenses poseen casi la mitad del total de los valores bancarios. En 2007, al principio de la Gran Crisis Financiera, las 200 mayores corporaciones contaban con aproximadamente el 30% de todos los beneficios brutos de la economía (tras subir desde el 13% en 1950), mientras que las 500 mayores empresas mundiales obtenían entre el 35 y el 40% del total de los ingresos mundiales (tras subir desde menos del 20% en 1960). Lo que se describe a menudo como una creciente competencia internacional es en realidad la rivalidad global intensificada de firmas monopolistas embarcadas en una mezcla de conspiración de precios y diversas formas de competición en lo que no se refiere al precio [7].

Estas corporaciones gigantes, con una extensión mundial, disfrutan de márgenes de beneficio cada vez más amplios, lo que genera crecientes problemas de desigualdad y absorción de plusvalía de capital y la ralentización de la tasa total de acumulación, especialmente en el núcleo de la economía capitalista mundial. El estancamiento, por tanto, más que un rápido crecimiento es el estado normal de la economía capitalista monopolista, contrarrestado a veces parcialmente por factores históricos específicos (como guerras, innovaciones que cambian una época, el esfuerzo de ventas y la financiarización) [8].

Lo que Paul Sweezy denominaba la “financiarización del proceso de acumulación de capital” ha sido el medio principal con el que el capital monopolista se ha adaptado en las últimas décadas a este estancamiento económico cada vez más profundo [9]. Ante la dificultad para absorber provechosamente la enorme plusvalía económica potencial a su disposición, las grandes corporaciones y los inversores ricos han vertido cada vez más sus plusvalías de capital en la esfera financiera para asegurar grandes retornos especulativos. Las instituciones financieras respondieron a esta demanda adicional de sus productos proporcionando todo un conjunto infinito de nuevas y exóticas oportunidades especulativas (bonos basura, derivados, opciones, hedge funds, etc.) que han llevado a una explosión del crédito/deuda. Hasta las empresas productoras de mercancías como General Electric y General Motors crearon divisiones financieras para intentar capturar parte de los beneficios que se podían conseguir en las finanzas. El resultado fue una serie de burbujas financieras que incentivaban la economía, pero a costa de una mayor fragilidad de todo el sistema. Finalmente, esta nueva superestructura financiera cobró vida propia, dominando sobre la producción, con lo que la toma de decisiones fue migrando cada vez más de los consejos de administración de las corporaciones a los mercados financieros [10].

La lógica del sistema bajo la actual fase de capital monopolista-financiero es, por tanto, que la acumulación de capital en el sentido tradicional, esto es, centrada en la formación de capital real, esté siendo subordinada a un proceso cada vez más abstracto de generación de riqueza mediante la promoción de la valorización de los valores financieros. D-M-D’ ha dado paso a D-D’ (una posibilidad que Marx planteó y Keynes temía) [11]. A escala internacional, el sistema está gobernado por el arbitraje global de la mano de obra, por el que firmas multinacionales gigantescas buscan los menores costos de la unidad de trabajo por todo el mundo, trasladando la mayor parte de la producción industrial a zonas exportadoras en el Sur global y estimulando el crecimiento de un puñado de economías emergentes dependientes de la exportación. Las relaciones imperialistas se han intensificado en todo el mundo mediante un proceso acelerado de intercambio económico desigual (en el que la diferencia en los salarios es mayor que la diferencia en la productividad) y un sistema general de renta imperial [12]. No sorprende, bajo estas condiciones, que el PIB medio anual per cápita de los países en desarrollo (excluyendo a China) fuese solo un 6,1% del de los países del G7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá) en 1970-1989, cayendo al 5,6% en 1990-2006 (justo antes de la Gran Crisis Financiera) [13].

Las dimensiones ecológicas

Las dimensiones ecológicas de la crisis epocal se entienden mejor desde el punto de vista del análisis de Marx del metabolismo de la naturaleza y la sociedad (ampliado para tener en cuenta las relaciones del capitalismo monopolista) [14]. Según la concepción de Marx, la producción existía como un proceso social dentro del “metabolismo universal de la naturaleza”. Los valores de uso materiales eran apropiados del “mundo natural” y transformados por la producción en valores de uso sociales para cubrir “necesidades humanas”. Esto constituía “la condición universal para la interacción metabólica entre naturaleza y hombre, y como tal es una condición natural de la vida humana”.

Marx vería lo que llamaba “industria extractiva” —“el pez pescado en el agua … o la madera talada en el bosque primitivo, o el mineral sacado del pozo”— como valores de uso naturales (riqueza real) proporcionada por la naturaleza independientemente del trabajo humano. Escribió en El Capital: “La Tierra, por una parte, el trabajo en la otra … son elementos materiales de cualquier proceso de producción” relacionados con el proceso metabólico universal de la naturaleza y, por tanto, no reducible a “formas sociales” [15]. Esta concepción de las condiciones naturales elementales a las que la sociedad debe adaptarse le llevaron a desarrollar su crítica de la “brecha insalvable en el proceso interdependiente del metabolismo social” asociada a la transgresión por parte del capitalismo de las “leyes naturales de la vida” [16]. Tan universal era esta brecha en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad bajo el capitalismo industrial —reflejada en el robo al suelo de sus nutrientes enviados a la ciudad bajo la forma de alimentos y fibras, dando como resultado la contaminación de los centros urbanos— que se extendió al comercio internacional, de modo que, a todos los efectos, algunos países roban a otros su suelo en el marco de un proceso general de imperialismo ecológico [17].

¿Cómo se puede aplicar este análisis del metabolismo de la naturaleza y la sociedad desarrollado por Marx a la crisis epocal actual? Contamos ya con un extenso volumen de obras que utilizan el concepto de “brecha metabólica” de Marx para analizar los problemas ecológicos de hoy [18]. Por el contrario, la otra parte del análisis del metabolismo naturaleza-sociedad, más relacionada con la mercancía, centrada específicamente en el rol de la producción de valor de uso, apenas ha sido tratada en un contexto ecológico. Una cuestión crucial es cómo la cambiante estructura de valor de uso de la economía ha contribuido a una degradación ecológica planetaria. Marx mismo nos proporciona algunas pistas directas en esta área. Aunque él señalaba la existencia de valores de uso específicamente capitalistas (como la cerradura diseñada por el cerrajero, quien se beneficiaba así de la criminalidad promovida por el sistema), no analiza sistemáticamente tales fenómenos relacionados con el desarrollo histórico de los valores de uso, puesto que eran relativamente poco importantes en el capitalismo competitivo de su época [19].

La respuesta a la pregunta sobre las implicaciones ecológicas de la estructura cambiante de los valores de uso de la economía capitalista debe buscarse por tanto en el cambio histórico del capitalismo competitivo al monopolista (extendiéndose más allá de la época de Marx). Thorstein Veblen proporcionó los rasgos principales de un análisis en este sentido a principios del siglo XX en su libro El propietario absentista y la empresa de negocios en los tiempos recientes (1923). Veblen argumentaba que la producción de residuos —que en La teoría de la clase ociosa había definido como gasto que “no sirve a la vida humana o al bienestar humano en su conjunto”— había llegado a ser esencial en la nueva economía empresarial como un medio para aumentar las ventas y los beneficios frente a una demanda limitada. Tales gastos improductivos habían penetrado tan profundamente en toda la estructura de producción, sugería, que “la distinción entre producción y venta se había difuminado progresivamente … hasta que sin duda será cierto ahora que el coste en tienda de muchos artículos producidos para el mercado es principalmente imputable a la producción de apariencias vendibles, normalmente ostentosas” [20].

Paul Baran y Paul Sweezy ampliaron esta argumentación en 1966 en El capital monopolista. Basándose tanto en Marx como en Veblen, analizaron ampliamente el crecimiento de los residuos económicos como un medio de absorción de plusvalía, en formas tan variadas como el gasto militar, el esfuerzo de ventas y FIRE (“finanzas, seguros y propiedad inmobiliaria”, por sus siglas en inglés). El esfuerzo en las ventas, insistían, ha crecido tan prodigiosamente bajo el capitalismo monopolista que la estructura de valor de uso de la economía ya no podía ser vista como una expresión racional de los costes de producción. Lo que ellos llamaban “el efecto interpenetración” representa esta combinación de costes de venta y costes de producción, con el resultado de que una proporción cada vez mayor de lo que eran considerados costes de producción eran de hecho formas de residuos impuestos por el sistema, esto es, valores de uso específicamente capitalistas (CK). La obsolescencia de los productos se creó intencionadamente en bienes de consumo duraderos, mientras que los bienes de consumo se diseñaron estructuralmente en su totalidad con un gasto enorme para promover formas adquisitivas extremas de conducta de compra. Con los residuos asociados al marketing penetrando en la estructura profunda de la producción bajo el régimen de la corporación gigantesca, el comprador no tenía otra opción que pagar por tales costos improductivos —incluido en el precio hasta de los bienes de consumo más necesarios como una condición para disponer de ellos—. Todo esto era considerado “racional” y “eficiente” por una economía monopolista de estado asediada continuamente por problemas de mercados saturados, crecimiento lento y desempleo/subempleo [21].

El problema esencial, por tanto, en la crítica del capitalismo monopolista, como explicó Baran en una carta a Sweezy el 19 de diciembre de 1961, era contabilizar el “output económico imputable a inputs mal utilizados, y por ‘mal utilizados’ quiero decir aquí explotados en el sentido marxiano, desperdiciados en nuestro sentido [esto es, ‘que no llevan a y no son necesarios para la salud, la felicidad y el desarrollo del hombre’], subempleados en el sentido keynesiano”. Visto “crítica y negativamente”, esto significaba: “Nada de aires acondicionados de pesadilla como los edificios de Chase Manhattan, nada del orden de sesenta millones de monstruos motorizados, nada de violar el país con superautopistas y vallas publicitarias”. No había ninguna forma factible, por supuesto, de calcular todos los inputs mal utilizados y los desechos económicos (y ecológicos) resultantes. Pero la enormidad, incluso el predominio, de este fenómeno general no se podía negar. La enorme magnitud de tales gastos improductivos impedía el potencial de una sociedad más racional, más sostenible para satisfacer las necesidades humanas reales. Lo que Peter Custers, basándose en El capital monopolista de Baran y Sweezy en su Cuestionando el militarismo globalizado (2006), ha denominado “valores de uso negativos” es claramente visible hoy en una maquinaria de guerra estadounidense de un billón de dólares al año, pero también en los productos —muy a menudo tóxicos— que son la base del consumo cotidiano [22].

Todo esto se relaciona con lo que Juliet Schor ha llamado “la paradoja de la materialidad” [23]. Esto es, la idea de que, en la actualidad, lo que producimos y lo que consumimos está determinado menos por el valor de uso material del producto que por el valor simbólico que contiene desde el punto de vista del estatus social y la satisfacción de necesidades psicológicas, tal como se inculcan con el marketing moderno. Desde este punto de vista, como decía Raymond Williams, el problema no es que seamos “demasiado materialistas”, sino que “no somos lo suficientemente materialistas”. Una sociedad del desperdicio, de alto consumo, en la que el mundo de las mercancías se ha transformado por la publicidad en un “reino mágico” dedicado a la persecución de necesidades simbólicas, será inevitablemente destructivo para el medio ambiente que la rodea [24].

La más amplia irracionalidad ecológica de la producción moderna incluye el extraordinario mal uso de los inputs naturales, especialmente los recursos energéticos. Como argumentaba Barry Commoner en 1976, en una charla titulada “Petróleo, energía y capitalismo”, los “valores sociales de uso” de la economía capitalista moderna se producían de una forma termodinámicamente ineficiente y con un uso intensivo de la energía, simplemente para ahorrar costes de mano de obra —puesto que el capitalismo, como Marx había señalado correctamente, se orientaba al desplazamiento de la mano de obra para bajar los salarios—. Por ejemplo, las bolsas de mano, explicaba Commoner, se fabricaron cada vez más de plástico en lugar de cuero, a pesar de los mucho mayores inputs de energía necesarios en las primeras, simplemente porque esto servía para reducir los costes laborales (debido a la sustitución de inputs de mano de obra por energía de combustibles fósiles), proporcionando mayores márgenes de beneficio. La naturaleza socialmente irracional de esta estructura de producción era evidente ante la generación de un mayor ejército de reserva de desempleados junto con una degradación ecológica enormemente ampliada [25].

Desde una perspectiva global, es importante reconocer que la periferia del sistema capitalista mundial está sujeta a más (si no a todas) las contradicciones económicas y ecológicas del capitalismo monopolista descrito más arriba, estando sujeta al mismo tiempo a aquellas desigualdades específicas impuestas por el imperialismo. El saqueo del Sur global nunca ha dependido simplemente de un intercambio económico desigual, sino que también se ha basado en un intercambio ecológico desigual. Conviene señalar aquí que Howard T. Odum, uno de los ecologistas de sistemas más destacados del siglo XX, era también el analista más importantes del proceso de intercambio ecológico desigual. En el enfoque de Odum, derivado en parte de Marx, era crucial la noción de lo que él llamaba “riqueza real” bajo la forma de la energía encarnada (emergy) incorporada en un producto social o natural [26]. Sobre esta base, Odum pudo demostrar que los intercambios de bienes producidos en la periferia de la economía mundial normalmente incluían más energía incorporada extraída del medio ambiente libre (fuera de las relaciones monetarias) que los bienes de países producidos en el centro de la economía mundial, creando una pérdida neta de energía incorporada o riqueza real para los países de la periferia en cualquier mercado internacional de intercambio de bienes.

El “libre comercio —escribió Odum— es un ideal basado en la premisa de un intercambio justo … Pero el libre comercio enriqueció a los países desarrollados, con un elevado nivel de vida, dejando devastados a los países menos desarrollados”. La razón subyacente para ello era que los bienes producidos en la periferia generalmente contenían más “bienes gratuitos” de la naturaleza (no incluidos en la contabilidad basada en el valor del trabajo de la economía capitalista) que en el caso de los bienes producidos en los países centrales. Por ejemplo, Odum calculó que en los años ochenta y noventa Ecuador exportaba hasta diez veces más energía incorporada que la que importaba mediante los mecanismos normales de “libre comercio”. En cambio, Estados Unidos, bajo el mismo sistema de libre comercio, exportaba solo la mitad de la energía incorporada que la que importaba (y países como Holanda, Alemania y Japón solamente una cuarta parte). El comercio entre el Norte global y el Sur global, argumentaba, tomaba por tanto la forma de “capitalismo imperial” en la que los países ricos ganaban a expensas de los pobres [27]. Esta desigualdad se acentúa aún más por la migración de las industrias contaminantes del Norte global al Sur global, para concentrar los efectos tóxicos de la producción en este último y los beneficios, en forma de plusvalía económica monopolizada por las corporaciones multinacionales, en el primero.

Una revolución epocal

En el presente análisis he argumentado que la crisis epocal de nuestro tiempo emana de la intersección peligrosa y perturbadora de las contradicciones económicas y ecológicas rastreables hasta la creciente distorsión, desplazamiento y degradación de los valores de uso naturales-materiales. Esto está vinculado no solo al proceso de acumulación directamente, sino también a la aceleración del rendimiento medioambiental que supone y la brecha que le acompaña en los procesos biogeoquímicos del planeta.

En la visión esperanzada de Marx, la “humanidad inevitablemente se plantea solo aquellas tareas que puede cumplir, ya que un examen cercano siempre nos mostrará que el problema mismo surge solamente cuando ya están presentes, o al menos en curso de formación, las condiciones materiales para su solución”. Hoy existe el potencial material —tanto económica como ecológicamente— para superar la crisis epocal de nuestro tiempo. Este potencial se manifiesta en la explotación, el derroche, la capacidad ociosa, el desplazamiento de los valores de uso y la destrucción rapaz de la riqueza real que caracteriza al sistema actual. El gigantesco uso erróneo de los recursos humanos y naturales que constituye la moderna economía capitalista implica que ya hemos sobrepasado en mucho el potencial para redirigir la producción y el consumo para cubrir las necesidades humanas y para practicar la conservación a un nivel global, creando una sociedad con sostenibilidad ecológica e igualdad sustantiva.

Cumplir esto significa, sin embargo, romper con el impulso expansionista del capitalismo que está destruyendo hoy la Tierra como un “espacio seguro de operaciones para la humanidad” al haber cruzado límites planetarios críticos. Esto se manifiesta en brechas planetarias como el cambio climático, la acidificación de los océanos, la destrucción de la capa de ozono, la extinción de especies, la alteración de los ciclos del nitrógeno y el fósforo, la pérdida de agua dulce, la pérdida de tierra cultivable, la carga de aerosoles y la contaminación química [28].

Para el capitalismo el tiempo es dinero, y el futuro de la humanidad y de la Tierra se menosprecia sistemáticamente en relación con la posibilidad de hacer caja. El capital monopolista altera la estructura de valor de uso de la economía misma al generar valores de uso específicamente capitalistas que frecuentemente son de carácter negativo para acelerar la circulación de mercancías, el nivel del rendimiento medioambiental y la producción total, con el único objetivo de generar más riqueza para los ricos en la actualidad [29]. Après moi, le déluge! es por tanto el espíritu del capitalismo, particularmente en su fase actual de capital monopolista financiero [30]. Se sigue de ello que la actual crisis epocal requiere una no menor transición epocal de un modo de producción a otro, reminiscente de la transición del feudalismo al capitalismo, pero a una escala muchísimo mayor. De hecho, lo que se necesita, citando a István Mészáros, es el tipo de “cambio estructural … global epocal defendido por Marx” [31].

¿Cómo se producirá la necesaria transición revolucionaria? Estoy convencido de que fuerzas objetivas están hoy borrando progresivamente las distinciones anteriores entre explotación en el puesto de trabajo y degradación medioambiental (a medida que el capitalismo socava universalmente todas las condiciones reales-materiales de producción). Este cambio dramático se produce más rápidamente en el Sur global que en el Norte global. Lo estamos viendo en lugares tan diversos como China, India, Egipto, Turquía, Sudáfrica, Brasil, Bolivia, Ecuador e incluso partes de Norteamérica (por ejemplo, en el gran movimiento que crece en torno a los indígenas canadienses Idle No More [“Nunca más la inacción”]), cuyo surgimiento podría ser definido como un levantamiento “ecologista de la clase obrera” de amplias alianzas de grupos oprimidos en torno a condiciones materiales degradadas. Esta ampliación de las luchas obreras a luchas medioambientales y el forjamiento de diversas alianzas comunitarias no debería sorprendernos, puesto que las primeras luchas de la clase obrera en Europa se dirigieron tanto contra la toxicidad de los centros industriales en los que los trabajadores se veían obligados a vivir como contra la explotación dentro de las fábricas [32]. La extensa privatización puesta en marcha por lo que Naomi Klein ha denominado acertadamente “capitalismo del desastre” se produce en respuesta a una nueva sociabilidad ecológica que abarca una visión de la producción humana en su sentido más fundamental como el metabolismo de la naturaleza y la sociedad [33].

Un elemento central en la crisis epocal, como hemos visto, es el mal uso de los valores de uso natural-materiales, tanto dentro de la producción estrechamente considerada como dentro de lo que Marx llamaba “la interacción metabólica de la naturaleza y la sociedad”, o producción humana en su sentido más amplio, más dialéctico. Todas las relaciones materiales, ya sean económicas, culturales-comunales o medioambientales, se ven afectadas. Nos acercamos por tanto a un momento histórico —un producto de la vasta destructividad creativa del capitalismo de nuestra era— en el que estas diversas condiciones materiales ya no estarán tan desconectadas como lo han estado la mayor parte del siglo pasado. Aunque toda clase de conflictos siguen presentes dentro de las comunidades trabajadores en torno a los problemas laborales, medioambientales y culturales —con poderes que hacen todo lo que pueden por desunir a los trabajadores, en línea con el viejo principio de “divide y vencerás”—, surgen no obstante las condiciones objetivas que crean el potencial para una mayor alianza material contra el sistema. Esta probablemente tomará la forma de una lucha correvolucionaria, en el sentido sugerido por David Harvey, personificada en una alianza de movimientos de género, raza, clase, indigenistas y ecologistas [34].

Todo esto depende, por supuesto, de que consiga la preeminencia una clase obrera ecologista (y un campesinado ecologista) capaz de iniciar una lucha amplia, contrahegemónica, para cubrir las necesidades humanas en línea con los procesos biogeoquímicos fundamentales del planeta (un mundo de igualdad sustantiva y sostenibilidad ecológica). No cabe duda de que es una necesidad objetiva ni de que cada vez más lo será también subjetiva. No obstante, no hay ninguna certeza sobre el futuro de la humanidad. La continuación misma de la especie humana junto con muchas de las otras formas “superiores” de la vida está ahora mismo en duda. El futuro e incluso la supervivencia de la humanidad descansan por tanto, como nunca antes, en la lucha revolucionaria de la humanidad misma.

 

Notas

[1] J. Bradford DeLong, “The Second Great Depression”, Foreign Affairs, julio-agosto de 2013, http://foreignaffairs.com.

[2] Jason W. Moore, “Transforming the Metabolic Rift: A Theory of Crises in the Capitalist World Ecology”, Journal of Peasant Studies, vol. 38, nº 1 (2011), p. 11. Véase también Jason W. Moore, “The Crisis of Feudalism: An Environmental History”, Organization and Environment, vol. 15, nº 3 (septiembre de 2002), pp. 301-322.

[3] Véase John Bellamy Foster, “The Ecology of Marxian Political Economy”, Monthly Review, vol. 63, nº 4 (septiembre de 2011), p. 12.

[4] Karl Marx, Capital, vol. 1 (Londres: Penguin, 1976), pp. 247-257. El “movimiento total” del capital, implícito en la fórmula general es el de D-M…P…M’-D’, mostrando la transformación que tiene lugar en la mercancía como resultado de la producción. Véase Karl Marx, Capital, vol. 2 (Londres: Penguin, 1978), pp. 131-132. Sobre el capital orientado al interés o capital especulativo véase Karl Marx, Capital, vol. 3 (Londres: Penguin, 1981), pp. 515-524.

[5] Véase Howard T. Odum, Environment, Power, and Society for the Twenty-First Century (Nueva York: Columbia University Press, 2007), pp. 273-278; John Bellamy Foster y Hannah Holleman, “The Theory of Unequal Ecological Exchange: A Marx-Odum Dialectic”, en prensa, Journal of Peasant Studies (2014).

[6] Samir Amin, Three Essays on Marx’s Value Theory (Nueva York: Monthly Review Press, 2013), p. 55.

[7] John Bellamy Foster y Robert W. McChesney, The Endless Crisis (Nueva York: Monthly Review Press, 2012), pp. 67-72; Robert W. McChesney, Digital Disconnect (Nueva York: The New Press, 2013), pp. 36-41; Joseph E. Stiglitz, The Price of Inequality (Nueva York: W.W. Norton, 2012), pp. 39-47.

[8] Esta tesis central fue avanzada en Paul A. Baran y Paul M. Sweezy, Monopoly Capital (Nueva York: Monthly Review Press, 1966).

[9] Paul M. Sweezy, “More (or Less) on Globalization”, Monthly Review, vol. 49, nº 4 (septiembre de 1997), p. 3.

[10] Sobre la historia de la financiarización véase especialmente Harry Magdoff y Paul M. Sweezy, Stagnation and the Financial Explosion (Nueva York: Monthly Review Press, 1987). Para una extensión del análisis a los años 2006-2008 véase John Bellamy Foster y Fred Magdoff, The Great Financial Crisis (Nueva York: Monthly Review Press, 2009).

[11] Foster y McChesney, The Endless Crisis, pp. 51-55; John Maynard Keynes, The General Theory of Employment, Interest, and Money (Londres: Macmillan, 1973), p. 159; Jan Toporowski, Why the World Economy Needs a Financial Crash and Other Critical Essays (Londres: Anthem Press, 2010). Keynes mismo hizo uso del D-M-D’ al desarrollar sus ideas que le llevaron a la General Theory. Véase John Maynard Keynes, Collected Writings, vol. 29 (Londres: Macmillan, 1979), pp. 81-82.

[12] Véase Foster y McChesney, The Endless Crisis, pp. 125-154; Amin, Three Essays on Marx’s Value Theory, pp. 79-90; Samir Amin, The Law of Worldwide Value (Nueva York: Monthly Review Press, 2010).

[13] Para una discusión más completa y fuentes de datos véase Fred Magdoff y John Bellamy Foster, What Every Environmentalist Needs to Know About Capitalism (Nueva York: Monthly Review Press, 2011), pp. 64-65 y 168.

[14] Véase John Bellamy Foster, Marx’s Ecology (Nueva York: Monthly Review Press, 2000), pp. 141-177.

[15] Marx y Engels, Collected Works, vol. 30 (Nueva York: International Publishers, 1975), pp. 56 y 62-65; Marx, Capital, vol. 3, pp. 754 y 955.

[16] Marx, Capital, vol. 3, p. 949.

[17] Marx, Capital, vol. 1, p. 860.

[18] Véase John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York, The Ecological Rift (Nueva York: Monthly Review Press, 2010); Rebecca Clausen y Brett Clark, “The Metabolic Rift and Marine Ecology: An Analysis of the Ocean Crisis Within Capitalist Production”, Organization & Environment, vol. 18, nº 4 (2005), pp. 422-444; Ryan Gunderson, “The Metabolic Rifts of Livestock Agribusiness”, Organization and Environment, vol. 24, nº 4 (2011), pp. 404-422; Stefano Longo, “Mediterranean Rift: Socio-Ecological Transformations in the Sicilian Bluefin Tuna Fishery”, Critical Sociology, vol. 38, nº 3 (2012), pp. 417-436; Matthew Clement, “A Basic Accounting of Variation in Municipal Solid-Waste Generation at the County Level in Texas, 2006: Groundwork for Applying Metabolic-Rift Theory to Waste Generation”, Rural Sociology, vol. 74, nº 3 (2009), pp. 412-429; Philip Mancus, “Nitrogen Fertilizer Dependency and Its Contradictions: A Theoretical Explanation of Socio-Ecological Metabolism”, Rural Sociology, vol. 272, nº 2 (2007), pp. 269-328; Rebecca Clauson, “Healing the Rift: Metabolic Restoration in Cuban Agriculture”, Monthly Review, vol. 59, nº 1 (2007), pp. 40-52.

[19] Marx y Engels, Collected Works, vol. 30, p. 58; Karl Marx, Theories of Surplus Value, parte 1 (Nueva York: International Publishers, 1969), pp. 387-388. En el pasaje anterior, citado de The Economic Manuscript of 1861-1863 (en Marx y Engels, Collected Works, vol. 30), Marx distingue entre: a) “valores de uso superiores” en el sentido de hacer bajar aún más la línea en la transformación social de los valores de uso, y b) valores de uso que eran “moralmente” superiores en “el sistema de necesidades”. Según el primer criterio (nivel de tranformación productiva de valores de uso), el aguardiente, decía, era superior al grano, mientras según el segundo criterio (necesidades) el grano era superior.

[20] Thorstein Veblen, The Theory of the Leisure Class (Nueva York: New American Library), pp. 78-80; Thorstein Veblen, Absentee Ownership and the Case of Business Enterprise in Recent Times (Nueva York: Augustus M. Kelley, 1964), pp. 300-301.

[21] Baran y Sweezy, Monopoly Capital, pp. 112-141; “Last Letters: Correspondence on ‘Some Theoretical Implications”, Monthly Review, vol. 64, nº 3 (julio-agosto de 2012), pp. 68 y 73; “Some Theoretical Implications”, Monthly Review, vol. 64, nº 3 (julio-agosto de 2012), pp. 45-58. Para una crítica de la expansión del márketing bajo el capitalismo monopolista véase Michael Dawson, The Consumer Trap (Urbana: University of Illinois Press, 2003).

[22] Peter Custers, Questioning Globalized Militarism (Londres: Merlin Press, 2006), pp. 11-12 y 36-38; John Bellamy Foster, Hannah Holleman y Robert W. McChesney, “The U.S. Imperial Triangle and Military Spending”, Monthly Review, vol. 60, nº 5 (octubre de 2008), pp. 1-19.

[23] Juliet Schor, True Wealth (Londres: Penguin, 2011), p. 41.

[24] Raymond Williams, Problems in Materialism and Culture (Londres: Verso, 1980), p. 185.

[25] Barry Commoner, “Oil, Energy and Capitalism”, charla ofrecida en la Community Church de Boston, 22 de febrero de 1976, http://climateandcapitalism.com. Véase también The Poverty of Power (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1976), pp. 194-195 y 236-237.

[26] Howard T. Odum, “Interview of Howard T. Odum”, realizada por Cynthia Barnett, 16 de agosto de 2001, http://ufdc.ufl.edu, p. 40; Howard T. Odum y Elisabeth C. Odum, A Prosperous Way Down (Boulder: University Press of Colorado, 2001), p. 139; David M. Scienceman, “Emvalue and Lavalue”, documento presentado en la reunión anual de la International Society for Systems Sciences, Universidad of Denver, Denver, Colorado, 12-17 de julio de 1992; Foster y Holleman, “The Theory of Unequal Ecological Exchange”. “Energía encarnada” es más exactamente en relación al sistema de Odum, “emergy”, escrito con una m, lo que destaca que es el input de energía histórica y no la energía actual encarnada en el producto. Odum mismo había utilizado originalmente el término “energía encarnada” que se emplea en este artículo para simplificar. Sobre la relación de Odum con Marx véase especialmente Howard T. Odum y David Scienceman, “An Energy Systems View of Karl Marx’s Concepts of Production and Labor Value”, en Emergy Synthesis 3: Theory and Applications of the Emergy Methodology, Proceedings from the Third Biennial Emergy Conference, Gainesville, Florida, enero de 2004 (Gainesville: Center for Environmental Policy, 2005), pp. 17-43.

[27] Odum, Environment, Power, and Society in the Twenty-First Century, pp. 273-277; Odum y Odum, A Prosperous Way Down, p. 139; Howard T. Odum, Environmental Accounting (Nueva York: John Wiley and Sons, 1996), p. 217; Howard T. Odum y J. E. Arding, Emergy Analysis of Shrimp Mariculture in Ecuador (Narrangansett, RI: Coastal Research Center, University of Rhode Island, 1991), pp. 33-39; Foster y Holleman, “The Theory of Unequal Ecological Exchange”. Los datos de Odum mostraban que unas pocas economías ricas en recursos en el mundo desarrollado, como Australia, Nueva Zelanda y (presumiblemente) Canadá, también exportaban más energía encarnada que la que importaban.

[28] Johan Rockström et. al., “A Safe Operating Space for Humanity”, Nature, vol. 461, nº 24 (septiembre de 2009), pp. 472-475.

[29] Para una crítica medioambiental del rol del descuento en una economía capitalista véase Foster, Clark y York, The Ecological Rift, pp. 95-97.

[30] Marx, Capital, vol. 1, p. 381.

[31] István Mészáros, Social Structure and Forms of Consciousness, vol. 2 (Nueva York: Monthly Review Press, 2011), pp. 15 y 24.

[32] La indicación más clara de esto es F. Engels, The Condition of the Working Class in England (Chicago: Academy Chicago Publishers, 1969). Véase también Steven Marcus, Engels, Manchester and the Working Class (Nueva York: Random House, 1974), y Howard Waitzkin, The Second Sickness (Nueva York: Free Press, 1983).

[33] Naomi Klein, The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism (Nueva York: Henry Holt, 2007), y “Capitalism vs. the Climate”, Nation, 28 de noviembre de 2011, http://thenation.com.

[34] David Harvey, The Enigma of Capital (Nueva York: Oxford University Press, 2010), pp. 228-235.

 

[Fuente: Monthly Review. Traducción al castellano de Carlos Valmaseda]

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2014

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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