¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
La construcción del catalanismo. Historia de un afán político
Los libros de la catarata,
Madrid,
238 págs.
Ramón Campderrich Bravo
No abundan precisamente las monografías dedicadas al análisis del catalanismo (nacionalismo catalán) que lo tengan como un objeto de estudio sujeto a la acción crítica y desmitificadora propia de las ciencias sociales tomadas en serio. Los nacionalismos alemán, francés, italiano o español, por ejemplo, han sido estudiados ampliamente por historiadores o sociólogos para quienes no constituyen idearios y experiencias socio-históricas intocables y sacrosantas. No parece ocurrir lo mismo con el catalanismo, que goza por estos lares de una especie de bula que impidiera su análisis en los mismos términos que cualquier otro objeto histórico o político-social, de tal manera que un acercamiento sin mitificaciones al mismo convierte a quien lo hace en “españolista” o, incluso, “franquista”. Por esta razón son necesarios libros como el escrito por los profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona Jaume Claret y Manuel Santirso, cuya pretensión es justamente convertir el catalanismo en un objeto de las ciencias sociales expurgado de tratos privilegiados incompatibles con el buen hacer científico. El propio título de la obra lo indica: La construcción del catalanismo. El catalanismo no tiene nada de natural o excepcional, sino que es una invención político-social originada en una determinada fase de la historia europea y relacionada con la defensa de determinados proyectos políticos y de los intereses de grupos sociales específicos, al igual que cualquier otro nacionalismo.
El libro es interesante sobre todo para el período histórico que va desde las primeras manifestaciones del catalanismo en el siglo XIX hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Del relato que hace de la evolución del catalanismo para ese período se extrae la siguiente conclusión: el catalanismo, en líneas generales, fue un ideario y un movimiento político predominantemente conservador, con las características propias del nacionalismo hegemónico en Europa desde el último tercio del siglo XIX, esto es, el nacionalismo de tipo alemán, por decirlo de algún modo, fundado, entre otras cosas, en unas pretendidas esencias inmutables, en una ficticia historia mítica, plagada de falsedades o tergiversaciones, y en una imagen de homogeneidad cultural inexistente que empezaba, además, a contrastar con una realidad social conformada por una incipiente inmigración. Como se sabe, este tipo de nacionalismo solía degenerar en darwinismo social, racismo/ chovinismo, irredentismo y (para los países que se lo podían permitir) imperialismo y, en cualquier caso, fue ante todo un intento de neutralizar el conflicto generado por las desigualdades sociales y el movimiento obrero en nombre de la comunidad nacional orgánica (intento éste muy presente en el nacionalismo catalán hasta los años treinta). Es el nacionalismo que condujo a la Gran Guerra e, indirectamente, a todo lo que siguió a ella. Aunque los apoyos sociales y las figuras pensantes del catalanismo de este período no aspirasen en su inmensa mayoría a la formación de un estado independiente [1], sino que prefirieran confiar la protección de sus intereses al estado español de la Restauración, nacionalismo español y nacionalismo catalán se retroalimentaban, dadas las características de los nacionalismos europeos de la época acabadas de indicar (y que el principio wilsoniano de que cada “nacionalidad” debía contar con su propio estado no hizo paradójicamente más que reforzar). Un catalanismo con un tinte más progresivo e izquierdista y menos vinculado al nacionalismo de tipo alemán o ‘herderiano’ sólo prevaleció sobre el catalanismo descrito antes en los años de la Segunda República, con la ERC de Lluís Companys, un abogado laboralista con estrechas relaciones con el movimiento anarquista, que, por cierto, en modo alguno fue partidario de un estado catalán independiente escindido de España (al menos, en público).
La parte del libro dedicada al catalanismo posterior a la Segunda Guerra Mundial es menos interesante que la dedicada al período anterior. Sobre todo por lo que se refiere al catalanismo de la transición y de la monarquía parlamentaria, hay pocas alusiones a transformaciones socioeconómicas de fondo, a las implicaciones de la integración en la Unión Europea y a aspectos importantes para comprender cómo el secesionismo o independentismo se ha convertido en pocos años en el centro del debate político en Cataluña, como la utilización de los medios de comunicación autonómicos y locales y el sistema educativo para la “nacionalización de las masas” (G. L. Mosse) en clave catalanista [2], el intento por parte de CiU y ERC de protegerse o aprovecharse de la conflictividad creada por la última crisis económica mundial convirtiendo ilegítimamente sus consecuencias negativas en una imaginaria opresión específica de los catalanes por el estado español por su condición de tales o las políticas del PP. Esta parte del libro —la relativa al período posterior a la Segunda Guerra Mundial— es, fundamentalmente, una crónica de la lucha antifranquista y los resultados electorales, posicionamientos y pactos entre los partidos políticos. Pero creo que del relato de los autores el lector podría extraer con facilidad la siguiente valiosa lección: siempre que los movimientos y partidos “de izquierda” con un apoyo social significativo han decidido asumir posturas catalanistas y coaligarse con aquellos partidos, por lo general, “de derechas”, que priman el nacionalismo (catalanismo) sobre cualquier otra cosa, son los primeros los que han perdido al final espacio político, han sacrificado su proyecto y han acabado por subordinarse a los segundos. Por supuesto, también en nombre de la comunidad nacional orgánica (pero con otras palabras más adecuadas al cambio de los tiempos).
Notas
[1] Por la sencilla razón de que aceptaban la llamada por Hobsbawm «tesis del umbral» necesario para que un estado pudiera ser viable económica y militarmente, propia de la época.
[2] Una faceta de la política de “nacionalización de las masas” realizada desde las instituciones autonómicas dominadas por partidos catalanistas ha sido la política lingüística. Los nacionalismos europeos desde el último tercio del siglo XIX convirtieron las lenguas en señas de identidad política nacional. En el catalanismo es el catalán el que hace este papel, obviamente, hasta el punto de establecerse una política de “normalización lingüística” que considera ‘anormal’ la amplia extensión en Cataluña de la lengua castellana o española, una lengua «no propia», por lo visto, de Cataluña, según el Estatuto de Autonomía de la misma, a pesar de su notable arraigo en ella, muy anterior al régimen franquista (de hecho, anterior a la difusión del catalán fabriano que se estudia en la escuela).
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2014