¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Ilusionistas
Ediciones Irreverentes,
Madrid,
116 págs.
La era del nacionalcapitalismo ecocida
Sebastià Sala López
En 1995, el reconocido biólogo Ernst Mayr sostuvo que sería muy poco probable encontrar vida inteligente en otros planetas con el inquietante argumento de que nuestra especie es una mutación letal que está condenada a extinguirse en poco tiempo. Según Mayr, lo que nos convierte en tan fatídica mutación es la concurrencia de dos factores de suma importancia desde un punto de vista evolutivo: somos una especie inteligente y numerosa. Lo hizo en un debate mantenido con el astrofísico Carl Sagan, en torno a la posibilidad de encontrar vida inteligente más allá de la Tierra. Esta anécdota la explica Noam Chomsky en una de las conferencias recogidas y traducidas por Jorge Majfud en el libro Ilusionistas. Con ella, el intelectual norteamericano quiere llamar la atención acerca de la necesidad de tomar conciencia de la magnitud del problema global que supone la degradación del medio ambiente provocada por el desarrollo insostenible de un orden mundial racionalizado irracionalmente.
A lo largo de las cuatro conferencias, el célebre lingüista intenta explicar cómo hemos llegado hasta aquí; y lo hace subrayando, en primer lugar, la importancia que ha tenido —y tiene todavía hoy— la cultura del imperialismo que los Estados Unidos empezaron a gestar a principios del siglo pasado. En efecto, desde su independencia, los EE.UU. han ido configurando por la fuerza un nuevo orden mundial hegemónico hecho a la medida de sus intereses, principalmente económicos pero también militares (siendo, estos últimos, los que en primera y última instancia garantizan los primeros). Además, Chomsky ilustra eficazmente cómo esto ha sido posible: por un lado, por ser EE.UU. un país forjado sobre la base de un sistema de gestión empresarial que ha podido desarrollarse al margen de los tratados económicos que regían las relaciones comerciales entre las principales potencias europeas hasta finales del siglo XIX (y, más concretamente, por haberlo hecho pasando por encima del cadáver de Adam Smith); por el otro, por haber tenido la gran sagacidad de hacerlo enarbolando la bandera de las democracias europeas —prometiendo, por tanto, todos los principios y valores que estas conllevan— mientras que deliberadamente hacía —y hace— todo lo contrario. Dicho de otro modo: se ha comportado las más de las veces como un Estado totalitario global que dicta todas las políticas del mundo occidental e influye directamente en todas las demás, en tanto que potencia económica y militar más importante del planeta. Por último, pero no menos importante, por el uso muy oportuno de una innovación jurídica que ellos mismos crearon para legitimar el bombardeo sobre Libia en 1989 pero que hunde sus raíces en los acuerdos que Occidente (bajo el liderazgo de Woodrow Wilson) tomó en 1918 para hacer frente al “peligro” ruso tras la Revolución de Octubre: el llamado “derecho a la legítima defensa en contra de ataques futuros”. Desde entonces, la invocación a este derecho les ha permitido legitimar interna e internacionalmente todas las guerras, ocupaciones e invasiones en las que ha participado o de las que ha sido protagonista. Y siempre en nombre de la Democracia, por supuesto. De hecho, la tergiversación deliberada del concepto de Democracia tal y como Occidente lo ha conocido durante casi cien años es una de las claves del éxito que ha permitido a los EEUU convertirse en la principal potencia predadora de la Tierra sin que apenas lo haya notado la mayor parte de la población mundial.
Chomsky no se olvida de citar los nombres e instituciones que están detrás de este plan perfectamente programado desde que los máximos mandatarios del nuevo país emergente se dieron cuenta de que podían convertirse en los amos del mundo. Y también traza una breve cronología de la consolidación del Imperio: primero con la anexión de Texas y México, seguidamente con Haití y la República Dominicana, Cuba, Canadá (donde fracasaron), y más tarde con Venezuela, pasando por América Central y hasta el establecimiento de lo que denominaron la nueva Gran Área de interés geoestratégico, que no era otra que Oriente Medio. Así, paralelamente a presidentes como Wilson, Reagan, Bush I, Clinton, Bush II y Obama, destacan instituciones como la CIA o Wall Street, que en perfecta connivencia han logrado sus objetivos de poder, dominación e influencia mundial. Y es en este contexto donde las grandes corporaciones y el sistema financiero han jugado un papel destacado.
Ilusionistas es un libro notable, perfectamente ensamblado y en donde cabe destacar el prólogo de Jorge Majmud, que facilita una mejor comprensión del libro y ofrece unas interesantísimas aportaciones en línea con el pensamiento chomskiano. Es, en definitiva, en una edición muy cuidada que merece toda nuestra atención.
Hoy, quizás más que nunca, conviene reivindicar la lucidez, la generosidad y la sabiduría de una intelectual de la talla de Chomsky, de quien a veces parece que, por ser el intelectual vivo más citado del mundo, ya se sabe todo. Las reflexiones que contiene Ilusionistas me parecen clave para la comprensión del Orden Mundial engendrado por EE.UU. y de valor inestimable por su potencialidad revolucionaria; máxime en un momento en que, como recuerda el autor, la grave crisis ecológica que estamos padeciendo se ha convertido en una externalidad más del sistema económico-financiero que, si no conseguimos revertir, será letal para toda la humanidad.
29 /
4 /
2014