La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Marcos G. Sedano
Plaza del Altozano, Triana
Erik Satie salpicaba con notas musicales la cafetería del Altozano en el barrio de Triana.
En Varsovia, el abuelo Wladyslaw recordaba cuando jugaba a «La República de los niños». El señor Korczak les había enseñado a esconderse en las alcantarillas de la calle Pésaj, desde allí podían dar el salto fuera de las murallas de alambre de espinos. Cuando lo hacían, el silencio era un chivato que alertaba a los guardias ucranianos.
El camarero corría detrás del gato, el mismo que todos los días salía con un platito de anchoas debajo de las patas.
El señor Wadyslaw, cuando se enteró que los herederos de los guardias de Treblinka, Sabibor y Belzel formaban parte del gobierno en Kiev, llamó a su nieto y a sus nietas.
El camarero se dirigió al cliente que tomaba un cafelito:
—En este país hasta los gatos están aprendiendo a robarte la cartera.
El cliente, un señor de Salamanca, le miró como si no fuera con él.
A Esther, Joseph y Judith les sorprendió la invitación de su abuelo. Cuando entraron en la habitación donde les esperaba, sonaba la Obertura 1812 de Tchaikosky.
El camarero le dijo a su compañero refiriéndose al Charro:
—Ese cara rape seguro que no deja propina.
El señor Wadyslaw les decía a sus nietos:
—Los hombres de Negro han regresado, Reinhard Heydrich se despereza en su tumba mientras una amnesia colectiva recorre Europa. Sabed que el Imperio, está preparando a los Heinrich Himmler por si les necesita…
Los nietos escuchaban sorprendidos las palabras de su abuelo.
El señor Wladyslaw continuaba hablando:
—La Historia nunca se repite, pero se parece. En las crisis profundas, las élites tienden a grandes remedios para salir de ellas. En la mayoría de los casos, han ido acompañados de destrucción masiva y muerte.
El camarero llevaba razón, el cara rape se fue sin dejarle propina, pero el gato le devolvió limpio el plato. «Una por otra», pensó.
Mientras tomaban una copa de vino Kosher, el abuelo les iba aconsejando:
—Vendrán a por nosotros y a por otros. No tengáis ninguna duda, las minorías siempre fuimos la carnaza que los asesinos llevaban al circo para entretener al pueblo. Habrá un proyecto de solución final y pondrán a los Hans Frank del siglo XXI a gobernarnos… tal vez ya estén aquí.
Nuestro objetivo sería la Paz Mundial, terminar con las guerras en curso… ¡Parar la guerra! El Emperador en su visita a las colonias europeas ya nos ha advertido: «La crisis de Ucrania nos recuerda que la libertad tiene un precio».
—Y ¿qué podemos hacer nosotras y Joseph? —preguntó Esther.
—Nosotros tenemos medios suficientes, hay que ponerlos al servicio de la Paz. La libertad del Imperio nos costó cincuenta millones de muertos la última vez —continuaba argumentando el abuelo.
Cuando después de catorce horas de trabajo el camarero recogía las mesas para cerrar, vio entrar a un grupo de marineros y exclamó: «¡La madre que me parió, los de la Base Naval de Rota!…».
Antes de marcharse, el abuelo les entregó una carpeta a su nieto y nietas; ésta contenía un mapa de la red de alcantarillas de la ciudad, los horarios de trenes, autobuses, aviones, y las direcciones que tenían que tomar en cada una de las carreteras secundarias de Polonia para salir de la ratonera europea.
Niños en el Gueto de Varsovia.
La Obertura 1812 había terminado cuando Wadyslaw le contaba al aprendiz de poeta la historia de «La República de los Niños». Algo que ocurrió en el Gueto de Varsovia cuando el Pintor de Brocha Gorda era alimentado para servir al Imperio en su camino al Este.
Primavera de 2014, Puerto Bayyana.
25 /
4 /
2014