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Silvina Dell'Isola

Mafalda, la grande

Decía el gran pensador de la historia del siglo XX Eric Hobsbawm: «Cuando era muy joven creía en la posibilidad de construir un mundo perfecto. Ya estoy demasiado viejo para eso, pero sí creo en un mundo mejor». Entusiasta de aquellos a los que él llamaba rebeldes primitivos, a su último libro —publicado a sus 94 años— lo tituló precisamente Cómo cambiar el mundo. Resulta complejo entonces definir quién honró a quién aquel día de 1999 en el que se cruzó en un hotel de Buenos Aires a Daniel Divinsky, editor de Quino desde 1970, y delante de una multitud se deshizo en elogios hacia la más famosa criatura del dibujante: Mafalda.

Cuando Quino y el historiador inglés se conocieron, nuestro artista le regaló la colección completa de los cuadernos de la niña y un pequeño dibujo de ella, hecho y dedicado especialmente para él. Así lo cuenta desde Londres la viuda de Hobsbawm, Marlene, halagada de que se la llame para confirmar la anécdota y la admiración de su brillante marido por la pequeña mocosa contestataria, ciudadana del mundo pretendida como suya por chinos, indonesios, franceses o colombianos que sienten privativo de sus opuestas idiosincrasias las dudas existenciales, rabietas y preguntas fastidiosas que ella plantea desde su corta edad.

Aunque Quino dejó de dibujarla hace 41 años, en 2014 cumple medio siglo de vigencia inalterable: sigue siendo la tira latinoamericana más vendida en el planeta y en cinco décadas no se erradicó casi ninguno de los temas contra los que, con una asombrosa cintura para evadir clichés y lugares comunes, se indignaba.

Humilde, reservado, ligeramente boca sucia, Joaquín Lavado nunca condujo un automóvil. Siempre prefirió caminar, para poder observar. Con su mujer, Alicia Colombo, decidieron no tener hijos, en parte afectado por la muerte de sus padres cuando él todavía no había alcanzado la mayoría de edad. Sus personajes son su lograda descendencia, aunque a muchos, incluidas las primeras Mafaldas, tuviera que calcarlos porque no le salían siempre iguales y porque, según llegó a confesar, eran de hecho bastante malos. «Las ideas son lindas, pero el dibujo es una porquería, no sé cómo te publican», le decía allá por los años 50 Carlos Garaycochea, con quien alternaba tiras en una página de la revista Esto Es. No hacía mucho tiempo que había abandonado la Escuela de Bellas Artes en su Mendoza natal y había llegado a la gran capital a dormir con extraños de pensión siguiendo el sueño de ser dibujante como su tío Joaquín Tejedor. Cuando Quino tenía 3 años el tío le dibujó un caballito azul para distraerlo de los ruidos que venían de la chillona comisaría de al lado de su casa. Le abrió con ese espontáneo detalle la puerta de un reino de trazos sobre papel del que luego se convertiría, junto a distinguidos como Hergé, Jean Jacques Sempé o Saul Steinber, en soberano concluyente.

La historia ya está gastada: Mafalda se le reveló de casualidad cuando en 1963 le encargaron una tira para anunciar en un diario de forma velada los electrodomésticos Mansfield de la firma Siam Di Tella. Recomendado por el periodista Miguel Brascó, Quino aceptó un trabajo en principio intrascendente cuya única condición argumental era que los nombres de los personajes de esa familia de clase media comenzaran con M de Mansfield. Para la nena eligió Mafalda porque lo encontró citado en una novela de David Viñas llevada al cine el año anterior, Dar la cara, y le pareció simpático. La campaña fracasó porque se descubrió el ardid publicitario. Pero cuando para septiembre del año siguiente su amigo Julián Delgado, con el que tenía la confianza de haber compartido habitación en un albergue familiar de la avenida Forest, le pidió una historieta para la revista Primera Plana, él rescató las tiras de un cajón. «Y bueno —sintetizó cientos de veces—, ahí empezó todo.» Le sugirieron que tuviera un aire a Peanuts que, liderada por Charlie Brown y el fantasioso perro Snoopy, era ya la publicación de su tipo más influyente de Estados Unidos en esa segunda mitad del Siglo XX. Pero Mafalda se distanció de la creación de Charles Schulz no sólo porque la pequeña vivía en la calle Chile esquina Defensa del barrio de San Telmo… Umberto Eco estableció rigurosamente las diferencias entre el trabajo de ambos artistas en el prólogo del primer libro de Mafalda editado en Italia, en 1969: «Charlie Brown pertenece a un país próspero, a una sociedad opulenta a la que trata desesperadamente de integrarse, mendigando solidaridad y felicidad. Mafalda pertenece a un país denso de contrastes sociales que a pesar de todo sí querría integrarla y hacerla feliz, sólo que ella se niega y rechaza todas las ofertas. Charlie Brown vive en un universo infantil del que los adultos están excluidos. Mafalda vive en una relación dialéctica continua con un mundo adulto que ella no estima ni respeta, y al cual ridiculiza, repudia y se opone reivindicando su derecho a seguir siendo una niña. Charlie Brown seguramente leyó a los revisionistas de Freud y busca la armonía perdida; Mafalda probablemente leyó al Che».

Desde su rincón porteño hacia el mundo, los dilemas de la nena de los eternos soquetitos blancos fueron publicados en más de 30 países —aunque el dato es impreciso incluso para sus editores por la gran cantidad de copias piratas que circularon— y 15 idiomas. Su triunfante peregrinar comenzó cuando algunos ejemplares cruzaron el Río de la Plata y se diseminaron por Uruguay, en 1966, y llegó hasta el límite con Oceanía: en 2009 se editó en Indonesia, en indonesio. En los últimos meses casi prospera un nuevo intento de distribuirla en países anglohablantes, cosa hasta ahora imposible por motivos algo ridículos que Daniel Divinsky repasa: «En algún momento intentamos vender los derechos. Un directivo de la editorial de contenidos escolares Scholastic de Estados Unidos nos dijo que no se los diéramos a nadie, que él había pasado su infancia en la Argentina, se había criado con Mafalda e iba a hacer que la compañía la compre. Después de un año me mandó aquella famosa respuesta del Departamento de Marketing: la tira era demasiado sofisticada para los niños norteamericanos. Decidimos publicarla en inglés, pero para distribuirla básicamente en países hispanoamericanos. La usan mucho los colegios bilingües, a los chicos les encanta leer en inglés las tiras cuyo sentido ya conocen en castellano».

¿Qué pasó con el reciente anuncio de venderla en Estados Unidos?

Ya dejó de ser cierto. Seven Stories Press, una editorial independiente que fue la que publicó Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, en inglés por primera vez, se interesó mucho por Mafalda. Le mandé al dueño los once tomos traducidos y me contestó que le había gustado muchísimo en lo personal, pero que muchas referencias, como la Guerra de Vietnam o la televisión como novedad, la hacían un poco anticuada. O sea que no, por ahora no.

Esta vieja, caprichosa dilación es antagónica con quienes sí se arriesgaron por ella. Esther Tusquets, en una España atravesada por la censura franquista, se animó a editarla a través de su sello Lumen, en 1970. Había descubierto los primeros libros de Quino en una tienda de usados de Madrid. Tuvo que pedirle a Carlos Barral, dueño de los derechos, que se los cediera. «Mi abuelo era un tozudo que publicaba aquello que quería que fuera su biblioteca particular», contó hace un par de años el nieto del director de Seix Barral, Malcolm Otero Barral. La aclaración que luego hizo el joven no fue muy acertada: «No es cierto que le haya dicho que no a Gabriel García Márquez con Cien años de soledad. Lo que sí declinó editar fue la Mafalda de Quino porque decía: No publico monigotes. Don Barral también había rechazado el manuscrito del que llegaría a ser best seller mundial: El nombre de la rosa. Tusquets apostó por Quino y en pocos días se vendió de una forma extraordinaria. Sólo el primer cuaderno agotó 5000 ejemplares y comenzó a salvar a la dama de la edición de una anunciada bancarrota.

Mafalda se consigue en Alemania, Francia, México, Grecia, Finlandia, Holanda, Brasil, Suecia, Dinamarca, Noruega, Japón y hasta en Taiwan traducida al chino mandarín a pesar de la tirria de la rebelde por todo lo relacionado con el gigante asiático.

Hijo de andaluces republicanos y nieto de comunistas militantes todos exiliados en la Argentina —Mafalda se inspiró en la segunda esposa de su abuelo, su abuelastra Teté—, Quino creció signado por la tragedia que supuso la Guerra Civil Española y el avance del fascismo en Europa. «Ello me dio un sentido político de la vida que me gusta reproducir en mis dibujos. De mi ensalada mental surgieron las más brillantes e hilarantes viñetas», ha confesado.

El caldo de hervir del carácter de Mafalda fueron los rotundos, concluyentes años 60 dando contexto a una festiva, agitadora toma de conciencia. Eran los tiempos del pastor Luther King y su sueño; de John F. Kennedy metiéndose el mundo en el bolsillo a fuerza de carisma, y de los Beatles simbolizando los más altos anhelos progresistas. Pero las guerras de Corea en los 50 y la de Vietnam atravesando toda la década posterior le minaron la actitud y las maneras. Por esa sensación de que la paz no llega nunca nace la preocupación constante de Mafalda por el globo terráqueo. Y aunque la pequeña no logró dar respuesta a los problemas del mundo, lo intentó con cada pregunta y argumento. «Para quienes ahora leen a Mafalda, esos argumentos sirven de mucho. No son privativos de una época, sino que siguen siendo válidos y es importante debatirlos», dice la doctora Carmen Argibay. Ministra de la Corte Suprema y una de las cinco mujeres más destacadas de la justicia argentina, se recibió de abogada el mismo año en que la tira debutó en Primera Plana. Desde entonces la admira.

Quino pensó que con el regreso a la democracia en el 73 no tendría sentido continuarla.

Mafalda seguiría hablando de los problemas del mundo, que son muy parecidos en todas partes. Pueden tener más relevancia en un lado que en otro, pero aparecen en todas las culturas. Las guerras, las crisis, la miseria, la represión, la xenofobia o la discriminación son temas tan actuales como lo fueron en el período 64-73. Es una lástima que haya resuelto discontinuarla porque la crítica puede ser muy constructiva. Además, hacer pensar a través del humor es uno de los mejores métodos para ampliar el horizonte del conocimiento.

El derrotero proselitista de la chica de cabellera abultada provocó confusas reacciones en los poderosos de los países en los que se comercializó. En la misma España que para publicarla por primera vez exigió que un letrero en tapa advirtiera Para Adultos llegaron a circular, sobre 1985, unos stickers con sus personajes agitando banderas franquistas. Esta y otras adulteraciones fueron como golpes de puño en el estómago de su creador, de genética republicana. En China, nación que tardó en adherirse a las convenciones internacionales sobre derechos de autor, la tira fue copiada de forma grosera. «Una niñita me pidió que le firmara un álbum en la Feria del Libro de Buenos Aires y me dijo que Mafalda era muy conocida allá —recordaba Quino—. Me quedé muy intrigado. Eran ediciones piratas que se hacían en Taiwan y que logramos detener.» Al poco tiempo se cerró el trato que la llevó, ya de forma oficial, a la China continental. Aunque fueron eliminadas las viñetas en las que hacía mención al país asiático argumentando que el argentino no conocía esa idiosincrasia como para juzgarla.

Fidel Castro no quiere a Quino. La peque lo tildó de cretino en un par de tiras y el Comandante aún le guarda rencor. Un día el dibujante recibió una carta de una descendiente de Mussolini agradeciéndole por haberle hecho justicia al Duce en una viñeta: Miguelito decía que el hombre llegó a la luna gracias a Mussolini porque sin Mussolini no existiría Hitler, sin Hitler los científicos alemanes no hubieran emigrado a Estados Unidos, y sin científicos alemanes. eso. que el hombre no hubiera llegado a la luna…

La presidenta argentina se reconoce fanática de Mafalda y sus pequeños cómplices, y mantiene con el autor una no relación de respeto. «Interpelaba a la sociedad con mucha fortaleza», dijo Cristina Kirchner en 2012, cuando se cruzaron por videoconferencia en la inauguración de un centro cultural en Mendoza. Él le respondió: «Le deseo mucha suerte en esta changuita de gobernar que tiene usted». Hace pocos días, CFK inauguró el Salón del Libro de París del que Argentina fue invitada de honor. Reforzó: «Mafalda está vinculada directamente a mi juventud. Pese al cambio de contexto histórico, mi hija, de 23 años, que vivió siempre en democracia, se fascina con Mafalda».

Libertad, alegórica y chiquitita. La tortuga Burocracia, lenta para todo. El capitalista Manolito. Felipe, el tímido romántico que pierde la cabeza por la lánguida Muriel… Quino confesó poseer rasgos de algunos de los personajes de su tira. De Miguelito, que se cuestiona por qué todo junto se escribe separado y separado se escribe todo junto, dijo: «De chico y de grande me pregunto estupideces que no sirven para nada». Pero en quien más se reconoce es en Felipe: «Para comprar un lápiz daba vueltas, me imaginaba cómo lo iba a pedir: ¿Tendrán? ¿No tendrán? ¿Y si no tienen qué hago?»

Tres de los compinches de Mafalda estuvieron inspirados en personas reales. Guille es Guillermo Lavado, sobrino de Quino, flautista y compositor radicado en Chile. Felipe era Jorge Timossi, uno de los fundadores de la agencia Prensa Latina. Cuando le inquirió si era cierto que él era el niño de los dientes de conejo recibió por correo como toda respuesta el famoso remate de una viñeta: «¿Justo a mí me toca ser como yo?» En el capítulo Quino y yo de su libro Cuentecillos y otras alteraciones, Timossi contó: «Un cierto sabor a mío, el olorcito de alguna conversación olvidada. Resultó entonces que yo era Felipe, o que Felipe era yo, por aquello de mis dientes de conejo, por mis tendencias a la duda, por esos enamoramientos al ritmo de Thelonious Monk». Manolito se habría inspirado en Anastasio Delgado, pastor de ovejas de Soria, llegado a la Argentina en la década del 20. Julián Delgado, el hombre que publicó por primera vez a Mafalda en un diario, era su hijo menor.

Obsesivo de la documentación luego de que un lector lo tildara de bruto por obviar un detalle cultural en una viñeta sobre un toro y un torero; detallista al punto de irse a un almacén a estudiar una máquina de cortar fiambre antes de dibujarla, Quino es preciso hasta en las cosas más absurdas. Según su editor, «se puede ver todas las ilustraciones de un tratado de ingeniería si es necesario. A los jamones colgados del techo de la cantina, a las botellas de vino o a los tableros de las estaciones de trenes le ponía los nombres de sus amigos o de Monito, como la llama a su mujer, Alicia».

Juan Matías Loiseau, Tute, pasó de hijo de su gran amigo Caloi a uno de sus colegas más admirados. No cumple aún 40 años y tiene el orgullo de ser uno de los poquísimos artistas que Quino accedió a prologar, para su novela gráfica, que saldrá en pocos meses. El creador de Batu, que aprendió a leer con Mafalda, explica desde la experiencia del oficio compartido: «Es una tira compleja en el buen sentido, una tira con muchas capas de información, construida con maestría. Quino me enseñó, por ejemplo, que cada personaje debe tener una psicología determinada, una personalidad distintiva. Los globos no deben ser intercambiables, cada personaje tiene su propio discurso, su modo de pensar y de sentir. Eso es fundamental. Te pasea por sus dibujos con la precisión de un guía, como los grandes cineastas con sus juegos de cámara y planos. Uno lee las historietas en el orden que él diseñó. De esta forma, el humor se potencia.»

Sentada a la mesa, lista para almorzar, ve aterrada cómo cuadro tras cuadro su madre le acerca un plato de sopa. Entonces gira la cabeza y dice, al límite extremo de la tortura: «Le parecerá triste Raquel, pero en momentos como éste mamá es tan sólo su seudónimo». Ridículamente simple, profunda y genial, parece infantil aclararlo, pero Mafalda no existe. Es pura alquimia de rayas y puntos en la pluma de un virtuoso.

El mes pasado, cuando un trabajo suyo fue escogido para la tapa de la revista New Yorker, Liniers confesó: «Quería aparecer en la lista, debajo de todo. Es como cuando me llamaron de Ediciones de la Flor. Quino, Caloi, Fontanarrosa, y yo al final. Eso para mí ya estaba bien». El ilustrador explica con el lenguaje alado de los artistas del dibujo el no ser de Mafalda: «George Bernard Shaw decía: Cuando algo es gracioso, examínelo de cerca para encontrar una verdad oculta. ¡Gracias por tus mentiras, Quino! Creo que su gran talento, así como el de Schultz, Watterson o Hergé, es conseguir que unas pocas líneas de tinta negra y algo abstractas se transformen en unos seres en los que la gente cree incluso como seres escindidos de sus autores. ¿Cuántas veces hemos escuchado: Esta chica Mafalda, qué inteligente es para una niñita tan joven?, ¿Niñita? ¿Joven? Mafalda es un señor de unos treinta y pico, cuarenta, que se afeitaba todos los días, ya perdiendo algunos (varios) pelos, con anteojos. Ese es un truco de magia. Es que los artistas mienten para decir la verdad, ¿no es así? Quino miente, Mafalda no existe. Ishmael, Funes el Memorioso, Atticus Finch, Camilo Canegato y El Quijote son todas ficciones. Mentiras. Y sin embargo contienen en sus falsas presencias verdades ocultas. Por eso resisten el paso del tiempo. Por eso nos siguen fascinando».

Así sin ser, a Quino la insurrecta antisopa se le fue de las manos. Eduardo Galeano, que comparó el fenómeno con el de su más celebrado libro, Las venas abiertas de América Latina, cuenta a la Revista que tuvo el honor de ser testigo de primera mano del momento en el que se acuñó una de las frases más memorables sobre la pequeña: cuando un periodista le preguntó a Julio Cortázar qué opinaba sobre Mafalda y éste contestó «Más me preocupa lo que opine Mafalda sobre mí».

Mafalda salió por última vez en la revista Siete Días un 25 de junio de 1973, diez años y 1928 tiras después de su nacimiento, el 29 de septiembre de 1964. A su autor le gusta utilizar el término suspendida para referirse a la suerte de la rebelde de moñito en la cabeza. Inexplicablemente más afectados que la media, los mexicanos siguen reprochándole al día de hoy, sin embargo, que la haya asesinado. En la memoria colectiva del pueblo azteca aún circula el mito de que Mafalda murió arrollada por un camión cargado de sopa.

«Los tiempos han cambiado y Quino no es un diseñador capaz de dormirse en la comodidad de los esquemas jamás superados, aunque esto hubiera hecho felices a sus lectores», sostiene el periodista romano Oscar Cosulich en un texto incluido en el libro de Marcelo Ravoni, Libro de los niños terribles para adultos masoquistas. La realidad es que estaba cansado y se empezaba a repetir. ¿Podría haberla dejado descansar para devolverla a la página de un diario un tiempo después? Poco factible, según Quino: «Al contrario de los de la década del 70, los jóvenes actuales están desilusionados y no quieren cambiar nada. La época en la que yo hacía a Mafalda no se repite. Para empezar, toda la juventud tenía ideales políticos y creíamos, con los Beatles, el Che Guevara, el papa Juan XXIII y el Mayo Francés del 68 que el mundo estaba cambiando para mejor».

El periodista colombiano Daniel Samper Pizano, autor del libro Mafalda, Mastropiero y otros gremios asociados, y autodefinido como mafaldólogo profesional, aporta: «Claro que hubiéramos querido que Quino la siguiese dibujando durante mucho tiempo. Pero estaba agobiado por los diez años que cargó con esa responsabilidad. Y digo responsabilidad, porque había dejado de ser un placer y se había convertido en una tarea difícil. No creo que tengamos el derecho de regañarlo por eso, pues el autor es soberano y su inspiración no es inagotable. No tenemos derecho a reclamarle a Salinger por haber dejado de escribir o a Greta Garbo por haber dejado de actuar. Sólo podemos lamentarlo. Pero sí es nuestro el derecho a disfrutar a Mafalda cuantas veces queramos. Aprovechémoslo».

Quino está muy mayorcito y arrastra desde hace muchos años problemas en la vista que lo llevaron a colgar definitivamente los guantes del dibujo el año pasado, aunque se despidió formalmente de los medios gráficos en 2009 porque ya no se le ocurrían cosas nuevas que transmitir. A sus 81 años son contadas las ocasiones en que asiste a eventos y agasajos. Este, su año de caricias, lo sorprende guardado en su casa de Madrid o Buenos Aires al cuidado de Alicia. «Mira cine y sigue preocupándose por el mundo —cuenta Divinsky—. Pero su actitud ante homenajes y celebraciones fue siempre la misma: es reacio a los honores.» Kuki Miller, socia del fundador de Ediciones de la Flor, refuerza el porqué de esta intransigencia: «Es sabido que no le gusta hablar y por eso eligió el dibujo: para expresar lo que piensa, sus convicciones e ideología. No hemos conversado sobre si este aniversario específico le genera algo especial. Pienso que al igual que a nosotros, sus editores, nos da una inquietante magnitud del tiempo, además de provocarnos admiración por la vigencia hasta hoy del personaje y la adhesión que sigue produciendo en el público. Cuando firma ejemplares, en muchos casos van tres generaciones de una misma familia a saludarlo emocionados».


Angoulême, al sur de Poitiers, es la capital mundial de la caricatura —bandedessinée, como la llaman en Francia—. Allí cada año desde hace 40 se celebra el Festival Internacional de la Historieta. En esa ciudad Mafalda tiene un pasaje que lleva su nombre. Además comparte cuadrícula urbana junto a murales de famosos del cómic como Gaston et Prunelle, El Barón Rojo, Lucky Luke o Lucien, y a estatuas de El Corto Maltés, de Hugo Pratt, o de Hergé, el creador de Tintin. Este año era el invitado de honor. Su presencia en ese contexto daría inicio oficial a las celebraciones en medio planeta del Año Mafalda. Pero ciática y problemas en las rodillas le impidieron asistir. El pasado 7 de marzo, en vísperas del Día de la Mujer, Quino fue distinguido con la Orden Oficial de la Legión de Honor, la honra más importante que el gobierno francés le concede a un extranjero. No pudo viajar a recibirla en la embajada de Francia en la Argentina —se la otorgaron en el Salón del Libro de París—. Aun con el dibujante ausente, el embajador francés en nuestro país le dedicó generosas palabras ante una emocionada concurrencia: «Mafalda es mucho más que un personaje de dibujos humorísticos. Gracias al trazo singular de Quino, el universo de la infancia se convierte en un espacio donde la inocencia justifica la libertad de expresión. Mafalda sigue siendo aún hoy, perdónenme señoras, la más famosa de las argentinas». Sí estará aquí el 24 de abril para inaugurar la 40a Feria del Libro de Buenos Aires. Si su salud se lo permite, Joaquín Lavado, Quino, el humorista gráfico, el creador, el pensador, tendrá a su cargo el discurso de apertura.

«Es el espíritu femenino que habita en ella. El que se luce y además es muy sexy Mafalda. Tiene una energía, una gracia y un encanto que matan. La admiro por su carácter de mujer detrás de un dibujito. Debemos haber muchos hombres enamorados de Mafalda y muchas mujeres con algo de ella.» Horacio Ferrer

         «La mirada de Mafalda sobre su madre ama de casa es más elocuente que cualquier discurso feminista. Y Susanita resume mejor que un estudio sociológico la obsesión de algunas por casarse y tener hijos. Hoy se rebelaría contra el bótox y el bisturí, defendería la causa LGTB y el calentamiento global no la dejaría dormir». Maitena

            «Mi relación con ella es de una entrega absoluta. La he leído y compartido con mis hijos y nietas, y releído desde que Quino la dejó de hacer. Todos los Luthiers admiramos y amamos a Quino, lo respetamos y reconocemos como maestro y ejemplo en la vida, en el dibujo y en el humor». Daniel Rabinovich

Con Las venas abiertas de América Latina tengo una relación como la de Quino con Mafalda: a Quino lo identifican con ella y él la reconoce como una criatura suya, pero a veces le irrita Mafalda porque el resto de su obra queda opacada por el prestigio de esa niña terrible.» Eduardo Galeano

Mundo digital

Mafalda tiene Twitter, Instagram, Pinterest y página oficial de Facebook, con más de 3,5 millones de seguidores. Se publicaron, en formato ebook, las ediciones tradicionales de sus libros en la tienda Kindle de Amazon. Y se lanzó la aplicación oficial para iPad, iPhone y iPod en el App Store, en donde hay más de veinte ediciones, de pago o gratis, con tiras relacionadas, curiosidades y actividades interactivas como rompecabezas o dibujos para colorear. «El mensaje de Mafalda tiene que perdurar. Su digitalización permite abordar a las nuevas generaciones que cada vez más se acercan a las pantallas», cuenta Carlos Carrascal, director de Marketing e Innovación de Producto de Panarea Digital, responsable del salto de Mafalda al mundo digital.

Curiosidades

Mafalda no tiene apellido.

La edición francesa de la tira es la única hecha en colores.

Colombia fue el primer país en piratear a Mafalda, con la venia de Quino y sus editores. En los 70 una ley nacional establecía un impuesto muy alto a la importación de historietas. Creían que embrutecían a los niños. Mafalda entró de contrabando por Barranquilla y así pudo comenzar a venderse a precios razonables.

La tira tuvo dos únicas faltas de ortografía en toda su historia: echar con h y exige con j.

Mafalda tiene plaza propia en Colegiales, una estatua en la esquina de Chile y Defensa, y un mural en el pasaje de la estación Perú del subte.

 

[Fuente: La Nación (Argentina)]

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2014

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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