Skip to content

Parásitos

Ariel,

Barcelona,

347 págs.

Joan Ramos Toledano

Desde hace unos años, y sobre todo a raíz de la entrada de internet en millones de hogares de todo el mundo, ha podido apreciarse una agria disputa acerca de la propiedad intelectual y si ésta debe reformarse, eliminarse o protegerse todavía más. En este debate, tan complejo como inacabado, uno de los bandos —así como la postura que defiende— ha sido identificado siempre con facilidad. Se trata de la industria de contenidos y, en menor medida, los propios autores. Como es lógico, las empresas propietarias del contenido que se vendía en diversos formatos (como CD, DVD, VHS, periódicos, libros, suscripciones a televisión por cable, etc.) han luchado por defender no ya sólo sus derechos sobre tales obras, sino un modelo de negocio tradicional, que les permitiera seguir funcionando como hasta el momento. Y ya en los inicios de estas reivindicaciones, tales empresas fueron acusadas por los usuarios de internet de retrógradas, contrarias al cambio e incapaces de adaptarse a las nuevas tecnologías.

Frente a estas empresas, podemos identificar al otro bando, que sin embargo se presenta de forma más difusa e inconcreta. Estaría formado por usuarios y organizaciones que defienden la libertad y neutralidad de la red. El discurso que suelen esgrimir es el de la necesidad luchar por un internet libre en el que los usuarios puedan expresarse sin restricciones y compartir todo cuanto quieran. Y han conseguido así plasmar la idea de que son principalmente los usuarios (que son a su vez presentados como sujetos independientes pero políticamente conscientes de la problemática, que se unen contra lo que consideran una injusticia) quienes se oponen a estas empresas. Así, presentan una imagen de parte débil en un conflicto en el que los Estados no han tenido siempre muy claro qué hacer, porque el poder legislativo (más permeable a la influencia de los lobbys) ha reaccionado de una forma muy distinta al poder judicial (sobre todo en los países europeos). Mientras que las legislaciones de la mayoría de estados se han ido endureciendo para defender el funcionamiento del actual sistema de propiedad intelectual, los jueces y magistrados a menudo han realizado interpretaciones muy restrictivas de esas mismas normas.

En Parásitos, Robert Levine arroja luz sobre un tercer sujeto de esta contienda sobre el que no suele prestarse demasiada atención: las empresas tecnológicas. Ciertas multinacionales, como Microsoft, Apple, Amazon y, de forma muy destacada, Google, tienen posturas ambiguas y poco claras respecto a los derechos de autor, y a menudo esgrimen el argumento de la libertad en internet para situarse muy cerca de los de los usuarios de este medio. Pero —y aquí es donde Levine aporta datos interesantes— ni internet es tan libre como parece (está crecientemente monopolizado por ciertas empresas y una cantidad ingente de publicidad) ni estas empresas defienden realmente la libertad y diversidad de internet, sino sus propios intereses económicos.

No significa esto que Robert Levine pretenda hacer una crítica al sistema económico imperante y cómo este afecta a la Red —baste leer el título de uno de sus capítulos, El futuro del futuro: ¿comercio o caos?— pero sí que aporta datos y análisis relevantes para el debate de los derechos de autor, porque pone de manifiesto, tal vez sin ser plenamente consciente de ello, que internet se ha convertido en un gran campo de negocio, y que lo que se libra es más una batalla por conseguir consumidores que por defender la producción cultural y los derechos de propiedad intelectual.

En definitiva, el mérito del autor no radica tanto en las soluciones propuestas, sino en el análisis atípico que realiza, atacando de frente a unos conglomerados empresariales que, presentándose a sí mismos como adalides de la libertad de expresión en internet, utilizan a los usuarios para continuar con sus negocios millonarios.

27 /

1 /

2014

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

+