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Miguel Muñiz

Varsovia, noviembre de 2013. El colapso definitivo de un modelo

El 24 de noviembre finalizó en Varsovia la COP19, la 19ª edición de las “Cumbres del Clima” que vienen celebrándose desde la firma de la Convención Marco sobre Cambio Climático, en la ya lejana “Cumbre de la Tierra” de Río de Janeiro, en 1992.

Convocada entre el 11 y el 22 de noviembre, el desarrollo de la COP19 no se ha apartado ni un ápice de lo sucedido en las 18 ediciones anteriores: largas sesiones públicas con grandilocuentes discursos, pactos y alianzas forjadas en los pasillos, imposibilidad de concretar nada en el plazo establecido y, finalmente y como siempre, prórroga de las sesiones un par de días para disimular la inutilidad del evento con algo parecido a un acuerdo “de última hora”.

El desinterés con que se ha seguido el acontecimiento, y su escasa repercusión informativa, es otra prueba del agotamiento de un proceso que ya solo sirve para guardar las formas, pero que carece de sentido desde hace más de 12 años [1].

En esta lógica se inscribe un hecho inédito: el 21 de noviembre, un día antes del final oficial de la “Cumbre”, 13 ONG, entre las que se contaban Greenpeace, WWF, Amigos de la Tierra y OXFAM Internacional, como más conocidas a nivel europeo, abandonaron las sesiones como protesta por la imposibilidad de alcanzar ningún acuerdo. La noticia pasó casi tan desapercibida como la del final de la propia “Cumbre”, lo que es significativo si se considera que se trata de organizaciones cuyo principal instrumento de denuncia es la proyección mediática.

El abandono de la COP19 representa la constatación definitiva del fracaso de un modelo de intervención pública en conflictos ambientales presentados como “problemas”, lo que merece una reflexión.

Dicho modelo se basaba en dos ejes complementarios, uno político y otro social. El político eran encuentros internaciones realizados en el marco de las Naciones Unidas, que definían acuerdos globales consensuados que se debían concretar en políticas locales de obligado cumplimiento [2]. Se instauró en 1992, como ya se ha comentado, con la redacción de las dos Convenciones Marco: la de Cambio Climático y la de Biodiversidad; lo que significó el reconocimiento oficial de las investigaciones y denuncias impulsadas desde los años setenta por el movimiento ecologista.

Para la concreción de políticas se instituyeron las denominadas COP (Conferences Of Parts), reuniones en las que se debían formalizar acuerdos y organizar su cumplimiento. La más conocida, la COP3, aprobó el Protocolo de Kioto. Aquí intervenía el otro eje del modelo: un despliegue de información científica combinada con intervención social delegada.

La información científica corría a cargo del IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático); su creación, en 1988, supuso un importante hito: por primera vez, un organismo científico era referente para el desarrollo de políticas, por el carácter objetivo de sus documentos, y por el procedimiento de consenso científico usado en su redacción [3]. El IPCC adquiría así el carácter de voz universalmente reconocida de la comunidad científica, y su información servia de acicate al trabajo realizado en las COP [4].

Complementariamente, la intervención social delegada corría a cargo de un conglomerado heterogéneo de ONG que comparten un rasgo común: mediante el pago periódico de una cantidad de dinero, la sociedad delega en un equipo de profesionales especializados la tarea de promover los cambios políticos y económicos necesarios para afrontar el “problema”, lo que, teóricamente, permite a dichos profesionales actuar “sin injerencias”. Se reproduce así, a escala local, el papel asignado al IPCC a escala global.

En este esquema los medios de información actúan de dinamizadores: son los encargados de sustituir la presión social activa que se da en cualquier conflicto por la denominada proyección mediática. En el caso del cambio climático, dicha proyección se basa en la presentación de documentos que detallan las implicaciones del “problema” y esbozan las alternativas técnicas que permitirían abordar su “solución”. Los documentos son realizados por los profesionales de la ONG, o por especialistas contratados, lo que lo convierte en un referente a ser tenido en cuenta por los poderes políticos y económicos implicados.

En algunas ONG la proyección mediática incluye la realización de acciones no violentas de tipo espectacular a cargo de personas voluntarias o de especialistas: despliegues visuales con elementos identificativos (ropa uniforme, detalles gráficos repetidos), despliegue de pancartas en edificios o lugares emblemáticos, interferencias en ámbitos de debate o decisión cerrados al público para poner de manifiesto exclusiones de la agenda del acto, etc.

Por lo tanto, el papel de los medios de información en la intervención social es clave; el ciclo campaña de denuncia/acción espectacular/publicidad de la acción/presentación de alternativas/respuesta social en forma de captación de nuevas aportaciones/y nueva campaña de denuncia permitía a la ONG ampliar su base de afiliados, y presentarse como interlocutor social que representa la sociedad civil; pero eran los medios, la complicidad con los profesionales de la información, la que permitía salvar la distancia entre la acción de unas decenas o centenares de activistas y el conjunto de dicha sociedad civil.

Este es el modelo que, tras larga y penosa decadencia, ha colapsado finalmente en Varsovia; aunque durante las últimas décadas del siglo pasado su éxito mediático contribuyó a disimularla, su fragilidad era considerable, si tenemos en cuenta los intereses a que se enfrentaba.

La base del modelo, la evidencia científica, fue cuestionada por los poderes económicos y políticos que se benefician del sistema energético vigente. El trabajo del IPCC pronto fue tachado de “teoría incompleta”; la metodología: las proyecciones informáticas realizadas en base a la recogida de datos fue ridiculizada; el propio trabajo de campo que permitía la obtención de datos fue impugnado, dando amplia publicidad a otros trabajos que, supuestamente, ofrecían datos contrarios, o exagerando cualquier error puntual.

Se cuestionó así el carácter del IPCC como portavoz de la “comunidad científica”. Los pocos científicos que criticaban los informes del IPCC, alineándose con los intereses de las empresas y los gobiernos interesados en mantener el sistema energético, eran presentados poco menos que como heroicos “disidentes”, que “luchaban” contra una “burocracia científica” pagada por organismos internacionales arriesgando sus carreras.

Los responsables del IPCC, por lo tanto, fueron acusados de subordinar el rigor en la investigación a sus intereses de promoción profesional. El punto culminante del conflicto se produjo en diciembre de 2009 cuando, a pocos días del inicio de la 15ª Conferencia del Clima de Copenhague, los medios de información hicieron públicos unos correos electrónicos (que eran una mínima parte de varios cientos robados de los servidores de la Universidad de East Anglia, en Gran Bretaña) en los que algunos científicos del IPCC usaban términos que cuestionaban la validez de sus informes.

Aunque hubo una investigación por parte de la Universidad, múltiples aclaraciones por parte de los científicos implicados y alguna dimisión, el robo de datos (que nunca se aclaró, ni fue obra de ningún aficionado) tuvo el resultado apetecido, y el papel del IPCC quedó comprometido. Posteriormente se realizó una campaña difamatoria destinada a erosionar el prestigio del presidente del IPCC, Rajendra Pachauri, campaña que llegó a extremos pintorescos.

Y en todo este proceso los medios de información también fueron claves. Como fueron claves para desactivar la traducción de la mitigación del cambio climático al neoliberalismo mediante los mercados de “derechos de emisión”, y a su principal valedor, el ex-vicepresidente norteamericano Al Gore, que pasó de compartir el Premio Nobel de la Paz en 2007, a estar casi en paradero desconocido en la actualidad.

Los medios de comunicación tienen dueños con vinculaciones económicas con los poderes interesados en mantener el actual “status quo” energético, y dueños que son, en última instancia, quienes determinan la línea editorial de los medios. El papel clave de los medios en el funcionamiento del modelo quedó seriamente comprometido desde el momento en que las prioridades de los que mandan alzaron la voz.

Porque el cambio climático no es un “problema”, es un conflicto en toda regla entre los intereses del conglomerado energético y la mayoría de la población, un conflicto con implicaciones sociales potentes. Y un conflicto de tal magnitud que desborda un modelo de bases sociales tan frágiles.

Constatar el colapso del modelo no supone ningún avance en la construcción de las redes sociales que han de hacer frente a los impactos del cambio climático y promover la transformación necesaria del sistema energético hacia la sostenibilidad. Pero permite descartar una vía que se ha revelado inútil.

 

Notas

[1] En la COP 7, reunida en Marrakech entre octubre y noviembre de 2001, fueron aceptados todos los llamados “mecanismos de flexibilidad”, incluidos los llamados “sumideros de CO2”, lo que implicó la renuncia a políticas de cambio en el modelo energético a corto y medio plazo.

[2] Un análisis en profundidad de las contradicciones y debilidades del modelo global puede encontrarse en el segundo capítulo del libro de Hermann Scheer Imperativo energÉtico (Icaria, 2011), aquí solo se analizará el sistema de intervención en el mismo desde la sociedad civil.

[3] El IPCC detalló una terminología específica en sus informes para indicar cálculos de confianza basados en sus diagnósticos consensuados. En dicha terminología una afirmación era: prácticamente segura (cuando tenía más del 99% de probabilidades de que fuese cierta); muy probable (cuando tenía de un 99 a 90% de probabilidades); probable (de un 90 a un 66% de probabilidades); de probabilidad media (del 66 al 33%); improbable (del 33 al 10%); muy improbable (del 10 al 1%); y excepcionalmente improbable (menor del 1% de probabilidades).

[4] Los informes del IPCC realizan diagnosis de la evolución del Cambio Climático y pronósticos sobre sus efectos en los ecosistemas globales y las regiones ecológicas del planeta. Para más información ver http://www.ipcc.ch/

 

[Miguel Muñiz es miembro de Tanquem les Nuclears–100% Renovables]

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2013

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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