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Albert Recio Andreu

La Europa merkeliana

Cuaderno de estancamiento: 2

I

La victoria electoral de Merkel refuerza las posibilidades de continuidad y profundización del tipo de neoliberalismo a la europea consolidado en las últimas décadas. Un modelo socio-político que impone la liberalización desde arriba, desde una acción política fuerte, autoritaria. Los ordoliberales germanos [1] y sus seguidores no confian realmente en la autorregulación social del libre mercado, sino que imponen sus políticas por medio de toda la fuerza que sea posible. De hecho, en todas las variantes de políticas neoliberales actuales el Estado (o las instituciones paraestatales en su caso) juega un papel crucial a la hora de garantizar los derechos del capital sobre los trabajadores y el conjunto de la sociedad. Y por ello, cada vez más el ascenso del modelo esta asociado a un vaciamiento de las libertades reales y de la acción política democrática. De la última contienda electoral alemana, uno percibe no tanto el arrollador éxito de frau Angela (en parte propiciado por el hundimiento del FPD) como que las opciones alternativas que suman mayoría absoluta y que, al menos sobre el papel, reflejan aspiraciones a implantar otros modelos sociales (socialdemócratas, verdes y rojos tradicionales) no puedan ni siquiera pensar en construir una propuesta alternativa que modere, reoriente, reorganice la dirección de la economía y la sociedad. En el marco actual, cualquier pretensión de cambio real es expulsada del debate institucional y sólo queda negociar algunos flecos marginales.

El mayor argumento a favor de este neoliberalismo autoritario es que se trata de un modelo de éxito. La evolucion reciente de la economía alemana es presentada como un modelo a seguir. Un modelo cuyas tres patas son: la competitividad que conduce al éxito exportador, la austeridad en el gasto público y las reformas liberales de las pensiones y el mercado laboral. Analizadas con detalle, ninguna de las tres resulta convincente y ni siquiera explican por qué Alemania ha resistido mejor la crisis que otras economías europeas.

II

La idea de competitividad es simplista. De ahí su éxito. Equipara la economía a una competición deportiva. Hay que ser mejor que los demás para ganar. La diferencia es que al final lo que se gana y pierde en una competición deportiva es trivial, por más carga simbólica y emocional que se ponga en ello. La vida cotidiana de la gente (excepto la de los propios competidores y sus clubs y directivos) no va a cambiar nada si ganan o pierden. En cambio en la economía real los resultados negativos tienen efectos devastadores para mucha gente. La visión de la competitividad como eje de la vida económica tiene mucho que ver con la vieja cultura imperialista de dominar el mundo en beneficio de una minoría (sea una pequeña élite, una clase social o un grupo nacional), desentendiéndose de los impactos negativos que pueda tener para el resto. Mucho de ello tiene el pensamiento mercantilista (propio del siglo XVII) que claramente subyace en la política de presentar los excedentes de la balanza de pagos como un éxito. No hace falta ser un gran experto económico para entender que si algún país exporta más que importa algunos otros tendran que estar en la situación inversa, puesto que es imposible un mundo con exportaciones netas para todos. El resultado es que los éxitos de una determinada economía pueden generar males en otros. A corto plazo puede que se mantenga esta situación, pero al largo puede que se genere un efecto “boomerang” que acabe por afectar al propio triunfador: el empobrecimiento sucesivo de sus clientes puede acabar por debilitar sus propias ventas. Las élites alemanas seguramente confían en que el hundimiento de algunos clientes tradicionales (los países europeos) podrá sustituirse fácilmente con las “nuevas capas medias” de los países emergentes, pero ni éstas son tan densas ni van a resultar inmunes a la sucesiva caída de la demanda en los países baqueteados por la crisis.

El capitalismo alemán ha basado su estrategia “competitiva” en un marco institucional favorable. De una parte la Unión Europea tiene un marco institucional que bloquea dos de las posibles respuestas competitivas de los países perdedores: el euro impide aplicar devaluaciones defensivas y la práctica prohibición de las políticas industriales nacionales impide que se desarrollen cambios sustanciales en las estructuras productivas de estos países. De esta forma, la superioridad técnica de la industria alemana, su especialización en productos sofisticados, constituye el bastión donde piensan seguir manteniendo su hegemonía económica mientras se permiten dar lecciones de eficiencia a todo el mundo (sin permitir en cambio que adopten medidas que realmente permitieran invertir la situación). Hay que añadir a ello algunas cuestiones adicionales.

En primer lugar, que parte de esta eficiencia técnica se ha basado en el viejo modelo alemán de profesionalización y cooperación laboral, un modelo que en los últimos años han debilitado las propias élites alemanas en su política de reducción de costes. Parte del éxito es pues el resultado de una eficiencia heredada que el propio modelo de “competitividad” está en parte socavando. De la misma forma que los ajustes laborales en las fases depresivas del ciclo han moderado la destrucción de empleo gracias a la existencia de mecanismos institucionales provenientes del viejo modelo de concertación. Es posible que este viejo modelo de capitalismo embridado explique más la eficiencia industrial que la moderna política de desregulación y competitividad global.

En segundo lugar, gran parte de la moderación de precios alemana se ha conseguido mediante un sofisticado proceso de externalización de actividades orientada a abaratar costes aprovechando la situación social y política de otros países, especialmente el ejército de reserva que significa el Este de Europa. Ello presupone que parte del éxito alemán exige la continuidad de un marco institucional y productivo en estos países que les permitan seguir constituyendo una fuente de suministros baratos. La miseria del Este de Europa y, quizás, de parte del Mediterráneo es un componente estructural del modelo. Por ello la apelación a la competencia es más un sarcasmo que una invitación real al cambio.

III

La austeridad y las reformas laborales son presentadas como la otra componente del éxito alemán. Su aplicación a los países del Sur de Europa desmienten su bondad. Los recortes en el gasto público y los derechos laborales, lejos de propiciar una activación económica, han agravado la tragedia. Si la recesión de 2008 fue propiciada por el crash financiero-inmobiliario la de 2012, el estancamiento ha sido claramente generado por las políticas de ajuste. Hasta el momento no parecen servir siquiera para lo que en teoría se diseñan: eliminar el déficit y reducir el endeudamiento público. Y ello a un coste social que aún no podemos evaluar concienzudamente. Lo que las reformas han hecho en Alemania, más que propiciar una economía eficiente, es generar una clara diferenciación social entre los que siguen manteniendo empleos de los viejos tiempos y los abocados a una situación permanente de subempleo y precariedad social. Una diferenciación social que para consolidarse requiere una continua labor ideológico-cultural orientada a presentar como normal lo que es un verdadero desastre social. Una historia en la que el recurso al mérito individual (o al demérito de los fracasados) se convierte en un slogan permanente de adoctrinamiento social. Adoptar la estrategia alemana es optar por una sociedad fragmentada, desigual, autoritaria (para impedir la rebelión, la protesta, para reprimir el pequeño delito que genera la miseria), en dosis variables. Mientras que en Alemania esta masa de trabajadores marginados representa ya un 30% de la población laboral, para el resto de países del Sur la proporcion deberá ser claramente mayor. El modelo alemán hegemónico en la Unión Europea ni constituye un marco general que permita al conjunto de países elaborar un proyecto sólido de desarrollo ni ofrece oportunidades reales para una sociedad próspera, en el sentido de una sociedad que permita a todos sus individuos gozar de condiciones de vida y trabajo dignas, sostenibles, gozosamente vivibles. Lejos de ello, promociona una férrea diferenciación y jerarquía de espacios e individuos. En este sentido, las ideas de los modernos neoliberales pueden considerarse una variante de las viejas ideas de dominio imperial y clasismo social que han imperado en nuestro pasado reciente. La historia del capitalismo de rostro humano que propició el keynesianismo de postguerra parece haber sido tanto o más fugaz que la pseudo-utopía del socialismo burocrático-autoritario.

IV

Alemania no impera en Europa en el vacío. Su hegemonía no sería posible si no contara con firmes alianzas entre las capas dirigentes del resto de países. Al fin y al cabo la jibarización del sector público, la debilitación de los derechos laborales y la gestión autocrática de la sociedad han estado presentes en las orientaciones de las élites económicas. La globalización, la posibilidad de contar con estructuras financieras, productivas e institucionales a escala planeraria simplemente les ha liberado de sus compromisos nacionales (por ejemplo en nuestro país las grandes empresas españolas, la mayoría de las que cotizan en el Ibex, están basando sus beneficios cada vez más en el exterior, un “exterior” que además les permite evadir parte de los impuestos que deberían pagar) y por ello el discurso de austeridad, reforma laboral y competitividad resulta tan acríticamente aceptable. Los imperios siempre necesitan de fuerzas internas para ganar densidad. El modelo merkeliano no puede por tanto reducirse a un mero control imperial, sino que permite construir un modelo de hegemonía a escala doméstica. Los hombres de negro son la versión moderna del los cien mil hijos de San Luis. Y, como aquellos, combinan elementos de dominación externa e interna.

La Europa merkeliana no parece preocupar a las élites económicas locales. Es un problema de la gente corriente. De millones de personas cuyas vidas se parecen cada vez más a las que describió el literato socialista Upton Sinclair en su novela La Jungla en 1906 (Capitan Swing la ha reeditado recientemente). Pero estos millones de personas no podrán discutir esta hegemonía si no tiene lugar un esfuerzo colectivo de tipo cultural, académico, político, de organización social, capaz de empezar a construir otra referencia social. Algo en lo que hasta ahora las diversas gentes de izquierda nos hemos mostrado francamente incompetentes.

 

Nota

[1] La existencia de un núcleo de neoliberales alemanes que, a diferencia de los neoliberales hayekianos que perciben el orden del mercado como un sistema autogenerado, piensan que el liberalismo debe ser impuesto por la acción del estado, esta explicada en P. Anderson, El nuevo viejo mundo, Akal, Madrid, 2012, cap III).

27 /

9 /

2013

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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